Marina Tsvietáieva nunca regresó a su casa de Borisoglebski pereúlok, a pesar de que finalmente regresó a Moscú para cumplir con el destino. Regresó a aquella ciudad que, para otro exiliado del siglo XIX, Alexander Herzen, había vuelto a ser la capital de la nación rusa gracias a Napoleón, quien llevó no sólo la destrucción a la ciudad sino también las ideas liberales. Lejos de la corte de Nicolás I, Moscú fue un fértil campo para los debates ideológicos entre los revolucionarios tempranos como Herzen y los decembristas. El doce de junio del año 1939, Marina embarcó en Le Havre rumbo a Leningrado (San Petersburgo). De allí, en tren, llegó a Moscú. El barco se llamaba
Maria Uliánova
e iba cargado de exiliados españoles. La acompañaba su hijo, que tenía catorce años. Nada más llegar se encontró con un fuerte rechazo social y cultural, además de con las terribles noticias de las muertes y desapariciones de escritores e intelectuales. Su hermana Anastasia se encontraba en un campo de concentración con su hijo. Su hermanastra Valeria se negó a ayudarla. Amigos como Ehrenbourg la evitaban. Pasternak tampoco se portó como esperaba, a pesar de que le proporcionó traducciones para ir sobreviviendo, entre otras, unos poemas de Federico García Lorca. Como no encontraron casa en Moscú, tuvieron que irse a una dacha, a las afueras. Tras el arresto de la familia con quien la compartían, fue sellada y se quedaron sin leña. Estaba en Bólshevo. Luego consiguió otra en Golítsyno con comida incluida, a través del Fondo de Literatura, una organización fundada en 1934 con el fin de prestar ayuda material a los escritores. En una carta enviada a la lingüista Mochálova, le dice que esta casa es poco acogedora y no duerme por las noches, pues hay demasiado miedo. Sólo comen patatas y tienen hambre. De aquí se fueron a vivir cerca de la universidad, en la calle Herzen.
Alexander Herzen fue un escritor y pensador (1812-1870) liberal, autor de un libro de memorias titulado
Pasado y pensamientos
. Perseguido por el zarismo se exilió en Europa. Otro de sus libros famosos fue
Sobre el desarrollo de las ideas revolucionarias en Rusia
. Las revistas rusas reproducían sus «Cartas desde Francia e Italia». Fundó la Libre Tipografía Rusa en Londres, donde editó
La Campana
. Esta revista tuvo tanta influencia que se llegó a decir que se trataba de un auténtico gobierno en la sombra pese a difundirse en Rusia clandestinamente. La literatura para Herzen debía liberar e ilustrar, o, lo que es lo mismo, civilizar. Herzen decía que la libertad de la persona era un producto occidental, y no era casual que en Rusia fuera la literatura, nacida de las reformas prooccidentales de Pedro I, la que, al mostrar la triste realidad del país, suscitando la vergüenza y la indignación del lector, enseñara a éste a ser libre. Por eso, leer significa en Rusia situarse en la oposición al gobierno: «En Rusia, todos los que leen odian el poder; los que apoyan al poder, no leen». Hoy tiene una casa museo en donde residió tres años a partir de 1843, muy cerca de Arbat y, como ya comenté anteriormente, donde residió Marina Tsvietáieva, en Borisóglebski. También hay una estatua de Herzen en la Antigua Universidad de Moscú junto a la de otro librepensador como Ogariov. ¿Habrían sobrevivido ambos a los sóviets? Probablemente hubieran seguido el mismo camino del exilio o quizá otro peor. Herzen, en carta a Manzini, clama contra la guerra, contra toda autoridad impuesta, contra toda clase de privación de la libertad, en nombre de la absoluta independencia del individuo. Isaiah Berlin escribe que, de todos los escritores rusos revolucionarios del siglo XIX, Herzen y Bakunin siguen siendo los más interesantes. Los separaban muchas cosas, pero los unía el ideal de la libertad individual. Bakunin fue un periodista de talento, mientras que Herzen fue —a decir de Berlin— un escritor genial «cuya autobiografía sigue siendo una de las grandes obras maestras de la prosa rusa […]. Lo que Mazzini hizo por los italianos, lo hizo Herzen por sus compatriotas: casi por sí solo creó la tradición y la ideología de la agitación revolucionaria sistemática, fundando así el movimiento revolucionario en Rusia». Herzen, formado en el romanticismo histórico francés y alemán, estaba persuadido de que las causas principales de la injusticia, la opresión y la miseria humana se encontraban en la ignorancia cultural y científica. Herzen creía en el progreso humano: las ciencias naturales lo ayudarían a controlar el mundo físico y material; mientras que las ciencias morales le abrirían el camino a la justicia y la libertad. La ignorancia había conducido al hombre a la oscuridad, la luz llegaría a través del conocimiento. Pero las masas rara vez habían deseado la libertad: «Son indiferentes a la libertad individual, a la libertad de expresión. Las masas aman la autoridad. Siguen cegadas por el arrogante brillo del poder; las ofenden quienes permanecen solos. Por igualdad entienden igualdad de opresión». Herzen valoraba tanto al individuo como a la masa, para él la muerte de un solo ser humano era tan horrible como la muerte de toda la especie humana. La opresión económica, política y cultural, adelantó Herzen, conduciría al comunismo, que «recorrerá el mundo en una violenta tempestad: terrible, sangrienta, injusta, incontenible. Bajo truenos y relámpagos, entre el fuego de los palacios en llamas, sobre la ruina de las fábricas y los edificios públicos se anunciarán los nuevos Mandamientos, los nuevos símbolos de la nueva fe». Herzen luchó por un desarrollo más paulatino y profundo de la sociedad en todas sus capas para evitar ese baño de sangre que resultó inevitable. Los cambios no sólo deberían ser económicos, también deberían ir acompañados de una transformación más profunda de la sociedad. Herzen previno del «canibalismo», la matanza de los hombres y mujeres en nombre de una felicidad futura. Herzen previno de la violencia arbitraria o la humillación de personas inocentes (Marina una de ellas), de la supresión de la libertad individual y de todos los valores de la vida humana. Como comenta Berlin, Herzen vio y denunció el antihumanismo militante y brutal de la nueva generación de revolucionarios rusos, indómitos pero bestiales, llenos de salvaje indignación, pero hostiles a la civilización y a la libertad. Herzen temía a Bakunin. El primero creía en la revolución para cambiar, el segundo en la revolución para demolerlo todo sin saber a ciencia cierta lo que había que hacer al día siguiente. Herzen hablaba de una revolución para sanar la sociedad, mientras otros hablaban de la enfermedad: «La sífilis de las pasiones revolucionarias». Sus enemigos lo acusaron de blando, aristócrata diletante, liberal y traidor. «Bakunin y Herzen — comenta Berlin— tenían mucho en común: compartían una gran antipatía hacia el marxismo y sus fundadores, no veían ninguna ventaja en reemplazar una clase de despotismo por otra, y no creían en las virtudes de los proletarios como tales. Pero Herzen, por lo menos, se enfrentaba a problemas políticos genuinos, tales como la incompatibilidad de la libertad humana ilimitada con la igualdad social o con un mínimo de organización social y autoridad; la necesidad de navegar precariamente entre el Escila de la “atomización” individualista y el Caribdis de la opresión colectivista; la triste disparidad y el conflicto entre muchos ideales humanos igualmente nobles; la no existencia de normas morales y políticas “objetivas”, eternas y universales para justificar la coerción o la resistencia a ella; el espejismo de los objetivos remotos y la imposibilidad de prescindir totalmente de ellos. En contraste con esto, Bakunin se lanzó al ámbito feliz de la fraseología revolucionaria.» Herzen creía en el individuo y en que no hay nada más importante que los fines de los individuos, y por tanto no hay principio en nombre del cual deba permitirse cometer violencia o degradar o matar a los individuos, únicos autores de todos los principios y todos los valores. El inmovilismo de los terribles males que aquejaban la vida rusa zarista: la ignorancia, la pobreza, el analfabetismo, el clero, la corrupción, la ineficacia, la brutalidad y arbitrariedad de la clase gobernante, la mezquindad, el servilismo y la inhumanidad llevaron a las masas por el camino de Bakunin más que por el de Herzen, aunque al final otros fueron los vencedores, precisamente sus antagonistas. Un papel destacado también lo cumplió la censura —Pushkin la sufrió brutalmente—, que convirtió a toda la literatura rusa del XIX en lo que Herzen calificó como «un gran documento de denuncia». El principal efecto de la represión cultural y literaria consistió en desviar muchas ideas sociales y políticas a la literatura; un arte escasamente valorado, seguido y prestigiado. Vladimir Korolenko, exaltado por ese ambiente irrespirable, gritó pocos años antes de la revolución: «¡Mi patria no es Rusia, mi patria es la literatura!». Eso mismo debieron pensar Anna, Marina, Osip y tantos otros. Herzen: periodista, narrador, memorialista, filósofo, editor de prensa pasó gran parte de su vida entre Francia, Italia, Suiza e Inglaterra. Sociedades donde la clase burguesa había sabido irse acomodando a los nuevos tiempos. Herzen era consciente, así lo confirman sus escritos, de que el nuevo mundo que surgiría para vengarse del viejo mundo, tan injusto, si se le daba rienda suelta, crearía sus propios excesos y llevaría a millones de seres humanos a un inútil exterminio mutuo. Más millones de los que él jamás pudo imaginar. « ¡No olvidar a Kropotkin!», escribe Kafka en las páginas de su
Diario
fechadas en el año 1913. El escritor checo, que no cita a demasiados autores y obras literarias en sus escritos, hace varias referencias al anarquista ruso y a su contemporáneo Herzen. Las
Memorias
de Kropotkin era uno de los libros predilectos del autor de
La metamorfosis
. A Herzen lo cita en una anotación de diciembre de 1914: «He leído unas cuantas páginas de
La niebla de Londres
, del libro de Herzen. No tenía ni idea de su tema, y sin embargo surge todo el hombre inconsciente, resuelto, que se mortifica, que se domina y vuelve a extinguirse»; y en otra de 1915: «… se la he leído a Herzen [es metafórico pues ya había muerto varios años antes de nacer el propio Kafka] para que él me ayudara de algún modo a continuar adelante. Felicidad, la vida elegante en sus círculos; Belinski, Bakunin en la cama, envueltos en pieles, días y días. A veces, sensación de una desdicha que casi me desgarra, y al mismo tiempo la convicción de la necesidad de la misma y de un objetivo a través de todas las formas con que me atrae la desdicha (me influye ahora el recuerdo de Herzen, pero ya me ha ocurrido en otras ocasiones)».
Marina regresó presionada por los hijos y el marido. Ella tenía la convicción de que un escritor debe estar donde no le molesten para escribir (respirar). En una carta a su amiga, la traductora Merkúrieva, le comenta que se ha mudado al Merzliakovsk pereúlok. «Todo el equipaje (colosal, todavía desmesurado a pesar de haber vendido y regalado cuanto he podido a lo largo de todo un mes) se quedó en la calle Herzen.» Marina dudaba de poder recuperarlo. Confiesa que en Herzen estuvieron bien. «Con tantos cambios de lugar —le escribe a Merkúrieva— voy perdiendo poco a poco el sentido de lo real: de mí…» Cuando toda la familia se reencuentra en Bólshevo tienen la impresión de ser unos extraños para los otros. Su relación con el marido es cada vez más distante. Teme por su delicada salud, pero no tiene tiempo para escuchar «trozos de su vida sin mí». Su hijo va al colegio. Alia es un enigma para ella pues siempre está alegre, aunque Marina califica esta alegría de «postiza». Luego la hija se marcha y es detenida al mismo tiempo que Sergéi. «¿ Cuándo escribir?», se pregunta en medio de aquel cataclismo colectivo. Evacuada con su hijo Mur a la República Socialista Tártara, a unos escritores los dejan en mejores condiciones en Chistopol y a otros en la aldea de Elabuga. Ella hace gestiones para que los conduzcan de nuevo a Chistopol. Lo logra pero seguramente a cambio de que sirviera a los servicios secretos rusos. El 31 de agosto del año 1941 se ahorca. Tenía cuarenta y nueve años. En la carta de despedida dejada a su hijo le dice que había caído en un callejón sin salida, también le confiesa su amor enloquecido hacia él, su padre y hermana, «los amé hasta el último minuto». En un poema del año 1920 había escrito: «¡También en el espasmo de la muerte seré poeta!». Fue enterrada en el cementerio de Elabuga, en un lugar desconocido. «Quisiera que posaran una piedra, una piedra extraída de una cantera de Tarusa con la inscripción: “Aquí hubiera querido reposar Marina Tsvietáieva”» (en el poema dedicado a la muerte de Bieli). No fue incinerada como ella deseaba, ni la acompañaron en su féretro (no lo tuvo) algunos de sus libros favoritos:
Los nibelungos
, la
Ilíada
o
El cantar sobre las huestes de Igor
. Su hijo Mur quien, nada más llegar a Rusia, había sido incorporado a una brigada civil de detección de minas y bombas, murió en la segunda guerra mundial, en el año 1944. Acababa de cumplir veintinueve años. De la familia sólo sobrevivió Alia.
En
Poema del fin
, Marina dice que ya no hay adónde ir, y se refiere a la vida como un lugar en donde no es posible vivir. La compara al gueto judío, al pogromo. El poema número 12 lo finaliza de este modo: «… terraplén, foso —¿gueto de élites?—. / Sin piedad. Si es éste / un mundo cristiano, / los poetas somos judíos». Marina se había enamorado de su marido, entre otras razones, porque era de origen judío. El rechazo a los judíos, tanto en el cristianismo ortodoxo como en el régimen soviético, lo deja muy bien reflejado en los versos anteriores. Los poetas también compartirían el destino de los judíos, aunque ella había dejado claro en unos versos del
Poema del fin
sus orígenes aristocráticos polacos: «… Somos así, orgullosas / y polacas —Marina—, cuando en mis manos llueven / ojos de águila: // ¿lloras? Mi amor, / mi todo: perdóname. / Trozos de sal / caen en mis palmas».
El último escrito de Marina, además de la misiva de despedida a su familia, fue la que envió a la Unión de Escritores, el 26 de agosto de 1941, pidiendo que se le diera trabajo como «lavaplatos» en el comedor del Litfond (la asociación de escritores) «que va a abrirse».
¿Cuántos
de aquellos escritores a los que iba a servir Marina resistieron el paso del tiempo? ¿Para aquello había servido la revolución? ¡Unos escritores siervos de los otros! «Dispersos entre el polvo de las tiendas, / donde nadie los ve ni los verá. / Como a vinos excelsos a mis versos, / también les llegará su hora», escribió en 1913. Y en otro escrito clama este vaticinio: «Llegará el día que publicaréis todo lo que escriba. ¡Todo, hasta la última línea! ¡Hasta ésta, también estas palabras sobre vosotros!». De su diario extraigo esta otra reflexión: «Todos me consideran valiente. No conozco a una persona más temerosa que yo. Tengo miedo de todo. De los ojos, de la oscuridad, de los pasos, pero sobre todo de mí misma, de mi cabeza, si es una cabeza —que con tanta abnegación me sirve en el cuaderno y tanto me mata en la vida. Nadie ve, nadie sabe que desde hace ya un año (aproximadamente) busco con los ojos— un
gancho
, pero no hay, porque en todos lados hay electricidad. No hay “arañas”». Por esas mismas fechas, en una carta a Merkúrieva, le comenta que ya había escrito todo lo que tenía que escribir. Su felicidad únicamente consistía en tener una mesa para escribir, estar con los suyos y tener libertad. Ella sabía que en aquellas circunstancias cualquier cosa era imposible, «la vida debería alegrarse de quien es feliz, alentarlo en ese don tan poco frecuente. Porque del hombre feliz brota felicidad». Marina odiaba aquella época que despreciaba el mundo interior de la persona y a la persona misma individual, no masificada. El mundo se convirtió para ella en un lugar donde no se podía vivir. En
Noches florentinas
dice refiriéndose a los últimos años en Rusia: «He vivido tan otramente…». Marina creía que un poeta jamás muere, no hay muerte en los elementos, ya que todo te devuelve al elemento de los elementos: la palabra. Mientras se es poeta no hay muerte en los elementos, porque no hay muerte, sino regreso al seno materno. La muerte del poeta era la renuncia a los elementos, «es más sencillo cortarse las venas». Sobre el suicidio comentó que no era uno solo, «son dos, y ninguno de los dos es suicidio, ya que el primero es una hazaña y el segundo, una fiesta. Victoria sobre la naturaleza y glorificación de la naturaleza. Vivió como un hombre y murió como un poeta». Su último poema conocido es «Puse la mesa para seis»: «No dejo de repetir el primer verso / y corregir la palabra: / “Puse la mesa para seis”… / Te olvidaste de uno, el séptimo. // Estáis tristes los seis. / Ráfagas de lluvia cubren vuestros rostros. / Cómo pudiste, en esa mesa, / olvidar el séptimo, la séptima… // Están tristes tus huéspedes, / aburrida la garrafa de cristal. / Desconsolados ellos, desconsolado tú, / y, más desconsolada, la que olvidaste invitar. // Sin alegría, sin brillo, / ah, no coméis ni bebéis. / ¿Cómo pudiste olvidar el número? / ¿Cómo te confundiste en el cálculo? // ¿Cómo pudiste, cómo osaste no entender / que seis (dos hermanos, el tercero /—tú mismo— con tu mujer, y los padres) eran siete puesto que yo existo. // Pusiste la mesa para seis, / pero no se reduce el mundo a seis. / Para ser un espantajo entre los vivos, / prefiero ser un fantasma, con los tuyos, / (los míos) / tímida como un ladrón, / ¡sin rozar un alma siquiera! / Me siento en el lugar —la séptima— / delante del cubierto que no has puesto. // ¡Por fin! ¡Volqué mi vaso! / Y todo lo que era preciso derramar, / —la sal toda de mis ojos, toda la sangre de las heridas— / desde el mantel al parqué. // Y ningún féretro, ninguna separación. / La mesa exorcizada, la casa despierta. / Como la muerte a un banquete de boda, / yo, la vida, presente en esa cena. // Nadie: ni hermano, ni hijos, ni esposo, / ni amigo; y un reproche, pese a todo: / tú —que pusiste la mesa para seis almas, / ni siquiera me pusiste en un rincón.» (1941, traducción de Monika Zgustova y Olvido García Valdés).