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Authors: Justine Larbalestier

Tags: #det_police

Mentirosa (10 page)

BOOK: Mentirosa
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La gente continúa diciendo cosas de Zach. Cada una es más estúpida que la anterior. Al final de la sesión ninguno de nosotros sabe nada de Zach que no supiera antes de entrar en el aula.

Sigue estando muerto y no sabemos cómo ocurrió ni quién lo hizo

HISTORIA FAMILIAR

Una vez estuve a punto de matar a Jordan. No recuerdo qué había hecho. Puede que fuera cuando les contó a mis padres que por las noches yo salía de casa utilizando la escalera de incendios. O cuando pintarrajeó mis zapatillas favoritas. Chivarse, robar, destruir: el
modus operandi
de Jordan.

Pero un día, tras hacer uno de sus actos abyectos, no pude soportarlo más. Me quedé mirando los fragmentos rotos, o las cenizas, o lo que fuera que hubiese destrozado, y le miré con el ceño fruncido, los puños apretados, dispuesta a proyectarlo contra la pared, a estamparle el cráneo en ella. Que los fragmentos de yeso le agujerearan el cerebro. Observar la sangre manándole de la nariz. Los ojos en blanco, desquiciados, la mandíbula suelta, la lengua colgando. Desmoronándose, dando sacudidas, quedándose inmóvil.

Leí en sus ojos hasta qué punto era consciente de lo que estaba dispuesta a hacerle. Estaba temblando, muy quieto. No lloró ni gritó. Puede que supiera que tampoco hubiera servido de nada. Incluso si papá y mamá hubieran estado en casa, que no lo estaban, no habrían llegado a tiempo. No habrían podido evitarlo. ¿Quién sabe si podrían haber hecho algo? Hace años que soy más fuerte que ellos.

Levanté el puño, dispuesta a empotrarle la nariz en el rostro, a lanzarlo contra la pared de ladrillo.

Pero no lo hice.

Contuve mi ira. No lo despedacé miembro a miembro.

Tampoco habría podido hacerlo. Aunque papá y mamá no estuvieran en casa, las paredes entre los apartamentos no son muy gruesas: si hubiese gritado, alguien le habría oído.

Me encerré en mi habitación, me senté en el suelo con la espalda apoyada en el escritorio metálico y decidí que me desharía de él envenenándolo.

No quería levantar sospechas, sobre todo por parte de mis padres.

Por entonces Jordan aún era muy pequeño. Cuatro o cinco años. Era lo suficientemente estúpido como para beber desatascador para desagües. Decidí que dejaría la botella a su alcance. Le diría que no bebiera de ella. Y me marcharía.

Tampoco hice eso.

No por Jordan, sino por mi madre. Si le matara, mi madre lo pasaría muy mal.

Y yo también. Porque me castigarían. Si me dedicaba a darle vueltas una y otra vez, sentada en el suelo de mi cuarto, significaba que nunca me decidiría a hacerlo.

No me quedaba más remedio que esperar que algún día tuviera un accidente.

ANTES

Nos pusieron juntos a trabajar en la biblioteca, a mí y a Zach.

Esa es otra de las peculiaridades de nuestra escuela: debes contribuir, hacer algo por tu comunidad. La comunidad empieza en la escuela, lo que es muy inteligente porque de ese modo la escuela se ahorra dinero haciéndonos trabajar para ellos. La mayoría de las veces debes presentarte voluntario. Yo siempre me ofrezco para recoger basura en el parque y en la acera de delante de la escuela. Cualquier cosa que me permita estar al aire libre.

Pero también les gusta ponerte a prueba. Encargarte algún trabajo que de otro modo no escogerías. Como enviarnos a Zach y a mí —ninguno de los dos grandes lectores— a la biblioteca. Para colocar libros en las estanterías y todo eso.

La primera vez éramos yo, Zach, Chantal y Brandon. Un cuarteto de no lectores obligados a trabajar juntos. En cualquier otra escuela eso no significaría nada, pero la nuestra está llena de lectores empedernidos. No me sorprendió descubrir que Brandon no leía; apenas sabe hablar. Pero Chantal quería ser actriz. Siempre he creído que los actores leían mucho. Forma parte de su trabajo, ¿no? Leer palabras, memorizarlas, repetirlas en voz alta.

Pero Chantal no lo hacía.

Aunque yo no leo, me gustan las bibliotecas. Me gusta el orden, y las bibliotecas son paraísos del orden. Todo libro tiene su lugar. Y, además, son silenciosas; no hay música.

Observé a Zach desde el otro extremo de la sala, enmarcado entre dos estanterías. Estaba recogiendo libros de las mesas, de los sofás, del suelo. Brandon le ayudaba. Aunque tampoco se esforzaba demasiado. Intentaba mantener una conversación con él, y Zach se limitaba a contestarle con un «sí» o un «no» o un gruñido. Le gusta el silencio. Lo que más le gusta de mí es que hablo tan poco como él.

Mi trabajo era registrar las estanterías en busca de libros mal colocados. Encontré muchos. Estaba en la sección de novela. Chantal, en la de ensayo. Yo buscaba números donde tendría que haber letras; ella buscaba letras donde tendría que haber números.

—Mi carro está lleno —me dijo desde su sección—. Ya puedes colocarlos.

El mío no lo estaba, aunque tampoco le quedaba mucho. Lo empujé hasta donde estaba ella. Aquello significaba que quería hablar. Chantal le tiene tanto miedo al silencio que es capaz incluso de hablar con parias como yo.

Intercambiamos los carros y empujé el suyo en dirección a la sección de novela.

—¿Sabes que Zach y Sarah lo han dejado? —dijo Chantal para retenerme.

No lo sabía, pero esperaba que no fuera verdad. Levanté la vista para mirar a Zach. No parecía distinto. Tal vez no era cierto. Miré a Chantal y ella asintió.

—Ayer.

Las dos miramos a Zach. Deseaba que no fuese cierto. Lo nuestro era posible porque él y Sarah estaban juntos.

—Volverán en cuestión de días —dijo Chantal.

Confiaba en que no se equivocara.

—Una lástima. Es guapísimo. Pero esos dos no pueden vivir el uno sin el otro.

Zach estaba en el suelo, recogiendo un libro de debajo de un sofá. Las mesas y las sillas lo ocultaban parcialmente, pero podía verle las piernas, los músculos de las pantorrillas dilatándose y recuperando su forma, y la parte superior de la cabeza. Brandon le estaba diciendo algo. Oí las palabras «clase», «mierda» y «no». Llegué a la conclusión de que a Brandon le gusta hablar tanto como a Chantal.

—Es guapo, ¿verdad? —dijo Chantal.

—¿Quién? ¿Brandon? —pregunté.

Se puso a reír.

—¡No! Zach. Saldría con él sin dudarlo. ¿Tú no?

No, yo no. Me gustaba nuestro secreto. Si él y Sarah habían roto de verdad, aquello significaba que nuestro secreto también acabaría descubriéndose. No podía pensar en algo peor que Chantal y Brandon y toda la escuela descubriendo lo que había entre nosotros.

DESPUÉS

A medio camino de la escuela, doy media vuelta y me dirijo a casa. Tenía intención de ir, pero, al cruzar Broadway, pierdo el coraje. La fuerza que me ha mantenido en pie hasta ahora empieza a abandonarme. No puedo soportar otro día de miradas incómodas. De rumores e insinuaciones. Del interrogatorio de Sarah. De clases que no puedo seguir. De la incesante presencia de Zach, de su ausencia.

De las estúpidas conversaciones sobre Erin.

No sé si seré capaz de volver a la escuela.

Esta mañana papá coge un vuelo a Jamaica; se hospedará en la casa de Ian Fleming. Son las 8:15. Su vuelo es a las 9:00. Aunque siempre sale hacia el aeropuerto con el tiempo justo, ya debe de haberse marchado.

No recuerdo la última vez que estuve sola en el apartamento.

Cada paso que me acerca a casa es más ligero que el anterior.

Doblo la esquina y veo a papá subiendo a un taxi.

Doy un paso atrás.

Solo a él se le ocurriría salir con tan poco margen de tiempo. ¿Cómo conseguirá subir a ese avión? Bueno, si —o mejor, cuando— pierda su avión, le pondrán en otro vuelo. Aún tardará siglos en volver a casa. Pese a todo, tengo ganas de estrangularle. Es como si lo estuviera haciendo a propósito, para malograr mis planes.

En cuanto estoy segura de que el taxi se ha marchado, subo las escaleras hasta nuestro apartamento. Solo me gusta cuando está vacío. Especialmente después de que papá se haya marchado en uno de sus viajes. Dice que no puede hacer la maleta a menos que el apartamento esté recogido y limpio, así que se dedica a barrer, sacar el polvo y ordenarlo todo. Así es como le gustan las cosas: limpias, relucientes y ordenadas. Todo lo contrario a como están en la granja.

Es lo único que papá y yo tenemos en común.

Entro en el apartamento y cierro la puerta con llave. La chica estúpida del apartamento de al lado tiene la música a todo trapo.

Voy directamente a la habitación del mocoso. No está limpia ni ordenada. Hay muñecas y camiones por todas partes. Aunque el mocoso las llama figuras articuladas. Cuando las llamo muñecas se pone furioso. Por eso lo hago. Eso es lo que son. Gente falsa a la que puedes vestir, jugar con ella y ponerle accesorios. ¿De qué otro modo voy a llamarlas?

Empiezo por las cajas de juguetes; las registro todas. Y después sigo con la cajonera.

Lo encuentro en el segundo cajón, debajo de sus pijamas.

El suéter de Zach. Lo estrujo entre mis brazos. Me lo llevo a la nariz.

No importa que también tenga su jersey, el que apesta a sudor; el que robé. El suéter es su regalo. Una conexión directa entre nosotros.

Voy a matar al idiota de mi hermano.

Llevo el suéter a mi habitación y lo guardo en el único sitio donde sé que el mocoso nunca mirará, aunque sea tan estúpido como para volver a saquear mi cuarto. Retiro la tela que cubre el escritorio, levanto la tabla metálica y lo guardo dentro.

DESPUÉS

Cuando Brandon me sigue después de la escuela es mucho más sigiloso que Sarah. Tampoco es muy difícil. Al principio no me doy cuenta porque estoy concentrada en esquivar a la multitud, flotando en el movimiento de las corrientes de aire. Yo y mi mochila en el espacio, fluyendo a través de la gente, atenta al ritmo de los pies sobre la acera. Ajena a todo lo que no sea fluir y sortear. Por momentos, y durante algunos segundos, me olvido incluso de Zach.

Una parte de mí debe de detectar la presencia de Brandon porque empiezo a moverme desacompasadamente. Pierdo la concentración. Calculo mal las distancias —por poco, un ligero roce—, el extremo del abrigo de alguien acaricia la mochila, la punta de un tacón. Estúpida. Exasperación. Vuelvo al principio de la calle.

No le descubro, si puede llamarse así, hasta llegar a Central Park. Más bien quiere que le vea.

Empiezo una de las rutinas de estiramiento que me enseñó Zach. Con el talón apoyado en un banco, me inclino hacia delante hasta notar la resistencia de los ligamentos. Siento un cosquilleo en la piel, no de los estiramientos, de otra cosa. Levanto la cabeza.

Una pareja se lo está montando sobre una manta bajo un olmo. Hay una familia compuesta por cuatro críos y una madre almorzando sobre una manta mucho más grande. Los críos están riendo. El más mayor, que lleva aparatos, le hace cosquillas al más pequeño; la madre aparta el pastel de la trayectoria de los frenéticos pies de este.

Y entonces veo a Brandon, sentado sobre la hierba, observándome con una sonrisa en el rostro. Se levanta, se acerca a mí y se sienta en el banco.

—¿Estiramientos? —dice, como si aquello tuviera algo de siniestro.

—¿Qué quieres? —digo, e inmediatamente me arrepiento de haberlo hecho. Tendría que haberle ignorado. Quiere provocarme. Pero quiero saber qué hace aquí. Él no me cae bien. Yo no le caigo bien. No tenemos nada que decirnos.

Media docena de corredores pasan por nuestro lado. Los observo correr. Todos llevan los mismos pantalones cortos, las mismas camisetas. Amarillas y verdes. Me pregunto qué tipo de equipo son, porque es evidente que no son corredores. Su técnica es totalmente errónea. Apenas levantan las rodillas, mueven demasiado los brazos y apoyan toda la superficie del pie en el suelo.

Zach me enseñó a correr utilizando más los talones. A apoyar ligeramente el talón y a flexionar completamente el pie. Ahora soy incluso más rápida de lo que ya era.

Continúo con los estiramientos. Brandon saca una cajetilla de cigarrillos, enciende uno, da una calada y me echa el humo.

Me concentro todavía más en mi rutina de estiramientos. De repente, estoy pensando en que soy mucho más fuerte que él. Dudo mucho que lo sepa. Los chicos nunca se dan cuenta de eso. Debería tenerme miedo. Porque hablo muy en
serio
cuando digo que no me cae bien y que, si es necesario, no dudaré en hacerle daño.

El sonido almohadillado de unas zapatillas. Un corredor solitario, esta vez uno de verdad. No hace falta que me dé la vuelta, lo sé por su zancada: no arrastra los pies, no clava los talones.

—Haces esto mucho, ¿verdad? —dice Brandon—. Sobre todo aquí.

Cambio de pierna, ignorando el nauseabundo humo, ignorándole a él.

—Porque he oído que encontraron el cuerpo en Central Park. No lejos de aquí, de hecho. Y he pensado, joder, Micah se pasa el día en Central Park. ¿Casualidad? Especialmente cuando ella y Zach estaban tan… —Se detiene, da una larga calada al cigarrillo y vuelve a echarme el humo.

Tengo que contenerme para no levantar la cabeza. Para no decirle que Central Park no está despoblado precisamente. Cientos, no, miles de personas pasan a diario por el parque. Tanto de día como de noche. ¿Está ciego? ¿No ha visto los chicos en patinete que acaban de pasar? ¿Todos esos corredores? ¿Y la familia sobre la manta y la pareja montándoselo a menos de dos metros de donde estaba sentado él sobre la hierba? En esta época del año apenas hay un metro cuadrado vacío en Central Park. Incluso en invierno hay gente, avanzando a través de la nieve, por entre los árboles pelados, en busca de un momento de respiro del asfalto y el metal.

Quiero preguntarle a Brandon cómo sabe dónde encontraron a Zach. ¿De verdad le encontraron aquí? ¿Dónde exactamente? ¿Conoce algún detalle más? Pero si él lo sabe, entonces tiene que saberlo también alguien más en la escuela. Tal vez pueda descubrirlo sin tener que preguntárselo a Brandon.

Salgo corriendo tan rápido como puedo. Sé que no podría seguirme ni aunque corriera al trote.

HISTORIA FAMILIAR

Si mi familia me acompañara, no me importaría tanto ir a la granja. Bueno, de hecho, me acompañan —mamá, papá y el idiota de mi hermano— pero nunca se quedan. Solo me quedo yo. A veces tengo miedo de que no vuelvan. Me quedaría allí atrapada para siempre.

Aunque mis padres siempre tienen alguna excusa que otra para no quedarse, siento como si quisieran deshacerse de mí.

BOOK: Mentirosa
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