Authors: Carlos Ardohain
Dejó de escribir. Pensó en Margarita, se acordaba de que hacía un par de semanas sentía tanto anhelo de estar con una mujer y justo apareció ella con ese llamado providencial desde el pasado.
Pensó en todas las cosas que habían pasado desde esa tarde en que vieron con Equis la galería por primera vez, y se sintieron atraídos por ella.
Pensó en la galería y se puso a escribir algo donde intentaba explicar ese misterioso imán que representaba para ellos, esa energía singular que emanaba y que hizo conexión con una parte de sus mentes, estuvo un par de horas abocado a eso y sólo consiguió veinte líneas que no le parecieron gran cosa, pero igual las guardó. Se dio una ducha y al salir del baño decidió llamar a Margarita para ver si quería cenar con él. Aceptó encantada, le dijo que estaba esperando que la llamara.
Comieron en un barcito de San Telmo, tercera etapa de contarse sus vidas.
Había todo un mundo para descubrir en el otro, y tenían muchas ganas de hacerlo. Él le confesó que ya no pensaba encontrar alguien como ella, conocer una mujer así, de la que se pudiera enamorar, porque era solitario y mañoso, o mañero, se diga como se diga.
—Como un caballo caprichoso.
—Algo así.
—Mire que yo lo puedo domar, o amansar, señor chúcaro.
—Te ofrezco mi lomo con gusto.
Ella le contó que se quería mudar, irse de la casa donde había vivido con su marido, se sentía mal ahí, a pesar de que había hecho varios cambios. También le dijo que le había contado a Sandra de ellos, de su encuentro, de su conexión, de su incipiente relación. Como él no sabía, también le contó quién era Sandra.
Él le dijo que estaba escribiendo una novela, en donde ella era uno de los personajes, que tenía que ver con las cosas que estaban viviendo ellos con la aventura de la agencia y la galería, un poco modificadas por la ficción. Que hoy se habían sacado fotos como detectives de novela negra, un poco como un juego, para una nota de promoción que tal vez consiguieran publicar en una revista.
Estuvieron un rato largo hablando de montones de insignificancias hasta que él le dijo que lo mejor que podían hacer era irse para su casa.
Esta galería tiene algo desviado, una energía torcida. Cuando uno pasa y la ve desde la vereda percibe una combinación sutilísima de luz y color de la que emana un imperceptible desasosiego que parece surgir del fondo, de los locales, de todos lados y de ningún lugar. Aquí dentro hay algo en el aire que contagia, que inocula influencias. En un tiempo era un pasillo de la galería que tiene salida por la cuadra transversal a la avenida, pero hace años el paso está cerrado con una reja y esta parte quedó separada, sola, pero se resistió a morir, como un miembro amputado que sigue viviendo lejos del cuerpo al que perteneció. Parece un animal que hubiera perdido un ojo o una pierna y se hubiera habituado a vivir así con la misma naturalidad con la que un día morirá. En ese sentido es como una bestia en letargo. Hay un par de locales abandonados que sospecho que siempre lo estarán, algunos de los que están abiertos no funcionan bien comercialmente y quienes los atienden parecen zombies. La excepción es Tamara, que no sé qué hace acá, Tamara está viva y rebosa energía, su fantástica carcajada es suficiente prueba de ello. Bueno, también estamos nosotros, pero esa es otra historia.
Hay, sin embargo, algo esencial y a la vez misterioso en este vacío, en este semi abandono, creo que tal vez ese algo constituya el poder de la galería. Es algo que se me escapa, que no alcanzo a discernir, y no es improbable que sea uno de los motivos por los que estamos aquí.
Domingo. El día más difícil. Si sólo se tratara de permanecer vivo, aun así sería un gran escollo. Le hacía pensar en la transpiración en la pared que chorrea su humedad y arrastra consigo el polvo acumulado en ella, la pintura mal adherida, los restos de revoque. La humedad que antes de su exudación corroe la estructura, la debilita, la prepara para caer. Fausto se levantó tarde, desayunó despacio mirando apenas los diarios. Después se instaló en el parque debajo de su árbol preferido con un libro de Poe. La lectura no ayudó a cambiar el ánimo sombrío que lo poseía, quizá estuviera mal elegida para la ocasión. A veces se sentía como la bestia encerrada en el laberinto, con la salvedad de que el laberinto lo había construido él mismo y ahora no podía salir, y en ocasiones pensaba que ni siquiera quería, que no lo haría a menos que el sentido de escapar de él se le revelara, se le hiciera manifiesto. Comió algo y decidió salir con el auto. No le gustaba manejar, más bien lo detestaba, cuando tenía que ir a algún lugar pedía un auto con chofer o se hacía llevar por uno de los guardias, pero esta vez prefirió hacerlo. Tenía un BMW negro con vidrios polarizados, se puso los anteojos oscuros, subió al auto y salió. Se dirigió despacio hacia el río, pensaba que el paisaje abierto, el horizonte le harían bien. Se equivocó, la costanera estaba invadida por gente de todas las edades, tamaños, formas y colores. Familias con heladeritas, reposeras, sombrillas, multitudes de niños corriendo, gritando, llorando, señoras respetables con varices y culos gigantescos, ancianos con sus gorras características, padres de familia con la abulia pintada en la cara y la panza cargada de lípidos, mujeres asándose al sol con la piel convertida en cuero y embadurnada de cremas y aceites, adolescentes con el torso desnudo jugando al fútbol a los gritos, humo de choripán flotando en el aire, vendedores de cualquier cosa, música sonando a todo volumen, solitarios caminando con cara de haberlo visto todo y no haber entendido nada. Se marchó de la costa tan rápido como pudo. Pensó en tomar la ruta para manejar un rato tranquilo con la visión de la cinta de asfalto perdiéndose en el horizonte y fue hacia la ruta 2, ya que los caminos del norte los fines de semana se ponían imposibles. Cuando se estaba acercando a la ruta se dio cuenta de que no era el día más indicado. El mundo había salido a la intemperie, no había lugar vacío o poco poblado. Dio la vuelta, emprendió el regreso a Lavandera con resignación. Puso el disco de Lennon con la Plastic Ono Band en el equipo. Empezó a sonar
Mother
.
Guardó el auto en el garage y entró en la casa, eran apenas las cinco de la tarde pero se sirvió un whisky. Puso el disco que venía escuchando en el auto en el equipo de la sala, ese disco tremendo.
Tomó el teléfono y llamó a la agencia de acompañantes, pidió que le mandaran a Zulma, como siempre. Llegó a la media hora, él la esperaba preparado. Zulma era una morocha imponente, alta, con el pelo ensortijado y abundante cayéndole sobre los hombros, profundos ojos negros, una boca de labios carnosos, espalda ancha y unas tetas enormes, caderas anchas también y un culo grande y perfecto sostenido por sus largas y fuertes piernas, por sus bellos y poderosos muslos. Y lo más importante: conocía sus preferencias, sus gustos. Lo saludó con una sonrisa y un beso:
—Hola, Fausto, veo que ya estás listo.
Él estaba con sus botas de caña alta, desnudo debajo de la bata, tenía cerca la fusta y una taza llena de almíbar. Ella se quitó toda la ropa menos el corpiño y la bombacha, se acercó a él, lo empujó hacia el sillón y le empezó a hacer masajes y caricias. De a poco él sintió crecer su excitación, ella tomó la taza y chorreó con almíbar su cuello, después empezó a lamerlo y chuparlo, el cuello, los hombros, la espalda, le tiró otro poco de almíbar en la cintura y los glúteos, lo chupaba y le daba suaves mordidas, eso a él lo ponía loco, entonces él le arrancó el corpiño y le empezó a besar y a chupar las tetas, ella le acariciaba con sus manos los pezones, metió la mano en la taza de almíbar y le pasó el líquido pringoso por las piernas, bajó y empezó a chuparle y morderle los muslos con energía, él se excitó mucho más y empezó a suspirar y gemir, ella subía, metió la mano otra vez en la taza y le embadurnó los testículos y la pija con almíbar, él le revolvía el pelo y le apretaba el cuero cabelludo con la punta de sus dedos, ella le chupó los huevos dulces con fuerza, él le tiraba el pelo y abrió mucho sus piernas, entonces ella subió con su lengua despacio por el tronco de su verga dándole suaves mordidas de costado, él tomó la fusta y le dio un chicotazo en la espalda, ella gimió y levantó la cabeza, lo miró con fuego en los ojos, bajó de nuevo y se metió la verga en la boca, toda, de una vez, y lo empezó a chupar alternando succiones intensas con suaves caricias con su lengua en el glande, a veces se la sacaba y le ponía un poco más de almíbar, mordía un poquito de costado, que a él le gustaba tanto, y se la metía de nuevo, la verga ya estaba muy colorada, hinchada, a punto de explotar, ahora venía la parte que a ella no le gustaba, tenía que tragarse todo, chuparlo y tragar todo el semen, era una exigencia que él hacía siempre, una condición, por eso le puso mucho almíbar en la punta y chupó con fuerza y ritmo, moviendo la cabeza hacia adelante y atrás para que ese hijo de puta acabara de una vez, para pasar rápido ese mal trago, ella sabía cómo llevarlo, ya venía, estaba respirando como un caballo, él sintió venir la ola, sintió la serpiente reptar, le empujó la cabeza, se dejó hacer, se dejó ir y acabó tirándole de los pelos, y ella tragó ese veneno, lo tragó todo y pensaba en otra cosa, trataba de estar lo más lejos posible de este sillón, de esta mierda de botas rotas y arañadas que a este enfermo le gustaba usar. Terminó y se levantó, fue al baño a enjuagarse la boca, a lavarse los dientes, a sacarse ese gusto a muerte. Se puso el corpiño y la ropa, se arregló el pelo y se sirvió un trago de whisky, siempre lo hacía después de terminar con él, sólo un trago, le cambiaba el sabor y era como pasar a otra cosa. Fausto le pagó y ella le dio un beso en la mejilla y se fue pensando: andate a la mierda, hijo de puta. Él se fue al baño y se dio una ducha muy caliente, estuvo un buen rato. Después salió y se puso la bata, se sirvió un whisky doble y puso otra vez el disco.
Isolation
.
Ahora ellos tenían un contrato, un encargo de un cliente, debían encontrar, mejor dicho buscar (ya que nadie aseguraba que eso existiera), el camino verdadero, el secreto de la felicidad, el sentido de la vida. Sonaba delirante, estrafalario, pero era así, habían cobrado por adelantado para averiguarlo. Pero, ¿quién encargaría a alguien, y además pagaría por ello, que le averigüe el sentido de estar vivo, la puerta que se abre a la verdad, cuando es una cosa sabida que ese tipo de asuntos se consiguen por sí mismos? (o no se consiguen nunca). Sería como si alguien le pagara a otra persona para que conquistara a una mujer para él, y en el trabajo de la seducción consiguiera conocer los secretos más pueriles, qué gustos de helado prefiere, qué hace en las siestas, cuáles son sus actores preferidos y luego fingiera que los descubrió por sí mismo. ¿Quién lo haría, entonces?, ¿un loco, un pusilánime, un aristócrata?, ¿todo eso junto?
¿Por qué habían aceptado, entonces, ese trabajo? Esa era la pregunta más difícil de responder. En el caso de Igriega, la sospecha de Margarita podría ser un indicio: para quitarle la responsabilidad de sentirse obligada a ayudar a Fausto en ese despropósito; o considerar inaceptable la propuesta, negarse y arriesgarse a perder el trabajo, el único trabajo que había conseguido luego de quedar viuda. También por empatía, era algo que a él le interesaba mucho y esto lo incentivaba a profundizar. En el caso de Equis, bueno..., por solidaridad con Igriega, también por curiosidad metafísica o filosófica. No por dinero, porque no le había importado nunca, y además esto no reportaba mucho más de lo que hubieran cobrado por un caso normal.
¿Y Fausto, el comitente?, ¿qué función cumplía en esta ecuación? ¿Era solamente el término que contenía la incógnita, o era algo más?, ¿era un solitario irredimible o un loco que podía transformarse en un individuo peligroso?
Puestos a evaluar, estas cuestiones estaban en danza, pero también estaba la palabra empeñada, la tarea que tenían que cumplir y que habían aceptado con responsabilidad y compromiso. Y la iban a realizar, claro que sí, aunque les pareciera absurda.
Lunes. Un mensaje en el contestador de la agencia:
—No me olvidé de ustedes, soretes. En cualquier momento tendrán noticias mías, hijos de puta.
—Este hombre tiene una fijación con nuestras madres.
Igriega pasó el día planificando la semana, ordenando la información que había reunido, guardando archivos en la carpeta que habían destinado a Fausto.
Hizo un cronograma de algunos lugares a los que llamar, otros a los cuales visitar, hizo una lista de libros para conseguir, autores poco conocidos por los que preguntar, y datos de todo tipo que podían servir para el relevamiento.
A eso de las seis había llenado varias páginas con toda esa planificación. Se sentía como un oficinista que termina la jornada. Para distenderse y cambiar el clima puso un disco de Sarah Vaughan mientras se estiraba y descansaba un poco antes de irse. En eso estaba cuando pasó Tamara a decirle hasta mañana, él le sonrió y le dijo:
—Hasta pasado, mañana viene tu amigo. Tamara se rió y le dijo:
—Ya sé, lo tengo bien presente, chau.
—Chau.
Se demoró todavía un poco escribiendo unas páginas de la novela, intentó la descripción de su encuentro con Margarita, de la primera vez que estuvieron juntos, de la comunión que habían sentido en el sexo. Sería la primera versión de esta parte del relato, que quizá fuera la más difícil de resolver. Y además, ¿cómo conjugar ese encuentro con la soledad y el desamparo afectivo en el que él se hallaba cuando se volvieron a ver, cómo establecer ese contrapunto, ese claroscuro, de qué forma contar esa tensión? Una tensión que él sentía incluso en este mismo momento, una fuerza que lo jalaba hacia una mujer deseada y lo desgarraba del apego que tenía con sus propias sombras, con sus fantasmas. Era algo muy difícil de hacer, sólo le quedaba mencionarlo, pasarle lo más cerca posible, referirlo. Tales eran las limitaciones de la palabra escrita, tan lejos de la vida.
Pensaba en eso cuando dejó de escribir, y al fin, un poco entristecido por la conclusión de esa imposibilidad, apagó la computadora, apagó las luces, cerró todo y se fue hacia la calle. Una vez en la avenida se dirigió a la parada del colectivo, era una noche desapacible, pasando la esquina le fue interrumpido el paso bruscamente por dos muchachos de aspecto impreciso.