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Authors: Paul Doherty

Tags: #Histórico, Intriga

Los verdugos de Set

BOOK: Los verdugos de Set
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De nuevo el juez del Antiguo Egipto Amerotke se enfrenta a un caso de homicidio, uno de los más enigmáticos que le han salido al paso, y éste tiene todas las trazas de ser sólo el primero de una serie de asesinatos en serie.

A un joven y ambicioso escriba, Ipúmer, enamorado de la hija de un poderoso general, parece claro que le ha envenenado la despechada Neshratta; pero cuando en el templo de Set aparece el cadáver de otro heroico militar, las cosas empiezan a tomar otro cariz.

Paul Doherty

Los verdugos de Set

Juez Amerotke 4

ePUB v1.0

Nitsy
02.09.12

Título original:
The slayers of Seth

Paul Doherty, 2001.

Traducción: David León Gómez

Editor original: Nitsy (v1.0)

Colaborador: Chachin

ePub base v2.0

Dedicado a la memoria de tres queridísimos críos:

Jacob, Louis Stephen y Rosa May, hijos de Corinna

y Stephen Black, de Woodford Green, y de su primo,

Anthony Peter Carl Hayes, de Dagenham.

R
ELACIÓN DE PERSONAJES

La casa del Faraón

H
ATASU
: Reina-faraón de Egipto, perteneciente a la XVIII dinastía.

S
ENENMU
T: Amante de Hatasu, amén de su gran visir o primer ministro, antiguo mampostero y arquitecto.

V
ALU
: «Los ojos y los oídos» del faraón: fiscal imperial.

La Sala de las Dos Verdades

A
MEROTKE
: Juez principal de Egipto.

P
RENHOE
: Escriba y pariente del magistrado.

A
SURAL
: Jefe de los alguaciles del templo de Maat, edificio en el que se halla la Sala de las Dos Verdades.

S
HUFOY
: Criado enano y confidente de Amerotke.

N
ORFRET
: Esposa de Amerotke.

A
MOSIS Y
C
URFAY
: Hijos de Amerotke.

Las Panteras del Mediodía: los verdugos de Set

K
ARNAC
: Comandante.

N
EBÁMUM
: Sirviente de éste.

B
ALET
, P
ESHEDU
, H
ETI
, T
URO
, R
UAH
, K
AMÓN

Casa del general Peshedu

V
EMSIT
: Su esposa.

N
ESHRATTA
: Su primogénita.

J
EAY
: Su hija menor.

S
ATO
: Doncella.

M
ERETEL
: Abogado.

Otros personajes

C
HULA
: Guardián de los muertos (sacerdote de Anubis).

S
HISHNAK
: Sacerdote de la capilla del templo de Set.

D
AMA ANETA
: Viuda del general Kamón.

I
NTEF
: Médico.

F
ELIMA
: Viuda.

L
AMNA
: Viuda fabricante de perfumes.

I
PÚMER Y
H
EPEL
: Escribas de la Casa de la Guerra.

N
OTA HISTÓRICA

L
a primera dinastía del antiguo Egipto se estableció alrededor del año 3100 a.C. Entre esta fecha y la creación del Imperio Nuevo (1550 a.C), Egipto experimentó una serie de transformaciones radicales de las que dan fe la construcción de las pirámides, la fundación de diversas ciudades a lo largo del Nilo, la unión del Bajo y el Alto Egipto y el desarrollo de su religión alrededor de Ra, el dios del sol, así como el culto a Osiris e Isis. El Imperio hubo de resistir a diversas invasiones externas, en particular la de los hicsos, salteadores asiáticos que devastaron el reino de un modo cruel.

En torno a 1479 a.C, Egipto, pacificado y unido bajo el gobierno del faraón Tutmosis II, se hallaba a punto de iniciar una nueva dominación gloriosa. Los faraones habían trasladado a Tebas la capital, y los enterramientos en las pirámides se habían visto sustituidos por la construcción de la Necrópolis en la margen occidental del Nilo, así como por la explotación del Valle de los Reyes como mausoleo real.

En aras de una mayor claridad del texto, he empleado los nombres griegos de algunas ciudades, por ejemplo, Tebas y Menfis, en lugar de sus equivalentes en el egipcio arcaico. El topónimo Sakkara designa todo el complejo de pirámides erigidas alrededor de Menfis y Gizeh. Recurro asimismo al nombre Hatasu, más breve que Hatshepsut, para referirme a la reina-faraón. Tutmosis II murió en 1479 a.C; tras un período de confusión, ella asumió el poder durante los siguientes veintidós años. En este tiempo, Egipto se convirtió en una potencia imperial y llegó a ser el Estado más rico del mundo.

La religión egipcia también estaba evolucionando a la sazón, sobre todo el culto a Osiris, asesinado por su hermano Set y resucitado merced a su amantísima esposa Isis, que dio a luz a su hijo Horus. Estos ritos deben ser contemplados en el contexto de la adoración que los egipcios profesaban al dios del Sol y su deseo de crear una unidad en lo referente a sus prácticas religiosas. Los habitantes de Egipto sentían una gran admiración por todas las cosas dotadas de vida: los animales y las plantas, los arroyos y los ríos se concebían como seres sagrados, en tanto que el faraón, su soberano, era objeto de adoración como encarnación de la voluntad divina.

En 1479 a.C, la civilización egipcia manifestaba su riqueza a través de su religión, sus rituales, su arquitectura, su vestimenta, su educación y su búsqueda de la vida regalada. Se trataba de un mundo dominado por los soldados, los sacerdotes y los escribas, de cuya sofisticación podemos hacernos una idea por el modo en que se describían a sí mismos y hablaban de su cultura. Así, por ejemplo, el faraón era el Halcón Dorado; el Ministerio de Economía, la Casa de la Plata; una época de guerra, «la estación de la hiena»; cierto palacio real, la Casa del Millón de Años. Sin embargo, a pesar del carácter imponente, deslumbrante de su civilización, la política egipcia, tanto interna como externa, podía llegar a extremos sangrientos y de gran violencia. El trono real era siempre centro de intrigas, celos y amargas rivalidades. Ante este escenario, en el año 1479 a.C, surgió la joven Hatasu.

En 1478 a.C, Hatasu había logrado confundir a sus críticos y oponentes tanto dentro como fuera de Egipto. Había obtenido una gran victoria en el norte contra los hombres de Mitanni y purgado el círculo real de cualquier oposición encabezada por el gran visir Rahimere. Era una joven extraordinaria y contaba con el apoyo de su astuto amante Senenmut, que era asimismo su primer ministro. Hatasu estaba resuelta a hacer que todos los sectores de la sociedad egipcia la aceptasen como sucesora del faraón.

Los faraones necesitaron el respaldo del Ejército durante todas y cada una de las revoluciones llevadas a cabo en Egipto. La crueldad de las tribus de hicsos que invadieron la región septentrional del reino se hallaba hondamente arraigada en la cultura culta y popular egipcia. El nombre de «hicsos» designa en general a los guerreros asiáticos que asolaron con sus incursiones las grandes ciudades del Nilo y sometieron con gran violencia el Egipto meridional. Dependían sobre todo de escuadrones de carros bien armados, mucho más pesados que los egipcios. Entre los soldados de infantería podía causar el mismo impacto que un tanque entre los combatientes de la primera guerra mundial. Sin embargo, Egipto contaba con su propio salvador: el faraón Amosis, abuelo de Hatasu, quien reorganizó el ejército imperial, desarrolló una forma de carro más rápida y versátil y dividió los escuadrones de infantería y de carros en regimientos organizados a los que dio nombres de dioses o animales. Amosis acabó con el dominio de los hicsos, que pasaron a ser poco más que un recuerdo. Por el contrario, el poder de su nuevo ejército se mantuvo durante generaciones.

Hatasu dependía del respaldo de los regimientos que protegían el Nilo y los acantonados en las fortalezas que se repartían desde el Delta hacia el sur, hasta la tercera catarata. Ningún faraón podía permitirse desvincularse del Ejército, y los oficiales ambiciosos estaban siempre dispuestos a sacar tajada de esta dependencia, aun durante el glorioso apogeo de los primeros años del reinado de Hatasu.

P
AUL
D
OHERTY

EGIPTO c. 1479 a.C.
P
RÓLOGO

F
ue un día aciago para el poder de Egipto el tercero del segundo mes de Perit, la estación de la salida, cuando el pelirrojo Set, dios travieso, malévolo, había impedido que el dios del cielo, Shu, sacase a navegar su barca. La mayoría de los tebanos había tenido un día tranquilo. El patio que precedía al gran templo se hallaba en silencio, y en los mercados apenas había movimiento.

Quienes poseían una casa habían preferido no salir a la calle, entonar sus plegarias y hacer ritos y encantamientos contra la mala suerte. Cuando el sol comenzó a hundirse en el horizonte y tiñó de brillantes colores las rocas que coronaban la necrópolis de la ribera occidental del Nilo, se elevó un suspiro colectivo de alivio. Entonces se ofrecieron libaciones a los dioses, y algunos ciudadanos salieron incluso a observar los destellos que arrancaba el sol en su agonía al revestimiento de electro de los obeliscos, altos apéndices de monumental granito que se erguían hacia el cielo frente a las grandes casas de la divina reina-faraón. El astro transformaba el metal que los cubría en brillantes haces de luz. El día tocaba a su fin, y con él se alejaba la amenazadora hostilidad del pelirrojo Set, el dios de la guerra. Por fin abandonaría las Tierras Negras, el lugar que bañaba el gran Nilo. Huiría de Kemet, la región que regaban sus generosas aguas, para vivir con su belicoso cortejo de demonios bajo el calor insoportable del Des-hert, las Tierras Rojas que se extendían al este y al oeste de Tebas y de las que se enseñoreaba el caos; un lugar abrasador, sembrado de secos afloramientos rocosos, en el que moraban el león, la pantera, la hiena de altas crines y el asesino de almas.

En un día como aquél era imposible no sentir la maléfica influencia de las Tierras Rojas. Los tebanos, por ende, se sintieron aliviados en extremo cuando llegó la oscuridad y Ra emprendió su viaje nocturno a través del averno. Con todo, el día no había acabado, y aún no había desaparecido la amenaza de infortunios y actos malignos, tal vez incluso asesinatos. El dios Set, que había quitado la vida a su hermanastro y se hallaba en eterno conflicto con Horus, su sobrino, podía —no en vano era un asesino— regresar con gran sigilo a las angostas callejuelas y las anchas avenidas recubiertas de basalto de la gran ciudad del faraón. En tal caso, entraría a hurtadillas, como un zorro que persigue a su presa o una rata en busca de comida, listo para proyectar su sombra siniestra sobre las almas de los hombres para conminarlos a emplear una daga o una maza contra sus semejantes.

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