La Ulitsa Bolshaya Morskaya fue entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, hasta la revolución, una de las calles más elegantes de la hasta entonces capital rusa. Estaba cubierta de ricas mansiones y de embajadas. Daba y da a la Plaza de San Isaac, presidida por la catedral dedicada al mismo santo. La inmensa cúpula dorada refulge en toda la ciudad. Frente al templo (en la época soviética lo convirtieron en museo del ateísmo) está el extraordinario monumento ecuestre dedicado al zar Nicolás I, impulsor de esa extraordinaria obra arquitectónica debida a Augusto de Montferrand, quien también se ocupó de diseñar el monumento. La plaza es de unas inmensas dimensiones. Nabokov conoció además la mole modernista que alberga al Hotel Astoria, pues fue levantado entre los años 1910 y 1912. En él se alojaron John Reed, autor del libro sobre la revolución bolchevique,
Diez días que conmovieron al mundo
, y, entre otras personalidades, el poeta ruso Serguéi Esenin y su entonces esposa, la bailarina Isadora Duncan. Esenin eligió este mismo lugar para suicidarse, escribiendo con su propia sangre estas palabras: «Morir no es nuevo pero tampoco vivir» («Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto. / Conmigo vas, querido, en este pecho. / Este fijado abandono, / promete más tarde un encuentro. / Hasta pronto, sin gestos ni palabras. / No arrugues el ceño y diviértete. / En esta vida, el morir no es cosa nueva. / Y el vivir, tampoco nuevo es»). Nabokov también vio la esbelta torre y aguja del Almirantazgo; admiró la escultura a caballo de Pedro el Grande aplastando la serpiente de la traición, a la que Pushkin le dedicó el poema épico
El jinete de bronce
; pasó bajo el arco de la Plaza de los Decembristas y observó tantos y tantos palacios hasta llegar al Neva «tan luminoso como el mar». Y allí el Ermitage, el Louvre de San Petersburgo. Pero en
Habla, memoria
la calle a la que más se refiere, además de la Ulitsa Bolshaya Morskaya, es la Nevski, el verdadero corazón de San Petersburgo, «la ciudad más adusta y enigmática del mundo». En la Nevski estaban los cines Parisiana y Piccadilly; había numerosas librerías, y aquellos cafés donde jamás se acababa de imaginar el mundo. Corrían por la Nevski durante el invierno nevado los ligeros trineos tirados por caballos alazanes. También estaban instaladas en la Nevski las grandes agencias de viajes que publicitaban en sus escaparates los coches-cama internacionales que conectaban San Petersburgo con París. En aquellos carteles estaba el anuncio de su futura errancia por el mundo, «el hecho de que el más robusto superviviente de nuestra herencia rusa haya resultado ser una pequeña maleta me parece lógico y a la vez emblemático». Paralela a la calle de la familia Nabokov está otra que puede llevarnos a confusión por su muy semejante denominación, la Ulitsa Malaya Morskaya. En ésta vivieron los escritores Gógol y Dostoievski, que tuvo en esta ciudad innumerables domicilios; así como se suicidó Chaikovski en un ático del número 13, tras finalizar su sinfonía
Patética
en el mes de noviembre del año 1893.
En sus memorias, Nabokov hace el siguiente comentario tras ver unas películas caseras rodadas por sus progenitores en esta misma mansión pocas semanas antes de su nacimiento: «… contempló un mundo prácticamente inalterado —la misma casa, la misma gente— pero comprendió que él no existía allí, y que nadie lloraba su ausencia». Todos quienes pasamos por esta casa, que él siempre la recordó como su única casa en el mundo, sentimos esa misma nostalgia y melancolía recordando aquellas otras que también fueron las de nuestra infancia: derribadas o igualmente en otras manos. «La nostalgia que he estado acariciando durante todos estos años no es el dolor por los billetes de banco perdidos sino una hipertrofiada conciencia de infancia perdida.» Nabokov llegó incluso a escribir estos versos: «Bajo el cielo / De mi América, en donde suspirar / Por un lugar de Rusia». Ese lugar, aunque sea póstumamente y todavía parcialmente, ya ha vuelto a ser suyo. «Apenas puedo imaginar qué supondría ver de nuevo en la realidad mi antiguo mundo. A veces fantaseo que lo visito de nuevo, provisto de un pasaporte falsificado, con nombre supuesto. No es imposible…». Nabokov ya no lo puede hacer, no puede volver a imaginarse aquel olor a mandarinas de la habitación verde, pero sí sus lectores, en quienes él ha delegado este reencuentro.
«Moscú no tiene lugar para mí», le escribió Marina Tsvietáieva a su amiga, la poeta y traductora Vera Aleksándrovna Merkúrieva. La carta fue enviada por su remitente un año antes de suicidarse. Y sin embargo, a pocas ciudades amó tanto como a la de su natalicio. En la misma misiva comenta: «Nosotros hemos colmado de regalos Moscú. Y Moscú me echa: me arroja. ¿Y quién es para ensorberbecerse frente a mí?». Marina recuerda lo mucho que su familia hizo por esta ciudad. En el antiguo Museo Rumiántsev (hoy Pushkin) había donadas tres bibliotecas: la del abuelo materno, la de la madre y la de su padre. Marina pasó casi la mitad de su vida fuera de la antigua Rusia y luego Unión Soviética. Conocía muy bien Italia, Alemania, Checoslovaquia, Suiza y, sobre todo, Francia. Vivió en Lausana, Friburgo, Berlín, Praga y París. Su exilio se prolongó durante diecisiete años. Los primeros meses en Berlín, más de tres años en Checoslovaquia y trece en Francia, en París. A la capital francesa se había escapado a estudiar, en el año 1909, con apenas dieciséis años. Regresó luego a ella, por una más larga temporada, en 1925. Allí permaneció hasta el año 1939, en que regresó a su país. Admiraba la Revolución francesa, a Napoleón, a Rostand y a Sarah Bernhardt, por lo que se hizo expulsar de todos los liceos rusos y a esa temprana edad partió sola a París, donde asistió a clases de literatura medieval en la Sorbona. La niñez y juventud moscovita eran «felices», mientras que el resto de su existencia, donde quiera que estuviese, se convirtió en un infierno. En París los problemas económicos fueron tremendos, aunque nada comparables con la situación que sufriría al regresar a la Unión Soviética. En la capital gala, a pesar de residir continuadamente durante más de una década, no consiguió relacionarse con el mundo cultural de la urbe, que pasaba por uno de los momentos más brillantes de su historia. Marina no conectó tampoco con el exilio ruso y se aisló en sí misma. Todo poeta es un exiliado del Paraíso y el suyo no estaba en ningún lugar, quizá tan sólo en la infancia. Marina asumió su soledad confesando que «ya me es indiferente dónde sentirme sola». La sociedad cultural parisina no sólo había admitido a cientos de intelectuales y artistas extranjeros, sino que también los había engullido como propios. Tzara era rumano, Picasso era español y Modigliani era italiano. ¿Por qué Marina se quedó fuera? Se había instalado en la ciudad del Sena en el año 1925. Después de haber dado a luz en Praga a su tercer hijo, el único varón, debido a las dificultades económicas la familia decidió mudarse a París. El matrimonio Efrón se trasladó con su hija Ariadna y el recién nacido. Por aquellas calles aún deambulaban, o habían partido ya hacia diferentes rumbos, otros emigrantes rusos tales como: Jodasévich, Ivánov, Bunin, Nabokov, Aldánov, Galdanov, Stravinski, Sereberiakova, Goncharova (la pintora sobre la cual Marina escribiría un largo ensayo), Nina Berberova, Záitsev, Jodasévich, Shestov y Rémizov. ¿Cómo es que ninguna editorial gala solicitó sus servicios, no sólo como autora sino también como magnífica traductora? ¿Cómo es que pasó desapercibida a la prensa local como colaboradora? Además Marina tenía un muy importante contacto. Gala, la por entonces mujer de Paul Éluard, era moscovita como ella e íntima amiga de su hermana Anastasia. Las tres muchachas habían jugado juntas infinidad de veces en la casa paterna de Trejprudni pereúlok, número 8. Quizá la sociedad cultural parisina, muy proclive a los sóviets, no la vio con muy buenos ojos, pues gran parte de aquella intelectualidad tenía vínculos directos o de simpatía con el partido comunista. A todo ello se añadieron las furtivas actividades políticas prosoviéticas del marido. Serguéi pasó de revolucionario anarquista a la defensa del zarismo y de ahí al comunismo.
Marina lo desconocía hasta que se enteró cuando aquellas actividades salieron a la luz debido a ciertos hechos violentos de su esposo que llevaron a la policía francesa a su persecución. En París, la autora de
Album vespertino
perdió a sus lectores, a su público. En
El poeta y el tiempo
comenta que en Rusia se le perdonaba todo por ser poeta, mientras que en Francia le perdonaban el serlo. ¿Por qué? Ni siquiera allí llegó a cruzarse con su gran amor platónico y poético, Rainer Maria Rilke. Ambos coincidieron durante meses, pero Marina vivía como ausente y así jamás llegaron a contemplarse personalmente. «Me es ya indiferente / dónde vivir sintiéndome sola…», escribió en 1934.
La casa familiar de Trejprudni pereúlok ahora no existe. Fue demolida y en su lugar se levanta un edificio de ocho plantas, de ladrillo rojo, estilo estaliniano de los años cincuenta. La casa estaba al lado del Estanque del Patriarca. En este lugar se hallaba la reserva de pescado que surtía a los altos dignatarios eclesiásticos. Hoy el estanque sigue allí, rodeado de esbeltos edificios y arbolado. Se puede surcar en barca en verano y patinar en el invierno sobre sus aguas heladas. En un pequeño jardín con rampas y columpios, se levanta el monumento dedicado al narrador Krylov, rodeado por los personajes de su obra. Pero fue Mijaíl Bulgákov quien inmortalizó este curioso espacio en la novela
El maestro y Margarita
. El diablo se aparece aquí y provoca un caos en la vida cotidiana de la ciudad. El mismo Bulgákov vivió varios años (de 1921 al 1924) muy cerca, en la Ulitsa Bolshaya Sadovaya. La escalera que conduce a un piso privado está repleta de frases sacadas de la propia obra o comentarios anónimos referidos a la misma. La novela comenzó a ser escrita en el año 1928 y no la finalizó hasta poco antes de su muerte, en el año 1940. La censura prohibió la publicación hasta veintiséis años después. El primer sábado de mayo con luna llena, en procesión, disfrazados y con velas, salen las gentes alrededor del estanque rememorando el día en que Voland abandona Moscú y el maestro y Margarita consiguen la paz eterna gracias a la intercesión de Ieshua. Muy cerca de Trejprudni pereúlok se encuentran también otros lugares cargados de referencias literarias: la casa museo de Gorki, una obra maestra del modernismo; y la iglesia de la Gran Ascensión, en la Úlitsa Bolshaya Nikitskaya, donde se casaron Pushkin y Goncharova en el año 1831.
Iván Vladímirovich Tsvietáiev era un filólogo de renombre europeo. Fue fundador y coleccionador del Museo de Bellas Artes. Él lo proyectó, buscó los medios, reunió las colecciones originales, entre ellas una de las mejores colecciones de pintura egipcia que existe en el mundo. La consiguió junto con el coleccionista Morozov. Eligió y encargó los moldes de obras clásicas y se ocupó de todas las instalaciones del museo. Marina recordaba que sus padres habían viajado a los Urales para elegir el mármol del centro cultural. En uno de los escritos autobiográficos redactados para las autoridades soviéticas, subrayaba la renuncia de su padre a utilizar un piso en el propio museo en favor de los empleados. El profesor Tsvietáiev era muy querido y admirado. Cuando murió, según relata su hija, todo Moscú asistió a los funerales. En
Mi padre y su museo
habla de su pasión por el trabajo, su ausencia de arribismo y su sencillez. El museo fue fundado en 1898. Situado en el número 12 de la Ulica Volhonka, ocupa un amplio edificio de estilo clásico, construido en el año 1912 por Klein para sede de la Gliptoteca (vaciados en yeso de esculturas clásicas para uso de los estudiantes de arte de la Universidad de Moscú). En 1924 se convirtió en Museo Central de Bellas Artes de Moscú con la aportación de las esculturas procedentes del anterior Museo Rumiántsev (del que durante veinticinco años había sido director el padre de Marina), luego utilizado como biblioteca con el nombre de Lenin. Aquí vinieron a parar cuadros del Kremlin, del Ermitage, de otros museos de San Petersburgo y de varias ciudades más. También los cuadros confiscados a coleccionistas privados como, por ejemplo, Schukin y Morozov.
En el año 1937 (aún viva Marina) se rebautizó el museo con el nombre de Pushkin. Schukin había adquirido más de doscientas obras de artistas contemporáneos y, por aquellas fechas, desconocidos como Cézanne, Matisse o Picasso. Morozov coleccionó cuadros de estos y otros pintores como Renoir, Van Gogh o Gauguin. Muchas de estas obras fueron retiradas tras la revolución y censuradas. Marina contó datos familiares en varios escritos pero, especialmente, en la misiva que le envió a Beria, uno de los más crueles jefes de la policía política. Lo hacía para interceder por su marido, Serguéi, y su hija, Ariadna, detenidos ambos nada más regresar todos de París. Hija y padre, meses antes; y madre e hijo, poco después. ¿Le interesaba a Beria la historia de una familia culta burguesa? Seguro que no. Para el comisario, todo cuanto le refería Marina no iba a favor de sus familiares sino en contra. Hoy el Museo Pushkin es una joya del arte antiguo europeo y del siglo XX, con colecciones extraordinarias de impresionistas y postimpresionistas.
María Meyn era la madre de Marina. Parece ser que era una pianista extraordinaria. Murió muy joven. Discípula de Rubinstein, inculcó en sus hijas este arte sin mucho provecho. Quería que Marina fuera la famosa pianista que ella no pudo ser debido a su boda, pero la literatura siempre fue el arte preferido de su segunda hija. La madre no asumió bien que se rebelara contra sus deseos. Como tampoco que, después de una primogénita, Anastasia, naciera otra mujer en vez del tan esperado varón. Este complejo involuntario de culpa amargó siempre la existencia de nuestra escritora. El padre de Marina estaba viudo. De aquel primer matrimonio habían nacido Valeria y Andréi. Iván había quedado viudo de la mejor amiga de María. Ésta, a su vez, estaba enamorada de un hombre casado. La madre de Marina así, renunció a su amor y a su vocación artística. El padre se lo impuso. Era de origen alemán y polaca noble. En
Mi madre y la música
explica las complejas y conflictivas relaciones entre ambas: «Los versos me vienen de mi madre, como también mis otros males». Su forma de escritura a veces parece procedente de una partitura musical: versificación, puntuación. Marina utiliza permanentemente el guión (—). «Cuando en mis escritos tropiece con un guión, sepa que se trata de un
suspiro»
, le comentó a Pasternak. Marina descubrió en la habitación de su hermanastra Valeria, en Trejprudni pereúlok número 8, el refugio para sus lecturas iniciáticas. A escondidas leía libros prohibidos. Lo cuenta en
El diablo y El cuento de mi madre
. En aquella habitación no sólo leía sino que se encontraba con el diablo, sentado encima de la cama de Valeria. La enfermedad de la madre la obligó a dejar Moscú y a viajar por Europa. Ambas hermanas estuvieron internas en un colegio en Lausana y en la Selva Negra. Finalmente María murió en el año 1906 habiendo acumulado un sinfín de fracasos. Por aquel entonces ya Marina sabía más versos de memoria que partituras. En aquella casa de la infancia estuvo a diario Gala Diakonova (luego Dalí), la mejor compañera de colegio de su hermana Anastasia. Gala escapaba de su hogar, bastante pobre, donde siempre «olía a cebolla» y «las cucharas eran de estaño».