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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

Retrato de un asesino (40 page)

BOOK: Retrato de un asesino
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Ha de haber una razón, aunque no sé cuál, para que este maduro «caballero» que viajaba por el país y la región minera omitiera su nombre y el de los lugares que había visitado. Supongo que también ha de existir una explicación que justifique que, en aquellos tiempos de grandes diferencias sociales, un «caballero» tuviera amigos poceros o forjadores. Pero lo que más me cuesta entender es que alguien pudiera pensar que Jack el Destripador era un «anciano caballero», y por qué un periódico prestigioso como The Times publicó un texto tan presuntuoso y mediocre, a menos que la obsesión general por el Destripador afectase también a los buenos periodistas y éstos se aferrasen a cualquier información que pudieran encontrar.

Pero vale la pena destacar ciertos detalles de la carta. El autor afirma que últimamente ha viajado mucho, y las cartas del Destripador dicen lo mismo. El «caballero» se codea con las clases bajas, al igual que Sickert solía hacer. La misiva recuerda a los lectores que el Destripador no sólo inspira miedo en Londres, sino en todas partes, y ésta sería una afirmación halagüeña si el «anciano caballero» fuera en realidad Walter Sickert. En su papel de Jack el Destripador, deseaba asustar al mayor número posible de personas.

«Si la gente supiera quién soy temblaría de miedo», escribió el Destripador en una carta enviada desde Clapham el 22 de noviembre de 1889. A modo de «ja, ja» adicional, anotó el remite «Punch & Judy St.». Sickert debía de conocer bien las funciones de Punch y Judy. Estas violentas obras de teatro para títeres eran muy populares en la época, y su ídolo, Degas, escribió sobre ellas en sus cartas.

Hay que reconocer que el humor Victoriano dista mucho de lo que hoy se considera aceptable. Muchos piensan que las obras de Punch y Judy son ofensivas. Punch pega a su hija pequeña y la arroja por la ventana. No para de asestar golpes en la cabeza a su esposa Judy, «casi partiéndola en dos». Propina un puntapié a su médico y dice: «Ahí tiene, ¿no siente la medicina en los intestinos?» [Clava su vara en el estómago del médico; éste cae muerto y Punch, igual que antes, aparta el cadáver con el extremo de la vara.] «¡Je, je, je!» [Ríe.]

En una obra de Punch y Judy que escribió Oswald Sickert, «Asesinato y homicidio sin premeditación, o El Demonio Burlado», las crueles payasadas de las marionetas van más allá de la costumbre de Punch de gastarse todo el dinero en «licores»:

Punch baila con su hijo.

(Le golpea la cabeza contra la barandilla y el niño llora.)

—[…] Ay, no… Calla, mi pequeño.
(Lo deja en un rincón?)

—Te traeré algo de comer.
(Sale.)

Punch regresa y examina al niño con atención.

—¿Ya te has caído? Calla, calla.
(Sale, y el niño continúa llorando.)

Punch con gachas de avena y una cuchara.

—Niño de mi corazón, no me pongas nervioso. Ten, ahora calla.

(Le da una cucharada de gachas tras otra, sin parar?)

—Ten, ten.

¡Cielo santo! ¿No piensas callar? ¡Silencio, he dicho!

Bien, aquí tienes el resto de tus gachas.

(Vierte el contenido del cuenco sobre la cara del niño.)

—¡Ahora no queda nada para mí!

(Sacude al niño con brusquedad.)

—¿Y todavía no callas?

[…]
(Arroja al niño fuera del escenario.)

Es probable que Oswald escribiera y dibujara guiones de Punch y Judy para la revista humorística
Die Fliegende Blatter,
y que Walter aguardara impaciente la publicación de cada ejemplar. Estoy prácticamente convencida de que Walter estaba familiarizado con las ilustraciones y las obras para marionetas de su padre, y en varias cartas del Destripador aparecen figuras que recuerdan a Punch y Judy. La mujer siempre está de espaldas, mientras que el hombre se inclina sobre ella, preparado para atacarla con una vara o una daga larga.

El «anciano caballero» que escribió a The Times pudo usar la ridícula idea de que tomaran a un viejo por el Destripador como una alusión a la desesperada acción de la policía, que conducía a montones de «sospechosos» a las comisarías con el fin de interrogarlos. A esas alturas, ningún hombre del East End estaba libre de sospecha. Habían registrado todas las viviendas cercanas a los escenarios de los crímenes, y todos los varones adultos —incluidos los mayores de sesenta años— estaban bajo vigilancia. Cada vez que se llevaban a un hombre a la comisaria a la vista de los indignados vecinos, ponían en serio peligro su seguridad. Los habitantes del East End querían que capturasen al Destripador. Lo deseaban con todas sus fuerzas. Lo lincharían ellos mismos si les daban la oportunidad, y los hombres que estaban bajo sospecha, aunque sólo fuera por poco tiempo, a menudo tenían que permanecer en la comisaría hasta cerciorarse de que no correrían riesgos si salían a la calle.

John Pizer, un botinero del East End conocido también como Delantal de Cuero, se convirtió en sospechoso cuando la policía encontró un delantal de cuero húmedo en el patio trasero del número 29 de Hanbury Street, donde habían asesinado a Annie Chapman. El delantal pertenecía a John Richardson. Su madre lo había lavado y puesto a secar en el patio. La policía debió investigar mejor los hechos antes de que la noticia de esta «pista» corriera como la pólvora. Incluso después de que se aclarara que el delantal no tenía nada que ver con el Destripador, Pizer no se atrevía a salir de su habitación por temor a que la multitud lo linchara.

«Ese chiste del delantal de cuero me hizo reír a carcajadas», escribió el Destripador el 25 de septiembre, en una carta dirigida a la oficina de Central News.

Le divertían las noticias que salían en la prensa, disfrutaba con el caos que había creado y amaba ser el centro de atención. Quería mantener contacto con la policía y los reporteros, y lo consiguió. Reaccionaba ante lo que escribían, y ellos reaccionaban ante las reacciones de él, hasta que llegó un punto en que era casi imposible precisar quién había sugerido o hecho algo en primer lugar. El Destripador respondía a su público, y éste le respondía a él, y en sus cartas comenzaron a aparecer comentarios personales que podrían tomarse como indicios de la fantasiosa relación que había entablado con sus adversarios.

Esta forma de pensamiento delirante no es infrecuente en los psicópatas violentos. Además de creer que tienen una relación con sus víctimas, juegan al gato y el ratón con los investigadores que les siguen la pista. Cuando los capturan y los encierran, suelen mostrarse amables en las entrevistas con la policía, los psicólogos, los periodistas, los productores cinematográficos y los estudiantes de criminología. Si sus abogados se lo permitiesen, no pararían de hablar durante el resto de su vida en la cárcel.

El problema es que el psicópata no dice la verdad. Cada palabra que sale de su boca está motivada por el deseo de manipular y por una insaciable necesidad de atención y admiración. El Destripador quería impresionar a sus contrincantes. A su retorcida manera, deseaba incluso caer bien. Era brillante e ingenioso; hasta la policía lo reconoció. Era divertido. Es probable que creyera que la policía se reía con sus graciosos juegos. «Atrápenme si pueden», escribió varias veces. «Puedo escribir con cinco letras diferentes», se jactó en una carta del 18 de octubre. «Mi escritura no les servirá para seguirme el rastro», fanfarroneó en otra carta, el 10 de noviembre. A menudo firmaba con las palabras «su amigo».

Al Destripador no le gustaba perder protagonismo. Si la policía parecía olvidarlo, mandaba una nota a la prensa. El 11 de septiembre de 1889, escribió: «Estimado señor: Le ruego tenga la bondad de sacar esto en su periódico para que el pueblo de Inglaterra cepa [sepa] que aún stoi [estoy] vivito y coleando.» También hacía numerosas referencias a sus viajes al extranjero. «Me propongo terminar mi trabajo a finales de agosto, cuando me iré al extranjero», escribió en una carta que la policía recibió el 10 de julio de 1889. Pasado un tiempo —no sabemos exactamente cuánto—, apareció una botella en la costa entre Deal y Sandwich, dos localidades separadas de Francia por el estrecho de Dover.

No parece haber documentación sobre cuándo apareció la botella, quién la encontró y qué características tenía, pero en su interior había un trozo de papel pautado con una nota fechada el 2 de septiembre de 1889: «Buque de vapor
Nortbumbria Castle Left.

Estoy de viaje otra vez, Jack el Destripador.» La zona donde se encontró la botella, en la costa sudeste de Inglaterra, está muy cerca de Ramseate, Broadstairs y Folkestone.

Al menos una carta del Destripador se envió desde Folkestone. Sickert solía pintar en Ramsgate, y podría haber estado allí entre 1888 y 1889, ya que era un popular centro turístico y a él le encantaban tanto la natación como el aire de mar. Desde Folkestone salía un vapor con destino a Francia en el que Sickert viajó varias veces en su vida, y en el cercano Dover había una línea directa con Calais. Nada de esto demuestra que Sickert escribiera la nota del Destripador, la metiese en una botella y la arrojara al mar, pero estaba familiarizado con la costa de Kent. De hecho, le gustaba lo suficiente como para trasladarse a Broadstairs en la década de 1930.

Tratar de localizar en un mapa el itinerario del Destripador, con la esperanza de seguir su rastro tortuoso y criminal, es un ejercicio frustrante. Era un maestro del ilusionismo. «Me voy a Francia para empezar a trabajar allí», presumió en una carta del 8 de septiembre de 1888, que envió desde el East End. Tres días después, el 11 de noviembre, llegó una carta de Folkestone, lo que parece indicar que, en efecto, el Destripador estaba viajando hacia Francia. Pero el problema es que el mismo 11 de noviembre envió otra misiva desde Kingston-on-Hull, a trescientos kilómetros al norte de Folkestone. ¿Cómo es posible que una persona escribiese las dos cartas en veinticuatro horas?

Una posibilidad es que el Destripador las escribiera por tandas, no sólo para comparar los estilos de escritura y cerciorarse de que fueran diferentes, sino también para ponerles la misma fecha y enviarlas desde distintas localidades (o fingir que lo hacía). Una carta del 22 de noviembre de 1888, escrita en papel con la filigrana de A Pirie & Sons, se envió supuestamente desde el este de Londres. Otra, en papel A Pirie & Sons, también con fecha del 22 de noviembre, dice que el Destripador está en Manchester. Otras dos misivas que no parecen tener filigrana (una podría tenerla, pero está demasiado deteriorada para confirmarlo) llevan fecha del 22 de noviembre, y en ellas el Destripador asegura que está en el norte de Londres y en Liverpool.

Suponiendo que todas estas cartas fueran obra de la misma persona —guardan ciertas semejanzas que lo hacen factible—, ¿cómo es posible que el Destripador las enviase desde Londres y Liverpool el mismo día? La ausencia de matasellos nos impide saber con certeza desde dónde y cuándo las mandó, y yo no acepto como ciertas las fechas y ciudades que figuran en las cartas sin matasellos. Dentro de un sobre de 1896, por ejemplo, encontré una carta fechada en 1886. Esto fue o bien un error, o un intento de confundir. Cabe la posibilidad de que los matasellos no coincidiesen con las fechas o ciudades —o ambas cosas— que escribía el Destripador en algunas cartas. Cuando la policía las abría, apuntaba estos datos en un cuaderno y a menudo tiraba o perdía el sobre. Por otra parte, la fecha que escribía el Destripador podría diferir un día o dos de la real, ¿y quién iba a notarlo o preocuparse por ello? Pero un par de días pueden ser importantes para un hombre que huye e intenta despistar a la policía, haciéndole creer que está en Londres, Lille, Dublín, Innerleithen y Birmingham el 8 de octubre.

Una persona podía estar en dos localidades lejanas en un lapso de veinticuatro horas. Los trenes eran bastante rápidos. Según los horarios de la Guía de Ferrocarriles Bradshaw de 1887, Sickert pudo salir de la estación londinense de Euston a las seis de la mañana, llegar a Manchester a las once y veinte, cambiar de tren y apearse en Liverpool cuarenta y cinco minutos después. Desde Liverpool podría haber viajado a Southport, en la costa, en una hora y siete minutos.

A mediados de septiembre de 1888, encontraron el cadáver descompuesto de un niño en una casa abandonada de Southport. Durante el proceso celebrado el día 18, el jurado no pudo establecer la causa de la muerte. Aunque la identidad del niño y las circunstancias de su muerte no se aclararon nunca, la policía sospechaba que lo habían asesinado.

«Mataré a cualquier joven que vea», escribió el Destripador el 26 de noviembre de 1888.

«Cometeré el asesinato en una casa vacía», afirmó en una carta sin fecha.

En aquella época, el servicio de trenes en Inglaterra era excelente. También había coches cama. Un viajero podía salir de Londres a las seis y treinta y cinco de la tarde, tomar una buena cena y dormir a pierna suelta, y despertar en Aberdeen, Escocia, a las diez menos cinco de la mañana siguiente. O podía salir de la estación londinense de Paddington a las nueve de la noche, despertar en Plymouth a las cuatro y cuarto de la madrugada, tomar otro tren con destino a St. Austell, en Cornualles, y acabar cerca de Lizard Point, el punto más meridional de Inglaterra. Varias cartas del Destripador procedían de Plymouth, el destino más conveniente cuando uno viajaba a Cornualles en tren.

Sickert conocía Cornualles. A principios de 1884, él y Whistler pasaron una temporada pintando en St. Ives, una de las localidades costeras más populares entre los artistas. En una carta que escribió a Whistler a finales de 1887, Sickert decía que tenía intención de ir a Cornualles. Es probable que viajara allí con frecuencia. Los majestuosos acantilados, las vistas del mar y los pintorescos puertos de esa zona del sudeste de Inglaterra siempre han atraído a los artistas.

Cornualles hubiera sido un buen lugar para que Sickert se escondiera cuando buscaba paz y «refugio». En Lizard Point, una estrecha península de tierras de labranza y altos acantilados rocosos, había a la sazón una famosa casa de huéspedes llamada Hill’s Hotel —afectuosamente conocida por el Lizard [«la Lagartija»] a unos treinta kilómetros de St. Ives. Las olas baten con gran estruendo a lo largo de todo el perímetro de la península. En la actualidad, el visitante debe aparcar en la dirección contraria del viento para evitar que éste arranque las puertas del coche.

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El libro de huéspedes
BOOK: Retrato de un asesino
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