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Authors: Jean-Pierre Andrevon

Tags: #Ciencia Ficción

Retorno a la Tierra (20 page)

BOOK: Retorno a la Tierra
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El recorrido realizado a través de las ciudades en ruinas por detrás del país de Niza, era en realidad un pretexto para entregarme apasionadamente a los juegos amorosos de la flor. Hoy, día de mi retorno, contemplo el mar nimbado de niebla que centellea dulcemente en la bahía, y la desesperación que me acomete es tan violenta que necesito la ayuda de diez años de condicionamiento intenso, obtenido por la enseñanza de las máquinas, para no ceder a la llamada de la muerte por frenesí amoroso.

He decidido hacer una excursión al lugar donde oí un ruido anormal cuando llegué a esta ciudad. Me prohíbo hacerlo con demasiada frecuencia para no caer a continuación en el desánimo. Estoy cansado, ya no temo nada. Inspección detallada esta vez. Observar, analizar cada tramo de calle. Los inmuebles de esta parte de los suburbios se parecen todos, cubos grises sin ventanas. Perfectamente alineados. A veces visito una vivienda. Existen dos pautas diferentes en las habitaciones abandonadas por los fugitivos. En el primer caso, los inquilinos realizaron un exacto inventario de sus bienes, los etiquetaron cuidadosamente, tomaron los que creyeron indispensables y abandonaron el lugar dejándolo en un orden tan impecable que uno diría que continuaban habitados. En el segundo caso, al contrario, los apartamentos parecen congelados en el mismo instante de ser abandonados: toallas arrugadas, vestidos esparcidos, vajilla sucia con restos de comida, camas deshechas. ¡Oh, esas camas! A veces me acuesto en ellas durante algunas horas, husmeando los relentes que conservan. Instantes fabulosos que hacen soñar. Las noches de los amantes, anhelantes en la penumbra. Sólo por eso no me abandono al apetito del bosque. Es imposible que esté solo en esta Tierra. Todo ha sido previsto para que encuentre una compañera, para que asegure una descendencia. Estoy seguro.

Por primera vez desde que vengo aquí, observo un mojón redondo de color amarillo, situado junto a la calzada. Es tan llamativo, que no sé cómo no lo he visto antes. Existen tantas otras señales llenando las ciudades: policía, bomberos, videófono, que no les concedo la menor atención. Al principio hice algunas pruebas infructuosas para obtener de ellos algún indicio. Muertos, como lo demás. Pero éste me atrae por su color luminoso, inhabitual. Al acercarme, distingo perforados en su centro unos agujeros en forma de nido de abejas. Pego a ellos mi oreja: me parece oír un zumbido casi imperceptible. Es necesario que distinga si este sonido lo produce el viento o es de origen eléctrico. Mi oreja izquierda es más sensible y la aplico fuertemente contra lo que supongo es un altavoz. Una débil modulación del zumbido. Estoy fascinado. ¿Será posible que este mojón sea una señal? ¿Es la que oí la otra vez? La única manera de averiguar la respuesta es esperar tanto tiempo como sea necesario: días, meses, años.

Me apoyo en el mojón amarillo. El mar, de un azul nacarado, se apoya sobre la bahía. Pesa esta mañana el mar, blando y obstinado, y redondo en el horizonte, gran gota de metal arrugada por la fusión. El mar. Espero.

La idea que me laceraba desde hace muchas semanas se me impone de pronto. ¿Por qué no volver a mi burbuja fetal en el fondo del océano Indico cuando haya dilucidado el enigma del mojón? Me es imposible poner en marcha las gigantescas instalaciones energéticas del continente, tan centralizadas, pero podría intentar reparar las máquinas que me han visto nacer. Entonces pasaría las películas de trivisión halladas en las cinematecas, quizá sabría por qué he nacido en la Tierra. Diez años de infancia, diez años de soledad, veinte años abrumadores. Si no salgo de este infernal silencio voy a perder la razón. Siento ya la terrible pulsión de la locura. Correr riendo en la selva, balbuceante, embrutecido, y abandonarme al mordisco mágico de
las
flores amorosas. Me niego a ello, quiero vivir, quiero pensar, explicar el esplendor de los días. Todo mi ser aspira a comprender este mundo absurdo. No he perdido el recuerdo de mis años de estudios, mi memoria está siempre fresca. Soy capaz de someterme a una disciplina suficiente para resolver los problemas más difíciles. Creo incluso que las horas de reflexión diaria que me he impuesto para no caer en la regresión me han conducido a notables progresos en el terreno científico. Diez años de monólogo para escapar al miedo, para rechazar estos deseos de vida vegetativa que siento, para reprimir la bestialidad. 0 bien me he apartado definitivamente de la realidad sin darme cuenta y mi existencia es ilusoria, o soy todavía el digno descendiente del
Homo sapiens
, el último mutante, nacido de la ciencia, y puedo confiar en mis hipótesis.

Durante el día el calor es desagradable y me veo obligado a refugiarme en un inmueble para proseguir mi observación. Al traspasar el umbral, veo mis alas en un espejo. Al ritmo actual de su desarrollo, dentro de un mes o dos ya podré volar.

Segundo día de espera. En la grieta que una de las hierbas de asalto ha creado en medio de la calle, ha aparecido un nuevo brote. Creo reconocer una glicina en la forma de sus primeras hojas. Antes de dos años, esta parte de la ciudad habrá desaparecido. ¿Por qué esta cólera vegetal? Actualmente evito alimentarme de los frutos que crecen en los árboles y zarzales; aunque no son realmente peligrosos, provocan cólicos molestos. Su sabor es tan amargo y ácido que los hace impropios para el consumo. He realizado múltiples experimentos con los frutos corrientes, melocotones grandes como balones, con olor a pantano, manzanas redondas y azucaradas con sabor a petróleo, plátanos a tal punto resinosos que al masticarlos dejan los dientes pegados. Pesadilla frutera. Todas las plantas parecen dotadas de una extraña agresividad, excepto para mí. Esperan al enemigo. Por tanto, me protegen de los insectos, las ramas me abanican cuando me veo asaltado por mosquitos tenaces. Imagino que un día, ciertas especies vegetales caminarán sobre sus raíces. Lleno de pánico, invento angustias imaginarias para no ceder ante las que me presenta la realidad. Es necesario resistir a la tentación de volver a la selva para hacerme amar.

Tercer día. El zumbido ha aumentado; se diría un parásito hertziano. Un ruido llegado de otra parte. ¿De otra parte? Ya no estoy solo, una señal llegará, un sonido, un mensaje, alguna cosa que me demuestre que no estoy aislado, que no vivo en vano desde hace veinte años. Los hombres que me dieron vida han existido realmente, las imágenes que acunaron mi infancia corresponden a una realidad, no han sido segregadas por una batería de máquinas en el fondo del océano. A menudo soñé que estaba en el amanecer del mundo, que aquello era el paraíso, el bosquejo de una creación emprendida por un dios insensato. Yo estaba en el Edén, ¿y luego? ¿Cuándo este mundo satisfará a Dios hasta el extremo de decidirle a hacerlo funcionar? ¿Cuándo añadirá el tiempo a su creación para que los días se sucedan y no se parezcan; cuándo moldeará una compañera para mí? A menos que en su delirio, las mujeres–flores…

Séptimo día de espera. ¿Soy el primero o el último de los hombres de la Tierra? La señal que se amplifica debe decírmelo. Ahora ya es audible desde lejos. Por la tarde, en la niebla cálida que sube del mar, paseo entre las casas para relajarme. A la vuelta de la primera calle, todavía oigo el zumbido. Corro tanto como puedo hasta mi punto de partida, por miedo a perder el segundo en que necesariamente se producirá la señal. He acumulado gran número de conservas y las consumo poco a poco, para no tener que moverme.

Décimo día. La glicina ha crecido cerca de un metro. Mientras tanto, el ruido domina la calle. Una cosa me extraña: ¿cómo no lo había oído nunca hasta entonces? La mayoría de los demás mojones seguramente están muertos, pero he recorrido tantas ciudades También todo depende de la duración de su ciclo sonoro. Supongo que estos aparatos contienen una especie de acumulador capaz de extraer energía de las más débiles emisiones hertzianas. Este frágil sistema puede deteriorarse fácilmente. En el mejor de los casos, la energía transportada por las ondas se acumula progresivamente hasta que la reserva es bastante potente para transmitir una señal. Escucho el sonido gangoso que sale del altavoz. Me encanta.

Segunda semana de espera. Tan sólo el zumbido débilmente modulado que emite el mojón, un poco más fuerte que antes. Sin embargo, lo oigo con más o menos intensidad según le preste atención o que mis ensueños me conduzcan lejos. En realidad su volumen sonoro no es superior al que alcanza un grillo cantando tranquilamente al atardecer.

Un segundo brote de glicina ha aparecido a algunos pasos del primero; sus raíces rastreras han producido un retoño. Esta mañana el mar es gris como el cielo. Las primeras gotas de lluvia caerán dentro de pocos días. No sé cómo aguantaré en mi observatorio durante el período diluvial que se anuncia, pues aun siendo anfibio, no me agradan las lluvias demasiado intensas. Después de la primera semana de mi desembarco en el continente índico, el diluvio me sorprendió en la costa. Diez días de un espeso telón de gotas sobre mi piel, golpeando fuerte, diez días de una humedad tan intensa que por momentos no sabía qué sistema respiratorio utilizar. Desde entonces, evito someter mi organismo a semejantes intemperies.

Vigésimo primer día. Han caído las primeras gotas. El mar es de color de piedra. Piel de reptil. Un insospechado azul de Prusia anima su profundidad gris. El ruido acaba de adquirir esta mañana una tonalidad más fuerte; ahora es un ronquido sordo, como una respiración. Se diría que toma impulso. Estoy sentado ante el mojón, aturdido. No necesito ir hasta la selva para buscar el amor de las flores. Una noche, se abrió una corola en la extremidad sarmentosa de la planta que había confundido con una glicina. Una flor de espesos y cálidos pétalos se pegó a mi vientre. Me dejé amar largamente, durante muchos días. Luego me vi precisado a romper la planta, destruirla hasta las raíces, para sobrevivir.

Ni el menor jeroglífico, ni el menor signo, ni la menor inscripción esgrafiada sobre el mojón. Un enigma. Esfinge sonora, es necesario que te oiga cantar.

Gotas tibias y espesas que excavan en el polvo pequeños cráteres grises y suaves. Unos minutos más, y las húmedas manchas estarán todas unidas entre sí. La lluvia se aplasta y fluye sobre mi piel. Cuerpo acolchado por un agua pura. Un primer estremecimiento causado por el frío de la evaporación. No siento nada, tan concentrada se halla mi atención en el ruido, en el silencio que lo rodea. Espero el fin de mi soledad.

¡Yuhuyuhuyuhuyuhuyuhuyuhuyuhuyuhu! Interminable. Ruptura brutal del aire. Vibración provocadora, provocada. Por fin un ruido distinto de los de las hojas, los insectos, la resaca de mis órganos, un ruido que rompe las armonías de la naturaleza.

Estoy pendiente de la modulación de la sirena. Yuhuyuhuyuhuyuhu, descendiendo hasta extinguirse.

Los gruñidos, carraspeos de garganta que suscitan ecos en una habitación de muros sonoros.

—Esperamos vuestro mensaje, contestad.

¿Una voz? ¡Una voz humana desconocida! Sin relación con la que sale de mi garganta cuando me hablo a mí mismo en voz alta. Quizá no sea un hombre quien me llama.

¿Qué mensaje, qué debo decir? ¿Se dirige a mí esta llamada? Por qué he de responder yo, que no he recibido ninguna instrucción. Qué decir, que estoy solo, que la Tierra está muerta y que la civilización no corresponde en absoluto a la que describen las máquinas. No debo hablar.

—Atención, estamos a punto de agotar la energía. Tercera y última llamada. Formulad vuestro mensaje.

Quizá podría gruñir a mi vez, dar un signo de vida. Aunque quisiera, ningún sonido podría salir de mi garganta cerrada por el miedo y la emoción. La lluvia me azota dulcemente. Correr hacia el mar y nadar bajo las aguas, refugio.

—Repetiremos nuestra llamada dentro de un año…

La voz ha perdido fuerza, «dentro de un año» ya era casi inaudible. ¿Por qué un año? ¿Ha sido aniquilado el tiempo? Sé sumar las horas, las semanas y los meses para formar los años, sé distinguir el día de la noche, pero ¿estoy seguro de que el fenómeno que me ha separado para siempre de los hombres no ha trastornado la regularidad de su cadencia? Sueño, despertar. Hay noches de pesadilla que duran horriblemente, y días de acción que apenas ocupan un pequeño lugar en el tiempo. ¿Pueden sumarse tan dispares períodos de tiempo para formar un año terrestre? Jamás los humanos obtendrán la misma suma que yo.

Algunas palabras, apenas discernibles, salen del altavoz: —fallado… muerta… extinguida…

Solo de nuevo. Me arrancaría el corazón. Aúllo a pleno pulmón. Siento mi cuerpo vaciarse repentinamente de todas mis fuerzas. Exangüe bajo el chaparrón. Los músculos flácidos, la carne fofa. Cada vez que trato de interpretar las razones de mi mutismo, mi pensamiento se bloquea, se nubla mi cerebro. Como si dejase de existir. No obstante, puedo analizar tranquilamente la situación y reflexionar sobre el sentido del mensaje. He vuelto a mi residencia cerca del mar. Estoy acostado. Espero el año próximo. Adaneva, única entidad conocida del planeta lluvioso.

¿Cuántos fugitivos sobrevivieron al éxodo? ¿Desde dónde me llaman? ¿Qué esperan de mí, el superviviente? ¿Existe un plural a la palabra superviviente? ¿Cómo prevén que se prolongará la vida sobre la Tierra? ¿Esperan que yo fecunde una flor? Soy el principio y el fin. A menos que, a menos que… Sólo la proximidad de esta idea que por el momento no puedo formular me hace temblar de pies a cabeza. Desde mañana volveré a la esfera submarina para responder a algunas de estas preguntas. Hace ya muchas semanas que proyecto este viaje. Cuando cese la lluvia me iré. Espero que mis alas se habrán desplegado.

Durante estos últimos días he observado a menudo mis alas en el espejo. Están formadas por una corta membrana muy vascularizada y sostenidas por una poderosa musculatura que se inserta sobre mis omóplatos. Cuando quiero mis alas se tienden y se hinchan por efecto del flujo sanguíneo que desencadeno, semejante a una erección. Entonces cada una de ellas alcanza más de un metro y medio. Son extraordinariamente rígidas y responden a mi voluntad. No consigo sincronizar exactamente sus movimientos. No obstante, sé que no resolveré este problema, como antes el de la navegación, sino a partir del instante en que decida volar.

Hoy estoy preparado. Un segundo nacimiento. ¿Me arrojaré por la ventana? Prudentemente, intento saltar desde el muelle, delante de la casa que elegí como domicilio. Un nuevo cambio en el sol; alto en el cielo, su disco está rodeado de vapores blancos.

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