Retrato de un asesino (50 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

BOOK: Retrato de un asesino
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Mary era bastante alborotadora cuando se emborrachaba, y la noche del jueves 8 de noviembre había estado bebiendo. Había hecho un tiempo horrible todo el mes, con días de lluvias torrenciales y fuertes vientos del sudeste. Las temperaturas rondaban los 4 °C, y la bruma y la niebla envolvían la ciudad como un velo de gasa. Vieron a Mary varias veces el jueves por la noche, una de ellas cuando iba camino del pub más cercano, poco después de que Joseph Barnett se marchase de su habitación. También se la vio en Commercial Street, ebria por completo, y más tarde, a eso de las diez, en Dorset Street. Las horas citadas no son fiables, y no podemos estar seguros de que cuando alguien decía que había visto a «Mary Kelly», la hubiera visto de verdad. Las calles estaban muy oscuras.

Muchas personas estaban bebidas, y tras la reciente escalada de crímenes del Destripador, aparecían testigos por todas partes para contar historias que no siempre eran verosímiles.

Una vecina de Mary, una prostituta llamada Mary Ann Cox que vivía en la habitación número 5 de Miller's Court, declaró durante el proceso que había visto a Mary Kelly borracha a medianoche. Vestía una falda oscura y andrajosa, y una chaqueta roja; no llevaba sombrero y la acompañaba un hombre bajo y robusto con la piel manchada, un poblado bigote color zanahoria, ropa oscura y bombín negro. Sujetaba una jarra de cerveza y se dirigía a la puerta con Mary Kelly. Esta iba unos pasos por detrás, y dio las buenas noches a su amiga. «Voy a cantar», le dijo, mientras el hombre cerraba la puerta de la habitación número 13.

Durante más de una hora la oyeron cantar la triste canción irlandesa
Bellas violetas.

«Una violeta que recogí de la tumba de mi madre cuando era niño», cantó, mientras la luz de la vela se transparentaba a través de las cortinas.

Mary Ann Cox hacía la calle y de vez en cuando pasaba por su habitación para calentarse las manos antes de salir a buscar otro cliente. A las tres de la madrugada se fue a acostar, y vio que la habitación de Mary Kelly estaba oscura y silenciosa. Mary Ann se acostó vestida. Fuera, en el patio y las calles caía una lluvia intensa y fría. Oyó entrar y salir hombres del edificio hasta las seis menos cuarto. Elizabeth Prater, la vecina de la habitación número 20 —justo encima de la de Mary Kelly— refirió que a eso de la una y media vio un «destello» de luz en el «tabique» que separaba su habitación de la de Mary.

Supongo que se refería a las grietas del suelo. Elizabeth aseguró la puerta con dos tablas y se fue a la cama. Declaró que había bebido un poco, y que durmió profundamente hasta las cuatro de la mañana, cuando un gatito comenzó a andar sobre ella y la despertó. De repente, dijo, «oí un grito, "¡Ay! ¡Asesinato!", y empujé al gato al suelo». Añadió que la voz sonó amortiguada y cercana, y que no la oyó por segunda vez. Elizabeth volvió a dormirse y se levantó a eso de las cinco. Unos hombres estaban enjaezando los caballos en Dorset Street, y ella se dirigió al pub Ten Bells, para despabilarse con una copa de ron.

John McCarthy estaba muy ocupado en su tienda de velas a media mañana. También estaba tratando de decidir qué iba a hacer con respecto a la habitación número 13 de la casa del 26 de Dorset Street. Mientras trabajaba esa fría y encapotada mañana de viernes, se vio obligado a considerar lo inevitable. Joseph Barnett se había largado hacía más de dos semanas, y Mary Kelly debía una libra y nueve chelines de alquiler. McCarthy había sido muy paciente con ella, pero aquello no podía continuar.

«Ve a la número 13 e intenta cobrar algo», indicó a su ayudante, Thomas Bowyer. Eran casi las once cuando Bowyer fue a la habitación de Mary y llamó a la puerta. No respondieron. Trató de abrir, pero la puerta estaba cerrada con llave. Apartó las cortinas, miró por el agujero de la ventana y vio a Mary Kelly en la cama, desnuda y cubierta de sangre. Corrió a buscar a su jefe, y ambos regresaron de inmediato a la habitación. Bowyer fue en busca de la policía.

Un inspector de la División «H» se dirigió a toda prisa al escenario del crimen y al instante mandó llamar al doctor George Phillips y telegrafió a Scotland Yard para informar del último asesinato del Destripador Al cabo de media hora el lugar se llenó de inspectores, incluido Frederick Abberline, que ordenó que no dejasen salir ni entrar a nadie sin autorización.

También telegrafiaron a Charles Warren. Abberline preguntó si el jefe de la policía quería enviar a los sabuesos. El experimentado investigador debía de saber que era una pérdida de tiempo, pero estaba cumpliendo órdenes. Alguien dio una contraorden y los perros no llegaron. Antes de que acabara el día, la prensa se enteraría de la dimisión de Warren.

No se dieron prisa en entrar en la habitación de Mary Kelly. Durante el proceso, el doctor Phillips declaró que, tras mirar por el agujero del cristal, «me convencí de que el cadáver mutilado que estaba en la cama no necesitaba atención inmediata». La policía extrajo un cristal de la puerta y el doctor Phillips empezó a tomar fotografías por la abertura. A la una y media, la policía usó un pico para abrir la puerta, que golpeó contra la mesa situada a la izquierda de la cama. Los policías y el médico entraron en la habitación y contemplaron la escena más horrible que habían visto en todos sus años de profesión.

«Parecía obra de un demonio, más que de un hombre—declaró McCarthy en el proceso—. Había oído muchas cosas sobre los asesinatos de Whitechapel, pero juro por Dios que no esperaba ver una imagen como ésa.»

Mary Kelly estaba atravesada en la cama con un tercio del cuerpo fuera, casi tocando la puerta. Las fotografías del escenario del crimen muestran unos restos tan mutilados como si la hubiese atropellado un tren. El Destripador le cortó las orejas y la nariz y le practicó brutales incisiones en la cara, levantando la carne casi hasta el hueso. No había en su rostro ni rastro de sus facciones; sólo permanecía inalterable su melena oscura, todavía bien peinada, quizá porque no luchó con el Destripador. No había sitio para atacarla desde detrás de la cama, de manera que la agredió de frente. A diferencia de la víctima de Camden Town, Mary estaba boca arriba cuando una cuchilla fuerte y afilada le cortó la carótida derecha. La sangre empapó la cama y formó un charco en el suelo.

Abberline, que estaba a cargo del caso, registró la habitación. Encontró ropa quemada en la chimenea y dedujo que el asesino había avivado el fuego mientras trabajaba con el fin de tener suficiente luz, «ya que sólo había una vela en el cuarto», declaró Abberline. El calor era tan intenso que derritió el pitorro de una tetera. Cabe preguntarse cómo es posible que nadie notara un fuego tan grande desde el patio, aunque las cortinas estuviesen echadas. Alguien podría haber pensado que se trataba de un incendio. Como de costumbre, la gente no se inmiscuía en los asuntos ajenos. Puede que el Destripador trabajase con la pequeña llama de la vela. A Sickert no le molestaba la oscuridad. «La oscuridad absoluta es maravillosa», escribió en una carta.

Con excepción del abrigo, habían quemado toda la ropa sucia de María. La de Mary Kelly se encontró muy bien doblada junto a la cama, como si se hubiera desnudado por voluntad propia. El asesino desgarró, acuchilló y destripó el cuerpo, abriéndolo en canal y convirtiendo los genitales en una masa informe. Le amputó los pechos y los colocó junto al hígado, en un lado de la cama. Puso las entrañas en la mesilla de noche. Extirpó todos los órganos salvo el cerebro, y la pierna derecha estaba despellejada y descarnada, dejando al descubierto un brillante fémur blanco.

 

En el brazo izquierdo se observan con claridad varias lesiones curvas, y una línea oscura alrededor de la pierna derecha, justo por debajo de la rodilla, sugiere que el Destripador estaba descuartizándola y se detuvo por alguna razón. Puede que el fuego empezara a consumirse o que la vela se apagara. Quizá se le hiciera tarde para escapar. El doctor Thomas Bond llegó al escenario del crimen a las dos de la tarde, y anotó en su informe que el rigor mortis había comenzado y que se había intensificado mientras examinaba el cadáver. Admitió que era incapaz de precisar la hora de la muerte, pero el cadáver estaba frío a las dos de la tarde. Basándose en este dato, la rigidez cadavérica y la presencia de alimentos a medio digerir en el estómago —que habían desgarrado y arrojado sobre los intestinos— calculó que Mary llevaba doce horas muerta.

Si el doctor Bond no se equivocó al afirmar que el rigor mortis aún se estaba estableciendo a eso de las dos de la tarde, cuando empezó a examinar el cadáver, es posible que Mary no hubiera muerto hacía tantas horas. Su cuerpo habría estado frío mucho antes. Se había desangrado, era delgada, tenía la cavidad intestinal al descubierto y llevaba sólo una camiseta en una habitación donde el fuego se había apagado. Además, si podemos fiarnos de los testigos, Mary aún estaba viva a la una y media. La gente que declaró ante la policía y en el proceso calculó la hora basándose en el reloj de las iglesias locales, que daban la hora y la media, en los cambios de luz y en si el East End estaba silencioso o, por el contrario, comenzaba a haber movimiento.

En lo referente a la hora del asesinato, quizás el testigo más fiable fuera el gatito que empezó a andar por encima de Elizabeth Prater a eso de las cuatro de la madrugada. Los gatos tienen el sentido del oído muy desarrollado, y es posible que el animal se inquietase por los ruidos que oyó abajo. O pudo percibir las feromonas que segregan las personas aterrorizadas. Fue a esa hora cuando Elizabeth oyó a alguien gritar «¡Asesinato!».

Mary Kelly debió de prever lo que pasaría. Estaba casi desnuda y en la cama. Boca arriba. Tuvo que ver al asesino cuando éste sacó el cuchillo. Incluso si el Destripador le cubrió la cara con una sábana antes de degollarla, ella sabría que estaba a punto de morir. Seguramente sobrevivió unos minutos mientras se desangraba y él comenzaba a acuchillarla. No podemos dar por sentado que las víctimas del Destripador no sintieran dolor y que ya estuvieran inconscientes cuando él empezaba a mutilarlas. En el caso de Mary Kelly, es imposible saber si comenzó por el abdomen o por la cara.

Si el Destripador detestaba la cara bonita y sensual de Mary, quizás empezase por ahí. O tal vez por el abdomen. Puede que ella sintiera los cortes mientras la pérdida de sangre la hacía temblar. Debió de castañetear los dientes, aunque no por mucho tiempo, luego se desmayó, entró en estado de
shock
y murió. Pudo asfixiarse si inhaló un chorro de sangre de la carótida por la herida de la tráquea y se le encharcaron los pulmones.

«La vía respiratoria se seccionó en la parte inferior de la carótida, a través del cartílago cricoides», leí en la página 16 del informe de la autopsia.

Es imposible que gritara o emitiera sonido alguno.

«Los pechos se amputaron mediante incisiones más o menos circulares, ya que están unidos a los músculos de las costillas.»

Para ello se requiere un cuchillo afilado, fuerte y con una hoja no demasiado larga, pues esto lo haría difícil de manejar. Los instrumentos de disección tienen una hoja de entre diez y quince centímetros de longitud y una empuñadura que garantiza una buena sujeción. Pero el arma que utilizó el Destripador podría ser un
kukri,
con su original hoja curva. El largo de las hojas varía, y estos cuchillos son lo bastante resistentes para cortar sarmientos, ramas e incluso árboles pequeños. Cuando la reina Victoria era emperatriz de la India, muchos soldados ingleses utilizaban
kukris,
de manera que es muy posible que estas armas se hubieran introducido en el mercado inglés.

En una carta del 19 de octubre, Jack el Destripador escribió que se sentía «bastante apenado por el cuchillo que perdí biniendo
[sic]
hacia aquí debo conseguir uno esta noche». Dos días después, la noche del 21 de octubre, un agente descubrió un cuchillo ensangrentado entre unos arbustos, no muy lejos de la casa de la madre de Sickert. Era un
kukriy y
podría ser parecido al que se usó en el asesinato de Mary Kelly. El
kukri se
utilizaba en la batalla para degollar y amputar miembros, pero, debido a su hoja curva, no servía para apuñalar.

«La piel y los tejidos del abdomen […] estaban levantados en tres grandes zonas […] El muslo derecho estaba tan descarnado que se veía el hueso […] La parte inferior del pulmón [derecho] estaba seccionada […] El pericardio estaba abierto, y faltaba el corazón.»

Estos pormenores de la autopsia provienen de las páginas 16 y 18 del informe original, que parece ser el único que ha sobrevivido. La pérdida de estos informes es una auténtica calamidad. Los datos médicos, que proporcionarían más información que cualquier otra cosa sobre lo que el asesino hizo a la víctima, no se detallaron en las actas del proceso ni en los informes del examen post mórtem. Por ejemplo, en el proceso por el asesinato de Mary Kelly no se mencionó que se habían llevado el corazón. La policía, los médicos y el juez de instrucción debieron de pensar que el público no necesitaba saberlo.

La autopsia de Mary Kelly se llevó a cabo en el depósito de Shoreditch, y duró seis horas y media. Estuvieron presentes los forenses más experimentados: el doctor Thomas Bond, de Westminster; el doctor Gordon Brown, de la City; el doctor Duke, de Spitalfields, así como el doctor George Phillips y su ayudante. Se dice que los médicos no terminaron el examen hasta que pudieron localizar todos los órganos. Algunos documentos sugieren que no faltaba ninguno, pero eso es mentira. El Destripador se llevó el corazón de Mary Kelly, y posiblemente parte de los genitales y el útero.

El proceso comenzó y terminó el 11 de noviembre. El doctor Phillips no había terminado de describir el escenario del crimen cuando el doctor Roderick McDonald, el juez de instrucción de Middlesex, dijo que no era necesario que se explayase más por el momento. Los miembros del jurado —que habían visto los restos de Mary Kelly en el depósito— podrían pedir más explicaciones luego, a menos que ya estuvieran en condiciones de dictar un veredicto. Lo estaban. Todos escucharon otra vez: «Homicidio premeditado por persona desconocida.»

La prensa calló casi de inmediato. Fue como si el caso del Destripador se hubiese cerrado. Examiné los periódicos de los días, las semanas y los meses siguientes al proceso por el asesinato y el entierro de Mary Kelly, y sólo encontré unas pocas menciones al Destripador Sus cartas seguían llegando y se archivaban «con las demás». Los periódicos respetables no las publicaban. A partir de ese momento, si un crimen guardaba alguna semejanza con los del Destripador, al momento se decía que no era obra del demonio de Whitechapel.

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