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Authors: Jean-Pierre Andrevon

Tags: #Ciencia Ficción

Retorno a la Tierra (23 page)

BOOK: Retorno a la Tierra
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—¡Responde, dime algo, habla!

Eva ni se estremece, mi grito no ha provocado reacción. Tan sólo le extraña mi actitud. ¿No oye? ¿Las máquinas no le han enseñado el lenguaje? Me acerco a ella, me señalo y digo:

—Yo soy Adán, Adán. Repite, Adán.

Me parece cumplir un rito que miles de seres debieron realizar antes, en ocasión de un primer contacto. Ella no responde. Pongo mi índice sobre su boca y la obligo a mover los labios; pronuncia: Adán, pero ningún sonido sale de su garganta. Eco simulado de mi nombre, imitado por Eva; por primera vez otro ser humano ha tomado conciencia de que yo existo. Los pétalos rosas de sus labios.

¿Será posible que sea sorda y muda? ¿Cómo la constante vigilancia de las máquinas no ha logrado detectar esta enfermedad de nacimiento? ¿Por qué no la han podido remediar? Dudo de que un plan tan meditado para procurar descendencia a la humanidad pueda fracasar en un detalle tan importante. Vivir sin comunicarse. Atroz. Cada vez más creo que mi expulsión de la esfera fue debida a una avería; en este momento Eva estaba en incubación. La central auxiliar se disparó enseguida, pero la joven sufría ya un daño irreparable. ¡Si en vez de huir hubiera regresado a mi burbuja! Mi intimidad con Eva niña; modelarla desde el nacimiento hasta la pubertad.

Le indico que se siente para mirar la trivisión. Gradúo al máximo el relieve. La imagen se detiene a algunos centímetros de nosotros. Y el espectáculo apocalíptico se desarrolla por segunda vez. Eva se hunde en el fondo de su asiento, su cuerpo saturado por los violentos colores que emanan de la trivisión, encogida sobre sí misma. Dos ojos llenos de espanto en la penumbra. Comprueba nuestra soledad. Le he enseñado la desesperación. Tomarla entre mis brazos. Me acerco a ella, instintivamente se acurruca contra mi. Me siento a su lado. Asistimos impotentes al fin del mundo.

Visionamos a continuación la serie de cassettes que todavía no conozco. La mayoría están dedicadas a estudios sobre puntos teóricos del éxodo e informaciones sobre la ecología de las distintas biosferas que pueden encontrar. También instrucciones para el caso de un encuentro con extraterrestres y una iniciación a los materiales de supervivencia de que dispondrán los viajeros. Por fin, la última cinta hace alusión a la experiencia, a nuestra experiencia.

La esfera submarina fue construida precipitadamente, sólo dos años antes de la llegada del planeta gaseoso. Como había supuesto, la nueva atmósfera destruye el sistema nervioso de los vertebrados, acelerando el proceso de degeneración de las células cerebrales Las máquinas debían operar una serie de modificaciones sobre los genes que poseía en reserva y efectuar varias tentativas para elaborar un ser humano capaz de sobrevivir en la superficie de la Tierra. La primera tuvo lugar hace más de veinte años, algunos meses después de la partida de los hombres; la segunda diez años más tarde. El principio era alternar los sexos, ya que la unidad experimental era pequeña y difícilmente podía asegurar el mantenimiento a largo plazo de dos individuos. Este sistema ofrecía también la ventaja de economizar los «nuevos humanos», enviándolos a probar la atmósfera unos tras otros y mejorando sus aptitudes de supervivencia cuando regresaban después de un período experimental de diez años. De este modo, si el primer humano sobrevivía, debía aportar a las máquinas preciosas informaciones sobre las condiciones biológicas de la vida sobre la Tierra, ya que estaba condicionado para volver a la esfera después de diez años. Transcurrido este lapso debía encontrar una hembra, cuyo crecimiento había sido artificialmente acelerado, para reproducirse. Sus genes podían ser modificados de nuevo si el examen del primer sujeto experimental indicaba que cabía proceder a una mejora. Con un plan que abarcaba un siglo, la esfera debía producir muchas generaciones de parejas capaces de perpetuar la especie humana.

Eva se inclina hacia mí y posa sus labios sobre los míos. Sin duda con este gesto quiere hacerme comprender que estamos encadenados a nuestro destino, que hemos sido programados por nuestros antepasados los hombres para darles una descendencia. Respondo a su beso. La acaricio y cumplo los gestos rituales del amor, tal como los aprendí de las flores. Sin embargo, no la deseo, nada en mi organismo corresponde a las reacciones amorosas que suscita en mí la carne de los pétalos. Sus tanteos se hacen más precisos, ella querría obtener de mí la cópula. Cedo a la invitación y empiezo una secuencia sexual esperando llegar a su lógico fin. Intelectualmente saboreo el episodio. Pero es en vano; no puedo cumplir el apareamiento que espera mi hembra. Mi sistema nervioso no responde a las solicitaciones de Eva. Tan sólo mis alas se despliegan y nos recubren. Palpitan. Querría volar a la selva.

Sus labios hinchados me llaman, se retuerce, presa de un deseo exacerbado, su vientre se agita, cálido, incitante. Toda ella es fuego, feminidad. Hundo mi boca en la seda roja de su sexo y la alivio.

Terminamos de pasar una semana en la esfera, entre agotadores intentos que cada vez me dejan más solo y más amargado.

En mi imaginación soy capaz de vivir todos los placeres del amor, pero siempre me resulta imposible alcanzarlos. La ternura de Eva no puede templar mi confusión. Entonces pienso en las flores, mi delicia.

Eva no puede soportar estas evocaciones, entonces huye a su celda. He descubierto que capta todos mis pensamientos, que es telépata. En cambio no posee doble sistema respiratorio ni sonar, y no puedo descubrir ningún brote de alas en sus hombros. Diferimos profundamente. A decir verdad, ahora que la veo y puedo verme a su lado, si Eva es totalmente humana en apariencia, mi aspecto se parece muy poco al suyo. Y no son detalles lo que nos separa. Nuestras caras, nuestros cuerpos, nuestros miembros son muy distintos. Nariz, ojos, boca, orejas, brazos, piernas, manos y pies; sí, poseemos estas características comunes, pero cuando veo mi corta nariz, mis ojos largamente rasgados, con tres párpados, mis labios espesos y azules, mis dos hileras de minúsculos y" acerados dientes, mis brazos y piernas pecosas, mis branquias, las membranas que adornan mis pies y manos, difícilmente puedo creer que seamos de la misma raza. ¿De la misma especie?

A pesar de todo, decido vivir con Eva. No podría soportar más la soledad. Pienso que con el tiempo conseguiremos descubrir un medio de comunicación más simple que la escritura. Pues nos vemos obligados a conversar por escrito. Yo no soy telépata y ella no me oye. Sin embargo, yo debería ser telépata. Para que la experiencia de la esfera submarina fuese un éxito, era indispensable que el primer espécimen lanzado a la nueva atmósfera de la Tierra pudiera comunicar sus impresiones y sus observaciones a las máquinas y ulteriormente a sus hermanos. Sin esto, ¿en qué se basarían para modificar el segundo sujeto, si el primero no vivía lo suficiente para regresar?

Eva y yo hemos decidido salir a la superficie. Ella quiere ver esta Tierra que ha aprendido en sueños. Temo su primer contacto con este universo en ruinas. Le he descrito cien veces la superficie del planeta, pero algunas líneas emborronadas en un papel no pueden darle sino una imagen conceptual de la Tierra, sin relación con el tumultuoso ataque realizado por las plantas sobre los restos de la civilización. ¿Cómo reaccionará Eva ante este naufragio? Algunos restos de un sueño milenario.

Desde hace algunos días Eva evita tocarme, acariciarme, abrazarme. Se resigna a mi impotencia y adivina cómo me entristecen sus provocaciones amorosas; procura atemperar sus pasiones. Por lo tanto, nuestras relaciones son más dulces, una ternura excepcional nos une. Ella cree que nuestras diferencias fisiológicas son debidas a modificaciones realizadas por las máquinas sobre nuestras características genéticas; para multiplicar las probabilidades de éxito, han diferenciado exageradamente los dos primeros prototipos destinados a repoblar el mundo. Yo no comparto sus conclusiones, pero le oculto mis razones. No creo ser humano. He nacido en la esfera y las máquinas me enseñaron la vida como habrían hecho con quien era destinatario de esa educación. He aprendido a ser humano, llevo en mí la memoria de la humanidad, intelectualmente soy su heredero, pero he hurtado indebidamente la herencia, he suplantado al hijo legítimo. Este se halla ahí, muerto bajo mis pies. Lo vi un día que bajé a visitar los locales técnicos, hibernado en un ataúd transparente. Es un recién nacido de algunas semanas, pero tiene veintiún años. Al principio, en el momento de mi primera sorpresa, pensé que la esfera había creado un nuevo individuo para el experimento en curso, después de un tercer plazo de diez años. Mediante comprobaciones ulteriores, he descubierto al verdadero nuevo recién nacido, que vive. El pequeño cadáver que yace en las partes inferiores de la esfera, fue asesinado por los que me han colocado en este mundo. Soy el gusano en la fruta.

Eva ha muerto en mis brazos esta mañana, algunas horas después de nuestro desembarco en el continente. Sus sufrimientos fueron horribles. Su cuerpo entró en licuefacción.

La sostengo entre mis brazos, vibrando aún por su último estertor. Dentro de poco caerá la lluvia; un cielo gris, monótono, se extiende sobre el océano hasta el infinito. La carne de la joven ha palidecido, un rictus deforma su rostro, sus pies quieren agarrarse a la tierra en una última contracción. Estoy solo, más solo que nunca.

Las máquinas han fracasado. Eva no ha podido soportar la nueva atmósfera terrestre. He decidido no enterrarla para que su cuerpo testimonie la presencia del hombre sobre la Tierra.

Yo vuelo hacia la próxima ciudad donde halle un mojón amarillo. La película en trivisión sobre la esfera submarina y la experiencia en curso no mencionaba para nada estos mojones de llamada. Decía simplemente que los hombres volverían a visitar la Tierra cuando pudieran. Estos jalones fueron colocados por los seres que me introdujeron en la esfera, los mismos que cambiaron la atmósfera terrestre y que esperan a que yo responda para venir a colonizar el planeta forestal.

Singapur. Acabo de oír la señal. Con toda la violencia de que soy capaz, grito:

—¡Os odio!

Cuánta duplicidad en ese grito. Sé que provocará la invasión de los extranjeros. ¿Quién soy yo?

¡Ah! ¡Morir de amor entre perfume de flores!

EL VALLE

Jean–Pierre Andrevon

El aparato, la astronave, el laboratorio orbital, el satélite, llamadlo como queráis, en fin, esta gran masa de metal mitad brillante (níquel–aluminio), mitad negra, gira alrededor del planeta con una monotonía fastidiosa. El planeta, con no menor insistencia, gira igualmente, enorme, pero airoso como una pelota de goma, a la que se asemeja, además, por su granulado superficial, aunque también podría ser una naranja, digamos una naranja azul. La órbita del satélite es elíptica, pero tan poco que casi la podríamos considerar circular: el aparato, el artefacto, la ojiva, tiene su apogeo a doscientos ochenta y un kilómetros de la superficie, su perigeo a doscientos sesenta y siete kilómetros, una brizna en el frágil ballet de los cuerpos en equilibrio por el espacio.

El trasto, la máquina, se desplaza a velocidad constante (o prácticamente constante) de 7628 kilómetros por segundo. Necesita 104,03 minutos (y tal vez algunos segundos más) para dar la vuelta completa al globo gris azulado como una naranja sucia, que gira lentamente, abajo (aunque el movimiento es demasiado lento para ser perceptible) con una ligera rotación sobre su eje. La órbita del aparato —¡atención, que esto es importante!— está inclinada 71 grados con respecto al ecuador. Desciende (pero ¿qué significa aquí subir?) hacia el noroeste, sobrevolando los dos hemisferios hasta el paralelo 71 del hemisferio Sur y el paralelo 71 del hemisferio Norte. De este modo abarca toda la zona del globo, del balón, de la naranja situada entre estos dos paralelos. Es muy sencillo: debido a la rotación del planeta, cada punto anteriormente sobrevolado se desplaza 18,7 grados hacia el este a cada nuevo paso. Entonces, supongamos que haya un hombre a bordo del artefacto (sí, efectivamente hay un hombre); en un momento u otro (aunque esos momentos están minuciosamente calculados) podría ver desfilar por debajo (a 7628 kilómetros por segundo) cualquier punto del planeta situado entre el círculo polar antártico (en realidad un poco más abajo) y el círculo polar ártico (en realidad un poco más arriba).

Fantástico, ¿no?

Gracias a sus instrumentos electrónicos de observación, el supuesto viajero orbital podría ver abajo, a doscientos ochenta kilómetros de distancia media y a condición de no existir ninguna pantalla natural (nubes, niebla, humo), un objeto del tamaño de una carretilla o de un televisor, o de un perro, o de… ¡Fantástico!, ¿no? Sí, fantástico, pero inútil, ya que el hombre de quien hablamos no tiene ninguna necesidad de ver un objeto de este tamaño, que sólo merecería un tirador, un arco o un fusil. Y él, ese hombre a quien podemos imaginar incrustado en su caparazón de ultra–titanio, no tiene a su alcance tirador, arco o carabina. Tiene a su alcance conjuntos de ICBM de diez megatones, muchos de los cuales son
tamper
forrados de cobalto, sucios, muy sucios. Los blancos de este hombre son mucho más grandes que un perro o una carretilla; son ciudades o aglomeraciones urbanas (en la jerga que suele emplear con sus semejantes, se dice
Área Target
), en rigor bases militares, centrales nucleares, silos enterrados, navíos de superficie o submarinos (y entonces dice en su jerga
Point Target
). Fantástico, ¿no?

Sólo necesita apretar un botón (pero eso es una imagen; digamos mejor efectuar cierto número de sencillas maniobras digitales) y
vrrrufff…
esto se dispara. Esto se dispara y no puede fallar, porque cada misil está equipado con un sistema llamado
Self Aligning Boost Reentry
(en su jerga se dice SABRÉ), que permite al proyectil comparar, en su pequeña cabeza electrónica ojival, el mapa con el territorio; entiéndase hacer coincidir la imagen visible del blanco con una referencia preprogramada. Fantástico, ¿no? Fantástico.

El aparato, la astronave, el laboratorio orbital, el satélite, en fin, esta gran mierda apestosa de metal, mitad brillante mitad negra, no la llaméis como queráis a fin de cuentas. Tiene dos nombres esta gran mierda: un nombre técnico que es NAOS (pero que también puede pronunciarse
Nuclear Armed Orbiting Satellite
), y un nombre propio que es
Norbert Weinberg
. ¡Casi nada! (Tiene también un número de serie grabado en el casco, pero esto no importa; y pintada sobre el casco, una bandera de estrellas blancas sobre fondo azul y barras rojas y blancas; aunque esto ya lo habíais adivinado, ¿verdad?)

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