Maldito amor (18 page)

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Authors: Marta Rivera De La Cruz

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Maldito amor
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   Ramiro estaba enfrascado en una novela.
   —¡Hola!
   —Llego un poco tarde —dijo ella.
   —¿Sí? Ah, bueno... Tampoco tenías prisa.
   Ana dejó las bolsas en la habitación y luego volvió a la sala.
   —Oye... Tengo que hablar contigo...
   Él cerró el libro.
   —Tú dirás... ¿Pasa algo malo?
   —No... es que... Bueno, no estoy muy segura de querer tener una cobaya.
   Él se encogió de hombros.
   —Vale. Pues no hay cobaya. Tampoco era la ilusión de mi vida...
   —Y otra cosa, Ramiro... Ya sé que nunca te lo había dicho, pero me gusta mucho la comida japonesa.

 

   
El amor dependiente

 

   
La fuerte preocupación por gustar, por evitar los conflictos y mantener la relación puede llevarnos a ciertos patrones de dependencia que, lejos de ayudarnos, pueden poner en peligro la atracción mutua y la expresión de nuestra identidad. Aunque la complacencia y la cercanía puedan ser muestras de amor en muchos momentos, de forma habitual reflejan una inseguridad
.
Pegada para no perderte

 

   Ana desea con todas sus fuerzas que la relación con Ramiro salga bien y está muy marcada por lo que pasó en su relación pasada. Juanra, su novio anterior, le reprochó al dejarla que no había cuidado la relación, que tomaba decisiones sin tenerlo en cuenta y que se pasaba el día con otras personas. Ahora con Ramiro hace justo lo contrario, no se despega, y cede en cualquier aspecto con tal de hacerlo feliz.

 

   La atribución que hacemos del final o del fracaso de una relación determina completamente los objetivos que nos planteamos en las siguientes, aunque no seamos conscientes de ello. Todos deseamos ser felices e intentamos controlar cualquier aspecto que pensemos que puede influir en nuestra felicidad. Por eso es tan importante hacer un buen análisis de las rupturas o del desamor, para comenzar más seguros en la siguiente experiencia amorosa.

 

   Cuando estamos con alguien aprendemos a querer a esa persona con sus ritmos y peculiaridades, realizamos todo un ejercicio de adaptación. Cuando la relación termina y comenzamos otra, es fácil generalizar excesivamente y seguir repitiendo las mismas pautas que fueron útiles en la relación anterior, aunque la pareja, nosotros mismos y lo que intercambiamos sea distinto.
Una nueva relación

 

   Algunas personas son muy
flexibles
y logran no verse tan determinadas por las experiencias anteriores; son capaces de descubrir y responder a todos los aspectos nuevos de la recién estrenada relación. Sin embargo, para otras personas el pasado siempre es un elemento intrusivo, hasta el punto de interpretar, valorar y definir lo que va sucediendo en función de lo que ocurrió en el pasado. En realidad, es como si estuvieran resolviendo en cada relación amorosa otra relación anterior que fue traumática. Ésta pudo haber sido una primera relación amorosa en la adolescencia o primera juventud, o puede tratarse de una relación más antigua todavía: la primera relación de amor con sus progenitores.

 

   Las personas más preocupadas por la separación o el abandono de sus parejas, a quienes les cuesta separar el pasado del presente, son las que han aprendido a amar de modo
ambivalente
. Quienes han tenido padres inseguros, inmaduros, poco responsables o inconsistentes, y que a menudo usan el chantaje o el engaño para controlar a sus hijos, generan un estilo de apego en los mismos que se denomina inseguro y ambivalente. Los niños entonces presionan a sus padres para obtener atención y a su vez los rechazan, exageran sus reacciones de enfado o fingen ser encantadores para lograr la permanencia de sus cuidadores. En definitiva, están siempre ansiosos, inseguros porque no logran predecir o extraer una regla, un conocimiento acerca de qué se puede hacer para lograr que otros te quieran y no te abandonen. Esta desorganización es el resultado de la irregularidad en los cuidados afectivos en los primeros años de vida y de la falta de control que el niño percibe para asegurarse la disponibilidad de quien se depende para vivir. En estos casos, los niños aprenden a estar pegados a la persona que les cuida para reducir su ansiedad y no se atreven a explorar el mundo por su cuenta.

 

   Este patrón de conducta puede mantenerse en los años adultos, sobre todo, si no se ha logrado sentir control a la hora de poder hacer algo para mantener el amor en la pareja, como podría ocurrirle a Ana. Habría que preguntarse por qué no lograba estar más tiempo con Juanra y si realmente lo quería. Quizá era su modo de evitar estar con él o de llamar inadecuadamente su atención. Que ahora haga todo lo contrario con Ramiro nos puede llevar a pensar que tiene un estilo de apego ambivalente. Si no es así, en cualquier caso, se equivoca al pretender resolver un problema (que de momento no tiene) y con una estrategia que podría haberle sido más útil en una relación anterior. Parece que su prioridad sea mantener una pareja a toda costa.

 

   Los objetivos por los que mantener la relación («Que no se canse», «Que me ame siempre», «Que no se enamore de otra», etc.) son objetivos inalcanzables porque, sencillamente, dependen de factores que no podemos controlar. ¿Qué clase de relación establecemos cuando alguien se propone ese objetivo? ¿Cómo puede conseguirse? Un intento es replicar inconscientemente lo que hacíamos cuando éramos niños: estando muy pegaditos y agarrados a las faldas de nuestra madre. ¿De qué otra forma podríamos evitarlo?

 

   
Que nunca me abandonen y siempre me quieran es un objetivo lícito y un derecho básico cuando somos niños. Cuando somos adultos, pretenderlo se convierte en un objetivo imposible. No podemos controlar el corazón de nadie.
Las consecuencias de vivir pegados y ser excesivamente complacientes

 

   Ana intenta asegurarse el amor de Ramiro estando pegada a él, dedicándole toda su atención y tiempo y cediendo a sus deseos. Esta actitud tendrá consecuencias y entre las más importantes están:

 

   
• La pérdida progresiva de la identidad
y del desarrollo personal. La represión de ideas, deseos, sentimientos diferentes u opuestos a los de la pareja, así como la falta de independencia en las actividades, generan una confusión de identidad, además de un sentimiento de depresión o de rabia hacia el otro que cuesta trabajo justificar.

 

   
• El círculo vicioso de la dependencia
: cuanto más cedo y menos autonomía tengo, más necesito ceder y menos autónomo soy. Nos acostumbramos a hacer todo en compañía de la pareja, desearíamos más autonomía, pero nos cuesta emprender cualquier acción si no es de forma compartida.

 

   
• El «pasar factura
»: todo lo que yo hago por ti debe tener su devolución. Si yo hago sacrificios, la otra persona también debería hacerlos por mí. Al final, tanto sacrificio genera en la persona dependiente la sensación de estar sometida a un abuso.

 

   
• La pérdida del atractivo
: Estar siempre disponible, no encontrar oposición, conflicto, debate o reto, es aburrido. Justo lo contrario al deseo, para la pareja no existe oportunidad de transformación. A pesar de todos los esfuerzos, Ana podría perder su valor erótico aunque siempre se muestre extraordinariamente guapa para Ramiro.
Mejor callarse y ceder

 

   Algunas personas corren más riesgo que otras a la hora de establecer relaciones de dependencia. Todas ellas tienen una serie de características en común:

 

   
• Violan sus propios derechos personales
al no ser capaces de expresar honestamente lo que sienten, desean u opinan.

 

   

El objetivo que les mueve en casi todos los casos es
evitar el conflicto a toda costa o agradar
. Una forma fácil de descubrir si nos estamos guiando así es observar la preocupación obsesiva que puede suscitarnos una crítica o una leve señal de seriedad, insatisfacción o enfado en las otras personas.

 

   

Tienen una
reacción excesiva a las señales emocionales de los demás
: un gesto de aburrimiento, una mirada hacia la puerta... cualquier señal pueda ser un estímulo para intentar satisfacer al otro.

 

   

En sus conversaciones se puede observar una gran
frecuencia de justificaciones
, rodeos, disculpas, halagos, titubeos... Es una manera inconsciente de evitar que alguien pueda llevarse una mala impresión de ellas.

 

   

Tienen
dificultades para gestionar el enfado
. La evitación de los conflictos les hace perder destreza tanto para tolerar sus propios estados de ira como los de los demás. Por desgracia, pueden pasar de largos estados de represión de su malestar o enfado con alguien a tener momentos puntuales de explosión agresiva, que suelen dejar a los que les rodean sorprendidos y muy culpabilizados.

 

   

Suelen tener
problemas para definir su espacio de responsabilidad
. Suelen hacerse cargo de asuntos que no les competen, por su dificultad para decir que no y por su necesidad de atención a otros. A la larga, se convierten en personas con un gran desempeño y en las que muchos se suelen apoyar, ya que a menudo aceptan con agrado tareas que otros no quieren.

 

   

Su
dependencia del juicio externo
, la evitación del conflicto y su falta de libertad a la hora de expresarse dificulta que progresen desde el punto de vista moral. Además, reaccionan con poca tolerancia a la diversidad y a las conductas que se salen de la norma o lo convencional.

 

   

Suelen
desconfiar
y atribuir la escasa empatía y las intenciones egoístas a otros.

 

   

Tienen
baja autoestima
y son
muy exigentes
en los resultados.

 

   

El
equilibrio emocional es frágil
, pasan de un estado de ánimo a otro con facilidad y son proclives a experimentar ansiedad, depresión y sentimientos de culpa.

 

   

La carga de responsabilidad y su exigencia para hacer las cosas de forma complaciente les lleva a
sentir mucha presión
. Les atraen enormemente las personas que representan la fuerza, la seguridad y el dominio. Es su oportunidad para depositar en otros el control y volver a un estado de dependencia infantil.

 

   El problema de establecer relaciones con parejas «fuertes» o «seguras» puede aparecer cuando esa fuerza o seguridad del otro es sólo apariencia, una mera fachada para una inseguridad aún mayor que la de la otra persona. Este tipo de relaciones suelen ser la base de relaciones de dominio-sumisión y pueden llegar a evolucionar muy mal. En algunos casos, pueden desencadenar incluso el uso de la violencia por parte del más fuerte físicamente (o del que dispone de la mayoría de los recursos) y la expresión de un grado de complacencia patológica por parte del más débil, con lo que se genera un círculo vicioso que es difícil romper. Naturalmente, estos roles pueden darse de forma indistinta en hombres y mujeres, aunque sea mucho menor (al menos computado) el caso de mujeres que maltratan a sus parejas.
No es fácil darse cuenta

 

   Es frecuente que un amigo o un familiar nos advierta de que estamos demasiado «pegados» a la persona con la que convivimos, y también lo es que a la primera lo neguemos o justifiquemos, como le pasó a Ana cuando se encontró con Maite y comenzó a darle excusas que tenían que ver con el trabajo, los viajes y media docena de cosas más.
   Cuanto antes seamos capaces de reconocer que estamos actuando de forma inhibida o dependiente de nuestra pareja, antes seremos capaces de orientar nuestra conducta. Al principio, nuestros miedos o bloqueos son más fáciles de superar y podremos hacerlo solos. Si lo hemos descubierto tarde, tendremos que buscar la ayuda de personas de confianza o de los profesionales, ¡pero nunca quedarnos mudos o disimular ante nosotros mismos!

 

   Un breve TEST para comprobar si estamos cediendo demasiado y amenazando nuestros derechos en una relación:¹

 

   
1. He dejado de ver a mis amigos desde que estoy con él o ella
.
   
2. He dejado de hacer lo que antes me relajaba y me gustaba hacer
.
   
3. Mis actividades giran en torno a los amigos y familiares de mi pareja o bien en torno a las personas que mi pareja encuentra más indicadas
.
   
4. Mi pareja organiza y decide mis planes de trabajo, mis actividades, vacaciones y relaciones
.
   
5. Casi nunca le digo que no.
   
6. No le pido ayuda o colaboración en las tareas que resultan tediosas o desagradables
.
   
7. Siento una gran necesidad de sentirme aprobado por mi pareja
.
   
8. Me siento culpable cuando me separo de él o ella.
   
9. Me visto como a él o ella le gusta, aunque prefiera llevar otra cosa
.
   
10. He dejado de alimentarme como era costumbre en mí.

 

   Si te identificas con cinco o más de las afirmaciones anteriores, plantéate si deseas orientar tu relación de pareja de cara al futuro para asegurar el control de tu vida.
Recuperando lo que nos hace ser «nosotros»

 

   La convivencia con la pareja puede suponer el contacto con novedades, lo cual va unido a un aumento de conocimientos y mejoras en el estilo de vida. Se ha comentado en las anteriores historias de amor que una de las funciones básicas del enamoramiento era precisamente la facilitación del cambio, haciéndose difícil concebir el amor sin el avance o la mejora en el desarrollo personal de cada miembro de la pareja. Desde probar nuevas comidas, descubrir una pasión oculta y desarrollar nuevas aficiones, hasta que desaparezcan manías o aversiones son ejemplos concretos de esas mejoras. Pero nada de eso es incompatible con mantener lo que forma parte de nuestra personalidad y ha constituido nuestra historia particular de placeres y pequeñas seguridades que nos da la vida: la comida japonesa, las revistas de moda del domingo por la tarde, el café en el bar, las babuchas compradas en Marruecos, el partido del domingo o las reuniones con el grupo de música...

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