—¿Qué quieres decir con eso de que me quede aquí? Donde
—Hacia adelante. Si tratamos de retroceder por donde vinimos, él nos seguirá. Podemos ahorrarnos el trabajo de correr y tratar de terminar este asunto aquí.
—Pero él está adiestrado para pelear de este modo.
—Y a mí me entrenaron para hacer patrullas nocturnas en Corea. Hace veinte años, pero no he olvidado todo lo que aprendí. Puede que esté algo torpe y fuera de práctica, pero no veo otra solución mejor. Quédate aquí y espera hasta que venga. Deja que venga aquí. Sabemos que lo hará. Estamos preparados para recibirlo.
—¿Y qué sucederá cuando se haga de noche y se deslice hasta aquí sin que lo hayamos oído?
—Nos iremos cuando anochezca.
—Claro. Y haremos tanto ruido que no necesitará vernos para poder hacer blanco. Le bastará apuntar hacia el lugar donde nos oiga movernos.
—Acabas de decirlo. Está entrenado para esto y creo que ésa es nuestra ventaja. Con un poco de suerte, no se imaginará que yo pienso ir allí y pelear a su manera. Pensará que voy a huir en lugar de atacar.
—Entonces iré contigo.
—No. Mitch te necesita a su lado. Si somos dos los que nos arrastramos, podemos hacer ruido suficiente como para alertar al muchacho.
Tenía otro motivo para querer hacerlo solo, pero no quería seguir dando más explicaciones. Ya había esperado demasiado tiempo en realidad.
Salió inmediatamente del hoyo y comenzó a arrastrarse hacia la izquierda, en dirección al tronco caído. Debía hacer un gran esfuerzo para avanzar con su estómago pegado a ese barro frío. Avanzó unos metros, se detuvo a escuchar y avanzó otro poco, y cada vez que hundía sus zapatos en el barro para impulsarse hacia adelante, el barro hacía un ruido de succión que le ponía los nervios de punta. La succión aumentó hasta que finalmente optó por avanzar valiéndose de sus codos y rodillas en vez de con los pies, cuidando siempre de que su arma no se llenara de barro. Gotas de agua helada caían sobre su espalda mientras se arrastraba debajo de los arbustos. Se detuvo, escuchó y siguió reptando.
Pensó que de todos modos Shingleton no comprendería el otro motivo que lo impulsaba a hacer esto.
Shingleton no era el que había estado a cargo de la partida ni había cometido los errores que tuvieron como consecuencia la muerte de Orval y Léster, y del joven agente y de Ward y Galt y los dos hombres del helicóptero y todo el resto. ¿Cómo podría entender Shingleton por qué no podía permitir que alguien más muriera en su lugar? Esta vez serían solamente el muchacho y él, nadie más, tal como empezó el asunto, y si se cometían nuevos errores, él sería el único en pagar por ellos.
Las agujas de su reloj marcaban las seis y media cuando inició su marcha. Estaba tan ocupado concentrándose en los movimientos y sonidos a su alrededor que eran las siete cuando miró nuevamente el reloj. Se asustó al oír una ardilla que se deslizaba de un árbol y estuvo a un tris de disparar creyendo que se trataba del muchacho.
Comenzó a ponerse oscuro nuevamente, pero esta vez no por las nubes sino por la caída de la tarde; el aire se hizo más frío y él tiritaba mientras se arrastraba. Pero no obstante, gotas de sudor le corrían por la cara, la espalda y debajo de sus brazos.
Era miedo. La ardiente presión en su ano. La adrenalina que segregaba su estómago. Sentía unas ganas terribles de dar media vuelta y correr, y por ello mismo se esforzaba en seguir adelante. Santo cielo, si perdía esta oportunidad de pescar al muchacho no sería por miedo de morir. No, por Dios. Le debía eso a Orval. Se lo debía a los demás.
Las siete y cuarto. Había llegado bastante lejos ya, yendo y viniendo entre el bosque, deteniéndose para mirar penetrantemente dentro de la maleza y los matorrales para ver si el muchacho estaba escondido allí. El menor ruido le hacía dar un respingo, ruidos que no podía situar, el crujido de una rama podría significar que el muchacho estaba acomodándose para apuntar mejor, el roce de unas hojas podría ser producido por el muchacho que se daba la vuelta para situarse detrás de él. Se arrastró lentamente, luchando contra el pánico que le impulsaba a apresurarse y terminar con esto de una vez, luchando para concentrarse en todo cuanto le rodeaba.
Un pequeño escondrijo era todo lo que le hacía falta al muchacho. Bastaría con que él se descuidara tan sólo una vez, que no revisara un matorral, un tronco o un hoyo en el suelo para precipitar el final. Sería tan súbito que no tendría siquiera tiempo de oír la detonación del disparo que produciría su muerte.
Se hicieron las siete y media y las sombras se mezclaban engañosamente. Lo que parecía ser el muchacho era tan sólo el tronco oscuro de un árbol roto que se vislumbraba en las tinieblas. Un tronco caído detrás de un matorral le engañó de igual forma, y se dio cuenta de que había hecho todo lo que podía. Era hora de volver. Y eso era la peor parte. Su vista estaba cansada y las sombras comenzaron a rodearlo. Lo único que quería era regresar hasta donde estaba Shingleton para poder descansar un momento y dejar que éste se encargara de vigilar si se acercaba el muchacho. Pero no se animaba a renunciar a su búsqueda para volver allí cuanto antes. De igual modo, al emprender la vuelta tenía que tomarse su tiempo revisando cada árbol y arbusto antes de hacer el menor movimiento. Tenía que mirar hacia atrás, por miedo a que el muchacho apareciera subrepticiamente por allí. Tenía conciencia de la desnudez de su espalda, como también de su blancura en medio de las tinieblas y esperaba verlo en cualquier momento, apuntando sonriente al hueco que formaban sus omóplatos. El proyectil le destrozaría la espina dorsal, despedazaría sus entrañas y moriría instantáneamente. Y a pesar de sí mismo, apresuró el paso.
Casi se olvidó de avisarle a Shingleton de que era él quien se acercaba. Eso sí que sería gracioso. Arriesgar la vida en búsqueda del muchacho para acabar muerto por uno de sus hombres.
—Soy yo —murmuró—. Soy Teasle.
Pero nadie le contestó.
Murmuré muy despacio y no me oyó, pensó Teasle.
—Soy yo —repitió un poco más fuerte—. Soy Teasle. —Pero no obtuvo ninguna respuesta y Teasle se dio cuenta de que algo no andaba bien.
Dio una vuelta alrededor del hoyo, se deslizó por la parte posterior y comprobó que evidentemente era peor de lo que pensaba.
Shingleton no estaba allí y Mitch yacía de espaldas en el agua, degollado de oreja a oreja, mientras su sangre humeaba por el frío.
Shingleton. ¿Dónde estaría Shingleton? Preocupado y cansado, debió haber salido también en busca del muchacho, dejando solo a Mitch, y el muchacho apareció allí y lo degolló para matarlo sin hacer ruido.
El muchacho, pensó Teasle, el muchacho debe estar muy cerca. Se agachó y se dio media vuelta; el cuadro que ofrecía Mitch y la desesperación por querer protegerse de todos los ángulos le hicieron sentir ganas de gritar; Shingleton, vuelve aquí, Shingleton. Dos hombres situados en lugares opuestos tal vez pudieran ver al muchacho cuando arremetiera contra alguno de ellos. Tenía ganas de llamar a Shingleton.
Pero fue Shingleton quien lo llamó a él desde un lugar situado a su derecha.
—¡Cuidado, Will, me ha encontrado! Su grito fue rematado por el disparo de un rifle y Teasle ya no pudo aguantar más. Sus nervios cedieron finalmente y antes de poder darse cuenta de lo que estaba haciendo, salió corriendo, gritando, escapando entre las sombras, los árboles y arbustos. Aaaeeiii, gritaba. Sólo podía pensar en el hueco del peñasco.
¡El peñasco, el peñasco!
.
Le disparó a Teasle, pero la luz era mala y los árboles muy densos, y además, Shingleton desvió el rifle con la mano de modo que el tiro fue muy bajo. Shingleton debía estar muerto. Había recibido un disparo en la cabeza. No se explicaba cómo pudo levantarse y dar al rifle para hacerle perder puntería. Rambo no pudo dejar de admirarlo cuando le disparó otro tiro en el ojo, y esta vez sí murió.
Salió corriendo en pos de Teasle sin perder un instante. Era evidente que Teasle se dirigía al hueco del peñasco, y pensaba llegar allí antes que él. No siguió exactamente la misma senda que Teasle; a lo mejor conseguía dominarse y se quedaba esperándolo escondido en algún lugar, de modo que corrió en una línea paralela, tratando de llegar al peñasco antes que él.
Lo perdió por un segundo.
Corrió por el bosque; alcanzó a ver el borde del peñasco y la parte superior del hueco y se tiró al suelo de rodillas, para que Teasle no lo viera. Oyó entonces el ruido de piedrecillas que caían por el risco y el de una fuerte respiración más abajo, corrió y llegó justo a tiempo para ver a Teasle saltando los pocos metros que le faltaban para llegar al hueco y agachándose para recorrer la pared del acantilado. Vio también los cuerpos de los cuatro agentes tirados en el mismo lugar en que les había disparado, al pie del peñasco, y no le gustó nada la situación en la que había quedado. Teasle tenía ahora una ventaja sobre él. Si bajaba por el peñasco para buscarlo se convertiría en un blanco tan fácil para Teasle como lo habían sido los cuatro hombres para él.
Sabía que Teasle no se quedaría esperándolo allí durante toda la noche. En cualquier momento aprovecharía una oportunidad para escapar, y él se quedaría allí arriba, sospechando que Teasle había huido, pero sin arriesgarse a comprobar si todavía seguía allí. Para estar bien seguro tenía que encontrar otro camino por donde bajar de ese risco y tendría que ser el mismo por donde Teasle regresaría.
Corrió otra vez al lugar donde yacía Shingleton, pasó por encima de su cuerpo, siguió corriendo en dirección hacia donde esperaba que el peñasco formaría una pendiente hacia el barranco, descubrió que su presunción era correcta y en media hora llegó al barranco; paso corriendo entre los árboles, rumbo a un pastizal que había divisado vagamente desde arriba.
La luz cada vez era más débil y avanzaba a toda prisa, ansioso por llegar hasta el pasto antes de que oscureciera del todo y no pudiera ver las huellas de Teasle. Llegó al pastizal y corrió entre los árboles que lo bordeaban, cuidando de no ofrecerle un blanco mientras buscaba huellas que salieran de entre los árboles y siguieran por el descampado.
Miraba y corría intentando divisar lo que había más adelante, pero no lograba encontrar ninguna huella en la tierra mojada y pensó entonces que quizás Teasle había tardado más en bajar del peñasco y que tal vez estaba acercándose, observándolo. Y justo cuando comenzó nuevamente a llover y la oscuridad se hizo más profunda, encontró unas matas de pasto aplastadas. Allí.
Pero tenía que actuar en inferioridad de condiciones, debía darle una ventaja a Teasle. Porque a pesar de las ganas que tenía de atravesar corriendo el pastizal, debía esperar hasta que fuera bien de noche para hacerlo: a lo mejor Teasle no pensaba huir de él, a lo mejor estaba oculto entre los arbustos del otro lado, apuntándole. Cuando consideró que ya estaba suficientemente oscuro, corrió hacia el otro lado tratando de no brindar un blanco, pero sus precauciones resultaron inútiles porque cuando llegó allí no vio ningún indicio de Teasle. La lluvia caía suavemente entre los árboles, ahogando apenas los ruidos, y justo enfrente, algo forcejeaba por pasar entre la espesura.
Se lanzó en pos del ruido, deteniéndose para escuchar, corrigiendo su rumbo según los sonidos y avanzando otra vez. Confiaba en que dentro de poco, Teasle dejaría de correr y trataría de quedarse escondido al acecho, pero sería mejor seguir tras él mientras lo oyera correr y poder hacer todo el ruido que fuera necesario.
Una vez se detuvo a escuchar y el que corría adelante se detuvo también, entonces se tiró al suelo y comenzó a arrastrarse cautelosamente hacia adelante. Al cabo de un minuto el otro echó a correr otra vez y él se puso de pie de un salto, reanudando su carrera. Y así prosiguieron durante una hora: corriendo, deteniéndose, escuchando, arrastrándose, corriendo. La lluvia se había convertido en una tenue y fría llovizna; el cinturón que le apretaba las costillas se le aflojó y tuvo que ajustarlo para mitigar el dolor. Estaba seguro ya de que se le habían roto las costillas y que agudas astillas se clavaban en su interior. Habría dado por terminada la persecución, pero sabía que dentro de poco alcanzaría a Teasle: se dobló en dos por el dolor, pero al oír que Teasle seguía corriendo, se enderezó, obligándose, a pesar del dolor, a continuar con la persecución.
Siguieron por una pendiente cubierta de árboles, por una cresta rocosa, por un terreno cubierto de piedras hasta llegar a un arroyo, siguieron el curso del arroyo, lo cruzaron, se internaron en otro bosque, atravesaron una hondonada. El dolor en su pecho se agudizó cuando saltó y estuvo a punto de caer en el barranco, pero logró enderezarse otra vez; se quedó esperando oír nuevamente a Teasle y cuando lo oyó, reanudó su persecución. En cuanto apoyaba su pie derecho contra el suelo sentía una fuerte punzada en el costado derecho, a la altura de las costillas. Se mareó dos veces.
Arriba y abajo, la topografía del terreno se repetía. Mientras trastabillaba por una pendiente rocosa cubierta de arbustos, Teasle tuvo la sensación, de estar nuevamente en el borde del peñasco, luchando por subir hasta el bosque. No podía ver la cima en la oscuridad: deseaba con toda su alma poder saber cuánto le faltaba para llegar allí, no podría seguir trepando durante mucho más tiempo. Las rocas estaban resbaladizas por la lluvia y a cada rato perdía el equilibrio, golpeándose fuertemente contra el suelo. Decidió trepar arrastrándose, pero las rocas le destrozaron los pantalones, le arañaron las rodillas, mientras oía al muchacho avanzar entre la maleza que crecía en medio de los árboles, allá abajo.
Trepó con más rapidez. Si tan sólo pudiera ver la cumbre y saber cuánto le faltaba para llegar allí. El muchacho ya debía haber salido del bosque y habría comenzado a subir por la pendiente; Teasle pensó por un momento en disparar a ciegas hacia abajo para asustarle. Sin embargo, no podía hacer eso: los fogonazos de su arma servirían de blanco al muchacho, pero santo cielo, tenía que hacer algo.
En un desesperado esfuerzo llegó hasta la cumbre, pero sin saberlo, hasta que tropezó y se agarró precariamente de una roca justo a tiempo para no rodar hacia el otro lado.
Ahora. Ahora podía disparar. Se tendió, escuchando para saber por qué parte treparía el muchacho la pendiente, y disparó seis veces al oírlo subir. Se tiró cuerpo a tierra por si había errado y un disparo proveniente de abajo pasó por encima de su cabeza. Oyó que el muchacho trepaba por la izquierda y disparó otra vez en dirección a donde provenía el ruido, antes de echar a correr barranco abajo por el otro lado de la pendiente. Tropezó nuevamente y se golpeó fuertemente el hombro contra una roca y al sujetárselo, no pudo evitar seguir rodando hasta abajo del todo.