Read La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos Online
Authors: Andrew Butcher
Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga
Este inclinó la cabeza. No estaba en posición de contradecir al alienígena. Nunca había estado en posición de contradecir a nadie.
—La raza humana ha demostrado ser genéticamente inferior a nosotros. Sois débiles y habéis sido conquistados. Habéis demostrado que solo servís para ser esclavos y en esclavos os convertiréis. Con contadas excepciones. Como las de quienes resultan ser demasiado débiles hasta para llevar a cabo sus funciones de esclavos… Estos son eliminados, como has podido comprobar. Pero otros prosperarán, aquellos en los que percibimos un potencial, aquellos en los que nuestros instrumentos detectan una serie de características que encontramos positivas, cualidades que pueden llegar a convencernos, con el tiempo, de que quien las posee no se cuenta entre los débiles, sino entre los fuertes, como nosotros. Solo un reducido grupo de afortunados se encuentra en esa posición privilegiada y tú eres uno de ellos.
—¿Qué? —¿Y aquello era bueno? Desde luego, sonaba bien. «Privilegiado» siempre sonaba bien. ¿Significaba eso que iba a vivir? ¿Qué tenía que hacer para seguir vivo?
Shurion esbozó una débil sonrisa.
—El procesamiento nos enseñó mucho sobre ti, Simon. Sospecho que has tenido una vida difícil, ¿no es así? Sospecho que tus iguales nunca te apreciaron o te comprendieron, ¿cierto? Puedo ver la lucha continua que ha sido tu vida, Simon. Infravalorado. Subestimado. ¿Puede que incluso convertido en víctima? ¿Atormentado? El objetivo de todas las burlas. De todas las bromas.
Tenía razón en todo, por supuesto. Y Simon no quería echarse a llorar allí mismo, no en aquel momento, delante del comandante Shurion, pero hasta sus propias lágrimas ignoraban sus deseos.
—Te has visto obligado a recorrer un camino solitario, ¿no es así, mi joven amigo? Y durante muchos años. Los demás te excluyeron, ¿me equivoco? Te convirtieron en un apestado, tus iguales te rechazaron sin llegar a conocer tu auténtica valía. Pero yo sí la veo, Simon Satchwell, y te ofrezco la oportunidad de unirte.
—¿A… vosotros? —Simon estaba confundido. Su mente era un caos de emociones, amargura, dolor, odio, compañeros a cuya presencia ya estaba acostumbrado—. No entiendo.
—Demuestra tu lealtad hacia nosotros, Simon, y nosotros te seremos leales.
—¿Cómo? Quiero decir… —Era un truco. Tenía que serlo. Shurion quería aprovecharse de su debilidad y engañarlo. Travis se hubiese negado a escuchar una palabra más. Tenía que hacer lo que Travis. Travis jamás lo hubiese abandonado. Era a Travis a quien debía lealtad—. No puedo… —gimió Simon. Pero ¿y si la única alternativa era la celda de desechos?
—Ah, qué valiente por tu parte decir que no puedes, Simon —reconoció Shurion, asintiendo con su blanca cabeza en señal de admiración—. Qué noble. Hice bien en escogerte. Crees que has de ser leal a quienes llamabas amigos en el pasado, ¿no es así?
—Sí.
—Crees que si te alías con nosotros habrás traicionado a tus amigos, ¿no es así?
—Sí… sí.
—Pero no son tus amigos, Simon. Y son ellos los que te han traicionado a ti.
Simon no le creyó. No quería creer lo que el comandante Shurion pasó a contarle. El problema no era que hubiesen tramado una fuga. Era lo esperado. Y no le extrañó que hubiese sido Travis quien la instigó e inspiró. Pero que hubiesen buscado su propia libertad abandonando a Digby y al resto a su suerte era algo que no pudo aceptar. Al principio. Pero el comandante Shurion insistió en que así había sido. Le dijo a Simon que habían contado con ayuda. Un cosechador traidor les había enseñado cómo huir de su celda. Sabiendo eso, podrían haber buscado en otras celdas hasta dar con la de Simon y sus fallecidos compañeros. Si hubiesen querido. Si se hubiesen molestado. Pero no fue así. Huyeron para salvar su propio pellejo. No se preocuparon por Simon. Así lo habían demostrado.
—No… no —se resistió Simon—. No me lo creo. —Travis no lo abandonaría. Le había prometido que no lo haría. Y si había incumplido su promesa, bueno, entonces no sería mejor que el resto. No sería mejor que Coker. ¿Qué haría Simon si todo aquello era cierto?
Entonces Shurion le mostró fragmentos de la fuga en la pantalla, en la que vio a gente que él reconocía; a Mel, a Jessica, a Travis, a Tilo, a Antony Clive y a Coker, fuera de la nave y corriendo hacia el bosque. Otros caían abatidos mientras aquellos a quienes él había considerado erróneamente sus amigos, sus únicos amigos, conseguían escapar. Y Travis, Mel, Coker y Clive estaban armados. Deberían haberlo rescatado. Los subyugadores les hubiesen dado tiempo suficiente para ello. Eso dijo el comandante Shurion.
—O quizá el traidor que tengo entre mi tripulación le sugirió liberar a quienes se encontraban en la celda de despojos y tus… —Hizo una pausa—. Tus amigos rechazaron la oferta. Quizá pensaron que solo los retrasarías. Independientemente de cuál fuese el curso de los acontecimientos, sus acciones hablan por sí mismas, mucho más alto que sus proclamas de lealtad, mi joven amigo. La verdad es que te abandonaron. No les debes nada.
Y después de todo, Travis se había llevado a Richie Coker consigo. Una vez más había preferido a Coker. Aquello sí que era grave. No tenía perdón. Travis tenía que descubrir la magnitud de su error.
—Aún no hemos capturado al cosechador traidor del que te he hablado —aseguró Shurion con los ojos llenos de rabia—. He interrogado a los terrícolas que capturamos de nuevo, pero afirman que solo el llamado Travis Naughton conoce su identidad.
Por supuesto
, pensó Simon con amargura. Travis lo sabía todo. Incluyendo cómo comportarse como un amigo… siempre que le conviniese. Y eso era imperdonable.
—Así es como puedes ayudarme, Simon. —La voz de Shurion se adentró en la conciencia de Simon como una serpiente—. Y como puedes ayudarte a ti mismo. Así es como puedes demostrar que eres lo bastante fuerte para ser amigo de los cosechadores. Necesito saber el nombre del traidor.
—Pero ¿cómo voy a descubrirlo si…?
—Voy a liberarte, Simon. Encuentra a Travis Naughton. Haz que te dé su nombre. Tu recompensa por llevar a cabo este pequeño cometido será grande, pues si finalizas la misión con éxito te libraré del cautiverio que aguarda a tu especie y pasarás de esclavo a amo.
Eso sí que sería un cambio, ¿verdad? Nada menos que de esclavo a amo. Eso le supondría una gran lección a Travis. Se la supondría a todos. La tarde anterior estaba en lo cierto: el comandante Shurion había visto lo que él era realmente. Pero, pese a ello…
—Quiere que sea un espía —dijo Simon. Dicho así, sonaba muy mal.
—Nuestro agente —le corrigió Shurion, y la verdad es que sonaba mejor—. Mi agente. Nadie conoce nuestro pequeño plan salvo tú y yo, así que nadie puede advertir al joven Travis. Estoy depositando mi confianza en ti, Simon. ¿Cuándo fue la última vez que uno de tus mal llamados amigos hizo eso?
No le faltaba razón. Lo habían dejado atrás para que muriese. No tenían perdón. Deberían haberlo sabido, deberían haber sabido qué suerte lo esperaba. Cabrones. Coker. Clive. Las chicas. Chicas a las que nunca había gustado, no, ni siquiera a Jessica Lane. Cabrones.
—¿Qué me dices, Simon?
Y Travis. Travis por encima de todos. Travis más que cualquiera de ellos. Dijo una cosa. Hizo otra. Le hizo promesas que no tenía intención de mantener, promesas que en realidad eran mentiras. Cabrón. Maldito cabrón.
—¿Jurarás una nueva lealtad? ¿Te convertirás en agente de los cosechadores?
Simon ya había experimentado suficiente dolor y sufrimiento en su vida. Ahora le tocaba a otro. Le tocaba a Travis. Lo que había hecho era imperdonable. No quería morir y no moriría. Miró al comandante Shurion fijamente a los ojos, sacando algo parecido al coraje del dolor y la rabia que le provocaba aquella injusticia. Y con un sencillo y simple ademán, aceptó.
Desde aquel momento, Simon Satchwell sería un aliado de los cosechadores.
Los misiles aparecieron de la nada.
En un instante, la nave de los cosechadores se perfilaba ante el cielo despejado bañada por el sol a las afueras de un pueblecito vacío, como si fuese parte del paisaje de la campiña inglesa. Al siguiente, la calma matinal quedaba hecha pedazos por el estruendo de los misiles, que surgieron de improviso en su viaje hacia el suelo.
Solo tenían un objetivo.
Pero la nave de los cosechadores no parecía inmutarse por la destrucción que pudiesen causar. Mantuvo su altanero silencio mientras los misiles se aproximaban cada vez más, rechazando la oportunidad de defenderse. Se limitó a esperar, con su argenta estructura brillando bajo el sol.
Quienes programaron los misiles hicieron un buen trabajo. Ninguno de ellos iba a fallar su objetivo.
Y así fue. La salva golpeó a la nave con una andanada de detonaciones tan potente que la tierra tembló y los edificios colindantes explotaron, como si quisiesen mostrar su solidaridad con la nave alienígena. Resultó ser un gesto innecesario.
Los misiles, tan llenos de ruido y furia, no causaron el menor efecto. Ni siquiera hicieron una muesca en la poderosa hoz de la nave de los cosechadores, ni una marca, ni un rasguño. Quizá el titilante y crepitante brillo azul que cubría toda su superficie tuviese algo que ver.
—Es un escudo de energía —dijo la doctora June Mowatt, aunque los seis adolescentes ya habían llegado a la misma conclusión—. Hace que la nave sea completamente invulnerable, inmune a todo daño. —Eso también lo habían visto con sus propios ojos. La doctora Mowatt cruzó los dedos ante la gran pantalla de la sala de reuniones, ante la cual estaban reunidos los siete, acompañados por el capitán Taber—. Poco después de que el bombardeo fracasase, los cosechadores enviaron varios de sus… ¿dijiste que se llamaban recolectores? Eso, sus recolectores. Asumiremos que rastrearon el origen de los misiles y se vengaron. También supondremos, a juzgar por el hecho de que ya apenas se llevan a cabo ataques contra los alienígenas, que las ofensivas de estos han resultado ser mucho más eficaces que las de nuestros compatriotas. —Apagó la pantalla y orientó su asiento hacia la mesa—. Cuando ayer os conté que no hemos restablecido las comunicaciones con ninguno de los otros Enclaves, omití explicaros que nuestros motivos van más allá de los puramente técnicos. Somos bastante reacios a restaurar la comunicación por si el Enclave con el que contactemos resulta estar tomado por los cosechadores, que de este modo sabrían de nuestra existencia. Aún no estamos listos para combatirlos.
—Pues más vale que lo estéis… con todo respeto —dijo Travis, a quien los demás encontraron un poco más tenso de lo habitual aquella mañana—. Y pronto. O no tendremos nada por lo que pelear porque ya será demasiado tarde. Ni siquiera acabaremos en criotubos.
—Señor Naughton, sería una locura entablar combate con el enemigo cuando nuestras armas no pueden penetrar su escudo defensivo —dijo el capitán Taber—. Sería un desperdicio de hombres y municiones. Los sacrificios sin propósito no ganan guerras.
—Tampoco quedarse sentado sin hacer nada —dijo Travis con brusquedad.
—Tranquilo, Trav. —Mel le masajeó la espalda. Le sorprendía que Tilo no estuviese sentada al lado de Travis, pero la pelirroja había optado por sentarse al lado de Richie Coker, al otro lado de la mesa—. Al capitán Taber tampoco le falta razón, ¿no te parece?
—Ah, ¿y a mí? —replicó Travis—. La nave de la grabación no era en la que estuvimos capturados. ¿Cómo sabemos si la nave de Shurion también tiene esos escudos?
—Si me permites, Travis —intervino Antony—, creo que la respuesta del capitán Taber sería: «¿Y cómo sabemos que no los tiene? ¿Qué sentido tiene equipar unas naves con escudos y otras no? Hasta la última de ellas debe de estar esperando un posible ataque».
Travis resopló con escepticismo.
—Pues tal y como están las cosas por aquí, el comandante Shurion se va a llevar una decepción.
—Entiendo sus sentimientos, señor Naughton —dijo Taber—, pero no puedo autorizar una acción y poner en peligro las vidas de mis hombres sin saber de antemano cómo neutralizar el escudo de los alienígenas.
—Imagino que eso es algo en lo que ya estarán trabajando sus científicos, ¿no es así, doctora Mowatt?
—Mis científicos están trabajando en muchas cosas —aseguró la doctora con orgullo—. En turnos, las veinticuatro horas del día. Entre otras, intentando identificar la naturaleza de la energía empleada por los cosechadores en sus escudos. Buscando el modo de devolverles el golpe. —Miró a Travis por el rabillo del ojo—. Incluso intentando encontrar una cura para la enfermedad. Contamos con información que nos enviaron unos compañeros que trabajaban en una instalación del desierto… antes de morir. Encontraron cerca de la base uno de los cilindros que ahora sabemos que trajeron el virus a la Tierra. Sus descubrimientos nos han sido de ayuda pero, salvo por momentos como el «eureka» de Arquímedes, el progreso científico lleva tiempo.
—Tiempo que los alienígenas emplean en cosechar esclavos —dijo Travis con mala cara—. Miren, puede que tengan razón en que no sería correcto montar una operación a gran escala ahora mismo, eso lo acepto, pero mientras tanto habrá algo que podamos hacer, ¿no? Miren todo el espacio que tenemos aquí abajo, los pasillos enteros llenos de habitaciones vacías en la planta de los dormitorios. ¿Por qué no las llenamos? ¿Por qué no hacemos que vuestros ojos vigía traigan a los jóvenes aquí para que podamos cuidar de ellos? Así los salvaríamos de convertirse en esclavos. Eso podemos hacerlo, ¿no?