Los incógnitos (14 page)

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Authors: Carlos Ardohain

BOOK: Los incógnitos
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—Después de lo que te pasó no creo que debamos aceptar este trabajo.

—¿Por qué no? ¿Por miedo, por cobardía? No me parece. Mirá, yo pensaba decirte que dejemos esto, que tal vez sería mejor no seguir, yo creo que lo que nos pidió Fausto fue una señal de que esa debe ser mi búsqueda, la que había dejado de lado, pero mía, personal, no para otro. Y pienso hacerlo, empezar un camino de autoconocimiento, además de escribir, pero también creo que esto tenemos que terminarlo. Un poco porque me parece que es parte del trabajo anterior, como si lo hubiéramos dejado inconcluso, y otro poco porque se presentó ahora, justo ahora, y por algo ha de ser. Hacemos este laburo y nos retiramos. ¿Qué opinás?

—No sé, hay algo que no me gusta. Lo de la pistola, además. Este es un oficio para otro tipo de gente. Nosotros somos dos perejiles, dos locos. Me parece que buscamos hacer esto para tener tema para escribir. Y ahora las circunstancias se nos están yendo de las manos, ya te cagaron a palos, quién sabe qué vendrá ahora.

—Sí, entiendo lo que decís, tenés algo de razón. Pero creo que tenemos que hacer este trabajo para dar por concluido el asunto. Eso sí, Margarita no se tiene que enterar, ni lo del laburo ni lo del arma, porque me mata.

—Bueno, y ya que estamos ni Tamara ni mi mujer tampoco, no tengo ganas de explicar nada, mucho menos cuando son cosas que yo tampoco entiendo.

—De acuerdo entonces, top secret.

—Top secret.

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Llamaron a la señora Benavídez y le confirmaron que aceptaban su encargo, se pusieron de acuerdo en los honorarios y en comunicarle cualquier novedad en cuanto la tuvieran. Ella quedó en pasar al día siguiente a dejarles un adelanto de la paga por sus servicios. También les iba a acercar todos los datos que tenía del socio de su marido: dirección particular, teléfono, correo electrónico, nombre completo y otros detalles.

Llamaron a varias armerías averiguando precios y condiciones de venta de pistolas calibre 22, consiguieron varios datos de marcas y modelos y confirmaron que podían comprar una con el dinero que les había dejado la señora Benavídez.

Llamaron a Fausto para concertar una entrevista en la que le pensaban comunicar la decisión de no seguir con la búsqueda que les había encargado.

En esa entrevista pensaban devolverle el dinero que les había pagado. Atendió Margarita, Fausto estaba en el estudio, cuando volviera le preguntaría cuándo podía recibirlos y le avisaría a Igriega.

Recibieron un llamado de parte de Gómez Pardo para avisar que ese fin de semana saldría la nota en la revista.

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Después de la conversación que tuvieron cuando decidieron aceptar el trabajo de investigar al socio de Benavídez, se instaló en ellos y entre ellos un ánimo distinto. Quedó flotando la decisión de desarmar la agencia, había un aura de final inminente que los rodeaba como una nube. Estaban internamente conmovidos como en una despedida. Lo notaban ellos, lo notó Margarita y lo notó Tamara, lo notó la mujer de Equis también. Todos preguntaban, inquirían, querían saber, pero ellos no decían, no dijeron nada. Era un proceso que se estaba gestando, una cosa incipiente, brumosa, incierta todavía.

Margarita notaba un cambio en Igriega, no preguntaba mucho pero había algo que la inquietaba, algo que no alcanzaba a entender con claridad, sin embargo decidió ser prudente y esperar, tratar de ver entre la niebla a medida que esta se fuera disipando.

Tamara preguntó y ante la falta de respuestas tiró las cartas, salió La muerte, tiró de nuevo y salió la misma carta. No tiró más. No preguntó más.

La mujer de Equis preguntaba y ahora tenía más preguntas, cada vez sentía más lejano y desconocido a Equis, ahora percibía un ensimismamiento que le era desconocido, él no era así, algo pasaba, algo diferente estaba ocurriendo, pero tenía la certeza de que no iba a averiguarlo por su boca.

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A los dos días fueron a ver a Fausto, los recibió Margarita con una sonrisa, ahora a Igriega le parecía raro verla ahí, no le gustaba mucho, pero se cuidaba muy bien de expresarlo. Margarita llamó a Fausto y los dejó solos. Entonces ellos le explicaron lo que pensaban del trabajo que les había encargado y le contaron lo que habían decidido. En un momento Equis le dijo algo raro: que el conocimiento o la verdad era un pez enorme que uno mismo tenía que pescar, incluso tenía que elegir las aguas en las cuales buscarlo. Lo más contundente no fue la argumentación que le hicieron, sino la decisión que contenían sus palabras; era cosa decidida, no había más que hablar, le devolvían el dinero que les había entregado y deshacían el trato, esperaban que los comprendiera. Fausto no pudo hacer otra cosa que aceptar, les dijo que entendía lo que le planteaban, que era comprensible, que en el fondo estaba un poco arrepentido de haberles encargado esa tarea. Les pidió que aceptaran una parte del dinero por el tiempo que se habían tomado en investigar; pero ellos se negaron, que sí, que no, al final le devolvieron todo el dinero como pretendían. Si bien en todo momento su actitud fue cordial y respetuosa, ninguno de los dos pudo dejar de notar que los miraba de una manera especial, con cierto encono contenido, como si estuviera despechado o ligeramente ofendido. Se despidieron en buenos términos, Fausto los acompañó hasta la garita y se fueron en una situación completamente inversa a la primera vez que estuvieron en esa casa, era como estar del otro lado del espejo. Los dos sentían lo mismo, que se habían sacado un peso de encima. Unos cuantos, dijo Equis, y estallaron en carcajadas. En ese momento parecieron recuperar el clima fundacional que habían vivido hacía apenas un par de meses. Esta vez volvieron en colectivo hasta la galería.

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Aurora (ese era el nombre de la señora Benavídez, se lo preguntaron para no seguir llamándola con el apellido del marido) pasó por la galería y les dejó todos los datos que tenía del socio de su ex marido. Se llamaba Mariano Galván, era soltero y vivía en una casa en el barrio de Colegiales. Les dejó también un par de fotos en las que se lo podía ver con claridad para que lo pudieran identificar. Además les pagó un dinero adelantado por el trabajo. Hizo especial hincapié en que no quería que ellos corrieran riesgos innecesarios, máxime después de lo que había pasado. A ella le bastaba con saber qué tipo de negocios hacían para no ser nuevamente estafada por él. Pero no necesitaba pruebas ni ese tipo de cosas. Quedaron en mantenerla informada de lo que fueran averiguando.

Decidieron turnarse para vigilar a Galván y seguirlo cuando saliera del trabajo, uno cada día. Si necesitaban apoyo se comunicarían por celular, como habían hecho con Benavídez. Paralelamente tratarían de investigar sus cuentas bancarias y de averiguar si manejaba dinero en negro. Decidieron empezar con el seguimiento al otro día. Esa tarde fueron a una armería a comprar la pistola. Consiguieron una Beretta semiautomática con empuñadura de nogal, pidieron todas las instrucciones de uso y funcionamiento, la hicieron cargar y descargar y prestaron especial atención al tema de poner y sacar el seguro. Salieron nerviosos con la caja de cartón en la mano, era como llevar la muerte empaquetada, aunque no era para ellos. Una vez en la galería la guardaron en un cajón del escritorio, el único que tenía llave. Se pusieron de acuerdo en que la guardaría Igriega en su casa hasta que se la dieran a Aurora, ya que si se la llevaba Equis, su mujer podía encontrarla y eso no estaba dispuesto a afrontarlo.

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Esa noche Margarita le preguntó a Igriega cómo había reaccionado Fausto cuando le dijeron que interrumpían la búsqueda y le devolvieron el dinero. Ella lo había notado muy molesto cuando ellos se fueron, casi no le dirigió la palabra y al irse apenas la saludó. Igriega le dijo que al contrario, se había mostrado muy comprensivo y amable, aunque la mirada le cambió, se le puso torva, pero eso no se reflejó en su conducta. Su reacción había sido comprensible, no dejaba de ser una desprolijidad de parte de ellos sellar un acuerdo y al poco tiempo echarse atrás. Pero en ese momento era lo más honesto que podían hacer, por eso no aceptaron ni un centavo en pago del tiempo que le habían dedicado a ese asunto.

Margarita le dijo que Fausto no le gustaba, y desde que se enteró de que ellos salían estaba más raro y más difícil. Iba a buscar otro trabajo para irse en cuanto pudiera. Igriega recibió la noticia con alegría, le dijo que le parecía una idea excelente, cuanto antes pudiera hacerlo, mejor. A él tampoco le gustaba ese Fausto.

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Equis tuvo un impulso, esa noche decidió pasar por la casa donde vivía Galván, para conocerla, para ver el barrio. Estaba en una calle arbolada cerca de las vías del ferrocarril, era una casona de dos plantas con un pequeño parque adelante y una verja de hierro que la separaba de la vereda. Cuando pasó caminando con su campera en la mano, caían las primeras sombras y se empezaban a encender los faroles de la calle, las bolsas de basura en sus contenedores parecían animales dormidos, había una calma profunda en toda la cuadra. De pronto, cuando pasó frente al domicilio de Galván, casi sin pensarlo, agarró la bolsa negra de basura, la ocultó con su campera doblada en el brazo y se alejó a paso tranquilo. Se dirigió hacia la estación de tren y media cuadra antes de llegar vio un pequeño terreno abandonado. Sin dudarlo se metió en el baldío y rompió la bolsa para ver lo que contenía. Restos de comida, un par de latas vacías, un envoltorio de café, cajas de productos varios y unas hojas de papel arrugadas con anotaciones hechas a mano. Dobló las hojas, se las guardó en el bolsillo de la campera y abandonó el resto entre los yuyos. Fue hasta la estación y tomó el tren, satisfecho con su primera incursión en el nuevo caso.

En el viaje se quedó dormido y soñó que llegaba apurado a la estación, subía al tren y se ponía a leer un libro. Al rato de estar viajando levantó la vista y le extrañó que el vagón estuviera vacío. Se levantó y fue hasta otro vagón que también estaba vacío, entonces empezó a recorrer el tren hacia adelante y todos los vagones estaban igual, él era el único pasajero de ese tren que no paraba en ninguna estación. Avanzaba atravesando vagones y crecía en él una inquietud, una ansiedad por llegar a la locomotora y encontrar al conductor de la máquina, pero el tren parecía infinito. Empezó a sentir angustia y de pronto la locomotora pareció detenerse por fin y lo sacudió levemente el cimbronazo de la frenada. Abrió los ojos y había llegado a la estación. Se levantó y bajó del tren, salió a la calle y tomó un taxi hasta su casa.

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No sé qué pasa, todo se enrareció. Siento como si fuéramos en un auto por una ruta y de pronto el conductor diera un volantazo y se desviara por un camino lateral. Algo pasa, puedo sentirlo. Equis me dice que no, que está todo normal, pero yo siento que hay algo más, algo que no me cuenta.

No es algo conmigo, nosotros estamos bien, pero hay algo oculto, como una sombra, una nube negra y grande. Me inquieta, me perturba. No voy a insistir preguntándole a Equis porque si no me lo dijo no lo va a hacer, pero voy a estar atenta. También las cartas muestran eso, hay un velo, una bruma. Y es una amenaza. Y también una fractura.

Lo que sí me contó es que deshicieron el trato con Fausto. Me parece bien. No sé mucho de Fausto, pero lo que sé no me gusta. Demasiado aislado, demasiado oculto. Otra vez lo oculto.

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Equis llegó a su casa y tuvo que esperar hasta que su mujer se fuera a acostar después de cenar para poder revisar los papeles con tranquilidad. Ella estaba molesta con él, ya llevaban un tiempo largo sin tener relaciones y la comunicación se había resentido. Le recriminaba su distancia, su parquedad, su mal humor, y a él todo eso lo ponía de peor humor todavía. A veces ambos trataban de soslayar todo y estar un rato en paz, pero la calma duraba poco, era forzada. El hecho de tener que ocultarle ahora este nuevo caso, además de lo de Tamara, no ayudaba mucho. De modo que comieron mirando televisión, comentando esporádicamente lo que veían, y más tarde ella se fue a la cama a leer.

Equis se quedó un rato con la excusa de escribir un poco en la computadora.

Enseguida sacó los papeles y los extendió sobre el escritorio. Eran hojas arrancadas de un block y estaban manchadas por la basura con la que habían estado en contacto. Tenían anotaciones hechas con birome negra, garabatos como los que se dibujan distraídamente al hablar por teléfono, cifras sueltas, y nombres raros: Maracaibo, Gato Azul, Oasis. Al lado de cada nombre había una cifra de cinco dígitos, a veces estaba tachada y otra cifra mayor la reemplazaba. Al lado de las cifras había una línea vertical marcando una columna y del otro lado de la línea otra cifra mayor aún.

En otra de las hojas había una lista de nombres de mujeres y al lado de cada nombre un número de dos dígitos. Más garabatos y tachaduras. Eso era todo.

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Fausto estaba furioso y sabía que su furia era arbitraria, infundada, injusta. Los argumentos y razones que tenían Equis e Igriega para no seguir con la búsqueda eran incuestionables. Les daba la razón y sin embargo hervía de rabia. Trataba de pensar cuáles podían ser las causas para no ponerse en movimiento, por qué tenía una actitud tan pasiva con esa cuestión. Era como si internamente una fuerza lo frenara, algo tiraba en dirección contraria a su sed, anulando todo movimiento. Había dentro de él una presión negativa que ejercía atracción hacia la oscuridad de su ser más profundo. Un agujero negro personal. Pensaba en estas cuestiones mientras bebía, y cada vez bebía más. Pero el alcohol no apagaba el odio, no calmaba la ira. Estaba solo y no podía salir de la soledad. En el estado en que estaba, permanecer inmóvil era hundirse. Y hacía mucho que no se movía en la dirección que lo podía salvar. La luz parecía alejarse de él, pero era él quien se alejaba de la luz, avanzando hacia atrás. La música no lo redimía, no lo justificaba. Cada vez tenía más dudas sobre el valor de lo que estaba haciendo, buscaba algo importante, hacer una obra, pero no se engañaba con respecto a eso. Nunca había hecho nada demasiado valioso en música. Sus éxitos, esos temas que le dieron dinero y fama, eran basura. Ahora tenía la esperanza puesta en investigar caminos alternativos, pero parecía estar más perdido que explorando. Debería dejar todo e irse, mandar todo a la mierda de una puta vez.

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