Murciélagos (18 page)

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Authors: Gustav Meyrink

Tags: #Fantástico, cuento

BOOK: Murciélagos
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La maquinaria del reloj que se hallaba en el interior de la lámpara dejaba oír su leve sonido, y a través de la barriga transparente de la deidad japonesa podía ver la mecha encendida en la boca de la serpiente que giraba creando la ilusión de que se estaba elevando.

Supongo que en esos momentos la luna llena estaba exactamente sobre el agujero redondo del techo, pues su imagen se reflejaba nítidamente en el agua colocada en la mesa de cuarzo, haciéndola que se pareciera a una esfera de plata.

Durante todo ese tiempo yo había creído que las sillas estaban vacías, pero poco a poco pude darme cuenta de que tres de ellas estaban ocupadas por otros tantos hombres, y cuando sus rostros se movieron con cautela, pude reconocer: en la parte Norte, al magistrado Wirtzigh, en la parte Este, a un extraño (cuyo nombre era Chrysophron Zagraus, como pude enterarme después a través de una conversación que tuvieron entre ellos), y en la parte Sud —con una corona de amapolas sobre su monda cabeza—al doctor Sacrobosco Haselmeyer.

Sólo se mantenía desocupada la silla que daba al Oeste.

Mis oídos se deben haber ido agudizando paulatinamente pues ahora llegaban hasta mí palabras, algunas de ellas latinas y otras en idioma alemán.

Pude ver que el caballero extraño hacía una reverencia delante del doctor Haselmeyer, lo besaba en la frente y le decía «amada novia mía».

A este hecho insólito siguió una larga frase, Pero estaba dicha en voz tan baja que no llegó a Penetrar en mi conciencia.

Pero entonces, súbitamente, el magistrado Wirtzigh se sumergió en un discurso apocalíptico:

—Y delante de la silla se extendía un mar transparente como el cristal, y en medio de la silla y alrededor de ella había cuatro animales, llenos de ojos por delante y por detrás… Y salió otro caballo que era pálido, y el nombre de quien lo cabalgaba era Muerte y detrás de ella venía el infierno. A ella le estaba dado robar la paz de la tierra y hacer que todos se estrangularan mutuamente; y a ella también le fue dada una enorme espada.

—Dada una espada —sonó tartajeante el eco que emitía el doctor Zágraus… y fue entonces que su mirada se fijó de improviso en mi humilde persona… hecho trascendental que le hizo interrumpirse para preguntarle a los demás si yo era digno de confianza.

—Hace tiempo que se convirtió en una máquina sin vida entre mis manos —lo tranquilizó el magistrado—. Nuestro ritual exige que alguien que haya muerto para la tierra sostenga la antorcha cuando estamos reunidos; él es como un cadáver, sostiene su alma en la mano y cree que es una lámpara que arde sin llama.

De sus palabras emanaba una burla salvaje… tanto que el pánico me heló la sangre cuando sentí que en verdad no podía mover ninguno de mis miembros y que me había quedado tieso como un muerto…

El doctor Zágraus retomó la palabra y prosiguió:

—Sí, los elevados cánticos del odio resuenan por el mundo. Yo la he visto con mis propios ojos a la que cabalga sobre el pálido caballo, y detrás de ella he visto al ejército multitudinario de las máquinas… nuestras amigas y aliadas. Hace mucho ya que ganaron su autonomía, pero los hombres aún permanecen ciegos y todavía creen ser los amos.

»Locomotoras sin conductor, cargadas con bloques de piedra, corren en todas direcciones con furia desatada, se arrojan sobre los humanos y aplastan cientos y cientos de ellos bajo el peso de sus estructuras de hierro.

»El nitrógeno del aire se apelotona y se convierte en un nuevo explosivo exterminador: la misma naturaleza queda sin aliento en su apuro por entregar voluntariamente sus mejores tesoros para extirpar de su seno al monstruo blanco que desde hace miles de milenios viene lastimándola sin piedad.

»Enredaderas metálicas con espinas horribles brotan de la tierra, aprisionan las piernas y despedazan los cuerpos, mientras los telégrafos se comunican jubilosamente unos a otros que ya son cientos de miles los que murieron de esa mala ralea… y que serán muchos más.

»Detrás de las lomas y los árboles acechan los morteros gigantescos, con sus cuellos estirados en dirección al cielo, apretando entre sus dientes trozos de metal hasta que molinos de viento traidores les transmiten con sus aspas la orden de escupir muerte y destrucción.

»Víboras eléctricas se arrastran subterráneas, hasta que de pronto… ¡ya!… una minúscula chispita verde basta para que la tierra se eleve rugiendo y el paisaje se convierta en una enorme fosa común.

»Los reflectores vigilan en la noche con ojos de animales de rapiña y piden ¡más!, ¡más!, ¡más! Y entonces… vienen llegando tambaleantes en sus mortajas grises… los pies ensangrentados, los ojos apagados, ciegos de cansancio, con los pulmones jadeantes y las rodillas vencidas… pero enseguida intervienen los tambores con sus rítmicos y fanáticos ladridos para enardecer al guerrero furibundo y avivar las mentes adormiladas y lograr que estalle irresistible la locura del amok… hasta que la lluvia de plomo no haga sino bañar a los cadáveres.

»Desde el Este y el Oeste, desde América y Asia llegan los monstruos metálicos con sus bocas redondas bien abiertas para poder saciar por fin sus ansias homicidas.

»Y hay tiburones de acero que rondan las costas para asfixiar en sus vientres a quienes antes les dieran la vida.

»Aún aquellos que se quedaron en casa, los aparentemente tibios, que por tanto tiempo no fueron ni fríos ni calientes, los que antes sólo se dedicaban a sus pacíficas tareas, ahora se despiertan y aportan su cuota a la gran matanza: exhalan sin cesar con dirección al cielo su turbio aliento espeso, y de sus cuerpos manan, día y noche, las hojas filosas y los proyectiles. Nadie se queda quieto. Nadie descansa.

»Y son cada vez más los buitres gigantes que quieren adiestrarse para sobrevolar las últimas guaridas del hombre, y ya vienen corriendo diligentes miles de incansables arañas de hierro para tejerles sus alas de brillo plateado…

El discurso quedó abruptamente interrumpido y entonces noté la presencia del conde du Chazal; estaba de pie detrás de la silla que daba al Oeste con las manos apoyadas en el respaldo, su rostro era una máscara pálida y desencajada.

Inmediatamente el doctor Zagraus prosiguió con énfasis:

—¿Y no es esta una resurrección realmente fantasmal? Lo que en su putrefacción se había convertido en petróleo y descansaba en sus cuevas desde cuánto hace: la sangre y la grasa de los dragones antediluvianos… quiere volver a vivir. Hervido y destilado en calderas panzonas, fluye ahora con el nombre de «bencina» hacia los corazones de los nuevos monstruos fantásticos del aire y los alimenta. ¡Bencina y sangre de dragón! ¿Dónde está la diferencia? Todo es como un preludio demoníaco al día del Juicio Final.

—No hable del Juicio Final, doctor —intervino rápidamente el señor conde (y yo pude sentir el miedo que había en su voz)—, suena como un presagio.

Los otros caballeros presentes se pusieron de pie alarmados:

—¿Presagio?

—Nuestra intención era la de reunimos hoy para celebrar —siguió diciendo el señor conde después de una pausa como para elegir muy bien sus palabras—, pero hasta último momento mis pies estuvieron retenidos en… Mauritius (comprendí que en esa palabra se albergaba un significado oculto y que el señor conde no pudo haber nombrado con ella país alguno); y estuve dudando largo rato si era correcto lo que yo interpretaba a través del reflejo que llegaba de la tierra hasta la luna. Me temo, temo (y la piel se me eriza de espanto cada vez que pienso en ello) que a corto plazo puede ocurrir algo inesperado que nos arrebate la victoria. Quiero decir, si mal no lo adivino, que en esta guerra existe otro sentido misterioso y que el espíritu del mundo consiste en separar a los pueblos unos de otros para que, separados y solos, conformen un cuerpo futuro; ¿pero de qué me sirve saberlo mientras desconozca el propósito final? Las influencias invisibles son siempre las más fuertes… Yo sólo puedo decirles esto:

»Hay algo oculto que no se deja ver y que crece y crece sin que yo pueda descubrir dónde se hallan sus raíces.

»He interpretado los signos que leí en el cielo y que nunca engañan: sí, también los demonios de abajo se están armando para la lucha y muy pronto la piel de la tierra se sacudirá como la de un caballo torturado por los tábanos; los grandes amos de las tinieblas, cuyos nombres están escritos en el libro del odio, ya han arrojado desde los abismos del espacio una piedra de cometa dirigida hacia la tierra, tal como ésta ya lo hiciera antes con dirección al sol sin dar en el blanco, ya que regresó a ella como regresa el boomerang a las manos del cazador cuando no alcanzó a la víctima. ¿Pero a qué viene, me pregunté, todo este enorme despliegue, si la destrucción de la humanidad parece haber sido sellada ya por el ejército de las máquinas?

»Y entonces fue que cayó el velo de mis ojos. Pero no por ello dejo de estar ciego y sólo puedo seguir a tientas mi camino.

»¿No sienten también ustedes cómo aquel imponderable que ni la muerte puede asir, aumenta y aumenta su caudal hasta formar una corriente contra la cual los mares serían como un mero balde de agua?

»¡¿Qué clase de fuerza misteriosa es la que de la noche a la mañana barre con todo lo pequeño y hace del corazón de un mendigo un corazón de apóstol?! Yo he presenciado cómo una maestra pobre se hizo cargo de una huérfana sin siquiera hacer mención del gesto… y entonces fue que me acometió el pánico.

»¿A qué ha quedado reducido el poderío de las máquinas en un mundo donde las madres pueden festejar la muerte de sus hijos en vez de mecerse los cabellos? ¿Y será una profecía secreta que por ahora nadie puede interpretar, el que en las tiendas de las ciudades pueda verse colgado un cuadro que muestra una cruz enclavada en los Vosgos, cuya madera ha sido destruida por la metralla sin que por ello el hijo del hombre haya cambiado de posición y permanezca de pie… suspendido en el aire?

»Oímos cómo las alas del ángel de la muerte pasan zumbando por los cielos de mundo, ¿pero están ustedes bien seguros de que se trata del vuelo de la muerte… y no de otra cosa? ¿No será uno de aquellos que pueden decir "yo" en cada piedra, cada planta y cada animal, fuera y dentro del tiempo y del espacio?

»Está dicho que nada debe perderse; ¿la mano de quién será la que entonces recolecte este entusiasmo que se ha liberado por doquier cual fuerza natural, y cómo será la cría que nazca de ella y quién su heredero?

»¿El que deba llegar ahora será nuevamente alguien cuyos pasos nadie pueda frenar… como siempre sucedió de tanto en tanto a través de todos los siglos? Es este un pensamiento siniestro del que ya no me puedo desprender: ¿Cómo es, quién es el que vendrá… ?

—¡Pues que venga! Siempre que sea, como tantas otras veces, alguien que vista ropajes de carne y de sangre —intervino sardónicamente el magistrado Wirtzigh—. Esta vez lo van a crucificar con… bromas; la burla es algo que nadie hasta ahora ha podido vencer.

—Pero puede ser que llegue y sea incorpóreo —murmuró en voz baja el doctor Zágraus—, lo mismo que aquella vez en que los animales fueron atacados por un hechizo que logró que los caballos supiesen hacer cuentas y los perros… leer y escribir. ¿Pero qué sucedería si esta vez atacara a los hombres y se prendiera en ellos como se prende una llama?

—Pues entonces tendremos que arrebatarle al hombre la ley por medio de la luz —interrumpió el conde du Chazal chillando a los gritos—; a partir de entonces habitaremos en sus mentes a la manera de un nuevo brillo falso que surja a su vez de un conocimiento claro pero equivocado, hasta que confundan el sol con la luna y les hayamos enseñado a desconfiar de todo lo que sea luminoso.

Todo lo que él señor conde pudo haber dicho después de esto escapa a mi memoria. Ya no me podía ni mover, pero el estado de rigidez en que me hallaba iba cediendo poco a poco. Me parecía poder oír una voz que desde mi interior me aconsejaba que tuviera miedo, pero, al mismo tiempo, me era imposible temer.

No sé cómo ha sido, pero de pronto estiré, como para protegerme, el brazo que sostenía la lámpara. Puede ser que en aquel preciso instante se produjera una corriente de aire o que la serpiente haya alcanzado por fin la cabeza de la deidad, lo cierto es que la mecha comenzó a arder en una enorme llama… eso es todo lo que sé. Una luz deslumbrante hizo que estallaran repentinamente todos mis sentidos, escuché nuevamente que me llamaban por mi nombre y enseguida el ruido de un objeto pesado que se estrellaba contra el suelo. Debe haber sido mi propio cuerpo, pues, al abrir los ojos un segundo antes de perder totalmente la conciencia, me vi caído en el piso, alumbrado por la luna llena cuya luz me bañaba en forma directa… La habitación parecía vacía, y tanto la mesa como los cuatro señores habían desaparecido.

Sé que estuve semanas enteras postrado, y sumido como en un profundo letargo, y cuando ya me había recuperado un poco pude enterarme —no puedo recordar por medio de quien— de que el magistrado Wirtzigh había muerto y que me había nombrado heredero de toda su fortuna.

Pero pienso que aún debo permanecer en cama por mucho tiempo, y que de ese modo tendré el tiempo suficiente para meditar acerca de todo lo que ha ocurrido para dejarlo escrito aquí tal cual se sucedieron los hechos en realidad y sin falsear ni uno solo de ellos.

Sólo de noche suele ocurrirme a veces que me siento como si en mi pecho bostezara un hueco recientemente abierto y que en su centro flota la luna… que de tanto en tanto crece hasta llegar a formar un círculo perfecto, luego va menguando hasta casi desaparecer de tan obscura, para reaparecer después poquito a poco adquiriendo forma de hoz; y en cada una de sus fases se asemeja a cada una de las caras de los cuatro caballeros guardando el mismo orden en que los vi por última vez sentados en torno a aquella mesa. Pero entonces le presto atención, para distraerme, al vocerío indomable que a través del silencio nocturno me llega desde un castillo situado en la vecindad, perteneciente a un pintor salvaje llamado Kubin, quien rodeado por sus siete hijos festeja orgías hasta el amanecer.

Llegado el nuevo día, el ama de llaves Petronella suele acercarse a mi lecho de enfermo para preguntarme: —¿Cómo se siente hoy, magistrado Wirtzigh?—, pues ella insiste, en querer hacerme creer que no existe ningún conde du Chazal desde 1430, año en que se extinguió el linaje (como que se lo dijo el mismísimo señor cura) y que yo soy un sonámbulo que en una noche de luna llena se cayó del tejado y que desde hace varios años vengo afirmando ser mi propio ayuda de cámara. Que, por lo tanto, tampoco existe un tal doctor Zágraus ni ningún otro doctor que se llame Saerobosco Haselmeyer.

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