La última noche en Los Ángeles (37 page)

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Authors: Lauren Weisberger

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BOOK: La última noche en Los Ángeles
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Su mente se llenó de pensamientos rencorosos que hicieron que todavía se sintiera peor. Nada de aquello habría pasado si no hubiera sido por Julian. Siempre tenía que seguirlo, acompañarlo, apoyarlo, si no quería dejar de verlo por completo. Era una situación imposible. Sintió un nudo en la garganta.

Se bebió todo el vaso de agua, lo dejó en la mesa e inspiró tan profundamente como se lo permitió el vestido. La semana siguiente se presentaría en el hospital y suplicaría, rogaría y se arrastraría, hasta convencerlos a todos de que merecía su empleo; pero de momento, tenía que hacer lo posible para quitarse el problema de la cabeza. Se limpió el rímel corrido con un paño tibio y se prometió que Julian ni siquiera sospecharía que algo iba mal. Aquella noche había que rendir homenaje a su éxito, compartir su emoción y disfrutar de toda la atención que estaba recibiendo. Había que vivir plenamente cada momento y grabarlo en la memoria.

No tuvo que esperar mucho. La puerta del dormitorio de la suite se abrió unos minutos más tarde y apareció Julian. Parecía nervioso e incómodo, probablemente a causa de la ansiedad previa a la actuación y al traje extraordinariamente brillante que llevaba puesto, combinado con una camisa a medio abotonar, que dejaba a la vista una extensión alarmante de pecho. Brooke se obligó a sonreír.

—¡Hola! —Sonrió, mientras se volvía para que él la viera—. ¿Qué te parece?

Julian consiguió componer una sonrisa rígida, con expresión distraída.

—¡Vaya! Estás preciosa.

Brooke estaba a punto de recordarle que todo su esfuerzo merecía bastante más entusiasmo por su parte, cuando se fijó más detenidamente en su cara. Con las facciones contraídas como si padeciera auténtico dolor, Julian se dejó caer en un sillón de terciopelo.

—¡Debes de estar tan nervioso! —dijo ella, dirigiéndose hacia él. Intentó arrodillarse a su lado, pero su vestido no se lo permitió, por lo que se quedó de pie junto al sillón—. Estás guapísimo.

Julian guardaba silencio.

—¡Ánimo, mi amor! —le dijo, cogiendo una de sus manos entre las suyas. Se sentía un poco falsa, fingiendo que todo iba bien, pero se recordó que estaba haciendo lo correcto—. Es natural estar nervioso, pero esta noche será…

La mirada de Julian hizo que se interrumpiera a mitad de frase.

—¿Qué pasa, Julian? ¿Qué es lo que va mal?

Julian se pasó los dedos por el pelo e hizo una inspiración profunda. Cuando al fin habló, su voz grave y monótona hizo que Brooke sintiera escalofríos.

—Tengo algo que decirte —empezó, con la mirada fija en el suelo.

—Bueno, dímelo. ¿Qué es?

Julian inhaló y exhaló lentamente el aire, y en aquel momento Brooke supo que el problema no tenía nada que ver con sus nervios. Empezó a recorrer mentalmente todas las horribles posibilidades. Quizá estaba enfermo, con un cáncer o un tumor cerebral. O uno de sus padres estaba enfermo. O alguien había sufrido un espantoso accidente de tráfico. ¿Alguien de su familia? ¿La pequeña Ella? ¿Su madre?

—¡Julian, dime qué ha pasado, por favor! Estoy aterrorizada. Tienes que decírmelo.

Por fin, él le devolvió la mirada con expresión resuelta. Durante una fracción de segundo, Brooke pensó que el momento había pasado y que podrían continuar con los preparativos; pero con igual rapidez, Julian recuperó la misma expresión, se puso en pie y se dirigió hacia la cama.

—Brooke, creo que deberías sentarte —dijo, dando a su nombre un tono siniestro—. No te gustará lo que vas a oír.

—¿Estás bien? ¿Están bien tus padres? ¡Julian!

Brooke sintió pánico; estaba absolutamente segura de que había sucedido algo demasiado horrible para asimilarlo.

Él levantó una mano y meneó la cabeza.

—No, no es nada de eso. Es acerca de nosotros.

—¿Qué? ¿Acerca de nosotros? ¿Qué tienes que decirme acerca de nosotros?

¿Realmente se le había ocurrido elegir aquel momento para hablar de su relación?

Julian tenía la mirada fija en el suelo. Brooke le apartó la mano y lo sacudió por un hombro.

—¡Julian! ¿De qué demonios estás hablando? ¡Basta de rodeos! ¡Dilo de una vez, sea lo que sea!

—Al parecer, se han publicado unas fotos.

Lo dijo exactamente en el mismo tono que habría utilizado para anunciar que le quedaban tres meses de vida.

—¿Qué clase de fotos? —preguntó Brooke, pero de inmediato supo a qué se refería.

Volvió a ver en un destello a la periodista del ascensor, unas horas antes. Había sido testigo de la rapidez con que se había difundido la noticia de su embarazo inexistente. Había leído durante meses tonterías sobre el «idilio» con Layla Lawson. Pero nunca se habían publicado verdaderas fotografías.

—Fotos que no son agradables de ver, pero que tampoco cuentan toda la historia tal como sucedió.

—Julian…

Julian suspiró.

—No son nada agradables.

—¿Mejores o peores que las fotos de Sienna?

Sólo un par de semanas antes habían estado hablando de aquellas infames fotografías. Irónicamente, era Julian quien no podía entender que un hombre casado y padre de cuatro hijos se dejara fotografiar en el balcón de una habitación de hotel, abrazado a una actriz semidesnuda. Brooke había propuesto varias explicaciones perfectamente lógicas para demostrarle que quizá no todo fuera lo que parecía, pero al final había reconocido que no había ninguna razón legítima para que Balthazar Getty apareciera cogiéndole un pecho a Sienna en una foto y metiéndole la lengua hasta la garganta en otra. ¿Por qué no se había quedado dentro del hotel, si estaba a medio vestir, engañando a su mujer con otra?

—Más o menos iguales. Pero, Brooke, te juro que no fue tan malo como parece.

—¿Más o menos iguales? ¿Y qué es lo que «no fue tan malo», si supuestamente no pasó nada?

Brooke fijó la vista en Julian hasta que sus miradas se encontraron. La expresión de su marido era de vergüenza.

—Enséñamelas —dijo, alargando la mano para que él le diera la revista enrollada que apretaba con fuerza en el puño.

Julian desenrolló la revista y Brooke vio que era un ejemplar de
Spin
.

—No, ésta no es. La estaba leyendo antes. ¿Me dejas que te lo explique primero, Brooke? Las fotos están tomadas en el Chateau Marmont y ya sabes lo ridículo…

—¿Cuándo estuviste en el Chateau Marmont? —lo interrumpió Brooke, con un tono de voz que a ella misma le pareció detestable.

La pregunta le cayó a Julian como una bofetada. Tenía los ojos muy abiertos por la incredulidad (o quizá el pánico) y estaba absolutamente pálido.

—¿Cuándo estuve en el Chateau? Estuve… vamos a ver… cuatro, cinco… el lunes pasado. ¿Recuerdas? Ese día tocamos en Salt Lake City y después cogimos un vuelo para Los Ángeles, todos juntos, porque ya no íbamos a tocar hasta el miércoles. Te lo dije, ¿recuerdas?

—Sí, pero la semana pasada me lo contaste de otra forma muy diferente —dijo ella con voz serena, pero sintiendo que las manos le empezaban a temblar de nuevo—. Recuerdo claramente que me dijiste que ibas a Los Ángeles para reunirte con alguien (no recuerdo muy bien con quién), pero no mencionaste nada de una noche libre.

—¿Eh?

—Lo digo porque no dejas de repetir que haces todo lo posible para volver a casa siempre que puedes, aunque sólo sea por una noche. Pero, aparentemente, esa noche fue una excepción.

Julian se puso bruscamente en pie y fue hacia Brooke. Intentó abrazarla, pero ella se escabulló como una venada asustadiza.

—Brooke, ven aquí. Yo no… no me acosté con ella. No es lo que parece.

—¿Así que no te acostaste con ella? ¿Se supone que ahora tengo que adivinar lo que pasó en realidad?

Él se pasó los dedos por el pelo.

—No es lo que parece.

—¿Y qué es, entonces? ¿Qué demonios pasó, Julian? Evidentemente, tuvo que ser algo, porque hasta ahora nunca habíamos tenido una conversación como ésta.

—Es sólo que… es complicado.

Ella sintió un nudo en la garganta.

—Dime que no ha pasado nada. Dime: «Brooke, todo es falso. Han distorsionado por completo la verdad», y yo te creeré.

Brooke lo miró y él apartó la vista. Era todo lo que necesitaba saber.

Por una razón que ni ella misma entendió, Brooke sintió que toda la rabia desaparecía al instante. No se sintió mejor, ni reconfortada, pero fue como si alguien se hubiera llevado toda su ira y la hubiera reemplazado por una profunda y fría sensación de dolor. Se sentía incapaz de hablar.

Permanecieron sentados en silencio, sin atreverse a decir nada ninguno de los dos. Para entonces, Brooke estaba temblando: las manos, los hombros, todo. Julian tenía la mirada fija en sus propias rodillas y ella tenía ganas de vomitar.

Finalmente, dijo:

—Me han despedido.

Él levantó bruscamente la cabeza:

—¿Qué?

—Hace un momento. Margaret me ha dicho que la dirección no está conforme con mi «compromiso con el programa». Porque falto mucho. Porque he cambiado más guardias y pedido más días libres en los últimos seis meses que la mayor parte del personal en diez años. Porque estoy demasiado ocupada siguiéndote por todo el país, alojándome en suites fastuosas y luciendo diamantes.

Julian dejó caer la cabeza sobre las manos.

—No lo sabía.

Alguien llamó a la puerta. Como ninguno de los dos respondió, Natalya asomó la cabeza.

—Necesitamos hacer un último repaso de los dos, para después empezar a salir. Se os espera en la alfombra roja dentro de veinticinco minutos.

Julian asintió y Natalya volvió a cerrar la puerta. Julian miró a Brooke.

—Lo siento, Rook. No puedo creer que… que te hayan echado. Era una suerte para ellos contar contigo y ellos lo sabían.

Volvieron a llamar a la puerta.

—¡Ya vamos! —gritó Brooke, con más fuerza de lo que habría querido.

Aun así, la puerta se abrió y entró Leo. Brooke vio cómo el hombre recomponía su expresión para convertirla en la de una persona apaciguadora, conciliadora, comprensiva y confidente en los momentos difíciles, y tuvo ganas de vomitar.

—¿Nos dejas un minuto, Leo? —dijo, sin molestarse en disimular su disgusto.

Leo entró y cerró la puerta tras de sí, como si no la hubiera oído.

—Brooke, nada de esto es fácil y lo comprendo, créeme, pero los dos tenéis que estar en esa alfombra roja en menos de treinta minutos, y tengo la obligación de asegurarme de que estéis listos.

Julian asintió. Brooke sólo pudo mirarlo con expresión vacía.

—Todos sabemos, claro está, que esas fotos no son más que basura. Tarde o temprano, llegaré al fondo del asunto y obligaré a esa gente a desdecirse. —Leo hizo una pausa, para dar a sus interlocutores la oportunidad de asimilar el alcance de su poder y su influencia—. Mientras tanto, me gustaría que os prepararais para salir.

—Muy bien —dijo Julian, que en seguida miró a Brooke—. Supongo que deberíamos acordar una respuesta oficial a cualquier pregunta, como pareja, y mostrar un frente unido.

Brooke se dio cuenta de que la rabia que había sentido al principio de su conversación se había ido transformando lentamente en una profunda tristeza. «¿Qué ocurre cuando tu marido empieza a parecerte un extraño?», se preguntó. Antes, Julian prácticamente era capaz de terminar las frases que ella empezaba y ahora en cambio no la entendía.

Hizo una inspiración profunda.

—Podéis decidir vosotros dos cuál será la «respuesta oficial». A mí no me interesa particularmente. Ahora voy a terminar de vestirme. —Se volvió hacia Julian y lo miró a los ojos—. Iré contigo esta noche, sonreiré ante las cámaras y te cogeré la mano en la alfombra roja; pero en cuanto acabe la ceremonia, me voy a casa.

Julian se levantó y se sentó a su lado en la cama. La cogió de las manos y dijo:

—Brooke, por favor, te lo suplico… No dejes que…

Ella se soltó de sus manos y se apartó varios centímetros.

—Ni se te ocurra culparme a mí. Yo no soy la causa de que tengamos que presentar un frente unido, ni de que necesitemos una declaración oficial para la prensa. Pensadla vosotros.

—Brooke, por favor, ¿no podríamos…?

—No la contraríes, Julian —intervino Leo, con una voz cargada de sabiduría y experiencia, acompañada de una expresión que parecía decir: «Al menos acepta ir a la gala. ¿Te imaginas qué pesadilla para las relaciones públicas si se negara a asistir? Cálmate, dale un poco de coba a la loca de tu mujer y en menos que canta un gallo estarás de camino al escenario».— Haz lo que tengas que hacer, Brooke. Julian y yo nos ocuparemos de todo.

Brooke los miró a los dos, antes de salir otra vez al salón de la suite. Al verla, Natalya se asustó.

—¡Cielo santo, Brooke! ¿Qué demonios le ha pasado a tu maquillaje? ¡Que alguien vaya a buscar a Lionel ahora mismo! —gritó, mientras corría hacia el dormitorio del fondo.

Brooke aprovechó la oportunidad para meterse en el tercer dormitorio, que por fortuna estaba vacío. Cerró la puerta y marcó el número de Nola.

—¿Sí?

El sonido de la voz de su amiga estuvo a punto de hacerla llorar otra vez.

—Hola, soy yo.

—¿Ya te has puesto el vestido? ¿No puedes pedirle a Julian que te haga una foto con la BlackBerry para mandármela? ¡Me muero por verte!

—Escucha. Sólo tengo dos segundos antes de que me encuentren, así que…

—¿Antes de que te encuentren? ¿Te está persiguiendo el asesino de las ceremonias de entrega de premios? —rió su amiga.

—Nola, por favor, préstame atención. Esto se ha convertido en una película de terror. Han aparecido fotos de Julian con una chica. Todavía no las he visto, así que no puedo decir nada, pero parece que son horribles. Y por si fuera poco, me han echado del trabajo por faltar tanto. Mira, ahora no puedo explicártelo, pero quería decirte que voy a salir en el último vuelo para Nueva York en cuanto termine la gala, y estaba pensando en ir a tu casa. Tengo la sensación de que nuestro apartamento estará rodeado por los fotógrafos.

—¿Fotos de Julian con una chica? ¡Oh, Brooke! Estoy segura de que no será nada. Esas revistas publican cualquier mierda que llega flotando hasta su redacción, sea cierta o no.

—¿Puedo ir a dormir a tu casa, Nola? Tengo que salir de aquí, pero entendería perfectamente que prefirieras ahorrarte todo el drama.

—¡Brooke! ¡Cállate ya! Yo misma llamaré y te reservaré plaza en el avión. Recuerdo, por un proyecto que hice en Los Ángeles, que el último vuelo sale a las once y es de American. ¿Te parece bien? ¿Tendrás tiempo? También te reservaré coches de alquiler para ir al aeropuerto y venir a casa.

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