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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, Romántico, Terror

Placeres Prohibidos (28 page)

BOOK: Placeres Prohibidos
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Ronnie, una chica lista, rompió el incómodo silencio.

—¿Os apetece tomar algo?

—Sin alcohol —dijimos Bev y yo al unísono. Nos reímos, y la tensión desapareció. No seríamos nunca amigas de verdad, pero quizá pudiéramos dejar de ser fantasmas del pasado.

Ronnie nos tendió unos refrescos sin azúcar. Puse cara de asco, pero acepté el mío de todas formas: sabía que no tenía otra cosa en la pequeña nevera del despacho. Habíamos tenido verdaderas discusiones sobre los refrescos dietéticos, pero ella juraba que le gustaba el sabor. ¿De verdad le gustaba eso? ¡Puaj!

Bev cogió la lata como si fuera la cosa más normal; quizá bebiera lo mismo en casa. A mí, que me den cosas que engorden y sepan a algo.

—Ronnie me dijo por teléfono que puede que haya un escuadrón de la muerte relacionado con la LAV. ¿Es cierto? —pregunté.

Bev bajó la vista a la lata, que sostenía por debajo con una mano, para no mancharse la falda.

—No lo sé a ciencia cierta, pero creo que sí.

—Dime todo lo que sepas.

—Durante un tiempo se habló de formar una patrulla para cazar vampiros. Para matarlos, igual que ellos habían matado a nuestras… familias. Por supuesto, el presidente vetó la propuesta. Respetamos la ley y no formamos patrullas parapoliciales. —Lo dijo como si quisiera convencerse a sí misma y no a nosotras. La mera posibilidad la alteraba: su pequeño y apacible mundo amenazaba con derrumbarse de nuevo—. Pero de un tiempo a esta parte he oído conversaciones… Hay gente de nuestra organización que presume de haber matado vampiros.

—¿Cómo se supone que los matan? —pregunté.

—No lo sé —dijo mirándome, dubitativa.

—¿No tienes ni idea?

Negó con la cabeza.

—Creo que podría averiguarlo. ¿Es importante?

—La policía ha evitado divulgar ciertos detalles. Cosas que sólo podría saber el asesino.

—Comprendo. —Bajó la vista a la lata y a continuación me miró—. No creo que sean asesinatos, aunque hayan hecho lo que pone en los periódicos. Matar animales peligrosos no debería ser delito.

En parte estaba de acuerdo con ella. En otro tiempo habría dicho que del todo.

—Entonces, ¿por qué nos ayudas?

Me miró fijamente y sentí sus ojos oscuros, casi negros, clavados en mi cara.

—Porque estoy en deuda contigo.

—Tú también me salvaste la vida. No me debes nada.

—Siempre habrá una deuda entre nosotras; siempre.

La miré a la cara y comprendí. Bev me había suplicado que no le dijera a nadie que le había destrozado la cabeza al vampiro. Creo que la horrorizaba ser capaz de tanta violencia, daba igual el motivo.

Le había dicho a la policía que Bev había distraído al vampiro para que yo pudiera matarlo y siempre se había mostrado desproporcionadamente agradecida por aquella mentirijilla. Quizá, si nadie más lo sabía, pudiera fingir que no había ocurrido. Quizá.

Se puso en pie y se alisó la falda por detrás. Colocó el refresco con cuidado en el borde de la mesa.

—Le dejaré un mensaje a la señorita Sims cuando averigüe algo más.

—Te agradezco lo que estás haciendo —dije asintiendo. Podía estar traicionando su causa por mí.

Se colgó la chaqueta morada del brazo y aferró el pequeño bolso.

—La violencia no es la solución. Tenemos que trabajar dentro de la legalidad. La Liga Antivampiros está a favor de la ley y el orden, no de que cada cual se tome la justicia por su mano. —Sonaba a discurso enlatado, pero lo dejé estar. Todos necesitamos creer en algo.

Nos estrechó la mano. La tenía fresca y seca. Salió con los esbeltos hombros muy erguidos. Cerró la puerta con firmeza, pero sin hacer ruido. Viéndola, nadie diría que había sufrido tanta violencia, y puede que eso fuera precisamente lo que deseaba. ¿Quién era yo para reprochárselo?

—Bien, ahora infórmame tú —dijo Ronnie—. ¿Qué has descubierto?

—¿Y cómo sabes que he descubierto algo? —pregunté.

—Porque cuando has entrado tenías las branquias verdosas.

—Genial. Y yo que creía que no se me notaba…

—No te agobies —dijo, dándome un golpecito en el brazo—. Te conozco demasiado; eso es todo.

Asentí; había interpretado la explicación como lo que era: una mentira piadosa. Pero la acepté de todos modos. Le conté lo de la muerte de Theresa; se lo conté todo, excepto los sueños en los que intervenía Jean-Claude. Eso quedaba en privado.

Dejó escapar un silbido.

—Joder, si que has estado ocupada. ¿Y tú crees que se trata de un escuadrón de la muerte formado por humanos?

—¿Te refieres a la LAV? —Asintió; respiré profundamente y añadí—: No lo sé. Si son humanos, no tengo ni idea de cómo lo hacen. Hace falta una fuerza sobrehumana para arrancar una cabeza.

—¿Un humano muy fuerte? —preguntó.

—Puede ser. —Visualicé los cachos de brazos de Winter—. Pero tanta, tanta fuerza…

—Hay abuelitas que, bajo presión, han levantado coches.

Tenía razón.

—¿Te apetece visitar la Iglesia de la Vida Eterna? —pregunté.

—¿Estás pensando en convertirte? —Fruncí el ceño, y ella se echó a reír—. Vale, vale, deja de mirarme así. ¿Qué se nos ha perdido allí?

—Anoche atacaron la fiesta. Llevaban porras. No digo que quisieran matar a nadie, pero cuando se va por ahí pegando a la gente… —Me encogí de hombros—. Es fácil que ocurran accidentes.

—¿Crees que la Iglesia anda detrás de esto?

—No lo sé, pero si odia esas fiestas tanto como para irrumpir en ellas, puede que odie a los asistentes tanto como para matarlos.

—La mayoría de los miembros de la Iglesia son vampiros.

—Exacto —dije—. Fuerza sobrehumana y facilidad para acercarse a las víctimas.

—No está mal, Blake, no está mal —dijo Ronnie con una sonrisa.

—Ahora sólo hace falta demostrarlo. —Bajé la cabeza con modestia.

—A menos, claro, que sea una pista falsa. —Todavía le brillaban los ojos, divertidos.

—Bah, cierra el pico. Al menos es un sitio por donde empezar.

—Oye, si no me quejo —dijo extendiendo las manos—. Mi padre me decía siempre: «No critiques nada que no sepas hacer mejor».

—Tú tampoco tienes ni idea de qué está pasando, ¿verdad?

—Ya me gustaría. —La cara se le ensombreció.

Y a mí.

TREINTA Y CUATRO

El edificio principal de la Iglesia de la Vida Eterna está al final de la avenida Page, lejos del Distrito. A la Iglesia no le gusta que la asocien con la chusma. Locales de
striptease
de vampiros, el Circo de los Malditos… Quita, quita, qué espanto. No, a sus miembros les gusta considerarse nomuertos respetables.

La iglesia está en un terreno pelado; unos arbolitos se esforzaban por crecer y dar sombra al blanco resplandeciente del edificio. Parecía brillar bajo el cálido sol de julio como trozo de luna atrapado en la tierra.

Entré en el aparcamiento y dejé el coche en el asfalto nuevo y reluciente. Sólo la tierra parecía normal: rojiza, desnuda y embarrada. El césped no había tenido ninguna posibilidad.

—Qué bonito —dijo Ronnie, señalando el edificio con un gesto.

—Si tú lo dices… —Me encogí de hombros—. La verdad es que no me acostumbro al efecto genérico.

—¿Efecto genérico? —preguntó.

—Los dibujos de las vidrieras son abstractos. No hay ningún pasaje bíblico, ni santos ni símbolos sagrados. Todo limpio y pulcro como un traje de novia recién sacado del plástico.

Bajó del coche y se puso las gafas de sol. Miró hacia la iglesia con los brazos cruzados.

—Es como si la acabaran de desenvolver y todavía no le hubieran puesto los adornos —comentó.

—Sí, una iglesia sin dios. ¿Qué es lo que no me cuadra?

—¿Habrá alguien despierto a estas horas? —preguntó sin reírse.

—Sí, claro, hacen proselitismo durante el día.

—¿Proselitismo?

—Ya sabes: van de puerta en puerta, como los mormones y los testigos de Jehová.

—Estás de guasa. —Me miraba fijamente.

—¿Tengo cara de estar bromeando?

—Vampiros a domicilio. —Sacudió la cabeza y se retorció las manos—. Qué práctico.

—Sí —dije—. A ver quién hay en el despacho.

Una escalinata blanca ascendía hasta la enorme puerta doble. Una hoja estaba abierta; la otra tenía un cartel en el que ponía:
ENTRA, AMIGO, Y CONOCERÁS LA PAZ
. Me daban ganas de arrancarlo y pisotearlo.

Se aprovechaban de uno de los miedos primordiales de la humanidad: la muerte. Todo el mundo teme a la muerte. A la gente que no cree en Dios le cuesta asimilarla. Morir y dejar de existir. Plof, se acabó. Pero la Iglesia de la Vida Eterna promete exactamente lo que dice su nombre, y puede demostrarlo. Nada de fe ciega, nada de esperas y nada de incógnitas. ¿Quieres saber qué se siente al estar muerto? Pues pregúntaselo a otro feligrés.

Ah, y además no se envejece. Ni
liftings
ni liposucciones: juventud eterna pura y dura. No está nada mal para quien no crea en el alma.

Para quien no crea que el alma queda atrapada en el cuerpo del vampiro y no puede alcanzar el cielo. O peor aún, que los vampiros son intrínsecamente malignos y están condenados al infierno. Para la iglesia católica, el vampirismo voluntario equivale al suicidio, y yo estoy casi de acuerdo. Aunque el Papa también excomulgó a los reanimadores, a menos que dejáramos de levantar muertos. Me hice episcopaliana.

Unos bancos de madera encerada se extendían en dos amplias hileras hasta donde se suponía que iba un altar. Había un púlpito, pero no llegaba a altar: sólo era una pared azul vacía rodeada de paredes blancas vacías.

Las vidrieras eran de cristal rojo y azul. El sol se filtraba por ellas, trazando dibujos de tonos pastel en el suelo blanco.

—Hay mucha paz —dijo Ronnie.

—Y en los cementerios.

—Sabía que dirías eso —dijo con una sonrisa.

—Basta de coñas. —Fruncí el ceño—. Hemos venido a trabajar.

—¿Qué quieres que haga exactamente?

—Sólo que me apoyes. Pon cara de pocos amigos, y busca pistas.

—¿Pistas? —preguntó.

—Sí, ya sabes. Pistas: resguardos, notas a medio quemar… Indicios.

—Ah, eso.

—Deja ya el cachondeo, Ronnie.

Se ajustó las gafas de sol y adoptó su mejor pose de frialdad absoluta. Se le daba muy bien. Acojonaría a cualquier matón, pero habría que ver si funcionaba con los fieles de la Iglesia.

A un lado del seudoaltar había una puertecita que daba a un pasillo alfombrado. Nos envolvió el rumor del aire acondicionado. A la izquierda estaban los servicios, y a la derecha había una sala con la puerta abierta. Puede que allí tomaran… ¿el café de después de las ceremonias? No, probablemente no sería café. ¿Qué tal un apasionante sermón seguido de un chupito de sangre?

Las oficinas estaban identificadas con un cartel pequeño en el que ponía
OFICINAS
. Qué ingenioso. Había una sala de recepción que incluía la típica mesa de secretaria y un joven sentado detrás. Era delgado, con el pelo castaño bien cortado. Unas gafas de montura metálica enmarcaban un par de ojos marrones muy bonitos. Tenía una marca de mordisco a medio curar en el cuello.

Se levantó y rodeó la mesa con la mano extendida y una sonrisa.

—Hola, amigas. Me llamo Bruce. ¿Qué desean?

El apretón de manos fue firme, pero sin apretar; fuerte, pero no avasallador; amistoso y duradero, pero no sexual. Así dan la mano los mejores vendedores de coches, y también los agentes inmobiliarios. Tengo un alma pequeña y bonita, casi sin usar. El precio es razonable, confía en mí. Si aquellos grandes ojos marrones hubieran parecido un poco más sinceros, le habría dado una galleta para perros y unas palmaditas en la cabeza.

—Quería pedir cita para hablar con Malcolm —dije.

—Siéntense —dijo tras parpadear una sola vez.

Me senté. Ronnie se apoyó en la pared, a un lado de la puerta, cruzada de brazos y con pinta de guardaespaldas.

Bruce regresó a su sitio tras la mesa, después de ofrecernos un café, y se sentó con las manos entrelazadas.

—Bien, señorita…

—Blake. —No se estremeció; no había oído hablar de mí. Qué efímera es la fama.

—¿Por qué desea ver a la máxima autoridad de nuestra Iglesia, señorita Blake? Tenemos varios asesores muy competentes y comprensivos que la ayudarán a tomar una decisión.

Le sonreí. Seguro que los tenéis, merluzo.

—Creo que Malcolm me recibirá. Dile que tengo información sobre los asesinatos de vampiros.

—Si sabe algo —dijo mientras se le desdibujaba la sonrisa—, acuda a la policía.

—¿Aunque tenga pruebas de que ciertos miembros de su Iglesia son los responsables? —Un farol de nada, también conocido como mentira.

Tragó saliva y clavó los dedos en la mesa hasta que se le pusieron blancos.

—No entiendo. Quiero decir que…

—Entre nosotros, Bruce. —Le sonreí—. No estás preparado para hablar de asesinatos. No entraba en el programa de formación, ¿verdad?

—Bueno, no, pero…

—Entonces, basta con que me des hora para que venga esta noche y hable con Malcolm.

—No sé…

—No te preocupes por eso. Malcolm es la máxima autoridad de la Iglesia. Él se ocupará.

Asintió, demasiado deprisa. Dirigió una mirada a Ronnie y volvió a mirarme a mí. Pasó las hojas de una agenda con tapas de cuero que tenía en la mesa.

—Esta noche a las nueve. —Cogió un bolígrafo—. Si me dice su nombre completo, lo apuntaré.

—Anita Blake. —Seguía sin caer en la cuenta. ¿No se suponía que yo era el terror de Vampirolandia?

—Y la entrevista está relacionada con… —Estaba recuperando la profesionalidad.

—Los asesinatos, está relacionada con los asesinatos —dije, poniéndome en pie.

—Oh, sí… —Escribió algo—. Esta noche a las nueve en punto, Anita Blake, asesinatos. —Se quedó mirando la anotación con el ceño fruncido, como si algo no le cuadrara.

—No te preocupes —le dije. Había decidido ayudarlo—. Lo has escrito bien. —Levantó la vista. Estaba un poco pálido—. Volveré. Asegúrate de que recibe el recado.

Bruce volvió a asentir, demasiado deprisa, con los ojos muy abiertos detrás de las gafas.

Ronnie abrió la puerta y salí delante de ella, que me siguió cual guardaespaldas de peli mala. Cuando llegamos a la nave, se echó a reír.

—Creo que lo hemos acojonado.

—Bruce es fácil de acojonar.

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