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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 3 - Madouc (6 page)

BOOK: Lyonesse - 3 - Madouc
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Para fastidio de la dama Desdea, había otras tres personas en la cámara. Las damas Bortrude y Parthenope bordaban junto a la ventana; al lado de Sollace, púdicamente encaramado en un taburete, estaba el padre Umphred, cuyas nalgas desbordaban del asiento. Usaba una sotana de fustán pardo, con la capucha echada hacia atrás. La tonsura revelaba una coronilla pálida y chata bordeada de pelo color ratón; debajo había unas mejillas blancas y fofas, una nariz rechoncha, unos ojos oscuros y saltones y una boca pequeña y rosada. El padre Umphred era asesor espiritual de la reina; en la mano regordeta sostenía un fajo de dibujos que describían aspectos de la nueva basílica que se estaba construyendo en el extremo norte del puerto.

Desdea avanzó e intentó hablar, pero la reina la interrumpió con un gesto.

—¡Un momento, Ottile! Como ves, estoy ocupada en asuntos importantes.

Desdea se contuvo, mordiéndose el labio, mientras el padre Umphred exhibía los dibujos provocando en la reina chillidos de entusiasmo. Sollace hizo un solo reproche:

—¡Ojalá pudiéramos construir un edificio de proporciones imponentes, para vergüenza de todos los demás en todo el resto del mundo!

El padre Umphred sonrió.

—¡Querida reina, puedes estar segura! Nada faltará en la Basílica de Sanctissima Sollace, Amada de los Ángeles, en lo concerniente a la santa inspiración que ella encarna.

—¿De veras?

—Sin duda alguna. ¡La devoción jamás se mide por la grosera magnitud! Si así fuera, una bestia salvaje llamaría más la atención en los aposentos celestiales que un pequeño bebé bendecido con el sacramento del bautismo.

—Como siempre, sitúas nuestros pequeños problemas en la perspectiva adecuada.

Desdea ya no pudo contenerse. Cruzó la cámara y se agachó para murmurar al oído de la reina:

—Debo hablar en privado contigo, majestad, de inmediato.

Sollace, enfrascada en los dibujos, hizo un gesto distraído.

—¡Paciencia, por favor! ¡Esta conversación es de suma importancia! —Tocó un dibujo con el dedo—. A pesar de todo, si pudiéramos añadir un atrio aquí, con habitaciones a ambos lados, mejor que enfrente del crucero, el espacio serviría para un par de ábsides menores, cada cual con su altar.

—Querida reina, podríamos seguir este plan si acortáramos la nave en la medida requerida.

—¡Pero no deseo hacerlo! —exclamó la reina con petulancia—. Más aún, deseo alargarla más, y también aumentar esta curva en el extremo del ábside. ¡Ganaríamos espacio para un retablo realmente espléndido!

—La idea es de una excelencia innegable —declaró el padre Umphred—. Aun así, recordemos que los cimientos ya están cavados y están pensados para las dimensiones actuales.

—¿No se pueden extender sólo un poco?

El padre Umphred meneó la cabeza tristemente.

—¡Lamentablemente, estamos limitados por la escasez de fondos! Si hubiera una abundancia sin límites, todo sería posible.

—¡Siempre esa deprimente historia! —protestó la reina Sollace—. ¿Acaso estos albañiles, peones y picapedreros son tan codiciosos que no desean trabajar para la gloria de la Iglesia?

—¡Siempre ha sido así, querida reina! No obstante, rezo todos los días para que el rey, con su magnífica generosidad, nos otorgue lo necesario.

La reina Sollace gimió con melancolía.

—El esplendor de la basílica no es la principal prioridad del rey.

—El rey debería recordar un hecho importante —comentó reflexivamente el padre Umphred—. Una vez que la basílica esté terminada, la marea financiera se invertirá. Vendrán gentes de todas partes para adorar, cantar canciones de alabanza y presentar obsequios de oro y plata, pues de esa manera esperan conquistar la gratitud de un cielo jubiloso.

—Esos obsequios también me traerán júbilo a mí, si así podemos adornar la iglesia con la adecuada riqueza.

—Para ese propósito debemos conseguir buenas reliquias —dijo sabiamente el padre Umphred—. ¡Nada afloja las correas de los talegos como una buena reliquia! ¡El rey debería saberlo! ¡Los peregrinos aumentarán la prosperidad general y, en consecuencia, las arcas del reino! Pensándolo bien, las reliquias son muy beneficiosas.

—¡Oh sí, debemos tener reliquias! —exclamó la reina Sollace—. ¿Dónde se pueden obtener?

El padre Umphred se encogió de hombros.

—No es fácil, pues muchas de las mejores ya han caído en otras manos. Sin embargo, con perseverancia, es posible conseguirlas: por donación, por compra, capturándolas a los infieles o descubriéndolas en sitios inesperados. Por cierto, es un poco tarde para iniciar la búsqueda.

—Debemos hablar detalladamente sobre esto —dijo la reina Sollace. Y añadió con cierta brusquedad—: ¡Ottile, estás obviamente contrariada! ¿Qué sucede?

—Estoy confundida y desconcertada —dijo Desdea—. Eso es verdad.

—Cuéntanos qué ha ocurrido, y desentrañaremos el misterio juntas.

—Sólo puedo hablar de esto a solas.

La reina Sollace puso cara de afecto.

—Bien, si crees que tales precauciones son necesarias —se volvió hacia las damas Bortude y Parthenope—. Parece que esta vez debemos complacer el capricho de la dama Desdea. Podrás atenderme luego, Ermelgart. Agitaré la campanilla cuando esté preparada.

Bortude y Parthenope se marcharon de la sala irguiendo la nariz, junto con la doncella Ermelgart. El padre Umphred titubeó, pero salió al ver que no le pedían que se quedara.

Sin más demora, Desdea refirió el episodio que tanto la preocupaba.

—Era la hora de los ejercicios de dicción de Madouc, que son muy necesarios, pues la princesa canturrea como una rústica del puerto. Recibí en el cuello el impacto de un fruto podrido, arrojado desde arriba con fuerza y precisión. Lamento decir que de inmediato sospeché de la princesa, que es propensa a las travesuras. Sin embargo, al mirar hacia arriba, encontré a su majestad observándome con extraña expresión. Si yo fuera una mujer imaginativa y la persona no hubiera sido el rey, quien desde luego tiene las mejores razones para todos sus actos, describiría esa expresión como una mueca de triunfo o, con mayor exactitud, de vengativa euforia.

—Sorprendente —dijo la reina Sollace—. ¿Cómo es posible? Estoy tan asombrada como tú. El rey no es hombre amante de travesuras tontas.

—¡Desde luego que no! Aun así… —Desdea miró con fastidio por encima del hombro cuando Marmone entró en la habitación, la cara roja de furia.

Desdea se volvió hacia ella.

—Narcissa, por favor, estoy deliberando con su majestad acerca de un asunto de suma importancia. Ten la amabilidad…

La dama Marmone, tan severa y arrolladora como Desdea, hizo un gesto de enojo.

—¡Tu asunto puede esperar! ¡Lo que debo decir no admite demoras! Hace menos de cinco minutos, cuando cruzaba el patio de la cocina, un membrillo podrido arrojado desde la arcada me dio en la frente.

La reina Sollace soltó un grito gutural.

—¿Una vez más?

—«Una» o «más». ¡Cómo prefieras! ¡Ocurrió tal como lo describí! El ultraje me dio fuerzas. Subí la escalera deprisa con la esperanza de sorprender al culpable. ¿Ya quién encuentro trotando alegremente por el corredor sino a la princesa Madouc?

—¿Madouc? ¿Madouc? —exclamaron al unísono la reina Sollace y la dama Desdea.

—¿Quién si no? Se me encaró sin remordimientos e incluso me pidió que me apartara para no cerrarle el paso. No obstante, la detuve para preguntarle: «¿Por qué me arrojaste un membrillo?». Y ella respondió, sin inmutarse: «No teniendo a mano nada más apropiado, usé un membrillo, siguiendo el consejo del rey». Exclamé: «¿Debo entender que su majestad te aconsejó que hicieras semejante cosa? ¿Por qué?». Y ella respondió: «Tal vez opina que tú y Desdea sois inexcusablemente fastidiosas y aburridas en vuestra instrucción».

—¡Sorprendente! —dijo Desdea—. ¡Estoy pasmada!

Marmone continuó:

—Le dije: «Debido a tu rango, quizá no pueda castigarte como mereces, pero de inmediato comunicaré este ultraje a la reina». La princesa respondió con un gesto altanero y continuó la marcha. ¿No es extraño?

—¡Extraño pero no excepcional! —exclamó Desdea—. Yo sufrí lo mismo, pero fue el rey Casmir quien arrojó la fruta.

Marmone guardó silencio un instante.

—¡En ese caso —dijo al fin—, estoy totalmente desorientada!

La reina Sollace se incorporó.

—¡Debo llegar al fondo de esta cuestión! Antes de que haya finalizado esta hora, averiguaremos cómo son las cosas.

La reina y sus dos damas, seguidas discretamente por el padre Umphred, encontraron al rey Casmir deliberando con el senescal Mungo y el secretario Pacuin.

Casmir las miró de mal talante y se incorporó pesadamente.

—Querida Sollace, ¿qué es tan urgente como para interrumpir mis deliberaciones?

—Debo hablar contigo en privado —dijo Sollace—. Ten la bondad de despedir a tus asesores, aunque sólo sea por unos instantes.

Casmir, reparando en el ceñudo rostro de Desdea, adivinó el propósito de la visita. Ordenó a Mungo y Pacuin que abandonaran la habitación y señaló con el dedo al padre Umphred.

—Tú también te marchas.

El padre Umphred sonrió afablemente y se largó.

—Venga, ¿cuál es el problema? —preguntó Casmir.

La reina Sollace explicó la situación con un torrente de palabras. El rey Casmir escuchó con muda paciencia.

—Ahora comprenderás mi preocupación —concluyó Sollace—. Esencialmente, nos urge saber por qué arrojaste una fruta a Desdea y luego alentaste a Madouc para que hiciera lo mismo con Marmone.

—Di a Madouc que venga de inmediato —le dijo Casmir a Desdea.

La dama Desdea se marchó y poco después regresó con Madouc, quien entró en la habitación con cierta renuencia.

—Te ordené que no arrojaras más fruta —dijo el rey Casmir con serenidad.

—Ciertamente lo hiciste, majestad, con respeto a Desdea, y también me advertiste que no usara sustancias más ofensivas. Seguí tu consejo al pie de la letra.

—Pero le arrojaste fruta a Marmone. ¿Eso te aconsejé?

—Así lo interpreté, pues no la incluiste en tus instrucciones.

—¡Aja! ¿Acaso esperabas que nombrara a cada individuo del castillo, y enumerase en cada caso las sustancias que no debías arrojar?

Madouc se encogió de hombros.

—Como ves, majestad, cuando hay dudas se cometen errores.

—¿Y tú tenías dudas?

—¡En efecto, majestad! Simplemente, me pareció justo tratar a ambas damas por igual, para que ambas gozaran de las mismas ventajas.

El rey Casmir sonrió y asintió con la cabeza.

—Esas ventajas no las veo muy claras. ¿Puedes explicarlas?

Madouc se miró las manos frunciendo el ceño.

—La explicación podría ser larga y tediosa, y yo incurriría en el mismo defecto que deploro en las damas Desdea y Marmone.

—Haz el esfuerzo, por favor. Si nos aburres, te excusaremos de inmediato.

Madouc escogió las palabras con cuidado.

—Estas damas son gentiles, desde luego, pero cada día su conducta es la misma del día anterior. No conocen el fervor ni la sorpresa, ni experimentan novedades maravillosas. Me pareció apropiado brindarles una aventura misteriosa, la cual despertaría su curiosidad y reduciría el tedio de su conversación.

—¿Tus motivos, pues, eran totalmente amables y compasivos?

Madouc le dirigió una mirada equívoca.

—Sospeché, desde luego, que al principio no sentirían gratitud y quizá se enfadarían un poco, pero al final estarían encantadas con mi ayuda, pues comprenderían que a veces el mundo es inesperado y extraño, y comenzarían a mirar en torno con jubilosa expectativa.

Desdea y Marmone mascullaron, incrédulas. Casmir sonrió con dureza.

—¿Así que crees haber hecho un favor a estas damas?

—Hice todo lo posible —declaró Madouc—. ¡Recordarán este día hasta el final de sus vidas! ¿Pueden decir lo mismo del día de ayer?

Casmir se volvió hacia Sollace.

—La princesa ha argumentado persuasivamente que tanto Desdea como Marmone se beneficiarán con esos actos, aunque hayan cobrado la forma de una travesura. Sin embargo, el altruismo de la princesa se debe pagar con la misma moneda, y sugiero que le brindéis también un día memorable, con la ayuda de una rama de sauce o una ligera palmeta. Al final, todos sacarán provecho. Desdea y Marmone notarán que sus vidas se han enriquecido, y Madouc aprenderá que debe obedecer no sólo la letra sino el espíritu de una orden real.

Madouc habló con voz ligeramente trémula:

—¡Majestad, todo está muy claro! No es preciso que la reina se extenúe para opinar sobre algo que ya está perfectamente explicado.

El rey Casmir se volvió y habló por encima del hombro:

—Los episodios de esta clase cobran un impulso propio, como ocurre ahora. La reina quizá transpire un poco, pero no sufrirá grandes inconvenientes. Tenéis mi autorización para iros.

La reina Sollace abandonó la habitación con las damas Desdea y Marmone. Madouc se demoró. Sollace se volvió para llamarla.

—Ven, Madouc, y mejora esa expresión. Nada se ganará con caras largas.

Madouc suspiró.

—Bien, no tengo nada mejor que hacer.

El grupo regresó a los aposentos de Sollace. En algún tramo del camino el padre Umphred salió de las sombras para seguirlas.

Sollace se apoltronó en el sofá y llamó a Ermelgart.

—Tráeme tres ramas de retama, fuertes y flexibles. ¡Bien, Madouc! Escúchame. ¿Entiendes que tu travesura nos ha causado consternación a todos?

—Los membrillos eran muy pequeños —dijo Madouc.

—¡No importa! No es un acto digno de una princesa, y mucho menos de una princesa de Lyonesse.

Ermelgart regresó con tres ramas y se las entregó a la reina Sollace. Madouc observaba asombrada y boquiabierta.

Sollace probó las ramas en un cojín y se volvió hacia Madouc.

—¿Tienes algo que decir? ¿Palabras de contrición o humildad?

Madouc, fascinada por el movimiento de las ramas, no atinó a responder, y la reina Sollace, habitualmente parsimoniosa, se irritó.

—¿No sientes remordimiento? ¡Ahora sé por qué te llaman desvergonzada! Pues bien, niña lista, ya veremos. Puedes acercarte.

Madouc se relamió los labios.

—No creo que sea sensato, si voy a recibir una dolorosa tunda.

Sollace la miró asombrada.

—No puedo creer lo que oigo. Padre Umphred, ten la bondad de traerme a la princesa.

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