La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (12 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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Darion parecía sorprendido.

—Me temo que no te entiendo, Travis —afirmó llanamente.

Lo cual también dejó confundido al adolescente. Asumiendo que el ojo existía, si no lo habían fabricado los cosechadores, ¿quién, entonces?

—¿A qué te refieres? —preguntó Darion.

—No es… no es nada. —
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—. Todavía… con tantas distracciones, todavía no sé qué hago aquí. ¿Qué quieres de mí, Darion?

—No quiero nada, Travis. —El cosechador miró con nerviosismo hacia la puerta—. Estás aquí por la misma razón por la que permití, deliberadamente, que escapases de mi vaina de batalla.

Así que después de todo había sido Darion el que disparó. Falló a propósito.

—¿Y cuál es esa razón? —preguntó Travis, con el corazón desbocado.

—Que quiero ayudarte.

—Nací en una de las Mil Familias de la raza de los cosechadores —dijo Darion—. La élite social y política de mi gente. Crecí en un mundo privilegiado y próspero, con el derecho a llevar la armadura dorada, que es el símbolo visible de la clase gobernante. Como puedes comprobar, Travis, en nuestra sociedad la posición es hereditaria, pero no porque queramos mantener el poder en manos de una minoría privilegiada como hace vuestra aristocracia. Creemos que todas las cualidades que conforman nuestro carácter son hereditarias, que las llevamos en los genes, en el linaje. Creemos que somos nosotros los que damos forma a la sociedad y no al revés. O por lo menos, eso es lo que nos enseñan a creer. Estas son las ortodoxias que se espera que todo cosechador acepte como verdades evidentes y supremas.

»En tu cultura, los filósofos debaten acerca de si los individuos son el producto de la naturaleza o de la crianza, ¿no es así? Si cada ser humano tiene su destino predeterminado desde el momento en el que nace, si su comportamiento y su personalidad están escritos en un plan divino, o quizá en vuestro ADN, inmutable e ineludible; o si, en vez de eso, sois moldeados por la miríada de influencias aleatorias a la que la vida os somete: las personas, los lugares, los acontecimientos, como una escultura tallada por un artista que no tiene ningún objetivo particular en mente. Bueno, en la cultura de los cosechadores tales discusiones serían consideradas sacrílegas. El primer artículo de nuestra fe es que hay personas superiores e inferiores… así como pueblos. No nacemos iguales. Ese nunca fue el objetivo. El universo se divide en gobernantes y gobernados, amos y esclavos, y el nacimiento dicta a qué clase pertenece el individuo por derecho.

»Las Mil Familias son las descendientes de los primeros héroes de nuestra raza, los grandes guerreros que fundaron la nación de los cosechadores hace milenios. Su fuerza, nobleza y valor viven en nosotros, fluyendo por nuestras venas… estas venas. Eso dicen. Mi venerada sangre es la de Ayrion, del que cuenta la leyenda que, en lugar de morir a causa de una enfermedad o de viejo, cabalgó solo hasta el campamento enemigo y acabó con doscientos de ellos por sí mismo antes de verse abrumado por su número y morir. Como ves, Travis, se espera mucho de mí.

»Mi nacimiento me sitúa en la senda de convertirme en un guerrero orgulloso y despiadado, pero si bien en ocasiones solo me queda la opción de combatir y he sido adiestrado en las artes de la batalla al igual que el resto de cosechadores, cuando peleo ni me enorgullezco ni, eso espero, me muestro despiadado. Reniego de aquello que se espera de mí. Preferiría vivir en paz que en guerra, prefiero crear a matar y he elegido un rumbo distinto para mi vida del que se esperaría de un descendiente del gran Ayrion. Soy alienólogo, Travis, dedicado al estudio de las culturas que mi raza de saqueadores ha conquistado. Pero la alienología no está libre de prejuicios, por supuesto; no fue creada para perseguir el conocimiento o beneficiarse de un entendimiento superior. Mi labor es meramente política. Mis descubrimientos e investigaciones deben estar de acuerdo con la percepción de superioridad de los cosechadores sobre otras especies inteligentes. En otras palabras, yo y mis compañeros alienólogos tenemos la tarea de demostrar científicamente la inferioridad cultural, social y racial de los pueblos que esclavizamos, reafirmando por lo tanto el derecho de los cosechadores a considerarse la auténtica raza dominante.

Travis había permanecido en silencio durante el discurso de Darion hasta entonces, pero se vio en la necesidad de hablar.

—¿Y eso te hace feliz? —Él creía que no.

—No, pero de no ser por las aplicaciones propagandísticas de la alienología, mi padre nunca me hubiese permitido dedicarme enteramente a ella. Mi padre es un comandante de la flota, Travis. Es quien dirige toda la operación en esta zona. Es un hombre importante. Sin su permiso, nunca hubiese llegado a conocer tan bien el arte, la literatura y la cultura, los sistemas de creencias de los mundos que he visitado. Y nunca hubiese podido aprender lo que estos me han enseñado.

—¿Y qué te han enseñado, Darion? —dijo Travis.

—Que toda vida es hermosa. Que todas las culturas son dignas de existir. Que no hay absolutos. Que la diversidad nos enriquece. Que estar expuestos a nuevas ideas, a nuevas perspectivas, a nuevos puntos de vista, aumenta y mejora nuestra capacidad de entendernos a nosotros mismos. Toda vida es preciosa… bajo ningún concepto debería ser erradicada como si tal cosa.

Travis estudió al cosechador con curiosidad, a conciencia. Por primera vez, con su piel blanca como un cráneo y sus ojos rojos, Darion, del linaje de Ayrion, parecía un poco menos alienígena y un poco más humano.

—He aprendido a respetar y a admirar a quienes hemos esclavizado —continuó—. Fíjate en este fantástico objeto, por ejemplo. —Cogió el cristal del color del jade, parecido a un antiguo casco griego, de la estantería y se lo entregó al muchacho.

—Muy bonito. —Travis quiso decir algo diplomático, pues el arte nunca le había llamado demasiado la atención. El objeto era muy ligero.

—Es un yelmo de los recuerdos del planeta Lacrima, empleado durante la meditación y la oración. Según la tradición de Lacrima, quien lo lleve puede entrar en comunión con los espíritus de los seres queridos muertos, cuyas almas residen en el cristal.

—¿Sí? —Travis reaccionó con escepticismo. Su experiencia le decía que los muertos seguían donde se los dejaba, ya fuese en la tierra, en una urna para cenizas o en un ataúd, vestidos con sus últimas ropas. No hubiese tenido que ir muy lejos para encontrar a un montón de seres queridos muertos, descansando allí donde la enfermedad los había dejado—. Bueno, cada uno que piense lo que quiera —dijo mientras devolvía el artefacto al cosechador.

—Una creación hermosa para simbolizar una creencia hermosa. —El tono de Darion se tornó amargo—. Pero ¿cuántas almas habrá enviado entre gritos mi propia gente al interior del cristal? —Devolvió el yelmo de los recuerdos a su estante—. Pero no todos somos asesinos despiadados. Entre nosotros existe un movimiento disidente, opuesto a la esclavitud y al militarismo. De momento es pequeño y sus actividades se limitan a pequeños actos de protesta en los rincones más remotos del imperio de los cosechadores, pero cada vez contamos con más apoyos entre los jóvenes, incluso en círculos influyentes. Un día, quizá, el movimiento sea lo bastante fuerte como para dar comienzo a una revolución y terminar con las injusticias y los inmorales principios sobre los que se asienta la civilización de los cosechadores.

—Entonces, lo que me estás queriendo decir… —Travis se inclinó hacia delante—. ¿Es que eres parte de ese movimiento?

—Me gustaría, pero… —La voz de Darion se quebró a causa de la vergüenza—. Simpatizo con él. Estoy de acuerdo con sus loables objetivos, especialmente la abolición de la esclavitud, pero… me temo que no soy lo bastante valiente como para entregarme en pleno a la causa. No soy propenso a la acción, pese a mi linaje. No concibo la idea de entrar en un conflicto directo con mi propia gente.

—Entonces, ¿por qué estamos hablando? —preguntó Travis, consternado.

—Porque tampoco puedo quedarme de brazos cruzados viendo sufrir a los inocentes. Travis, estamos hablando porque tengo que ayudaros a ti y a tus compañeros terrícolas a escapar.

—Te escucho.

—He estado comprobando los datos del procesamiento mientras los iban recabando. De entre todos los prisioneros, Travis, eres el que ha sido identificado como aquel con más madera de líder. Por eso te he escogido. —Darion empezó a caminar por la habitación como si, de pronto, se estuviese quedando sin tiempo.

Era evidente a ojos de Travis que estaba atenazado por los nervios, lleno de dudas y, para rematar la faena, que se trataba de un cobarde confeso. Y, pese a ello, lord Darion era la mejor baza (la única) que tenían para escapar.

El adolescente tampoco mostraba signos de una exultante confianza.

—Cuando haya explicado mi plan —iba diciendo el cosechador—, te llevaré a la celda de contención principal. Los terrícolas que capturamos ayer fueron introducidos en los criotubos inmediatamente después del procesamiento para corroborar que los sistemas que debían mantenerlos con vida funcionaban correctamente. Shurion no se molestará en poneros al resto en animación suspendida hasta que tengamos más prisioneros a bordo, lo que nos proporciona una oportunidad, sobre todo si tenemos en cuenta que en las celdas de contención no se lleva a cabo una vigilancia rutinaria.

—Estás de broma. —Travis arqueó las cejas, sorprendido.

—Las razas esclavizadas son consideradas inferiores, incapaces de llevar a cabo un intento serio de fuga —dijo Darion.

—Excelente. Será un placer demostrarle al comandante Shurion que se equivoca.

Darion esbozó una atribulada sonrisa.

—La arrogancia de mi raza jugará a vuestro favor. Volviendo al plan, puedo infiltrarme en el ordenador central de la nave desde aquí mismo y deshabilitar el sistema de seguridad de vuestras celdas. La puerta se abrirá automáticamente.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Me temo que solo unos segundos, o podrían rastrear el origen de la interferencia. Y fuera habrá un guardia. Tendréis que estar listos.

—Dime cuándo y lo estaremos —dijo Travis, concienciado.

—Lo haré. También te mostraré los planos de la nave en la pantalla y la ruta más corta hasta la salida. Pero aun así, vuestro éxito sigue dependiendo por completo del factor sorpresa.

—Eso es mejor que nada, Darion.

—Y no debes decir a nadie quién soy, Travis, ni siquiera a tus mejores amigos. Comprenderás que, en caso de que volvieseis a ser capturados, ni siquiera mi linaje impediría que se me encontrase culpable de alta traición.

—No te preocupes. No diré ni media palabra.

—Gracias. Y si alguno de vosotros…, quiero decir, aquellos que escapéis debéis contactar con las autoridades que aún quedan en vuestro planeta.

—¿Qué autoridades? —El corazón de Travis se aceleró una vez más—. Todos los adultos han muerto, ¿no es así?

—Parece que no todos —reveló Darion—. No sabemos cómo, pero al parecer algunos adultos terrícolas han sobrevivido a la enfermedad. Las naves esclavistas están encontrando focos de resistencia desperdigados, sufriendo ataques aislados, aunque mi padre y el resto de comandantes de la flota ya se están ocupando de erradicarlos. Si podéis, Travis, localizad uno de estos grupos que todavía no han sido capturados. Habladles de lo que te he contado acerca de los cosechadores revolucionarios. Si vuestros compatriotas y nuestros disidentes llegan a unirse, de algún modo, puede que todavía podamos garantizar el futuro de tu planeta.

Sonaba bien. Sonaba esperanzador. Y Travis necesitaba sentir esperanza. Pero también tenía que ser cauteloso, por el bien de los demás. Porque, ¿y si aquella oferta de ayuda resultaba ser, después de todo, una trampa? ¿Y si Darion no conspiraba contra su propia gente, sino a su favor? En el caso de que aún quedasen adultos capaces de defenderse de los invasores, ¿no estaría dejándolos escapar a él y a los demás para después seguirlos o rastrearlos hasta que, sin darse cuenta, acabasen conduciendo a los cosechadores hasta la misma resistencia? ¿Y si…? Aquella era la pregunta definitiva. ¿Cómo podía estar seguro?

No podía, por supuesto. Tenía que ser una cuestión de confianza. ¿Confiaba en Darion o no?

—¿Travis? —El cosechador se dirigía a él con curiosidad—. ¿Te encuentras bien?

Y Travis pensó en el cuidado y el mimo con el que Darion había cogido el yelmo de los recuerdos de Lacrima, como si fuese un bebé, un niño. Toda vida es hermosa. ¿Confiaría en él o no?

—Enséñame los mapas —dijo Travis.

La celda de contención era grande, y aunque, al igual que las demás, carecía de mobiliario, en dos de las paredes había hileras de literas rectangulares que se extendían en filas horizontales y verticales, pudiéndose llegar a las más altas subiendo por unas hendiduras en el metal que formaban una especie de peldaños. Una tercera pared, en un alarde de consideración por parte de los cosechadores de lo más inusual, teniendo en cuenta las recientes experiencias de los adolescentes durante el procesamiento, daba acceso a unos lavabos. Parecía que los prisioneros allí encarcelados iban a pasar una temporada en aquella celda en particular. Travis confió en que fuese una temporada más breve de lo que los esclavos esperaban.

Sus amigos se apiñaron a su alrededor, aliviados y felices por su reaparición. Tilo volvió a caer en sus brazos. Mel, Jessica y Richie estaban cerca de él, también Antony. Todos con las mismas túnicas y pantalones grises. Procesados.

—Travis, ¿dónde has estado? —preguntó Mel—. Estábamos preocupados. Pensábamos que te habrían hecho algo.

—No exactamente. Y ya estoy aquí —la tranquilizó, abrazando mientras tanto a Tilo a la vez que la besaba con cariño—. ¿Soy el último?

—Lo cierto es que no. —Antony frunció el ceño.

Claro que no.

—Simon —dijo Travis, avergonzado de sí mismo por no haberse dado cuenta inmediatamente de la ausencia del chico.

—Y no solo Simon —dijo Antony—. Digby. Cunningham. Pates. Faltan nueve en total. —Su tono de voz era grave, como el de un agente de policía leyendo los nombres de un grupo de desaparecidos a los que no se esperaba encontrar con vida.

—Puede que estén en otra celda, ¿no? —Jessica probó con algo de optimismo.

—Pero ¿por qué iban a hacer eso, Jessie? —preguntó Mel—. ¿Por qué iban a poner a la mayoría en una celda y a un puñado en otra? Aquí aún sobran camas.

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