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Authors: Ildefonso Falcones

Tags: #Histórico

La reina descalza (95 page)

BOOK: La reina descalza
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Sorprende que en la España de la Inquisición, las misiones y el fervor religioso, los gitanos, acusados constantemente de irreligiosos, impíos e irreverentes, no sufrieran la persecución inquisitorial. Ni el Santo Oficio ni la Iglesia parecían concederles importancia alguna. A diferencia de otras comunidades igualmente perseguidas a lo largo de los tiempos, los gitanos fueron capaces de resistir y sortear las dificultades, casi jugueteando, burlándose de las autoridades y de sus constantes esfuerzos por reprimirlos.

Una comunidad que, por otra parte, contribuyó como ninguna a legar un arte, el flamenco, hoy declarado por la UNESCO Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Ni soy yo ni este es el lugar para profundizar en si el pueblo gitano trajo consigo o no a Europa su propia música, la zíngara, o si esta era originaria de las llanuras húngaras; en cualquier caso los gitanos alcanzaron el virtuosismo en su ejecución, como sucedería en España con una música que en el siglo XVIII, período en el que se desarrolla la novela, es calificada por los estudiosos de «preflamenca». A partir de ella se configuraría un cante que desde finales del siglo XIX, con unos palos y una estructura definida, pasará a conocerse como flamenco.

También parecen estar de acuerdo los estudiosos en que esos cantes fueron probablemente el resultado de la fusión, en manos de los gitanos, de su propia música con la tradicional española, la de los moriscos y la de los negros, fueran estos esclavos o libertos, la llamada música de ida y vuelta.

Tres pueblos perseguidos y sometidos, esclavizados unos, explotados y extrañados otros, despreciados todos: moriscos, negros y gitanos. ¿Qué sentimientos podían nacer de la fusión de sus músicas, cantes y bailes? Solo aquellos que alcanzan su cenit cuando la boca sabe a sangre.

Triana, en competencia con otros lugares de Andalucía, es considerada la cuna del flamenco. El callejón de San Miguel, donde se apiñaban las herrerías de las familias gitanas, desapareció a principios del siglo XIX.

Quizá el cante convencionalmente reconocido como tal nazca en los albores del XX, pero eso no debe restar profundidad y amargura, «jondura», a los cantes gitanos del XVIII. El Bachiller Revoltoso, testigo de la vida trianera de mitad de ese siglo, escribe:

Una nieta de Balthasar Montes, el gitano más viejo de Triana, va obsequiada a las casas principales de Sevilla a representar sus bailes y la acompañan con guitarra y tamboril dos hombres y otro le canta cuando baila y se inicia el dicho canto con un largo aliento a lo que llaman queja de galera, porque un forzado gitano las daba cuando iba al remo y de este pasó a otros bancos y de estos a otras galeras.

A la imaginación del lector, a su sensibilidad, hay que dejar la visión de ese gitano que, con la libertad como el mayor de sus tesoros, cantaba para quejarse de vivir aherrojado a los remos de una galera de la que pocos salían con vida; largo aliento que, al decir del autor contemporáneo, se reprodujo después en los salones de los nobles y principales.

También es el mismo Bachiller Revoltoso el que nos cuenta cómo a un gitano que trabajaba en la fábrica de tabacos se le rompió en el interior del intestino la tripa —el tarugo— en la que guardaba el polvo de tabaco que pretendía robar. El contrabando de tabaco, producto que era monopolio, o estanco, de la hacienda real constituyó en la época —y continuó siéndolo— una de las actividades más lucrativas, y el pueblo portugués de Barrancos fue uno de sus principales núcleos. Los estudios son unánimes al incluir a los religiosos en esas prácticas.

El siglo XVIII, por otra parte, supuso un importante cambio para la ciudad de Madrid. El advenimiento de la nueva dinastía de los Borbones llevó a la corte nuevos gustos y costumbres. La Ilustración promovió la creación de Reales Academias, sociedades económicas, fábricas y talleres estatales y una serie de mejoras urbanísticas que alcanzaron su esplendor en el reinado de Carlos III, considerado el mejor alcalde por el impulso y las reformas que promovió en la Villa y Corte.

Una de esas actuaciones fue la llevada a cabo por Felipe V sobre lo que originariamente había sido el Corral de Comedias de la Pacheca para convertirlo en el Coliseo del Príncipe, que pasó a ser el Teatro Español tras la reconstrucción de aquel después de dos voraces incendios; está emplazado en la bulliciosa y concurrida plaza de Santa Ana, ubicada esta a su vez en el solar del antiguo convento de carmelitas descalzas.

Mientras en Sevilla estaban prohibidas las comedias, en Madrid se representaban a diario en los teatros del Príncipe y de la Cruz. Muchos estudiosos coinciden en afirmar que la gente acudía a ellos no por las obras dramáticas sino por los sainetes y las tonadillas, que habían venido a sustituir a los clásicos entremeses barrocos como representaciones autónomas y breves en los entreactos de las obras principales.

La tonadilla escénica llegó a independizarse del sainete a lo largo del siglo XVIII, época en la que alcanzó su máximo desarrollo, hasta terminar cayendo en el olvido y desaparecer por completo durante la primera mitad de la siguiente centuria.

Las tonadillas eran obras breves, en su mayor parte cantadas y bailadas, con temática costumbrista o satírica, a través de las que se ensalzaba a los personajes populares y se criticaba a las clases altas y afrancesadas. Una de sus características más significativas era la interacción de la tonadillera con el público, lo que convertía el ingenio, el desparpajo, la ironía y, por supuesto, la sensualidad en méritos tan importantes como la voz o el donaire en el baile.

Las gentes de Madrid, los humildes, encumbraron a muchas de esas tonadilleras que cantaban para ellos. Manolos y chisperos son figuras representativas de esa majeza tan característica del madrileño que se enorgullece de serlo.

Mi agradecimiento, como siempre, a mi esposa, Carmen, y a mi editora, Ana Liarás, a todos cuantos ayudan y colaboran para el buen fin de esta novela y, por encima de todo, al lector que le da sentido.

Barcelona, junio de 2012

Ildefonso Falcones de Sierra
, casado y padre de cuatro hijos, es abogado y ejerce en Barcelona.
La catedral del mar
, su primera novela, se convirtió en un éxito editorial mundial sin precedentes y fue publicada en más de 40 países. Además recibió varios premios, entre ellos el Euskadi de Plata 2006 a la mejor novela en lengua castellana, el premio Qué Leer al mejor libro en español del año 2006, el premio Fundación José Manuel Lara a la novela más vendida en 2006, el prestigioso galardón italiano Giovanni Boccaccio 2007 al mejor autor extranjero y el premio Fulbert de Chartres 2009.

Su segunda novela,
La mano de Fátima
, ha sido galardonada con el premio Roma 2010.

Con más de siete millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, Ildefonso Falcones se ha consagrado como uno de los autores españoles más difundidos.

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