Read La tierra moribunda Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

La tierra moribunda (24 page)

BOOK: La tierra moribunda
5.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿La habilidad para destruir a Blikdak está entonces aquí? —preguntó Shierl.

—Por supuesto, por supuesto; nuestra tarea será simplemente hallar la información. ¿En qué caja debemos buscar? Consideremos esas categorías: Demonología; Muertes y Asesinatos; Exposiciones y Disoluciones del Mal; Historia de Granvilunde (donde una de tales entidades fue repelida); Hiperredes Atractivas y Detractivas; Terapia para Alucinantes y Cazafantasmas; Diario Constructivo, división de regeneración de paredes reventadas, subdivisión de invasión por demonios; Sugerencias de Procedimientos en Épocas de Riesgo…, bien, ésos y un millar más. En algún lugar tiene que estar el conocimiento de cómo eliminar el aborrecido rostro de Blikdak y devolverlo a su cuasilugar. ¿Pero dónde mirar? No hay índice General; nada excepto la pobre sinopsis compilada por mí. Quien quiere hallar un conocimiento específico debe iniciar a menudo una extensa búsqueda… Su voz se apagó. Luego:

—Adelante! Adelante por entre los bancos hasta el Mecanismo.

Así que echaron a andar por entre los bancos, como cucarachas en un laberinto, y tras ellos derivaba flotando la jaula de luz con el gimiente fantasma. Finalmente penetraron en una cámara que olía a metal; de nuevo Kerlin dio instrucciones a Guyal, y Guyal llamó:

—¡Atiende, Lumen; atiende!

Los tres caminaron por entre intrincados dispositivos, Guyal perdido y maravillado más allá de toda pregunta, pese a que su cerebro seguía doliéndole con el deseo de conocimiento.

Kerlin detuvo la jaula de luz frente a una alta cabina. Un panel vitreo cayó ante el fantasma.

—Observad ahora —dijo Kerlin, y manipuló los activadores.

Vieron al fantasma reproducido y proyectado; la flotante ropa, el extraviado rostro. El rostro se hizo más largo, pareció aplastarse; un segmento bajo el vacío ojo se convirtió en un escabroso paisaje blanco. Se escindió en pústulas, y una sola pústula se hinchó hasta llenar todo el panel. El cráter de la pústula era una superficie intrincadamente granulosa, algo parecido a una tela, tejida en un esquema como de encaje.

—¡Mirad! —exclamó Shierl—. ¡Es un tejido denso, como hecho con cuerdas!

Guyal se volvió ansiosamente a Kerlin; Kerlin alzó un dedo reclamando silencio.

—Muy bien, muy bien, un espléndido pensamiento, especialmente puesto que aquí a nuestro lado tenemos un rotor de gran velocidad, utilizado para rebobinar los filamentos cognitivos de las cajas… ahora observad: busco en este panel, selecciono una malla, extraigo un hilo, ¡y ved! La malla se desenreda y se deshace. Y ahora la rebobino en el rotor, y hago un nudo en el hilo para asegurarlo, y ahora ya tenemos preparada la trampa…

—¿No se habrá dado cuenta el fantasma de lo que hemos hecho? —dijo Shierl dubitativamente.

—En absoluto —afirmó Kerlin—. El panel de cristal escuda nuestras acciones; y él está demasiado ocupado para fijarse en esto. Y ahora disolveré la jaula y lo dejaré libre.

El fantasma se alejó, huyendo de la luz.

—¡Vete! —exclamó Kerlin—. ¡Vuelve a tu generador; regresa de donde has venido!

El fantasma partió. Kerlin dijo a Guyal:

—Sigúelo; comprueba cuándo Blikdak lo absorbe de nuevo.

Guyal siguió al fantasma a una cautelosa distancia y vio como penetraba de nuevo en la negra fosa nasal, y regresó donde aguardaba Kerlin junto al rotor.

—El fantasma se ha convertido de nuevo en parte de Blikdak.

—Bien —dijo Kerlin—. Pondremos en marcha el rotor, haremos que rebobine, y observaremos lo que ocurre.

El rotor giró y zumbó y se convirtió en una mancha imprecisa; la bobina (larga como el brazo de Guyal) se hinchó con el hilo fantasmal, primero reluciendo de forma polícroma, luego anacarada, luego de un suave color marfil lechoso.

El rotor giró, un millón de veces por minuto, y el hilo atraído sin ser visto ni detectado por Blikdak fue llenando la bobina.

El rotor giró; la bobina estaba llena…, un brillante cilindro de resplandeciente hilo de seda. Kerlin frenó el rotor; Guyal colocó una nueva bobina en su lugar, y el devanado de Blikdak continuó.

Tres bobinas…, cuatro…, cinco…, y Guyal, observando a Blikdak desde lejos, vio que el rostro del gigante se inmovilizaba progresivamente, su boca se agitaba rítmicamente, produciendo aquel sonido rítmico que a su llegada había sido origen de su aprensión.

Ocho bobinas. Blikdak abrió los ojos, miró desconcertado la estancia a su alrededor.

Doce bobinas: una mancha descolorida apareció en la colgante mejilla, y Blikak se agitó, inquieto.

Veinte bobinas: la mancha se había extendido a todo el rostro de Blikdak, y su boca colgaba flaccida; silbaba y se estremecía.

Treinta bobinas: la cabeza de Blikdak parecía marchita y putrefacta; el lustre metálico mate había adquirido un malsano tono amarronado, los ojos eran protuberantes, la boca colgaba abierta, la lengua sobresalía flaccida.

Cincuenta bobinas: Blikdak se derrumbó. El domo de su cráneo cedió sobre su febril boca; sus ojos brillaban como enfebrecidos carbones.

Sesenta bobinas: Blikdak ya no existía.

Y con la disolución de Blikdak se disolvió también Jeldred, el demoníaco lugar creado para alojar al demonio. La brecha en la pared se convirtió en roca desnuda, no agrietada y rígida.

Y en el Mecanismo sesenta resplandecientes bobinas estaban cuidadosamente apiladas en un rincón; el demonio así desorganizado brillaba con una iridiscente pureza.

Kerlin se reclinó contra la pared.

—Expiro; mi tiempo ha llegado. He guardado bien el Museo; juntos hemos vencido a Blikdak… Ahora escúchame. A tus manos paso la conservación; ahora el Museo es tu carga: tienes que guardarlo y conservarlo.

—¿Con qué fin? —exclamó Shierl—. La Tierra expira, casi como tú… ¿Para qué el conocimiento?

—Ahora más que nunca —jadeó Kerlin—. Escucha: las estrellas son brillantes, las estrellas con acogedoras; los bancos saben la bendita magia para llevaros volando a climas más jóvenes. Ahora… debo irme. Muero.

—¡Espera! —exclamó Guyal—. ¡Espera, te lo suplico!

—¿Por qué esperar? —susurró Kerlin—. El camino de la paz está ya en mí; ¿por qué me llamas de vuelta?

—¿Cómo puedo extraer el conocimiento de los bancos?

—La llave del índice está en mis habitaciones, el índice de mi vida… —y Kerlin murió.

Guyal y Shierl subieron a la superficie y se detuvieron inmóviles en el portal de la antigua puerta enlosada. Era de noche; el mármol resplandecía débilmente a sus pies, las rotas columnas se alzaban hacia el cielo.

Al otro lado de la llanura las amarillas luces de Saponce brillaban cálidas por entre los árboles; muy arriba en el cielo resplandecían las estrellas.

Guyal dijo a Shierl:

—Ese es tu hogar; ahí está Saponce. ¿Quieres regresar?

Ella agitó negativamente la cabeza.

—Juntos hemos mirado a través de los ojos del conocimiento. Hemos visto la antigua Thorsingol, y el imperio Sherit antes que ella, y Golwan Andra antes que eso, y los Cuarenta Kades antes aún. Hemos visto a los guerreros hombres verdes, y al inteligente Pharials, y a los clambs, que partieron de la Tierra en dirección a las estrellas, como hicieron los merioneth antes que ellos y los magos grises mucho más atrás. Hemos visto los océanos ascender y retirarse, las montañas plegarse, subir a grandes alturas y desmoronarse lentamente ante el golpeteo de la lluvia; hemos mirado al sol cuando resplandecía caliente y lleno de vitalidad y amarillo… No, Guyal, no hay lugar para mí en Saponce…

Guyal, reclinándose en la columna carcomida por la intemperie, alzó la vista hacia las estrellas.

—El conocimiento es nuestro, Shierl… todo el conocimiento, a nuestra llamada. ¿Qué vamos a hacer con él? Juntos, miraron fijamente a las blancas estrellas.

—Lo que haremos con él…

John Holbrook Vance, conocido por su pseudónimo Jack Vance, nació en San Francisco el 28 de agosto de 1916. Creció en San Francisco y, posteriormente, en una granja cerca de Oakley, en el delta del río Sacramento. Abandonó temprano sus estudios para trabajar en una conservera y en una draga, pero los retomó para estudiar Ingeniería, Física, Periodismo e Inglés en la Universidad de Berkeley. Durante este periodo trabajó como electricista en los astilleros de Pearl Harbour.

En 1940 comienza a escribir sus primeros libros. Se graduó en 1942 y sirvió durante la guerra en la marina mercante. En 1946 se casa con Norma Ingold y viven con su hijo en una casa construida por Vance. Realizaron numerosos viajes alrededor del mundo, viviendo en sitios como Tahití, Italia o una casa-barco en Cachemira.

Gran amigo de Frank Herbert y Poul Anderson, los tres compartieron una casa-bote en el delta del río Sacramento. Los Vance y los Herbert vivieron juntos en Mexico una temporada.

Trabajó como marino, tasador, ceramista y carpintero antes de poder dedicarse por completo a la escritura en 1970.

BOOK: La tierra moribunda
5.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Santa In Montana by Dailey, Janet
Popcorn by Ben Elton
Undercover Lover by Jamie K. Schmidt
Kingdom of Cages by Sarah Zettel
Vamplayers by Rusty Fischer
Giants by Heppner, Vaughn
They Had Goat Heads by Wilson, D. Harlan