Los incógnitos (5 page)

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Authors: Carlos Ardohain

BOOK: Los incógnitos
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—Sos hermosa, pero tenemos que ir a trabajar.

—Uy, sí, ya casi abren los locales, vamos a arreglarnos. —Y se paró y se fue al baño.

Él se levantó, se arregló la ropa, se emprolijó el pelo y la camisa, se abrochó el cinturón. Le preguntó:

—¿Estás bien?

—Mejor que nunca —le contestó ella desde el baño—, ahora termino y te dejo pasar.

—Bueno, mientras, llamo al bar y pido dos cafés con medialunas.

—Buenísimo, será nuestro primer desayuno juntos.

—Sí, el primero —dijo Equis, y no pudo evitar un pensamiento peligroso, pensó en su mujer que le decía: «Si me entero de que me engañás, te mato».

A las diez llegó Igriega y él ya estaba instalado en la oficina trabajando en la computadora. Decidieron que uno de ellos fuera al mediodía al centro para vigilar el almuerzo y después se quedara hasta la tarde, el otro haría el relevo a eso de las seis y esperaría la salida del trabajo, de ese modo los dos estarían frescos y si hacía falta, el otro podría ir como refuerzo ante un llamado urgente.

Así lo hicieron, durante el día no hubo novedades, a la tarde Benavídez salió de su trabajo, fue al bar de costumbre y tomó un par de cafés con un amigo, después se despidieron y él se encontró con la chica del día anterior. Fueron a comer y Equis comió cerca de ellos, no pudo tomar fotos porque estaba muy cerca, pero vio actitudes inequívocas de intimidad.

Salieron y fueron a buscar el auto, él los esperó en un taxi como había hecho Igriega el día anterior y los siguió, fueron por Córdoba hacia Juan B. Justo y doblaron a la altura de Julián Álvarez, hicieron una cuadra y media y se metieron en un hotel alojamiento. Confirmado. Le avisó por celular a Igriega, y le dijo que se fuera a la casa. Pensaba quedarse en la puerta y tomar una foto del auto saliendo del hotel, debería esperar dos horas, pero no había problema. A la noche lo llamaría a la casa.

Así hicieron.

23

Hola, sí, cómo te fue. ¿Tenés las fotos? Genial, ¿se ven bien? Claro, mientras se identifique el auto, listo. Ah, ¿se ve la patente? Excelente, ¿y el cartel del hotel? ¿También? ¡Sos, un maestro!, ¿y no te vieron? Claro, no podés saber. Buen laburo, Equis. Te pasaste, hoy fue tu día. ¿Ah, sí? ¿Por qué lo decís? Nooo... qué turro, y no me contaste nada. Sí, sí, para no desconcentrarnos. ¿Y te la chupó? Viste que yo te decía. ¿Ahí, en el local? ¿Perrito? No..., sos un hijo de puta, ¿estuvo bueno? Ya veo, sí que te gustó, bueno, me alegro, pero tené cuidado con tu mujer. No, boludo, soy una tumba. Vos no te pises, a ver si resultás el cazador cazado. Que vos le gustabas se notaba mucho, y bien que le mirabas las tetas. Bueno, ahora tenemos una aliada. Con razón la planta. Cuidate esta noche, no dejes traslucir nada, enfocate en tu rol de detective, y date una ducha antes que nada, por si las moscas, los olores, viste, esas cosas. Sí, mañana vemos cómo le hacemos el informe a la esposa del tipo. Para mí ya está. Por las dudas grabá las fotos en tu compu, así tenemos un seguro. Yo voy a la oficina a la mañana, vos venite a la tarde y preparamos todo y llamamos a la mina, ¿a eso de las cuatro? Dale, te espero a esa hora. Y felicitaciones por el doblete, ¡qué día, che!

Igriega cortó y se sirvió una copa de vino, se instaló en la computadora y se puso a escribir, estaba incentivado por las noticias. Escribió bastante y muy rápido, a las dos horas tenía la vista cansada y apagó la computadora.

Se fue a la cama y se sintió solo. Le costó dormirse.

24

Margarita estuvo averiguando toda la mañana cómo conseguir a alguien que le solucionara el problema de los teléfonos, al final encontró un técnico que le prometió pasar al otro día, le dijo que era fácil de arreglar, tenía mucha seguridad cuando hablaba, de manera que ella le dijo que viniera.

Después continuó con la tarea de ordenar el archivo. Le gustaba el trabajo pero la casa la incomodaba un poco, era tan grande, y a pesar de estar llena de muebles, objetos, cuadros, libros, daba la sensación de estar vacía, había algo que la hacía un lugar frío. Decidió que al mediodía saldría a comer afuera, para cambiar de aire. Había visto a dos cuadras un bodegón lindo que parecía ser un lugar agradable. Así que a la una esperó a que viniera Fausto para decirle que saldría, él no puso ninguna objeción y ella salió, el día estaba precioso, se le ocurrió que en días como este podría poner una mesa en el parque y trabajar allí, lo consultaría con Fausto. El bodegón le encantó, era chiquito y cálido, muy acogedor, comió liviano y después tomó un café.

A las dos estaba de regreso en el búnker (se estaba acostumbrando a llamarlo así), el contraste entre la calle y lo que había en el interior del paredón era muy fuerte, recién lo notaba con tanta nitidez. Era muy claramente otro territorio. Volvió a su mesa de trabajo y se concentró en escribir las referencias de las notas periodísticas que había archivadas. A eso de las cinco vino Fausto, temprano, y la invitó a tomar un té. Pasaron a la cocina y se sentaron en la mesada alta. Le dijo que quería pedirle un favor, que no era parte del trabajo, de modo que podía negarse. Le intrigó lo que le decía, parecía un preámbulo de algo serio. Le daba un poco de vergüenza, pero quería pedirle que lo ayudara a buscar algo que él quería encontrar, algo grande, inapresable, difícil.

—¿Qué cosa? —preguntó ella.

—El sentido de la vida —dijo él —. El camino de la felicidad, la paz interior, eso.

Se quedó muda, no sabía qué decir, de repente se le ocurrió que podía ser posible que Fausto estuviera loco, como decía la gente. Era una enormidad, un disparate absoluto lo que le pedía.

Sólo atinó a decir:

—Pero... ¿cómo?

—No, déjeme que le explique.

Entonces le dijo que él tenía una especie de fobia social, no le gustaba estar con gente, como probablemente ella se había dado cuenta, pero quería hacer una investigación, una búsqueda para enterarse de todo lo que se sabía sobre la verdad y el conocimiento: no tenía Internet, ni mucha bibliografía, ni conocía centros de budismo, o yoga, o meditación, o escuelas de trabajo personal con disciplinas orientales, ni nada, no sabía por dónde empezar; pero quería crecer espiritualmente, realizarse por dentro, encontrarse a sí mismo; tal vez debiera leer filosofía, pero necesitaba ayuda, ¿ella podría ayudarlo con esto? No tenía que contestarle ahora, le pidió que lo pensara. Podía no aceptar, eso no afectaría su trabajo ni su relación, él estaba muy conforme con su tarea, esto era totalmente aparte.

—Piénselo, Margarita, nada más, piénselo.

—Sí, claro, Fausto —dijo confundida.

—Gracias, se lo agradezco mucho, estoy un poco solo... Ah, ya son las seis, cuando quiera puede irse Margarita, yo voy a ir otro rato al estudio...

—Gracias, hasta mañana entonces, Fausto.

—Hasta mañana, Margarita.

25

Hacía tiempo que Igriega pensaba retomar su trabajo espiritual, no le gustaba llamarlo así, pero era más o menos eso, se sentía en falta, sentía que había abandonado algo que necesitaba. La última vez que había estado en un grupo de meditación yoga su mente funcionaba más organizada, pensaba con mucha más claridad. De vez en cuando se ponía a meditar, pero por su manera de ser necesitaba método, de lo contrario la constancia desaparecía, se esfumaba. Recordaba especialmente ese último grupo en el que había estado, eran buenas personas, había una compañera que le gustaba y con la que tenía afinidad, un día fueron a tomar un café y charlaron bastante, estaba casada pero no parecía feliz, le dio su teléfono ese día, ella se lo pidió por si algún día no sé qué. Nunca lo llamó. Al poco tiempo abandonó el grupo sin dar explicaciones y después de eso él perdió el interés y también dejó de ir.

Desde entonces no se había integrado a ningún otro grupo. Extrañaba eso. Y de vez en cuando pensaba en esa mujer, no recordaba su nombre, pero sí sus ojos negros, su sonrisa luminosa, lo bien que se había sentido con ella.

26

Volvió a su casa aturdida por lo que le había pedido Fausto. No podía pensar con claridad, era todo tan inesperado, de pronto le pedía un favor así, imposible de abarcar, pero lo vio tan desvalido, parecía perdido. Le daban ganas de ayudarlo, aunque no supiera de qué manera ni por dónde empezar. ¿Qué podía hacer ella? ¿Recomendarle libros? ¿Un gurú? Si ella estaba igual en ese plano, solamente había ido a un grupo de meditación yoga, y se había ido corriendo. Pero... ese compañero suyo que le gustaba, ¿seguiría yendo? Podía consultar con él, seguro que estaría más orientado, de paso tenía la excusa ideal para llamarlo, para volverlo a ver. ¿Dónde estaría esa agenda? ¿Había anotado ahí el número? ¿La habría tirado?

Empezó la búsqueda por la cómoda de su dormitorio, no; la mesa de luz, no; los cajones del escritorio, no; no aparecía por ningún lado. Seguro que la había tirado haciendo limpieza, pero ella solía pasar los números cuando cambiaba de agenda, ¿estaría en la de este año? No. Tenía que encontrar esa agenda. En el placard. No. Tirada debajo de la cama. No. ¡Ya sé! Una cartera, la cartera que usaba en esa época, ¿cuál era? ¿La marrón con flecos? No. ¿La de lona cruda? No. ¿La negra de charol? ¡Sí! La encontré, ahora espero que esté el número acá, a ver.... ¡Sí! Acá está, en Yoga. Debe ser éste, claro, no anoté el nombre por las dudas que lo viera Guillermo, pero no me acuerdo cuál era, bueno, no importa. Lo importante es que tengo el número. ¿Lo llamo o no lo llamo? ¿Ahora o mañana? ¿Qué le digo? ¿Se acordará de mí?

27

A las diez estaba abriendo el local-oficina, tenía sueño y cansancio, no había dormido bien. A pesar del éxito de ayer no estaba contento, tenía la cabeza pesada, saludó a Tamara con la mano y se metió en la agencia. Pidió un café doble sin leche. Tomó dos aspirinas. No sabía qué le pasaba, pero estaba inquieto, decidió ponerse a escribir para instalar la mente lejos de su cuerpo. Había tenido pesadillas pero no las recordaba. Al rato se sentía un poco mejor, las aspirinas, el café, el hecho de haberse concentrado en la escritura le hicieron bien y salió al pasillo, ahora le sonrió a Tamara y le dijo que después iba a ir a su local para que le contara la tirada de ayer, que sabía por Equis que había sido buena. Tamara le dijo que cuando quisiera, encantada. Parecía más joven que ayer, estaba ¿luminosa? Por qué no. La fuerza de Eros. Ahora la galería parecía más linda, entraba la luz del sol por la boca de la entrada, había como un augurio positivo en el aire. Caminó hacia la entrada despacio, saludó al peluquero, saludó a la chica de los celulares, saludó al sastre y al quinielero, ese corredor era un barrio mínimo, una vecindad, como decían en México. Se detuvo en la puerta, la avenida hervía de tránsito y ruido, un tanto excesivo para él, dio media vuelta y volvió a la oficina. Entró y sonó el teléfono, se sentó y levantó el auricular. Era la señora Benavídez para saber si tenían alguna novedad. Le dijo que a la tarde vendría su socio para preparar el informe que hoy le iban a entregar, que a eso de las cinco de la tarde le harían un llamado, pero no le adelantó nada. Tampoco ella preguntó, era discreta y sabía esperar, le gustó eso. Al rato volvió a sonar, era el fotógrafo, quería saber si el sábado les venía bien para hacer las tomas. Le dijo que sí, que lo esperaban. Bárbaro, a las diez estaré ahí. Hecho, gracias Arturo.

La mañana transcurrió, a eso de las doce se cruzó al local de Tamara y ella le contó del arcano XVI, lo viejo que muere, lo nuevo que surge, la potencia del quiebre, y lo que ya le había dicho Equis de otra forma, él no podía dejar de asociar eso con lo que había pasado después entre ellos y él sabía y ella no sabía que él sabía, aunque no le importaría que supiera.

Comió algo, escribió otro rato, leyó un poco, a las cuatro llegó Equis a los gritos:

—Hola detective, arriba las manos.

La verdad es que Equis estaba loco, pero era un tipo súper vital, y a él le hacía bien, para qué negarlo, se llevaban bien, eran como complementos, expansión y repliegue, ancho y alto, base por altura. Se puso feliz con su llegada. Le dijo:

—¿Un gol y ya pensás que ganaste el partido?

Equis lo miró, miró hacia el local de enfrente y le dijo intencionado:

—Dos goles, uno en el primer tiempo y otro en el segundo.

—Touché —le contestó, y le dio un abrazo.

Equis se cruzó a hablar con Tamara, estuvieron un rato cuchicheando y riéndose, después volvió y prepararon el informe, vieron las fotos, que grabaron en un CD, imprimieron todo, llamaron a la señora, se pusieron de acuerdo en que vendría a las seis. Llegó puntual, los saludó, se sentó en una silla y ellos en las otras dos (le habían pedido una prestada a Tamara). Le contaron lo que sabían, lo que habían visto, le dieron el informe impreso, el CD con las fotos que le habían mostrado en pantalla, le repitieron que ellos guardarían discreción.

—Eso lo descuento —les dijo—. Por eso los contraté, se les nota en la mirada la madera de la que están hechos. No hace falta que les diga que con esto su tarea ha concluido. Les voy a hacer un cheque por el resto de sus honorarios. Fue un placer trabajar con ustedes. Los recomendaré.

—Muchas gracias, señora, usted es una dama.

—Qué pena que no todos piensen lo mismo. —Fue todo lo que dijo.

Les dio el cheque, se levantó, les dio la mano y se retiró.

Equis miró a Igriega, miró el cheque y volvió a mirarlo a él.

—¿Me aceptaría una cerveza para festejar, socio?

—Estaba esperando que lo propusiera, detective.

28

Fausto se levantó con una resaca mayúscula. La tarde anterior, apenas se había ido Margarita, se arrepintió de lo que le había dicho, de lo que le había pedido. Le dio vergüenza, rabia, indignación contra sí mismo. Sensaciones habituales en él: un menosprecio hacia su persona, una desvalorización que venía de sí mismo, de un sí mismo que estaba instalado más arriba que su yo, y lo conocía tanto que lo podía atacar en sus flancos más débiles con la única intención de destruirlo. Como resultado se tomó un whisky, después otro y se sintió algo más aliviado, puso música, después se sirvió otro whisky, y luego otro, y otro más, y en algún momento se durmió. Y se despertó con la cabeza partida en dos. Se metió en la ducha y abrió el agua fría. Estuvo un rato largo hasta que su cuerpo ya no sentía la temperatura. Salió y tomó un café cargado y doble. Se sentía un poco mejor, pero viejo y patético. No sabía cómo iba a mirar a Margarita cuando llegara, podía evitarla, estar en el estudio a esa hora, dejarle una nota. Pero no, no le iba a agregar al patetismo del pedido de ayer el rasgo de cobardía de hoy, la esperaría y le diría que se olvidara de lo hablado ayer, y a otra cosa.

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