Sawyer había mostrado un extraño interés por la moda durante la semana anterior, les enseñaba a Cam y Erin distintos anoraks de su alijo de ropa. «Es nuevo, hará que estéis más secos», insistía, pero a Erin le encantaba su anorak rojo, suave y acolchado, y Cam no quería renunciar a su viejo anorak de la patrulla de esquí, naranja, diseñado para ser visible.
El anorak verde de Sawyer y los pantalones de esquí marrones lo habían camuflado bien en el bosque. No destacaba menos que los demás, pero se había preparado lo mejor posible. Había previsto que tendrían que correr y esconderse.
Cam se inclinó hacia su amigo.
Sawyer no reaccionó, concentrado por completo en la dirección opuesta. Señaló con la cabeza más allá del límite de la barbería y levantó el revólver...
—No lo hagas —dijo Cam, que le agarró el otro brazo—. Por Dios, no lo hagas.
—¡Suéltame!
—Deja que se vayan.
—Maldito idiota, ¿adónde? ¿Adónde irán, Cam? —Sawyer se acercó y levantó la mano corno para apartar el revólver del 38 de Cam. Aquella posición también le permitiría utilizar el arma a modo de martillo—. ¡Maldita sea, podría haber dado a un par más! A estas alturas probablemente ya se habrán ido.
Cam se quedó muy quieto, mirando las gafas de espejo de Sawyer. Estaba tan concentrado en el arma que apenas había procesado la información de que los demás habían huido. Lo que eran buenas noticias.
—La próxima vez puede que no los veamos venir —dijo Sawyer.
Cam asintió, pero aquel movimiento era sólo un acto reflejo. La costumbre de darle la razón.
—¡Tienes que ayudarme!
—Vamos a los talleres de la concesionaria de autopistas.
—Tienes que ayudarme —repitió Sawyer, que bajó el revólver. Pasado un instante se apartó de Cam y volvió a mirar hacia la esquina. Luego se puso en pie, poco a poco, apoyándose en la pared de la barbería. Cuando estuvo erguido, le tendió la otra mano.
Cam no lo dudó. Era difícil seguir una secuencia lógica con aquella tensión y aquel dolor metido en el cuerpo, pero no veía otra opción más que salir corriendo como Hollywood, ¿y luego qué? Price le dispararía al verlo, antes o después, allí o en la cima de la montaña. Sawyer tenía razón en eso, y tal vez los había salvado al disparar primero. Era mejor pensar así. Sí, Sawyer los había salvado.
Se aferró a aquella decisión igual que agarró la mano de Sawyer, que tiró de él hacia arriba.
Había cuatro cuerpos tendidos en la calle, Manny, Niel— sen y dos más, y Kelly Chemsak estaba herida. Entonces quedaban ocho, tal vez menos si Sawyer había dado a alguien más, y David Keene había sido infectado pronto, así que estaría débil... Puede que unas cuatro o cinco personas no lograran derrotarlos...
La transformación de Cam fue rápida y decidida. No quería ser ese tipo de persona. Sería una tragedia muy pequeña en comparación con todo lo ocurrido, pero había una manera de salir de aquel atolladero. Existía una tercera opción.
—Necesito un arma —dijo con la reticencia justa.
«Mata a Sawyer. Mata a Sawyer ahora y grítaselo a los demás. Debería bastar para acabar con esta guerra.»
El gruñido de Erin le hizo girar la cabeza, aunque con el rabillo del ojo seguía a Sawyer, que hizo un gesto sin hacer caso de Erin.
—Los dos necesitamos rifles —dijo Sawyer—, por si nos atacan a distancia.
Hizo un gesto con el revólver para que Cam empezara a andar, pero a éste le fue imposible darse la vuelta. Sawyer dependía de su propia paranoia igual que mucha gente utilizaba el oído o la vista. Necesitaba un aliado, pero tal vez había decidido que Cam no era de fiar. Podía dejarlo ahí en la calle con el resto de muertos y seguir solo.
Cam exageró su cojera y tocó el hombro de Sawyer, que se acercó a él. Olía mucho a sudor, como si hubiera estado follando.
—Podemos hacerlo —le dijo Sawyer—. Vamos a hacerlo.
Manny respiraba con jadeos entrecortados. Cam vio sangre en la parte superior de la espalda del chico, manchas oscuras debajo del anorak, en los pantalones.
—Es ellos o nosotros —dijo Sawyer—. Así de sencillo.
Manny estaba estirado, de cara al otro lado. Cam se sintió aliviado, luego lo invadió la vergüenza y el horror. ¿El chico tenía los ojos abiertos? ¿Los estaba oyendo? Cam esperaba que se diera la vuelta en cualquier momento, ¿y qué harían entonces?
El siguiente cuerpo era de Silverstein, tenía un disparo en la espalda. De hecho, Nielsen parecía el único que no había intentado escapar. Tenía los brazos abiertos, como las alas de un pájaro, parecía que quisiera abrazar el cielo. Silverstein se había desplomado boca abajo, con el rifle a sus pies.
Cam se separó de Sawyer y dio tres pasos antes de recordar que estaba exagerando su cojera. Estuvo a punto de mirar atrás. Se inclinó y agarró el rifle por la culata de madera...
—Tienes que ayudarme —insistió Sawyer.
«Mátalo.»
—Yo formaba parte del equipo de diseño que construyó el nano. ¿Cam? Yo era uno de los que lo construyó.
Se detuvo y se puso tenso para darse la vuelta.
—¿Cam? Escúchame.
Silverstein tampoco estaba muerto. La vida no era como en las películas, pam, un disparo en el vientre y ya está. La capacidad de resistencia del cuerpo humano era increíble. A veces seguía luchando aun cuando todo estaba perdido.
Doug Silverstein se había quedado inconsciente y le borboteaban los pulmones, pero podía durar horas. Podía despertarse allí, solo, mientras la plaga de máquinas lo devoraba.
Cam desvió el rifle hacia la cabeza de aquel hombre. No sabría decir cuándo empezó a llorar.
—¡No! ¡Harás que sepan dónde estamos! —Sawyer lo agarró del hombro—. ¿Me estás escuchando? Íbamos a vencer al cáncer en dos años, estábamos muy cerca. Lo juro. Lo teníamos todo planeado.
—¿Qué...?
—Tú llévame a la radio. Te lo juro. Les puedo enseñar a los de Colorado cómo detenerlo, pero tienes que ayudarme.
—¿De qué hablas?
—Yo construí el nano, Cam. Yo lo construí y probablemente soy la única persona viva que puede detenerlo.
Sawyer rara vez hablaba de quién había sido, a quién y qué había dejado atrás, pero no resultaba extraño ni era motivo de sospecha. Muchos habían dejado atrás su pasado.
Sawyer siempre había adoptado una postura racional sobre la plaga, parecía informado sobre el funcionamiento de casi cualquier objeto mecánico, motores de gasóleo, recepción de radio, y argumentó como un ingeniero cuando construyeron las cabañas, detectando los problemas de drenaje y de cimentación.
A Cam nunca le había preocupado, ni siquiera en los días cortos del invierno, cuando dejaba vagar la mente fuera de la apestosa cabaña y se dejaba llevar por las fantasías más delirantes como si fueran un recuerdo real. Todo el mundo hablaba de la plaga. Todos tenían teorías. Su compañero Hutch, fallecido tiempo atrás, había leído suficientes artículos sobre nanotecnología para soltar impresionantes peroratas cuando veían los primeros reportajes confusos en televisión. Manny desarrollaba ideas basadas únicamente en los cómics y
Star Trek
.
No cabía duda de que Sawyer parecía saber más del problema que el resto. Pero siempre sabía más de todo.
Arrodillado en la sangre de Doug Silverstein, Cam evitó todas las preguntas obvias. A 1.200 metros, dentro de aquel mar invisible de nanos, aquél no era lugar para un interrogatorio. Colorado. La radio. Ésa había sido su primera pregunta a Hollywood, diecisiete días antes, si tenían un equipo de radio.
Sabía que Sawyer diría y haría cualquier cosa por salvarse, pero aquello sería una mentira tan delirante, un riesgo tan grande...
Aquel astuto hijo de puta sabía cómo manejarlo.
Cam alzó la vista. Sawyer no se había movido de su lado, a la espera de un veredicto.
—Deprisa —dijo Cam.
Sawyer asintió y se fue hacia el cuerpo de Nielsen y la tienda de caza. Cam podría haberle disparado entonces. No obstante, hurgó en los bolsillos de Doug Silverstein en busca de más municiones. El pobre sufría convulsiones cuando lo tocaba. Debía de ser horrible.
Pero eso no era nada.
Cam se había erguido ya antes de que Sawyer volviera con dos pistolas y otro rifle. Luego recorrieron la calle cautelosamente hacia Erin y Bacchetti.
—Te fuiste a las primeras de cambio —dijo Cam. ¿Cómo, si no, podría haber llegado Sawyer a una altura segura? Sin llevar ventaja, se habría quedado atrapado en las ciudades o en las carreteras colapsadas, con millones de personas más—. Te fuiste corriendo en vez de intentar ayudar.
—Yo no tuve nada que ver con que se liberaran.
—Pero te fuiste corriendo.
—Todo eso... toda esa gente... no fue culpa mía.
—Has dicho que puedes pararlo —repuso Cam.
—Te lo juro. He inventado una manera de hacer que el nano se vuelva contra sí mismo. Aquí. —Sawyer se señaló la cabeza con una de las pistolas—. El Arcos es una plantilla muy adaptable, ahí estaba la clave. Podemos cambiar...
—¿Por qué no lo paraste antes?
—Claro. ¿En la maldita montaña? No se construyen claves para nanos con mugre y restos.
—Antes. Por qué no hiciste nada antes.
—¡No había tiempo! ¡No es algo que se pueda derrotar en una tarde! ¡Yo me llevé la misma sorpresa que los demás, te lo juro! No fue culpa mía.
Cam no dijo nada. Casi habían llegado a la esquina, y no quería que los oyera Bacchetti.
Sawyer lo decía en serio. Era la verdad. Era más que capaz de ocultar un secreto de semejante magnitud, ya que de haberlo sabido lo habrían matado, pero nunca había sido un gran actor, jamás disimulaba su desdén ni superioridad aun cuando aquellas cualidades se hubieran convertido en un peligro para la supervivencia de sus tres compañeros.
Cam ya lo había odiado antes. Había desconfiado tanto de Sawyer que, en última instancia, se sintió dispuesto a acallarlo con una bala. Era la rabia de un amor traicionado. En muchos sentidos el vínculo que los unía a los tres era el más íntimo de la vida de Cam, pasada o presente. Eran una verdadera familia para todo lo verdaderamente importante.
Sabía que cargaría con aquel capullo si era necesario.
Cam y Bacchetti cargaron con Erin colocando sus brazos alrededor de sus hombros, tiraron de sus muñecas, y ella caminó con una nueva determinación, sólo para aliviar los tirones y el desgarro del vientre. Algo en su interior se había roto.
Cam suponía que la cura no estaba tan cerca como deseaba. Erin no sólo estaba flaqueando a pocos metros de la línea de meta. «No lograremos encontrar la cura en una sola tarde.» Aun así, el sufrimiento sobraba. Él y Sawyer podrían haber cruzado el valle solos, tal vez con Hollywood como guía.
Por supuesto, eso era por lo que Sawyer había luchado. «Deja que se queden.» Lo decía sin cesar.
Cam era el que había convencido a todo el grupo para intentarlo.
«No lo conseguiremos jamás. ¡Apenas consiguió llegar y no está medio muerto de hambre!» ¿De quién era esa voz? Lorraine. Muerta para nada. Ella también se podría haber quedado en la montaña. Todos podían haberse quedado de haberlo sabido.
Dos bloques para llegar a los talleres de la concesionaria de autopistas. Dos bloques y Erin se podrían sentar y descansar.
Sawyer siguió adelante, agachándose un poco, como un hombre que se esfuerza por avanzar en plena ventisca. Cam se preguntó hasta qué punto lo afectaba. No lo suficiente. Era una locura, pero quería que Sawyer la viera. La espalda de aquel anorak verde era un insulto, y Cam intentó meterle prisa a su cuerpo agonizante.
—Espera —dijo—.¡Eh!
—Oh... —se quejó Erin.
Sawyer debería habérselo dicho a Erin. Ella tendría que haberse quedado en la cima. Ese hijo de puta tenía razón al considerarse más valioso que todos los demás juntos, demasiado para que corriera riesgos, y Cam entendía que lo más sensato era no decírselo a todos. La reacción de Price habría sido histérica, un juicio, una sentencia. Pero Sawyer había decidido no mantener a Erin y a Manny a salvo.
—¡Eh...!
Sawyer se detuvo y se dio la vuelta con un puño alzado, el índice extendido. Cam pensó que era una amenaza, hasta que vio que sólo le estaba amonestando como un maestro de escuela. Lo ambiguo de su gesto se debía a la bufanda que le cubría la cara como una máscara.
Erin se había quitado su bufanda. Sacudió la cabeza cuando él intentó volver a subírsela. Erin sonrió, ladeó la cabeza hacia Cam porque Bacchetti era cinco centímetros más alto que él y la sujetaba más alto por ese lado.
Erin tenía una relación con el dolor que Cam nunca había entendido, y odiaba su siniestra sonrisilla felina.
—Dios... lo siento —le dijo Cam.
Por lo menos la tos de Bacchetti no había empeorado. Cam creía que aquel hombretón aún sobreviviría.
Quedaba una manzana, después de pasar el banco de la esquina. Aquel enorme cubo de cemento había sido una de las referencias más visibles desde el precipicio. Una manzana y luego a la izquierda, pasada la gasolinera.
Sawyer llegó primero y se detuvo ante el banco, toqueteaba el cerrojo de su rifle. Luego su cabeza se fue hacia atrás, a causa de la arrolladora descarga de la escopeta de Waxman.
Parte o todo el grupo de Price había decidido no huir al bosque tras Hollywood. Algunos, tal vez todos, habían rodeado los talleres de la concesionaria de autopistas mientras Sawyer y Cam buscaban armas. Jim Price había colocado vigilantes para poder arrancar un vehículo.
Price había vuelto a tomar la mejor decisión.
La cabeza de Sawyer desapareció con brusquedad de la esquina del edificio en medio de una polvareda de cemento. Su cuerpo se sacudió como una bandera mal hecha, enmarañada y fláccida. Las gafas y un retazo de su capucha salieron volando, y Cam pensó que ya no tenía cara...
«Ya está, todo ha terminado...»
...y Cam se tambaleó hacia atrás, incluso mientras Sawyer caía sobre una boca de alcantarilla, con el brazo izquierdo extendido en la acera.
Erin se colgó de Cam, le estranguló el cuello, y él la soltó y levantó el rifle. Sin embargo, cuando volvió a moverse hacia delante, el impulso que llevaba fue demasiado fuerte. Ella dio un ligero tirón a su mochila al deslizarse hacia abajo.
Sawyer estaba vivo. Apoyándose en el brazo izquierdo, levantó el pecho de la boca de alcantarilla.
Antes de que Cam lograra alcanzarlo, sonó un rifle en algún lugar de la calle y saltó una esquirla negra del asfalto, cerca de la bota de Sawyer. ¡Le veían las piernas! Cam se tiró al suelo, dejó caer el arma y agarró la parte trasera del anorak de Sawyer. Su mano infectada quedó a la vista, pero tiró de Sawyer casi cinco centímetros, para que quien estuviese detrás de la esquina no pudiera verlo.