Memorias de África (31 page)

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Authors: Isak Dinesen

Tags: #Drama

BOOK: Memorias de África
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Todas las noticias de movimientos del enemigo tenían que pasar a través del campamento de Lord Delamere. Pero Lord Delamere se desplazaba por la reserva en marchas tan increíblemente rápidas que nadie sabía dónde se podía encontrar su campamento. Yo no tenía nada que ver con el servicio de información, pero quería saber cómo funcionaba el sistema para la gente que estaba en él. Una vez mi ruta pasó a dos millas del campamento de Lord Delamere, cabalgué con Farah hacia allí y tomé té con él. El lugar, aunque Lord Delamere iba a levantar un campamento al día siguiente, era como una ciudad rebosante de masais. Porque siempre fue muy amigo de ellos y en su campamento se les atendía tan bien que se convirtió en algo parecido a la madriguera del león de la fábula: todas las huellas llevaban dentro y ninguna fuera. Si enviabas a un mensajero masai con una carta al campamento de Lord Delamere, posiblemente no lo volvías a ver más con su respuesta. En el centro de toda aquella agitación estaba Lord Delamere, bajo de estatura, tan elegante y cortés como siempre sus blancos cabellos cayéndole sobre los hombros; parecía estar completamente a gusto, me contó cosas de la guerra y me ofreció un té con leche ahumado al estilo masai.

Mi gente demostró una enorme paciencia hacia mi ignorancia de los bueyes, arreos y costumbres de los safaris; estaban tan dispuestos a disimularla como yo misma. Trabajaron muy bien para mí a lo largo del safari y nunca rezongaron, a pesar de que por mi inexperiencia exigía demasiado de todos, tanto de los bueyes como de las personas. Llevaban agua de baño para mí sobre la cabeza durante un largo trecho por la pradera, y cuando desuncíamos a mediodía me montaban un baldaquino para preservarme del sol, con lanzas y sábanas donde descansaba. Temían un poco a los salvajes masai y les preocupaban mucho los alemanes, sobre los cuales circulaban extraños rumores. En aquellas circunstancias yo era en la expedición, me parece, como una especie de ángel guardián o de mascota.

Seis meses antes del comienzo de la guerra vine por primera vez en el barco a África con el general Von Lettow Vorbeck, que ahora tenía el más alto mando de las fuerzas alemanas en África oriental. No tenía idea de que iba a convertirse en un héroe y nos hicimos amigos durante el viaje. Cuando cenamos juntos en Mombasa, antes de que él se fuera para Tanganyka y yo hacia el interior, me dio una fotografía suya en uniforme y a caballo, y escribió en ella:

Das Paradies auf Erde

Ist auf dem Rücken der Pferde,

Und die Gesundheit des Leibes

Am Busen des Weibes.

Farah, que había venido a buscarme a Adén y que había visto al general y sabía que éramos amigos, había traído la fotografía con nosotros en el safari y la guardaba junto con el dinero y las llaves de la expedición para mostrarla a los soldados alemanes si nos hadan prisioneros, dándole un gran valor.

Qué hermosas eran las noches en la reserva masai cuando llegábamos después del crepúsculo al río o al pozo de agua donde desuncíamos, marchando en una larga fila. Las llanuras, con sus acacias, ya estaban casi a oscuras, pero el aire estaba lleno de claridad, y sobre nuestras cabezas, hacia el oeste, una sola estrella, que se haría mayor y más radiante en el curso de la noche, era apenas visible aún, como un punto plateado en el cielo de topacio cetrino. El aire penetraba fresco por los pulmones, las largas hierbas chorreaban humedad y exhalaban su aroma austeramente sazonado. Dentro de un momento por todas partes comenzaría a sonar el canto de las cigarras. Yo era la hierba y el aire, yo era las lejanas e invisibles montañas, yo era los agotados bueyes. Respiraba con el suave viento de la noche en las acacias.

Al cabo de tres meses recibí de repente la orden de volver a casa. Como las cosas empezaban a ser sistemáticamente organizadas y tropas regulares venían desde Europa, se pensó, creo, que mis expediciones tenían algo de irregular. Volvimos, pasando por nuestros antiguos lugares de acampada, con tristeza.

Aquel safari vivió durante mucho tiempo en la memoria de la granja. Posteriormente yo hice muchos safaris, pero por alguna razón, ya fuera porque en aquel momento estábamos al servicio del Gobierno, y éramos una especie de funcionarios o fuera por el ambiente casi de guerra, aquella expedición en concreto fue particularmente querida por quienes estuvieron en ella. Los que habían estado conmigo llegaron a considerarse una especie de aristocracia del safari.

Muchos años después venían a casa y hablaban del safari para refrescar los recuerdos y volver sobre una u otra de nuestras aventuras.

El sistema numeral
Swaheli

Cuando yo acababa de llegar a África un tímido joven lechero sueco me enseñó los números en
swaheli
. Como la palabra
swaheli
para nueve tiene, a oídos suecos, un sonido dudoso, no le gustaba decírmela y cuando contábamos «siete, ocho», se detenía, miraba para otra parte, y decía:

—No existe el número nueve en
swaheli
.

—¿Quiere decir —le pregunté yo— que sólo pueden contar hasta ocho?

—Oh, no —dijo con rapidez—. Ellos tienen diez, once, doce y todo lo demás. Pero carecen del nueve. Tampoco tienen el diecinueve —dijo enrojeciendo, pero muy firme— ni noventa, ni novecientos —porque esas palabras, en
swaheli
, están construidas sobre el número nueve—. Pero aparte de eso tienen todos los números.

La idea de ese sistema me hizo pensar mucho y por alguna razón me proporcionaba un gran placer. He aquí, pensé, un pueblo con un espíritu original y con coraje para romper con la pedantería de las series numerales.

Uno, dos y tres son los únicos números primos secuenciales, pensé, así que ocho y diez son los únicos números pares secuenciales. La gente puede intentar probar la existencia del número nueve sosteniendo que es posible multiplicar el número tres por sí mismo. Pero ¿por qué hacerla? Si el número dos no tiene raíz cuadrada, el número tres puede también carecer de cuadrado. Si se descompone la suma de dígitos de un número hasta reducirlo a una sola cifra, no cambia el resultado si está el número nueve o cualquier múltiplo de nueve, desde el principio, así que se puede decir que el nueve es realmente un no existente, lo cual, pensaba, habla en favor del sistema
swaheli
.

Sucedió que tuve un sirviente en casa llamado Zacharia que había perdido el cuarto dedo de la mano izquierda. Quizá, pensé, eso sea corriente entre los nativos y se hace para facilitarles la aritmética cuando tienen que contar con los dedos.

Cuando empecé a desarrollar mis ideas ante otra gente me pararon y me explicaron. Pero seguí pensando que existía un sistema nativo de caracteres numerales sin el número nueve, que les sirve y con el cual puedes descubrir muchas cosas.

En relación con esto me acuerdo de un viejo clérigo danés que no creía que Dios hubiera creado el siglo XVIII.

«No te dejaré marchar si no me das tu bendición»

Cuando en África, en marzo, las grandes lluvias comienzan después de cuatro meses de tiempo cálido y seco, la riqueza de lo que florece y la frescura y la fragancia por todas partes son abrumadoras.

Pero el granjero refrena su corazón y no se atreve a creer en la generosidad de la naturaleza, temiendo escuchar un decrecimiento del ruido de la lluvia que cae. El agua que bebe la tierra debe nutrir a la granja y a toda la vida humana, animal y vegetal que hay en ella durante los cuatro meses sin lluvia que se avecinan.

Es una maravillosa visión la de los caminos de la granja convertidos en corrientes de agua que ruge y el granjero vadea el barro con un corazón alegre, hacia los cafetales florecidos y empapados. Pero sucede en medio de la estación de las lluvia que en la noche las estrellas aparecen entre las tenues nubes; entonces el granjero sale de la casa y mira a lo alto, como si fuera a colgarse del cielo ya ordeñarle más lluvia. Le grita al cielo: «Dame más, aún más. Mi corazón está desnudo ante ti ahora y no te dejaré marchar si no me das tu bendición. Ahógame si quieres, pero no me mates con tus caprichos. Nada de
coitus interruptus
, ¡cielo, cielo!».

A veces, un día frío e incoloro, en los meses después de la temporada de las lluvias, me recordaba el tiempo de los
marka mbaya
, el año malo, el tiempo de la sequía. En esos días los kikuyu solían traer a pacer sus vacas en torno a mi casa y un chiquillo que tenía una flauta tocaba una corta tonada. Cuando he escuchado esa tonada otra vez me ha traído a la memoria, de golpe, todas nuestras angustia y desesperación del pasado; Tiene el sabor salado de las lágrimas. Pero al mismo tiempo encontré en la tonada, inesperada y sorprendentemente, un vigor, una curiosa dulzura, una canción. ¿Había todo eso realmente en los malos tiempos? Había en nosotros juventud entonces, una salvaje esperanza. Durante aquellos largos días todos formábamos una unidad, así que en otro planeta nos hubiéramos reconocido unos a otros, y las cosas se hablaban entre sí, el reloj de cuco y mis libros con las flacas vacas en el prado y los doloridos ancianos kikuyu: «También vosotros estabais aquí. Vosotros también erais parte de la granja de Ngong». Que los malos tiempos nos bendigan y se vayan. Los amigos de la granja venían a la casa y se iban de nuevo. No eran de esa clase de gente que se queda mucho tiempo en el mismo sitio. Ni siquiera eran de los que envejecen, se mueren y nunca más vuelven. Pero habían sido felices junto al fuego y cuando la casa se cerraba en torno a ellos diciéndoles «No os dejaré marchar si no me bendecís», se reían, la bendecían y se iban.

Una vieja dama en una fiesta hablaba de su vida. Decía que la viviría de nuevo y con esto quería probar que había vivido sabiamente. Pensé: Sí, su vida ha sido de esa clase que hay que repetirla para decir que se ha vivido. Puedes hacer un
da capo
con una pero no con una pieza musical entera, con una sinfonía, ni con una tragedia en cinco actos. Y si se repite es que no ha ido como debía haber ido.

Mi vida, no te dejaré marchar hasta que no me hayas bendecido, entonces te dejaré.

El eclipse de Luna

Un año tuvimos un eclipse de luna. Un poco antes de que se produjera recibí la siguiente carta del joven jefe de estación india de la reserva kikuyu:

«HONORABLE SEÑORA: He sido amablemente instruido sobre que la luz del sol se retirará durante siete días. Dejando aparte los trenes, le ruego que tenga la amabilidad de informarme, porque no creo que nadie más que usted, pueda tener la amabilidad de informarme, ¿debo, durante ese período de tiempo, dejar que mis vacas pasten por los alrededores o debo recogerlas en el establo? Tengo el honor de ser, señora, su obediente servidor».

P
ATEL

Los nativos y el verso

Los nativos, que tienen un poderoso sentido del ritmo, no saben nada del verso, o al menos no saben nada hasta que no van a las escuelas, donde les enseñan himnos. Una tarde en el campo de maíz, donde habían estado recolectando, arrancando las mazorcas y echándolas en los carros de bueyes, para divertirme me puse a hablar en verso
swaheli
a los trabajadores, que en su mayor parte eran muy jóvenes. Los versos no tenían sentido, los hacía simplemente siguiendo la rima: Ngumbe na penda chumbe, Malaya-mbaya, Wakamba na-kula mamba («Al buey le gusta la sal / las putas son malas, / el Wakamba come serpientes»), conseguí captar el interés de los chicos, que formaron un corro en torno mío. Captaron rápidamente que el significado en poesía no es lo importante y no se planteaban la tesis del verso, sino que esperaban ansiosamente la rima y se reían cuando llegaba. Intenté que ellos mismos encontraran la rima y terminaran el poema que yo había empezado, pero no podían o no querían hacerla, y miraban para otro lado. Cuando se hubieron acostumbrado a la idea de la poesía, me pedían: «Habla otra vez. Habla como lluvia». Por qué sentían que el verso era como la lluvia es algo que no sé. Quizá sea una expresión de aplauso, porque en África la lluvia siempre es deseada y bienvenida.

Del milenio

En el tiempo en que el próximo regreso de Cristo a la tierra se había convertido en una certeza, se formó un comité para decidir cómo se prepararía su recibimiento. Después de unas cuantas discusiones se envió una circular en la que se prohibía agitar o lanzar palmas al igual que gritar «Hosanna».

Cuando ya estábamos en pleno milenio y la alegría era universal, una noche Cristo le dijo a Pedro que quería, cuando todo estuviera tranquilo, hacer un corto paseo a solas con él.

—¿A dónde queréis ir, Señor? —preguntó Pedro.

—Me gustaría —respondió el Señor— simplemente dar un paseo desde el Pretorio por aquel largo camino hasta la Colina del Calvario.

La historia de Kitosch

La historia de Kitosch ha aparecido en los periódicos. Hubo un proceso y se formó un jurado para ir desde el principio hasta el fin en busca de un esclarecimiento, que en parte se puede encontrar aún en los viejos documentos.

Kitosch era un joven nativo al servicio de un joven colono blanco de Malo. Un miércoles del mes de junio, el colono prestó su yegua marrón a un amigo para que fuera hasta la estación. Envió a Kitosch para que trajera de vuelta la yegua y le dijo que no la montara, sino que la condujera de las riendas. Pero Kitosch se montó en la yegua y volvió cabalgando, y el sábado el colono, su amo, supo la falta porque se la contó un hombre que había visto a Kitosch. Como castigo el colono, el domingo por la tarde, azotó a Kitosch y luego lo ató en el almacén, y ese mismo día por la noche el sirviente murió.

El alto tribunal se reunió por este motivo en Nakuru en el Instituto Ferroviario, el día 1 de agosto.

Los nativos se reunieron y se sentaron en torno al Instituto Ferroviario preguntándose a qué venía todo aquello. Para ellos el caso estaba muy claro; Kitosch había muerto, de eso no había duda; entonces lo que había que hacer, según las ideas de los nativos, era compensar por su muerte a su gente.

Pero la idea de justicia europea es diferente de la de los africanos y al jurado, formado por hombres blancos, se le presentó en seguida el problema de culpa e inocencia. El veredicto en el caso tenía que ser de asesinato, de homicidio impremeditado o de heridas graves. El tribunal le recordó al jurado que el grado de un delito depende de las intenciones de las personas implicadas y no de los resultados. ¿Cuáles eran, pues, las intenciones y la actitud mental de las personas implicadas en el caso Kitosch?

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