Read Mentirosa Online

Authors: Justine Larbalestier

Tags: #det_police

Mentirosa (2 page)

BOOK: Mentirosa
10.81Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Estamos aquí para hablar sobre lo que ha sucedido, sobre cómo nos sentimos —dice la consejera—. ¿Queréis compartir algo sobre…?

—¡No diga su nombre! —grita Sarah.

Todo el mundo se gira para mirarla. Su corazón empieza a latir más deprisa, bombeando con fuerza la sangre a través de sus venas.

—Está bien —dije Jill Wang—. Si no quieres, no lo haré.

Los consejeros siempre dicen cosas como esa. He conocido a un
montón
de consejeros. Psicólogos, psiquiatras, terapeutas. Todos son iguales. Se supone que deben conseguir que deje de mentir y, aun así, todos ellos se creen mis mentiras.

—No queremos —murmura Sarah.

—A la mayoría de vosotros no os conozco. Habladme de vosotros. En círculo. Decid la primera palabra que se os ocurra y que mejor os describa. —Jill Wang me señala con la cabeza.

—Feroz —digo.

Sarah se estremece.

—Mola —dice Brandon. Unos cuantos se ríen.

—Hace calor —dice Tayshawn. Es el chico más popular de la escuela, de modo que ahora las risas se generalizan. Pero estoy bastante segura de que no se refiere a la situación provocada por mi palabra, sino más bien a que necesita aflojarse el cuello de la camisa. El mío también me pica. Hace mucho calor en el aula. Las cañerías de la calefacción crujen y gimen, gritando sus propias palabras.

Cada alumno dice una. Ninguna es la adecuada.

Tengo la puerta a mi espalda, a menos de dos metros. Me imagino saliendo del círculo, saltando por encima de Sarah, quien tiene la vista clavada en sus rodillas. Puedo huir.

Huiré.

—Gris —dice Sarah cerrando el círculo de palabras. Una lágrima resbala por su mejilla, se detiene en su mentón menos de un segundo y desaparece en la lana de sus pantalones.

—¿Alguien quiere decir algo de…? —Jill se detiene, tragándose el nombre de Zach—. Según me han dicho, era muy popular.

—Pregúntale a Micah —dice Brandon—. Era su novia.

Risas. Ahora todos me están mirando a mí, todos excepto Sarah. Tiene la cabeza gacha y respira entrecortadamente, como si quisiera dejar de llorar. Está a punto de perder el control. Espero que lo pierda.

—Muy gracioso —dice Tayshawn mirando a Brandon. Me doy cuenta de que no se lo cree. Tayshawn es el mejor amigo de Zach. Lo ha sido desde tercer curso.

Quiero matar a Brandon. Sé por qué lo ha dicho: para crear problemas. Es lo que siempre hace Brandon. Pero ¿cómo lo sabe?

Todos siguen mirándome. Mantengo el mentón alto y les devuelvo la mirada. Cuando la gente me mira fijamente, se me eriza el vello. Pero nunca permito que lo adviertan.

—¿Quieres decir algo, Micah? —pregunta Jill Wang.

—No —digo.

—Ella no era su novia —dice Sarah—. Lo era yo.

Tayshawn y Chantal y otros le dan la razón.

—Tú eras su novia en la escuela —le dice Brandon a Sarah—. Micah lo era en secreto.

Sarah vuelve a llorar. Tayshawn parece estar a punto de matar a Brandon. No me importaría ayudarle.

Jill Wang mira a Brandon, después a Sarah y, por último, a mí. Me doy cuenta de que está sopesando lo que va a decir a continuación.

—Tengo una pregunta —dice Alejandro.

Jill asiente y le invita a continuar.

—Todo el mundo habla del dolor y de toda esa mierda… perdón, de todas esas cosas. Da igual. Lo que quiero decir es que nadie nos ha contado qué le ha pasado a Zach. Oímos rumores y vemos a la poli y todo eso, pero nadie nos dice qué ocurre. Lo que ocurre de verdad. ¿Es cierto el rumor? ¿Le han asesinado?

La consejera extiende las manos y nos mira a todos a los ojos, para que sepamos que lo que va a contarnos es la verdad.

—Sé lo mismo que vosotros. La policía sigue investigando para determinar si se ha producido un asesinato.

Aunque Alejandro no dice nada más, no parece estar muy satisfecho con la respuesta. Ninguno de nosotros lo está.

DESPUÉS

Cuando termina la sesión con la consejera, me meto en uno de los compartimentos de los lavabos, paso el cerrojo, bajo la tapa del inodoro y me siento en él. Los pensamientos se agolpan en mi cabeza, ahogando el ruido que producen las cisternas al vaciarse, los grifos abriéndose y cerrándose, los secadores de manos encendiéndose como si fueran generadores, y, en la distancia, el sonido del vapor recorriendo las tuberías, el tráfico de la calle. Me llevo las manos a la cabeza para evitar que me explote. Todos mis pensamientos son sobre Zach; sobre el hecho de que esté muerto. Sus pulmones ya no tienen aire, sus venas ya no tienen sangre.

¿O aún seguirán allí? Inmóviles. Aire estancado, sangre coagulada.

Zach está muerto.

No volveré a verle nunca más. No volveré a escuchar su voz. No volveré a correr con él. No volveré a besarle.

Se ha ido.

—Sé que estás ahí —dice Sarah Washington aporreando la puerta—. Te he visto entrar.

—¿Qué quieres?

—¿Es verdad? —pregunta.

Abro la puerta. Sarah da un paso atrás, los ojos muy abiertos —me tiene miedo, comprendo—, y, sin querer, pone en funcionamiento uno de los secadores de manos. Se asusta. Me acerco al lavamanos, vierto un poco de jabón del contenedor metálico en una palma, coloco las manos bajo el grifo y, cuando no cae agua, lo intento con el lavabo contiguo. Esta vez el sensor responde al estímulo. Me lavo las manos concienzudamente. Bajo las uñas, entre los dedos, la parte superior, las muñecas. Entonces me las aclaro hasta que desaparece la viscosa sensación producida por el jabón.

Encima de los lavamanos hay ventanas. Opacas, de cristal reforzado con alambre, aseguradas con clavos, barras metálicas al otro lado, en el que da a la calle. Sostengo las manos en el aire sobre el lavabo mientras gotean.

—Deberías estar en clase —dice Sarah.

—Y tú también.

—Hora de estudio. Dime, ¿es
verdad
? —Se ha detenido frente a la puerta, está apoyada en ella, mirándome fijamente. La duda le reconcome por dentro. Ella es mucho más guapa que yo. ¿Qué hacía Zach perdiendo el tiempo conmigo?

—¿A qué te refieres? —le pregunto. ¿Por qué me pregunta a

sobre lo que es verdad y lo que no lo es? Sabe que soy una mentirosa. Todo el mundo lo sabe.

—¿Tú y él erais…? —Se detiene, da unos cuantos pasos adelante, pero vuelve a retroceder.

—¿Por qué no se lo preguntas a Brandon? —digo—. Parece estar al corriente de todo. ¿Por qué me lo preguntas a mí?

—Porque —empieza, da otro paso al frente y se detiene—… ¿Cómo sabe Brandon lo vuestro? ¿Por qué lo sabe él y yo no? Zach era mi novio. Me lo contaba todo —dice Sarah, pero le falla la voz. Nadie le cuenta todo a nadie.

Coloco las manos bajo el secador más próximo. Me estremezco ante el sonido y el aire caliente. Debajo, delante, muñecas, palmas. Es mucho mejor que escuchar a Sarah.

—Entonces ¿es verdad? —pregunta levantando la voz para competir con el rugido.

—¿Por qué tendría que decírtelo? —digo en voz baja. Ya no hay ni rastro de humedad en mis manos, están empezando a rustirse, pero continúo girándolas a un lado y al otro.

—Era
mi
novio —dice ella—. Lo sabía todo el mundo. ¿Por qué ha dicho Brandon lo que ha dicho?

—¿Por qué no se lo preguntas a él?

Sarah menea la cabeza.

—Ya lo he hecho. No ha servido de nada. Zach sigue estando muerto. —Sarah se viene abajo; se tambalea entre la puerta y donde estoy yo, los ojos anegados de lágrimas. Me pregunto cómo es posible que le quede algo de agua en el cuerpo—. A Brandon le gusta crear problemas.

Me aparto del secador de manos, ignorando el escozor en la piel.

—Es verdad —digo.

—¿Novia en secreto? —dice ella imitando el tono de voz de Brandon—. No le pillé ni una sola vez mirándote. Ni una sola.

—Tú lo has dicho.

—Aunque a veces no venía a la escuela. Y tú… tú siempre estás saltándote clases, días enteros. ¿Es allí donde estaba? ¿Contigo?

—No —digo—. Zach no era mi novio.

—No te creo. Jamás dices la verdad.

—Entonces, ¿por qué me lo preguntas?

Sarah retrocede y vuelve a apoyarse en la pared. Como si permanecer de pie le resultara muy difícil, un esfuerzo excesivo. Empieza a llorar abiertamente.

—Quiero saber qué le ocurrió. Sus padres ni siquiera me dejan ver su cuerpo. ¿Cómo sé que está realmente muerto si no me dejan verlo?

No entiendo la necesidad que siente de ver un cadáver. En clase de biología ni siquiera es capaz de diseccionar un ratón.

—Bueno, por lo que he oído, parece ser que le dispararon —digo, aunque en realidad no he oído nada—. No debe de tener muy buen aspecto. —Intento imaginarlo. Pero solo puedo ver a Zach cuando estaba vivo. Sonriéndome, riendo.

—Vi el cuerpo de mi abuela —dice Sarah—. Estaba dentro de un ataúd, envuelta en una tela blanca y sedosa. Tenía un gran ramo de azucenas entre las manos. Lo llaman ataúd abierto. Solo podía pensar en que mi abuela odiaba las flores. Las flores cortadas, quiero decir. Siempre decía que eran inútiles, un desperdicio. «¿Qué será de ellas?», solía preguntar. «Se pudrirán. Eso es lo que les ocurrirá. Mejor dejar que crezcan». Eso es lo que te ocurre cuando mueres. Te pudres.

Sarah no se molesta en secarse las lágrimas.

—No puedo creer que esté muerto. Le caía bien a todo el mundo. ¿Quién querría matarle? ¿Quién podía odiarle para hacer algo así? ¿Lo sabes?

No lo sé, pero quiero saberlo. Nunca vi a Zach haciendo daño a nadie. Al menos, no a propósito. Prefería que las cosas siguieran su curso, que la gente siguiera su propio camino. No le gustaba discutir, ni luchar, ni siquiera discrepar a medias. Se encogía de hombros y decía: «Claro. Como quieras». Aunque tampoco era un pusilánime. La mayoría de las veces lograba salirse con la suya, pero siempre sin esfuerzo aparente.

Sus besos también eran seguros y naturales. Me llevo una mano a los labios, intentando recordar el sabor de los suyos.

—Estabas
con él —dice Sarah, mirándome fijamente los labios—. Lo estabas, ¿verdad?

DESPUÉS

El día en que descubro que Zach ha muerto es el día más largo de mi vida. Nunca me ha gustado la escuela. Hoy es un infierno.

Todo el mundo me mira. No solo Sarah, no solo mis compañeros de la sesión con la consejera, sino todos los alumnos de la escuela, incluso los de primer año, los profesores, el personal administrativo, el de limpieza.

Es mucho peor que cuando descubrieron finalmente que en realidad no era un chico.

Zach está muerto.

No puedo hacerme a la idea. ¿Cómo puede estar muerto? Le vi el viernes por la noche. Subimos a un árbol en Central Park. Nos besamos. Corrimos juntos. El director Paul tiene que haberse equivocado.

Ojalá la gente dejara de mirarme. Creen saber algo sobre mí y Zach, que éramos… lo que fuera que fuéramos. Creen que, de algún modo, me están tomando el pelo.

Pero se equivocan.

Mantengo la cabeza gacha. Intento hacer oídos sordos a los insultos —«puta»— que disimulan con toses. Intento concentrarme en las clases que aún me quedan. Me distraigo estudiando en la biblioteca. Intento no pensar en Zach. Intento no pensar en nada que no tenga que ver con mis estudios.

Brandon me mira y me dice algo, solo con los labios, cuando suena el timbre de la última clase.

Asesina.

O eso es lo que me parece entender.

Me abro paso para salir del aula, recorro el pasillo, bajo las escaleras, tan rápido como puedo con la mochila colgada al hombro, las manos crispadas alrededor de las correas, me alejo de la escuela, de la gente que conozco. Cuando doblo la esquina, empiezo a correr.

Corro hasta llegar a Central Park y, una vez allí, aumento el ritmo, levantando las rodillas, proyectando los brazos con fuerza. Corro la distancia de un corredor de fondo como un velocista. Incluso dejo atrás a los corredores más rápidos. Nadie es tan rápido ni está tan enfurecido como yo. Voy a quemar todo el veneno, los susurros, el dolor que siento en mis venas.

No vuelvo a casa hasta quedar exhausta y estar segura de que un paso más sería el último.

HISTORIA FAMILIAR

Probablemente crees que soy un poco rara, sobre todo por eso de la máscara y el novio a medias que está muerto y todas las mentiras.

Mentiras anteriores, quiero decir. No te he mentido y no pienso hacerlo. Decir que Zach era mi novio cuando en realidad lo era más de Sarah no es una mentira. Zach
era
mi novio. Como dijo Brandon, en secreto.

¿Quieres saber por qué mentía antes?

Te contaré algo de mi familia:

Mis padres siguen juntos. Viven en la misma casa. Cuando no están discutiendo, están en plan cariñoso. No sé qué es peor.

Mi padre se llama Isaiah Wilkins. Es negro, como yo. Mi madre se llama Maude Bourgault, bueno, se llamaba, porque ahora es Maude Wilkins. Es blanca. Aunque papá no se lo cree. Mi padre puede ver la parte negra de cualquier persona, incluso cuando no es evidente. Él explica el mundo como quiere, no como realmente es. Mi padre dice que el pelo de mamá es casi tan rizado como el suyo y no se cree que sus labios carnosos los heredara de alguien blanco. Mamá se ríe. ¿Cómo podría saberlo? Mamá es adoptada y odiaba a su familia. Huyó de casa.

No conozco a la familia de mi madre. Solo a la de mi padre.

El padre de mi padre era negro, pero su madre es blanca. La abuela es la única familia que tenemos. Ella, la tía abuela Dorothy y, cuando aún vivía, el tío abuelo Hilliard. Los más mayores que aún viven son la abuela y la tía abuela. Las llamo los Mayores.

Decir que a los Wilkins les gusta vivir recluidos sería quedarse corto. Llevan el concepto de mantenerse al margen de los demás más allá de lo estrictamente necesario. Nunca salen de su granja, que mide unos doscientos acres. Son autosuficientes y no entienden muy bien por qué no hace lo mismo todo el mundo. La abuela no ha estado nunca en la ciudad.

Los Wilkins llegaron al estado de Nueva York hace más de un siglo. De Polonia o Rusia o Ucrania. De uno de esos sitios. Son originarios de los Cárpatos, donde vivieron durante muchas generaciones alejados de las otras familias. Son gente de montaña: longevos, escuálidos, irritables y taciturnos.

Con ellos trajeron el frío de las montañas a América, al norte del estado de Nueva York, donde se instalaron y procrearon, haciéndose cada vez más viejos, irritables y escuálidos.

Así es mi familia. Todos ellos
mucho
más extravagantes que yo

BOOK: Mentirosa
10.81Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Santa 365 by Spencer Quinn
Repo Men by Garcia, Eric
The Council of Ten by Jon Land
Escapology by Ren Warom
Raine on Me by Dohner, Laurann
Appleby Talks Again by Michael Innes
Missionary Stew by Ross Thomas