Los incógnitos (7 page)

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Authors: Carlos Ardohain

BOOK: Los incógnitos
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—Me encantaría —dijo ella—, ahora tengo que seguir trabajando, hasta mañana.

—Hasta mañana, Margarita.

37

Al otro día llegaron puntuales a Lavandera, se encontraron en el centro porque Equis no había ido a la galería, y a las seis estaban en la garita, los anunciaron y se abrió el portón. Caminaron hacia la casa admirando el parque, los dos estaban de saco y corbata. Margarita los esperaba en la puerta de la casa con su mejor sonrisa. Los saludó, los hizo pasar y les ofreció café, se sentaron mientras fue a buscar a Fausto.

Enseguida regresó con él, los presentó y se despidió de todos, porque su horario había terminado y ya se iba, la saludaron y se volvieron a sentar. Entonces Fausto habló:

—Les parecerá extraño, pero desde que me retiré a esta casa me siento vacío, además de solo. Por supuesto eso no tiene nada que ver con tener una pareja o no tenerla, hablo de otra cosa, más esencial. Cuando estaba en el pico de la fama me di cuenta perfectamente de que vivía un espejismo, un vacío que no me podía dar felicidad. Tiene muchas gratificaciones, desde ya, y hay gente que se hace adicta a eso, pero a mí me decepcionó, además mi música era bastante mediocre.

Ellos hicieron ademán de protestar, pero él continuó:

—Por favor, no hace falta que digan nada, sé de música y sé que lo que yo hice está lejos de serlo, ahora estoy haciendo algo diferente, pero no es el tema. Entonces, cuando me di cuenta de eso, decidí dar un paso al costado, alejarme de la exposición pública. Hace años que estoy en eso, pero no encuentro la manera de ir hacia algo más profundo y más verdadero. Tal vez debería hacer meditación, prácticas de alguna clase de yoga, pero tengo una fobia social bastante pronunciada y me cuesta estar con gente. Es como una secuela que me quedó desde aquella locura. Por eso necesito que alguien haga esa búsqueda por mí, ¿se entiende lo que digo?

Los dos dijeron que sí, le pidieron que continuara.

El siguió:

—Me atreví a pedírselo a Margarita porque la vi una mujer sensible y especial, pero enseguida me arrepentí, no está dentro de su trabajo y no tengo por qué involucrarla en cuestiones tan personales. Pero con ustedes es distinto, si les interesa los contrataría para que hicieran ese trabajo por mí. Quiero algo serio, profundo, verdadero, esencial, ¿se entiende? Quiero una luz, una puerta, un camino. Pero no quiero literatura, quiero algo de verdad. Tal vez esta manera no sea muy ortodoxa, pero no perdemos nada con probarlo. Ustedes harán su trabajo a conciencia y lo cobrarán, si me satisface estará terminado. Si después me sirve o no, es una cuestión que me atañe solamente a mí. ¿Estamos de acuerdo? Estoy consciente de que es un poco insólito, pero tienen vía libre para hacerlo de la manera que crean conveniente, les pagaré los viáticos que hagan falta además de sus honorarios, que ya me dirán cuáles son. No quiero limitaciones con esto. La forma de entregarlo supongo que será un informe, un dossier, una carpeta, documentos, fotos, extractos de libros o tratados grabados en un CD o impresos, eso lo verán ustedes. Yo necesito ese material como el agua. Y ustedes serán los encargados de conseguirlo. ¿Qué les parece? ¿Qué opinan?

Igriega fue quien habló:

—Estamos acá porque nos interesa el trabajo, Margarita ya nos había adelantado algo y es una búsqueda que personalmente yo tengo también, quizá esto sea un incentivo para profundizar ese camino, y además estamos dispuestos a no tener ningún desvío del objetivo. Si le parece y nos ponemos de acuerdo en los honorarios podemos empezar enseguida.

—Perfecto, ¿cuáles son esos honorarios?

—Dos mil dólares mensuales, un anticipo del 50% y los viáticos aparte, finalizado el mes se cobra el saldo y comenzamos otro período cobrando un nuevo anticipo, así mientras dure la investigación.

—Ningún problema, está hecho, ya les traigo el efectivo, ¿tienen algún recibo?

—Sí, no hay inconveniente.

—No necesitamos contrato, ¿verdad? Estamos entre gente de bien.

—Por supuesto, el mejor contrato es la palabra dada.

—Opino lo mismo, ya vengo.

38

Se despidieron de Fausto y salieron de la casa. Tenían mil dólares en billetes de cien en el bolsillo y el trabajo más estrafalario de sus vidas para hacer. Tomaron un taxi y a la media hora estaban en la oficina, repartieron el dinero, se lavaron las manos, apagaron todo y se fueron a comer un bife a la esquina, a digerir el negocio que habían terminado de cerrar. No habían hablado durante todo el viaje.

No se habían terminado de sentar cuando Equis dijo:

—¿Me querés decir de qué nos vamos a disfrazar ahora?

Igriega tuvo la tentación de seguir en silencio, pero no lo hizo.

—No sé, con este tema es difícil, es el tema más difícil. Siempre tuve la sensación de que cuando escuchaba grandes verdades eran a la vez frases obvias, lugares comunes. Vamos a tener que tener una atención muy fina, la frontera es imperceptible.

—Si te me vas a poner críptico es peor.

—Digo que lo verdadero no está en lo que se dice, sino en la forma de vivirlo cuando uno lo dice o antes de decirlo, ¿se entiende ahora?

—Un poco menos, tengo hambre.

—A mí me gusta el desafío, es posible que nos ahoguemos, pero por ahora estamos agarrados de la balsa.

—Si no te molesta, en lugar de ahogarme preferiría prenderme fuego, ¿no estarás vos más loco que Fausto?

—Qué se yo, Equis, capaz. Ahora tenemos mil dólares.

—Eso sí está claro, ¿ves? Es algo concreto.

—Por eso, tenemos que ganarlos y los otros mil también.

—Ahí estoy con usted, detective.

—Bueno, ahora comamos y tomemos un vino, mañana empezamos, ahora quiero pensar en Margarita y hablar de ella, ¿no estaba linda? ¿Viste la sonrisa que tiene?

—A propósito, ¿no te parece sugestivo el asunto de los nombres, no te da miedo?

—¿Qué asunto, a qué te referís?

—No me digas que no lo pensaste, Margarita, Fausto..., ¿no será mucho?

—Es una coincidencia, no me digas que sos supersticioso, no sabía.

—Yo diría suspicaz. Pero decime, ¿no es raro, o inquietante por lo menos?

—Es sugerente, una mimesis invertida, pero no creo que signifique nada más.

—A mí me da un poco de resquemor, y acabamos de hacer un trato con él.

—Pero no hubo sangre.

—No sabemos. Vos tené cuidado con lo de Margarita, el tipo debe tener puestas fichas ahí, y ella te metió a vos en el medio, así que estás en la mira.

39

Terminaron de comer y salieron a la noche, había nubes oscurísimas y una luna turca que aparecía y se ocultaba según el viento. Caminaron en dirección al puente y a Igriega se le ocurrió que lo cruzaran a pie.

—Pero che, solamente hay senda peatonal en un tramo.

—No importa, hay poco tránsito, dale.

—Bueno, vamos, pero si me caigo al riachuelo avisale a mi mujer.

Fueron caminando despacio por la derecha, pegados al borde, los autos les pasaban cerca, ellos no los veían venir porque iban en la misma dirección, pero las potentes luces que crecían detrás de ellos y proyectaban sus sombras sobre los edificios los anunciaban. Sus sombras, bamboleándose un poco por efecto del vino, parecían dos espectros gigantescos rondando los depósitos de muebles y los galpones que asomaban al costado del puente.

Se detuvieron sobre el riachuelo, el agua negra que tenían debajo era una amenaza y una provocación. Miraron hacia el río más allá de los silos: las chapas y los fierros del puente de La Boca, insinuado apenas por algunas luces perdidas, dejaban adivinar la vetustez histórica de un puerto abandonado. Equis suspiró y dijo:

—Si ahora aparece un perro de tres cabezas, te juro que no me sorprendería.

—O el minotauro.

—O el mismísimo señor Mefisto, contrato en mano.

—Dale, sigamos.

Cuando habían atravesado la parte del puente que cruza el riachuelo vieron una puerta y unas escaleras, era la bajada que llevaba a la calle de la ribera de capital, pertenecía al sistema de cruce peatonal que alguna vez había sido utilizado por los transeúntes y se encontraba en situación de abandono. Decidieron bajar por ahí y se internaron en el recinto, los recibió un penetrante olor a orines (lo sintieron en plural porque el tufo parecía un
blend
formado por micciones de varios individuos) y a humedad rancia, se sintieron envueltos en una atmósfera cargada de vahos, miraron hacia abajo y en el primer descanso vieron colchones tirados en un rincón, una olla calentándose en un fuego, cuatro o cinco cuerpos alrededor que proyectaban sus sombras en las paredes. Uno de ellos se dio vuelta a mirarlos; más abajo, en el otro descanso, una fogata extinguiéndose iluminaba débilmente otros dos cuerpos sentados en el piso, no parecía muy buena la idea de bajar por ahí, de modo que dieron media vuelta y volvieron a salir al puente.

Caminaron un poco más, los autos pasaban más cerca y parecían más veloces. De pronto Equis dejó de caminar, se dio vuelta y le dijo que no siguieran, que era peligroso, que lo mejor era volver.

—Pero... ya pasamos la mitad del puente, falta poco, es casi lo mismo seguir que volver —le contestó Igriega.

—No, es una locura, volvamos, así tenemos los autos de frente y los vemos venir, tenemos que desandar el camino, nos van a atropellar.

—Bueno, está bien, volvamos.

Y volvieron por el camino que habían hecho, ahora con los autos de frente parecía mucho más riesgoso, los veían venir con sus luces altas y se encandilaban, perdían la visión y el equilibrio: cuando pasaba un auto cerca el sonido les quedaba reverberando en la cabeza. Las nubes taparon la luna, se levantó viento. Equis bufaba mientras caminaba delante de Igriega, iba refunfuñando, como si lo acusara de haberlo embarcado en ese trance. Volvieron a pasar encima del riachuelo, el agua parecía más negra, hacía frío. El viento les hacía volar los sacos y los pelos: Igriega miraba a Equis como referencia, parecía un gaucho enojado con el poncho al aire, iba con la cabeza metida en los hombros tratando de mantenerse cerca del borde del puente. Y autos y más autos.

Al fin llegaron al otro lado, el mismo del que habían salido; simbólicamente lo habían cruzado, pero como en un espejo. Más seguros, caminando por la vereda, miraron hacia atrás.

Equis dijo solamente:

—Qué puente de mierda.

Salió la luna detrás de una nube, un paréntesis de luz abierto en el cielo.

Fueron hasta la parada y a los cinco minutos cruzaron el puente, esta vez sí, arriba de un colectivo.

40

Cuando llegó a su casa, Igriega trató de ponerse a escribir, pero no pudo. Le había quedado dando vueltas en la cabeza el asunto de los nombres que había mencionado Equis. Era verdad que él no le había dado importancia, pero ahora le parecía curioso. Estaba tan a la vista... que uno no reparaba en ello. Era muy sugerente que él se llamara así, ¿o era un apodo? Creía recordar que en su momento le había llamado la atención, pero con los años la costumbre había anulado la extrañeza. Y eso de contratar a una asistente de nombre Margarita... ¿no era un exhibicionismo? Sin embargo, ellos habían cerrado un acuerdo con él. Pero, ¿qué era lo que en realidad buscaba Fausto?, ¿les había dicho la verdad?, ¿o estaba detrás de otra cosa, algo que quedaba oculto por esta fachada? En todo caso tendrían ahora una doble tarea, cumplir con lo pactado con él por un lado, y por el otro investigar qué se proponía en realidad. O vigilar su comportamiento, en especial cuidar que Margarita no corriera peligro.

¿Le advertiría a ella de sus resquemores? Quizá debería hacerlo para que ella también tomara sus recaudos, estar ocho horas por día en su casa la exponía mucho.

41

Margarita estaba pensando en Igriega, ¡qué bien le quedaba la corbata!, sin embargo tenía una inquietud, estaba segura de que habían hecho ese trato con Fausto. El amigo le había caído bien, aunque ella casi no había estado en la reunión, apenas lo había visto cuando llegaron, pero se lo veía pintoresco y buena persona. Y si habían aceptado el encargo de Fausto..., se le cruzó por la cabeza que Igriega podría querer hacer ese trabajo solamente para liberarla a ella, para desligarla de esa responsabilidad. Podía ser, por qué no. Si era así era una conducta amorosa, en todo el sentido de la palabra. Como en las películas, la chica amenazada por el monstruo y el caballero que llama la atención de la bestia para que ella pueda escapar. No lo había pensado en un principio. Pero le parecía probable, y le gustaba que fuera así.

Lo iba a llamar para preguntarle, total..., todavía era temprano.

42

—Hola.

—Hola, soy yo, Margarita.

—Hola, qué linda sorpresa.

—¿Es muy tarde?

—No, estaba leyendo, ¿cómo estás?

—Bien, te llamaba para saber cómo les fue.

—Nos pusimos de acuerdo, vamos a hacer el trabajo.

—Ah, ¿sí? ¿Y tenías ganas?, ¿te parece que se puede hacer?

—Sí, es bastante peculiar, todavía no sabemos por dónde empezar.

—Me imagino, cuando me lo dijo yo me quedé de una pieza.

—No entiendo cómo se le ocurrió pedirte eso a vos.

—A mí me hiciste un favor, quiero que lo sepas y te lo agradezco.

—No tenés nada que agradecer, lo que tenés que hacer es salir conmigo.

—Ah, eso es otra cosa. Vamos a ver...

—Claro, piénselo y después me dice.

—Ya lo pensé, acepto.

—No esperaba menos. ¿Mañana?

—¡Epa! Cuánto apuro.

—Es que pienso morir joven y quiero beberme la vida de un trago.

—Está bien, mañana entonces.

—¿Te parece bien a las ocho?

—Perfecto, ¿dónde?

—¿En El Gato Negro? Podemos tomar un café y después vamos a comer algo.

—Dale, nos vemos a las ocho ahí, un beso.

—Otro, hasta mañana.

43

Fausto. Los perros, el gimnasio, la ducha, el whisky, Wagner, Margarita, ¿deseo?, ¿contemplación?, vacío, la sed, caminar por la sala, un libro, otro whisky, salir al parque, el cielo, las nubes, medialuna, el pasto, acostarse, mirar el cielo, respirar, el tiempo pesando en los huesos, soledad, ladridos, otros perros, un búho, nubes oscuras, angustia, recuerdos, respirar, la brisa, el pasado, el rumor de las hojas, las mujeres, el amor, la traición, el dinero, viajes, vértigo, hoteles, la gente, los gritos, el show, el silencio, la soledad, el vacío, la sed, el viento, el tiempo, las canas, arrugas, los huesos pesados, el camino, la búsqueda, la muerte, la oscuridad, la nada, el cosmos, el misterio, el infinito, la verdad, morir, dormir.

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