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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

Retrato de un asesino (44 page)

BOOK: Retrato de un asesino
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Wilde había sido bondadoso con Helena Sickert cuando ésta era una niña. El le regaló su primer libro de poemas y la animó a que de mayor fuese lo que deseara. Cuando Walter Sickert viajó a París en 1883, para llevar al Salón Anual un retrato que había pintado Whistler de su madre, el célebre y elegante Wilde alojó al joven y fascinado pintor en el hotel Voltaire durante una semana.

Según escribió Helena, cuando murió su padre, en 1885, su madre estaba «casi loca de dolor». Oscar Wilde fue a visitar a la señora Sickert, que se negaba a recibir compañía. «Claro que me recibirá», dijo Wilde mientras subía la escalera. Al cabo de un rato la señora Sickert estaba riendo. Su hija no esperaba volver a escuchar aquel sonido.

25
Tres llaves

Ellen Cobden Sickert manifestaba un afán casi obsesivo por conseguir que el mundo recordase y valorase el papel de los Cobden en la historia. En diciembre de 1907, envió un sobre lacrado a su hermana Janie, con instrucciones de que lo guardase en una caja fuerte. Todo parece indicar que nunca conoceremos el contenido de ese sobre, aunque dudo que fuese un testamento o algo parecido. Ya había escrito uno, y no le importaba que lo viera cualquiera. La familia Cobden donó este documento a los archivos públicos de West Sussex, junto con las cartas y los diarios de Ellen.

Ésta envió el sobre lacrado a Janie tres meses después del asesinato de Camden Town, que se cometió a unas manzanas del estudio de Sickert y a aproximadamente un kilómetro y medio de la casa donde residía desde que había regresado de Francia. Emily Dimmock era una joven de veintidós años, de estatura media, tez pálida y cabello castaño oscuro. Había estado con muchos hombres, la mayoría marineros. Según la policía metropolitana, llevaba «una vida por completo inmoral» y era «conocida por todas las prostitutas de Euston Road». Cuando la encontraron desnuda y degollada en la cama, la mañana del 12 de septiembre de 1907, la policía creyó que se había suicidado, ya que la tomó por «una respetable mujer casada». Al parecer, la policía pensaba que las mujeres respetables eran más propensas a cometer suicidio que a morir asesinadas.

El hombre con quien convivía Emily no era su marido, aunque tenían planes de casarse algún día. Bertram John Eugene Shaw era cocinero de los ferrocarriles Midland. Ganaba veintisiete chelines por seis jornadas de trabajo semanales, y salía a diario en el tren de las cinco y cuarenta y dos de la tarde con destino a Sheffield, donde pasaba la noche, y regresaba en otro tren que llegaba a la estación de St. Paneras a las diez y cuarenta de la mañana. Casi siempre estaba en casa a las once y media. Comentó a la policía que no tenía idea de que Emily saliera por las noches y se viera con otros hombres.

La policía no le creyó. Shaw sabía que Emily era prostituta cuando la había conocido, pero ella juraba que había cambiado de vida y que ahora complementaba sus ingresos con trabajos de costura. Emily había sido una buena mujer desde que habían empezado a vivir juntos. Sus tiempos de prostituta eran agua pasada, aseguró Shaw. Es posible que en realidad no supiera —a menos que alguien se lo hubiera contado— que a eso de las ocho u ocho y media de la noche cualquiera podía encontrar a Emily en el pub Rising Sun, que según los testigos estaba en «Euston Road». El Rising Sun todavía existe, pero se encuentra en la esquina de Tottenham Court Road y Windmill Street. Tottenham desemboca en Euston Road. En 1932, Sickert pintó un óleo titulado
Grover's Island desde Richmond Hill,
donde aparece un atípico sol naciente al estilo de Van Gogh, tan grande y brillante que domina el cuadro desde el horizonte. Ese sol es casi idéntico al que está grabado en el cristal de la puerta del pub Rising Sun.

Las cartas que escribió Sickert en 1907 revelan que pasó parte del verano en Dieppe, disfrutando de «un baño diario antes del desayuno. Unas olas tan grandes que uno tiene que estar ojo alerta y zambullirse antes de que lleguen». Al parecer, estaba «trabajando mucho» en sus pinturas y dibujos. Regresó a Londres antes de lo habitual, y el tiempo era «desapacible» y «deprimente». Fue un verano fresco, con abundantes lluvias y poco sol.

En Londres le esperaban varias exposiciones. El decimoquinto Salón Fotográfico Anual se inauguraría el 13 de septiembre en la galería de la Real Sociedad de Acuarelas, y es probable que Sickert quisiera visitarlo. Sentía un creciente interés por la fotografía, que, «al igual que otras ramas del arte—decía
The Times
— ha evolucionado hacia el impresionismo». Septiembre era un buen mes para estar en Londres. En Dieppe, la temporada de baños estaba a punto de acabar, y la mayoría de las cartas de Sickert de 1907 están escritas en Londres. Una de ellas es particularmente extraña e inexplicable.

Está dirigida a su amiga americana, Nan Hudson, y en ella Sickert cuenta una historia increíble: su vecina de abajo —en la casa del número 6 de Mornington Crescent— había irrumpido en las habitaciones del pintor a medianoche con «la cabeza en llamas como una antorcha, a causa de un peine de celuloide. Le froté el cabello con las manos con tanta rapidez que no alcancé a quemarme». Según él, la mujer no había sufrido heridas, pero había quedado «calva». Creo que es una anécdota inverosímil. Me cuesta creer que ni la mujer ni Sickert se quemaran. ¿Y por qué menciona este incidente dramático y de inmediato pasa al tema del New English Art Club? Que yo sepa, no volvió a referirse a su vecina calva.

Cabe preguntarse si a los cuarenta y siete años Sickert empezaba a desvariar, o si su grotesca historia era cierta (cosa que me parece imposible). Se me ocurrió pensar si Sickert no habría inventado el incidente con la vecina de abajo para hacerlo coincidir con la misma noche o la madrugada del asesinato de Emily Dimmock, de manera que alguien supiera que en esos momentos se encontraba en casa. Claro que sería una coartada débil si la policía se molestaba en comprobarla. No sería difícil localizar a la vecina de abajo y descubrir que tenía pelo y no recordaba su terrible encuentro con el peine incendiario. Quizá la coartada estuviera dedicada especialmente a Nan Hudson.

Tanto ella como su compañera, Ethel Sands, eran muy amigas de Sickert, y las cartas más reveladoras que escribió el pintor son las que les remitió. En la medida en que era capaz de compartir confidencias, se abría con estas mujeres. Ambas eran lesbianas declaradas y, en consecuencia, no constituían una amenaza sexual para él. Las usó para sacarles dinero, comprensión y otros favores; las manipuló enseñándoles arte y animándolas a pintar, y les reveló detalles de su vida que no confiaba a ninguna otra persona. A veces sugería que «quemaran» una carta después de leerla o, por el contrario, les rogaba que la guardaran por si alguna vez se decidía a escribir un libro.

Otros episodios de la vida de Sickert demuestran que pasaba por períodos de depresión severa y paranoia. Habría tenido buenos motivos para sentirse paranoico después del asesinato de Emily Dimmock, y si quena asegurarse de que alguien supiera que estaba en su casa de Camdem Town la noche del asesinato de la prostituta, sin pretenderlo situó la hora de la muerte alrededor de medianoche, o la hora en que la vecina entró en su habitación con la cabeza en llamas. Emily Dimmock solía llevar a sus clientes a su casa poco después de medianoche, cuando cerraban los pubs. Esto es sólo una teoría. Sickert no solía fechar sus canas, y tampoco lo hizo en la que hablaba de la mujer del pelo incendiado. El sobre con el matasellos ha desaparecido. No sé por qué contó esa dramática historia a Nan Hudson, pero tendría algún motivo. Sickert siempre lo tenía.

Alquilaba dos estudios situados en el número 18 y el 27 de Fitzroy Street, que es paralela a Tottenham Court Road y se convierte en Charlotte Street antes de llegar a Windmill Street. El Rising Sun quedaba a sólo unos minutos a pie desde cualquiera de los dos estudios. Mornignton Crescent estaba a un kilómetro y medio al norte del pub, y Sickert alquilaba las dos últimas plantas de la casa del número 6. También pintaba allí, por lo general desnudos en una cama y con el mismo decorado que utilizó para
El dormitorio de Jack el Destripador,
que está compuesto desde el punto de vista de un observador que se halla al otro lado de dos puertas que conducen a un espacio pequeño y sombrío, donde el oscuro espejo situado detrás de la cama de hierro refleja apenas la figura de un hombre.

El número 6 de Mornington Crescent quedaba a veinte minutos andando de la pensión donde vivía Emily Dimmock, en el 29 de St. Paul’s Road (ahora Agar Grove). Ella y Shaw ocupaban dos habitaciones de la primera planta. Una era el salón y la otra, un dormitorio pequeño, situado detrás de dos puertas en el fondo de la casa. Cuando Shaw se marchaba a la estación de St. Paneras, Emily debía de quedarse limpiando o cosiendo, o salía de casa. En ocasiones se encontraba con un cliente en el Rising Sun, o buscaba hombres en otro pub, el Euston Station, o en el Middlesex Music-hall (que Sickert pintó hacia 1895), o en el Holborn Empire (donde actuaba la rutilante Bessie Bellwood, a quien Sickert dibujó muchas veces en 1888), o en el teatro de variedades Euston.

Uno de los lugares predilectos de Sickert para concertar citas era la estatua de su ex suegro, Richard Cobden, en la plaza situada al final de Mornington Crescent, en Camelen Town. La estatua se donó a la parroquia de St. Paneras en 1868, y era un homenaje a Cobden por su influencia en la revocación de las leyes que regulaban la importación y la exportación de cereales. Incluso cuando estaba casado con Ellen, Sickert solía hacer comentarios burlones sobre aquella estatua. El hecho de que la usase como punto de encuentro años después de su divorcio es, quizás, otro ejemplo del desprecio que sentía por la gente, sobre todo por personas importantes como el padre de su ex mujer, un hombre con quien nunca podría competir y del que sin duda había oído hablar demasiado a menudo desde que había conocido a Ellen.

Emily Dimmock solía salir de su domicilio a las ocho de la tarde y nunca regresaba antes de que se acostaran los propietarios de la casa, el señor y la señora Stocks. Estos declararon que no estaban al corriente de la «vida irregular» de Emily, que sin duda era muy, muy movida: dos, tres o cuatro hombres por noche, a
veces
de pie en un rincón oscuro de la estación, hasta que se llevaba el último a su casa y dormía con él. Emily no era una «desdichada» como Annie Chapman o Elizabeth Stride. De hecho, yo no la calificaría como tal, pues no vivía en los barrios bajos y tenía comida, un hogar y un hombre que quería casarse con ella.

Pero también tenía una insaciable necesidad de correr aventuras y atraer a los hombres. La policía la describió como una mujer de «hábitos lujuriosos», pero yo no sé si la lujuria desempeñaba algún papel en sus experiencias sexuales. Es más probable que se tratara de codicia. Deseaba ropa y objetos bonitos. «Totalmente fascinada» por el arte, coleccionaba postales de un penique y las pegaba en un álbum que para ella era un tesoro. Que se sepa, la última postal que añadió a su colección se la regaló el 6 de septiembre en el Rising Sun el artista Robert Wood, empleado en la firma de cristalería decorativa London Blast, de Gray's Inn Road. Emily había escrito una nota en el dorso de la tarjeta que se convirtió en la prueba fundamental cuando acusaron y procesaron a Wood por su asesinato. La acusación se basó sobre todo en la comparación caligráfica, pero después de un juicio largo y sonado, Wood quedó en libertad.

Emily Dimmock había contagiado enfermedades venéreas a tantos hombres que la policía tenía una larga lista de antiguos clientes con buenas razones para odiarla. La habían amenazado varias veces en el pasado. Los furiosos hombres que habían contraído el «trastorno» la acosaban y prometían «liquidarla». Pero eso no impidió que Emily continuase ejerciendo su oficio. Como decía a sus amigas, había sido un hombre quien la había contagiado a ella en primer lugar.

La semana anterior a su asesinato la habían visto con dos desconocidos. Uno era un hombre «con una pierna más corta, o algún problema de cadera», según declaró Robert Wood a la policía. El otro era un francés que un testigo describió como un individuo de un metro setenta y ocho, muy moreno y con barba corta, vestido con abrigo oscuro y pantalón de rayas. Este entró en el Rising Sun el 9 de septiembre, habló brevemente con Emily y se marchó. Ni en los informes de la policía ni en las actas del proceso se vuelve a mencionar a ese hombre que, al parecer, no despertó ningún interés.

La última vez que vieron a Emily Dimmock con vida fue la noche del 11 de septiembre, en el pub Eagle de Camden Town. Un rato antes había estado conversando con la señora Stocks en la cocina de la pensión, y había comentado que tenía planes para esa noche. Había recibido una postal de un hombre que quería verla en el Eagle, cerca de la estación de Camden Road. «Ve a verme al Eagle esta noche [miércoles 11 de septiembre]», decía en la postal y firmaba «Bernie», que era el apodo de Robert Wood. Cuando Emily se marchó con un largo guardapolvo y rulos en el pelo, no iba «vestida para salir». Precisó que no vestía mejor porque no tenía muchas ganas de ir al Eagle y no pensaba quedarse mucho rato.

Todavía tenía los rulos puestos cuando la asesinaron. Quizá quisiera tener buen aspecto al día siguiente. La madre de Shaw venía a visitarlos desde Northampton, y Emily había estado limpiando, lavando ropa y ordenando la casa. Ninguno de sus clientes mencionó que Emily usara rulos cuando ejercía su oficio. Sería una mala táctica comercial si pretendía recibir un pago generoso de un cliente, lo que sugiere que Emily no esperaba al violento visitante que le quitó la vida. También podría sugerir que llevó al visitante a su casa y no llegó a quitarse los rulos.

El dormitorio estaba en la primera planta, y se podía acceder fácilmente a él por la ventana o trepando por el sólido bajante de hierro colado. Los informes de la policía no mencionan que la ventana estuviera cerrada con pestillo. Sólo las puertas del dormitorio, la del salón y la de entrada estaban cerradas a la mañana siguiente, cuando se descubrió el cadáver. La policía y Shaw registraron las habitaciones, pero no pudieron encontrarlas tres llaves. Es posible que alguien entrase por la ventana mientras ella dormía, pero yo no lo creo.

Quizá no tuviera intención de ofrecer sus favores al salir del edificio del número 29 de St. Paul Street, pero se encontró con un hombre cuando regresaba con los rulos puestos. El le dijo algo.

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