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Authors: David Sakmyster

Tags: #Aventuras, #Histórico

Objetivo faro de Alejandría (29 page)

BOOK: Objetivo faro de Alejandría
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Caleb tomó una silla y se dejó caer en ella. Le dolía la cabeza. Las dos tazas de café que había bebido sólo habían servido para sumarse a las palpitaciones que percutían en sus sienes. Se le habían acalambrado todos los músculos, pues todavía no se había recuperado por completo de su encierro.

Waxman prosiguió:

—Prout investigaba a este hombre, Nolan Gregory, y sobornó a algunos de sus conocidos para que le entregaran esta foto. Creía que era la única existente de los miembros actuales de una antigua sociedad conocida simplemente como los guardianes.

—Adivina qué es lo que guardan —retó Phoebe a Caleb, antes de llevarse un puñado de cacahuetes a la boca.

Caleb contempló de nuevo la fotografía, y los ojos de Lydia se posaron soñadoramente en los suyos.

—¿El tesoro del faro?

Le respondió el silencio. Caleb podía escuchar el tic-tac del reloj en la habitación de al lado.

Helen se incorporó:

—El resto del libro de Pout describe sus descubrimientos acerca del grupo. Asegura que los guardianes descienden directamente de los sumos sacerdotes y escribas de la dinastía Ptolemaica.

Caleb levantó la vista:

—Las leyendas de Toth. Los Libros de Maneto y la Tabla Esmeralda…

—Todas esas obras se perdieron cuando la biblioteca se vio devorada por las llamas —dijo Helen—. También nosotros leímos tu libro.

—Está muy bien escrito, hermanito —apuntó Phoebe, levantando una lata de Sprite—. Aunque no le diste ningún crédito a tu hermana en la dedicatoria.

—Lo siento —observó nuevamente la pantalla—. Así que…

—Así que —prosiguió Helen— Prout creía que, generación tras generación, los miembros de este grupo transmitían el legado de su secreto a un miembro de la familia.

—¿Y este legado? —preguntó Caleb—. ¿De qué se trata?

Phoebe manipuló su silla:

—Literalmente, un pozo de sabiduría que podría cambiar el mundo.

—Bobadas y más bobadas —dijo Waxman—. La vieja historia de la Atlántida y la tecnología antigua. Fuentes de energía nunca vistas y milagrosas técnicas médicas. Esa clase de absurdos.

—Es la verdad —repuso Caleb—, si hay que creer a Platón. O a Heródoto. Según sus escritos, los antiguos sacerdotes de Egipto conocían la historia de una civilización desaparecida, de la cual Toth había llevado el grueso de sus conocimientos a Egipto, donde todo empezó de nuevo. —Tomó aire—. Esa sería la razón por la que Egipto habría sido una civilización tan desarrollada desde sus inicios: no sólo estaban los jeroglíficos, sino también la agricultura, su vasto conocimiento astronómico, su ingente cultura…

—Lo que sea —murmuró Waxman—. La cuestión es que estos tipos saben algo. Pero el libro de Prout nunca menciona a las claras el faro. Prout sospechaba que los guardianes trasladaron todo aquello a Gizé y lo enterraron mucho tiempo atrás, bajo las pirámides o bajo la propia Esfinge.

—Citaba al psíquico Edgar Cayce —comentó Phoebe, mascando los cacahuetes—. Y sus visiones.

Caleb se sostuvo la cabeza entre las manos. Cerró los ojos y lo sintió: sintió lo que había estado formándose tras un muro de negación tan impenetrable como el que había bajo el faro. Un muro que ahora empezaba a agrietarse, abrirse en espitas y estallar en un caudal de angustia.

—Lydia —tartamudeó—, Lydia era un guardián. Me usó todo el tiempo…

—… para introducirse en la cripta del faro —concluyó Helen—. Independientemente de lo que sepan, no tienen idea de cómo entrar. Ya no.

—Aunque —añadió Waxman— han estado años intentando hacerlo. Quizá siglos.

Caleb sacudió la cabeza y se mordió los nudillos, pensativo:

—No, algo no va bien. Esta gente, supuestamente,
guarda
los secretos, los mantiene a salvo. Esa es su misión. La visión que obtuve de César en el faro así lo confirma.

Helen asintió.

—Eso es lo que he dicho. Recordaba tu sueño del padre y del hijo. Tenían el pergamino y murieron por salvarlo, por proteger el secreto.

Caleb se rascó la cabeza:

—Pero a partir de entonces, ese pergamino se perdió —se incorporó y comenzó a pasear por la habitación—. Lo que significa que los demás guardianes ya no saben cómo entrar. Puede que ni siquiera sepan ya lo que custodian.

—Podría haber otras copias del pergamino —sugirió Waxman.

—Lo dudo —replicó Caleb—. Por el modo en que aquellos dos lo defendían, apuesto a que ese era el único.

—Caleb —dijo Phoebe—, no sabemos lo que hiciste cuando te adentraste en la cripta de la fortaleza Qaitbey. ¿Hasta dónde llegaste?

—No muy lejos.

Les explicó el significado de los símbolos que se desparramaban por el suelo, y cómo logró trasponer los dos primeros.

—Sí —dijo Waxman—, también nosotros encontramos esos símbolos. Tres años atrás, volvimos allí y dibujamos el mapa de la cámara al completo, sacando fotos desde todos sus ángulos. Pero esos símbolos… nunca pudimos averiguar su importancia.

—¿Visteis los anillos?

—Sí —respondió Phoebe—, pero no sabía para qué podían servir. Al contrario que tú. A ver si va a resultar que tú eres mejor psíquico…

—No es cierto —repuso Caleb—. Sigue siendo algo que no controlo.

Respiró hondo. Los pensamientos volaban en su cabeza. Recordaba las últimas palabras de Lydia, y las musitó con apenas un hilo de voz.

—«No podemos esperarte».

—¿Qué? —preguntó Helen.

—Es lo que Lydia me dijo antes de morir.

Waxman cerró el ordenador:

—Bueno, da la impresión de que la generación actual de guardianes siente que ya ha protegido el secreto suficiente tiempo; quieren quedarse con el tesoro. Lo han intentado a través de Caleb, pero han fracasado. Debemos estar en guardia. Puede que intenten entrar otra vez.

—Que lo hagan —dijo Caleb, y aquellas palabras retornaron con un sonido distinto a sus oídos, convertidas en las que Nolan Gregory había pronunciado tanto tiempo atrás:
El faro se defiende solo.

Waxman sacudió la cabeza:

—Esos payasos pueden joderlo todo y conseguir que nadie más acceda al tesoro.

—¿Saben ellos que podríais haber encontrado el pergamino? —preguntó Caleb.

—No, a menos que nos hayan puesto micros.

—¿Y no es posible? No es que quiera parecerme a Prout con sus paranoias, pero…

—No —respondió Waxman—, lo he comprobado.

—¿Cómo?

Se encogió de hombros:

—Hay maneras. Confía en mí, no saben lo que sabemos. Eso es lo que más les irrita.

—Y esa podría ser la razón por la que están actuando tan aprisa —respondió Caleb—. No pueden proteger el tesoro en condiciones si hay un puñado de psíquicos al acecho, abriéndose paso entre sus defensas.

—Estamos haciendo trampa —dijo Phoebe, sonriendo de oreja a oreja.

—O quizás —replicó Caleb, pensando nuevamente en las palabras de Lydia—, quizá sólo estamos cumpliendo la profecía, desempeñando el papel que el diseñador original ya había anticipado.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Helen.

Caleb se encogió de hombros.

—Es sólo una idea, pero en la alquimia la meta es alcanzar el contacto personal con el único, el infinito.

—Dios.

—Sí, pero no necesariamente la versión judeo cristiana de una figura entrometida, exigente y todopoderosa. Las más antiguas creencias herméticas concebían la idea de una energía omnipresente que infundía cada cosa, que estimulaba cada átomo, cada estrella y cada porción de materia tanto como del pensamiento. Lo que es arriba es abajo. Todo está relacionado. Todo es espiritual a la vez que divino. Por desgracia, nuestros cuerpos materiales y la finitud de este mundo interfieren de alguna manera con esa conexión, distrayéndonos de lo que de verdad importa. La alquimia, incluyendo la Tabla Esmeralda y los textos sagrados, representa un modo de restablecer esa conexión perdida. Y si se consigue recobrar ese contacto con lo divino, si uno logra liberarse de las impurezas del falso mundo de las percepciones, lo que queda ante sí es la verdad, y puede hacer y experimentar cosas que parecen milagrosas o sobrenaturales.

Phoebe reflexionó por un minuto:

—¿Como lo que nosotros podemos hacer?

Caleb asintió:

—Piensa en ello. Esto es lo único que explica la existencia de nuestras habilidades. ¿Cómo es que podemos ver cosas que han sucedido en tierras y épocas remotas, sólo con nuestras mentes?

—Porque la realidad no es lo que parece —dijo Helen, asintiendo—. Todo está relacionado.

—Exacto —asomó nuevamente por la ventana—. Muchas religiones adoptaron ese mensaje hermético, transformándolo ligeramente aquí y allá e incorporándole sus propias creencias. Buda afirmaba que el mundo era una ilusión, un velo que cubría nuestros ojos para cegarnos a nuestra espiritualidad interior. Los primeros gnósticos y coptos nos enseñan que vivimos en una prisión material creada por un dios maligno, y sólo mediante la meditación y la purificación podemos liberar nuestro espíritu.

—Perdón, ¿pero cuándo nos hemos desviado del tema? —Waxman levantó las manos—. ¿Por qué estamos de pronto en La Dimensión Desconocida? Hablamos de un tesoro, no de religión.

—Hablamos de un tesoro —protestó Caleb—. Pero no de la clase de tesoro que tú y mi madre habéis creído que encontraríais. Es el conocimiento de la divinidad interior del hombre. El poder de la vida sobre la muerte, el poder de la libertad espiritual.

«Alejandro el Grande se adentró en el desierto egipcio y halló la tumba de Hermes, de Toth, y cogió las antiguas tablillas que allí encontró. Cuando regresó, el oráculo lo proclamaba rey del mundo conocido. Alejandro estudió aquellas tablillas, y las enseñanzas se grabaron nítidamente en su cabeza; la situación llegó a tal extremo que algunos de sus propios generales comenzaron a temerle y se movilizaron contra él. Pero Alejandro y sus seguidores ya habían ocultado el tesoro, quizá al principio bajo la Gran Pirámide, como Cayce asegura, luego, según Heródoto y Platón, en el templo de Isis en Sais, hasta que finalmente fue trasladado a Alejandría».

«Y —prosiguió— en un momento crucial de la historia del hombre, cuando este tuvo que elegir entre los dos caminos que se abrían ante él, eligió la oscuridad y la supeditación por encima de la luz y la libertad. El hombre compiló aquellos libros con el único propósito de destruirlos. Quienes practicaron su filosofía fueron demonizados, torturados y asesinados por miles. Con todo, a lo largo de la historia se han conservado y ocultado esos secretos, y sólo aparecían tras los más sutiles disfraces, aunque sólo ante quienes tuvieran ojos para verlos: en el arte del Renacimiento, por ejemplo, en la literatura alegórica como las leyendas del Grial y la poesía caballeresca… En resumen, estaban escondidos, sí, pero a la vista de todo el mundo».

—¿Qué? —preguntó Helen.

—A la vista de todo el mundo —repitió Caleb—. Es otro de los principios de la alquimia. «Oculta a la vista de todo el mundo lo que es secreto».

Cerró los ojos y pensó otra vez en la puerta sellada, y por un momento creyó que lo había logrado. Las respuestas estaban allí mismo. O muy cerca. Pero al instante, lo que empezaba a despuntar como una revelación se desvaneció.

—A lo largo de la historia —continuó Caleb—, las lecciones de la Tabla Esmeralda y las prácticas filosóficas siguieron abriéndose camino en el arte, en la cultura.

—El tarot —le interrumpió Phoebe, sonriendo—. ¿Ves? He leído tu libro.

—Gracias, al menos alguien lo ha hecho. Pero estás en lo cierto, el tarot representaba en forma gráfica todos los elementos de la ascensión hermética, reproduciendo el camino hacia la divinidad pero disfrazándolo de juego. Ese es el motivo por el que la Iglesia lo prohibió en 1403, pues no podía dejar de verlo como una amenaza a su dominio espiritual. Sin embargo, al igual que sucede con muchos sistemas de creencia paganos, se comprendió que, en lugar de destruirlo, era más fácil asimilar un ritual tan atractivo. La Iglesia reintrodujo la baraja, pero le excluyó el Arcano Mayor, las explicaciones de los pasos que había que dar en el reino de lo Superior. Esas eran las cartas que representaban la espiritualidad y la comunión con lo divino. Y también retiraron a los caballeros, por su similitud con los caballeros templarios, muy probablemente, y dejaron un mazo de sólo cincuenta y dos cartas. Los cuatro palos reproducen los cuatro elementos en las etapas de transformación de lo inferior, inmersos en los cuales se encuentra el
joker
, o el Loco, que representa al iniciado antes de proceder por el sendero de la iluminación.

Phoebe asintió.

—Me encanta la relación que estableces. Las picas son espadas, que simbolizan la separación y representan el Aire; los diamantes son las monedas del tarot, que reproducen los deseos mundanos, o de la Tierra; el trébol procede del símbolo griego del Fuego; y los corazones son el Agua de las emociones.

—¿Y ahora nos ponemos a hablar de cartas? —Waxman comenzaba a desesperarse—. Caleb, te juro que me caías mejor cuando estabas en la cárcel.

—George —Helen frunció el ceño, mirando a Waxman, y luego se volvió hacia Caleb—. ¿De qué nos sirve saber esto?

—No sé si servirá —dijo Caleb—. Aprendí todo cuanto pude acerca del tarot, sobre la alquimia y el estudio de la tabla, pero ni así pude trascender el tercer paso ante la puerta. No sé lo que se necesita. A menos… quizá la cripta esté concebida de tal modo que sólo aquellos que buscan la iluminación, sólo los puros, puedan entrar.

—¿Puro, tú? —preguntó Helen—. Eres un buen chico, Caleb, pero…

—Bueno, lo cierto es que los guardianes habían puesto todas sus esperanzas en mí —replicó este—. Lydia se sacrificó por su causa, o al menos lo que ella creía que era su causa. Pensaba que sólo un gran trauma aceleraría mi avance espiritual hacia la iluminación, o la pureza, en un sentido, esperando que pudiera afinar mis talentos y abrir la cripta.

—¿Y por qué no podían averiguarlo ellos mismos? —preguntó Waxman—. Si esa tabla fue traducida al árabe, y transmitida al mundo tras haber salvado algunos antiguos libros de la ira de los fanáticos cristianos, sin duda alguien habrá que haya tenido acceso a los conjuros, o de lo que demonios se trate.

—Por lo que parece, falta algo —reflexionó Caleb—. La Piedra Filosofal. El Santo Grial. Es imposible dar con ella, aunque hay quien se ha acercado bastante. Ningún alquimista ha sido capaz de perfeccionar por completo el proceso y obtenerla. Quizá sea porque las copias físicas de los libros ya no están disponibles. Las leyendas más antiguas sostienen que el material que se había utilizado para escribir la Tabla Esmeralda tenía algo que ver con los poderes que proporcionaba. O si no, quizá hubo algún error en la traducción.

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