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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

Retrato de un asesino (49 page)

BOOK: Retrato de un asesino
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En la autopsia se descubrió que los órganos estaban pálidos, lo que indicaba una hemorragia masiva y se correspondía con la teoría de que habían degollado a la víctima antes de descuartizarla. Durante la encuesta, el doctor Bond declaró que los restos pertenecían a una mujer «bien nutrida» con «pechos grandes y prominentes», que en algún momento había sufrido una pleuresía grave en un pulmón. Le faltaba el útero, y le habían serrado la pelvis y las piernas a la altura de la cuarta vértebra lumbar. Le habían practicado varios cortes oblicuos en las articulaciones de los hombros para amputarle los brazos, y la habían decapitado mediante varias incisiones por debajo de la laringe. El doctor Bond indicó que el torso estaba envuelto con sumo cuidado, y que la carne presentaba «marcas claramente definidas» en los lugares donde estaba la cuerda. Estas señales son dignas de mención. En experimentos realizados a principios y mediados del siglo XIX se descubrió que las marcas de ligaduras no se forman en cuerpos que llevan muertos un tiempo, lo que indica que a la mujer la ataron cuando estaba viva, o bien, lo que sería más probable, pocas horas después de su deceso.

La amputación de la pelvis es bastante inusual en los descuartizamientos, pero ni la policía ni los médicos parecieron conceder mayor importancia a este hecho, ya que ni siquiera ofrecieron una opinión al respecto. No aparecieron otras partes del cadáver, salvo lo que se creyó que era un trozo de su pierna izquierda, cortada por debajo de la rodilla. Esta extremidad incompleta estaba enterrada a unos metros del lugar donde se descubrió el torso. El doctor Bond describió la pierna y el pie como «exquisitamente moldeados».

El pie parecía bien cuidado, con las uñas muy bien cortadas. No había callos ni juanetes que sugirieran que la víctima era «una mujer pobre».

La policía y los médicos opinaron que el descuartizamiento era un intento de ocultar la identidad de la víctima. Esta conclusión no concuerda con el hecho de que el asesino cortara la pelvis a la altura de la cuarta lumbar y en las articulaciones de las caderas o, lo que es lo mismo, que extirpara los órganos sexuales y los genitales. Cabe preguntarse si existe una semejanza entre esa mutilación y la que cometió el Destripador al abrir el abdomen de su víctima y llevarse el útero y parte de la vagina.

Cuando lo encontraron en las obras de la nueva sede de Scotland Yard, el torso estaba envuelto en un trapo viejo y «atado con un montón de cuerda, enrollada en todas las direcciones», afirmó Frederick Wildore, el carpintero que notó un bulto extraño a las seis de la mañana del 2 de octubre, cuando introdujo la mano en un hueco oscuro para recoger la cesta de herramientas. Sacó el paquete, cortó la cuerda con el cuchillo y por un instante no supo qué tenía ante sus ojos. «Pensé que era tocino o algo parecido», declaró durante el proceso. Los cimientos eran un laberinto de zanjas y recovecos, y según Wildore, nadie que no conociera el lugar podía haber escondido el paquete allí. Siempre «estaba oscuro como en noche cerrada».

Los restos tenían adheridos fragmentos de un viejo ejemplar del
Daily Chronicle
y una tira empapada en sangre, de quince centímetros de largo por diez de ancho, del
Echo,
un diario que costaba un penique. Sickert era un adicto a las noticias. Una fotografía de él en su vejez muestra su estudio atestado de periódicos. El
Echo
era un periódico liberal que publicó numerosos artículos sobre Sickert. En el ejemplar del 24 de agosto de 1888, en la página cuatro está la sección de «Notas y preguntas», con la indicación de que todas las consultas y las respuestas deben escribirse en postales, y que uno debe referirse a la pregunta que responde usando el número que le ha asignado el periódico. La publicidad encubierta, advertía el
Echo,
«es inadmisible».

De las dieciocho «respuestas» del 24 de agosto de 1888, cinco están firmadas con las iniciales «W.S.» Son las siguientes:

Primera respuesta (3580): OSTENDE. Yo no aconsejaría a «W.B.» que escogiera Ostende para pasar un par de semanas de vacaciones; se hartará en dos días. Es un lugar donde lucir ropa, etc., y es muy caro. El campo de los alrededores es llano y anodino; además, todas las calles están pavimentadas con granito. Recomendaría a un turista inglés la «Casa amarilla» o la «Maison Jaune», que es propiedad de un compatriota, y queda cerca de la estación de tren y del muelle; también está el Hotel du Nord. Ambos tienen precios razonables, pero evite los grandes hoteles. Las playas son preciosas. No se requieren conocimientos de francés. W.S.

[Ostende era un puerto y centro turístico de Bélgica, al que se podía llegar desde Dover, y Sickert había estado allí.]

Segunda respuesta (3686): ÓPERAS POPULARES. La popularidad del
Trovatore
se debe, naturalmente, a la belleza de la música y las fascinantes arias. No suele considerarse «música de calidad»; de hecho, he oído a varios músicos «profesionales» decir que no es música en absoluto. Yo la prefiero a cualquier otra ópera, salvo
Donjuán.
W.S.

Tercera respuesta (3612): PASAPORTES. Me temo que «un polaco desafortunado» tendrá que centrar su atención en aquellos países donde no se exige pasaporte, que además de ser muchos, son más agradables para viajar. En cierta ocasión me topé con un compatriota suyo que viajaba con un pasaporte prestado; lo detuvieron y lo enviaron al trullo, donde pasó una temporada. W.S.

Cuarta respuesta (3623): CAMBIO DE NOMBRE. Lo único que tiene que hacer «Jones» es tomar una brocha, tapar «Jones» y reemplazarlo por «Brown». Desde luego, esto no lo eximirá de cualquier responsabilidad que haya contraído como «Jones». Simplemente, será «Jones» comerciando con el nombre de «Brown». W.S.

Quinta respuesta: CARTAS DE NATURALIZACIÓN. Con el fin de obtenerlas, un extranjero debe haber residido en el Reino Unido durante cinco años consecutivos, o al menos cinco de los últimos ocho, y ha de declarar que tiene intención de quedarse aquí para siempre. Tendrá que demostrar estos hechos de manera concluyente con cartas de cuatro caseros naturales de Inglaterra. W.S.

Al responder usando los números de las preguntas originales, el autor dejó claro que conocía el
Echo
y que probablemente lo leía con frecuencia. Enviar cinco respuestas es un acto compulsivo que encaja con el carácter de Sickert, que era un prolífico corresponsal, y con el asombroso número de cartas del Destripador que recibió la prensa y la policía. Los periódicos son un
leitmotiv
en la vida de Sickert y en los juegos del Destripador. En el
Star
del 4 de diciembre aparece una carta que el Destripador envió a un magistrado escrita con exquisita caligrafía. En el trozo de periódico hay una noticia de una exhibición de grabados y al dorso, un titular: «Hijo de nadie.»

Walter Sickert nunca estuvo seguro de quién era ni de cuál era su país. No era «ningún inglés», por citar la firma de otra carta del Destripador. Su nombre artístico era «Mr. Nemo» (o don nadie), y en un telegrama que envió a la policía (sin fecha, pero quizá de finales del otoño de 1888), el Destripador tachó «Don Nadie» en el espacio para el remitente y anotó en su lugar «Jack el Destripador». Sickert no era francés, pero se consideraba un pintor francés. Una vez escribió que tenía intención de convertirse en ciudadano francés, cosa que nunca hizo. En otra carta confesó que en su corazón siempre sería alemán.

La mayoría de las cartas que el Destripador envió entre el 20 de octubre y el 10 de noviembre de 1888 tenía matasellos de Londres, y es un hecho demostrado que Sickert estuvo en esa ciudad el 22, para asistir a la «Primera exposición de obras al pastel» en la galería Grosvenor. En cartas que Sickert escribió a Blanche, las referencias a la elección de nuevos miembros del New English Art Club indican que estuvo en Londres, o al menos en Inglaterra, durante el otoño, muy probablemente en el mes de noviembre y cabe suponer que hasta fin de año.

A finales de octubre, cuando Ellen regresó al número 54 de Broadhurst Gardens, cayó enferma a causa de una fuerte gripe que hizo tambalear su salud hasta bien entrado noviembre. No he encontrado pruebas de que estuviera con su marido, o de que supiera dónde se encontraba él. No sé si estaba asustada por las atrocidades que se estaban cometiendo a menos de diez kilómetros de su casa, pero es difícil imaginar que no le afectasen. La ciudad estaba aterrorizada, aunque aún no había llegado lo peor.

Mary Kelly era una bella mujer de veinticuatro años, con piel tersa, cabello oscuro y figura juvenil. Estaba mejor educada que las demás «desdichadas» que hacían la calle en los alrededores del número 26 de Dorset Street, donde vivía. La casa la había alquilado John McCarthy, un fabricante de velas que subalquilaba todas las habitaciones a los pobres. La habitación de Mary, la número 13, se encontraba en la planta baja, medía cuatro metros cuadrados y estaba separada de otra por un tabique situado junto a la cama, que era de madera. La puerta y las dos grandes ventanas daban a Miller Court, y Mary había perdido las llaves hacía un tiempo (no recordaba cuándo).

Esto no supuso un gran problema. Poco tiempo antes había bebido de más y se había peleado con su hombre, Joseph Barnett, un transportista de carbón. No lo recordaba, pero era probable que hubiera roto la ventana entonces. Ella y Barnett metían la mano por el agujero para abrir el pestillo de la puerta. No se molestaron en reparar el cristal ni en hacer copias de la llave; con el poco dinero que tenían, debió de parecerles un derroche innecesario.

La última pelea importante entre Mary Kelly y Joseph Barnett había tenido lugar diez días antes. Se pegaron mutuamente a causa de una mujer llamada María Harvey. Mary había empezado a dormir con ella los lunes y los martes, y Barnett no lo aceptaba. Se marchó, dejando que ella se arreglase como pudiera para pagar lo que debían de alquiler: una libra y nueve chelines. Luego las relaciones de ambos mejoraron un poco, y él pasaba de vez en cuando a verla y le daba algo de dinero.

María Harvey estuvo con Mary por última vez el jueves 8 de noviembre por la tarde, cuando fue a visitarla a su habitación. María era lavandera y preguntó a su amiga si podía dejar unas prendas sucias: dos camisas de hombre, una camisa de niño, un abrigo negro, un gorro negro de crespón con cintas de satén, una enagua blanca de niña y una papeleta de empeño de un chal gris. Prometió pasar a buscar la ropa más tarde, y todavía estaba en la habitación cuando Barnett se presentó de improviso.

«Bueno, Mary Jane, ya no te veré esta noche», dijo María al salir. Y nunca volvería a verla.

Mary Kelly nació en Limerick y era hija de John Kelly, un herrero irlandés. Mary tenía seis hermanos que vivían en la casa familiar, un hermano que estaba en el ejército y una hermana que trabajaba en el mercado. La familia se había trasladado a Caernarvonshire, Gales, cuando Mary era una niña. A los dieciséis años se casó con un minero llamado Davis, pero dos o tres años después, él murió en una explosión y Mary se fue a vivir a Cardiff con una prima suya. Fue en esa época cuando empezó a beber y a dedicarse a la prostitución, y estuvo ocho meses en un sanatorio para tratarse una enfermedad venérea.

En 1884 se trasladó a Inglaterra, donde no tuvo problemas para atraer clientela. No he encontrado fotografías suyas, salvo la que se tomó después de que el Destripador le destrozara el cuerpo. Pero algunos dibujos de la época demuestran que era una mujer muy atractiva, con la figura curvilínea que tanto gustaba en aquellos tiempos. Tanto su ropa como sus modales eran un vestigio de un mundo mejor que el que trataba de olvidar con el alcohol.

Mary fue prostituta en el West End durante un tiempo, y conoció a caballeros que sabían cómo recompensar a una mujer bonita por sus favores. Un hombre la llevó a Francia, pero ella permaneció allí sólo diez días y regresó a Inglaterra. La vida en Francia no era para ella, explicó a sus amigas. Vivió con un hombre en Ratcliff Highway, luego con otro en Pennington Street y con un yesero en Bethnal Green. Durante el proceso posterior al asesinato de Mary Kelly, Joseph Barnett declaró que no sabía con cuántos hombres había convivido ella ni por cuánto tiempo.

Una noche de viernes en Spitafiields, la bella Mary atrajo la atención de Joseph Barnett, que la invitó a una copa. Al cabo de unos días decidieron vivir juntos. Esto fue ocho meses antes de que él alquilase la habitación número 13 de la casa del 26 de Dorset Street. De vez en cuando Mary recibía cartas de su madre y, a diferencia de la mayoría de las «desdichadas», sabía leer. Sin embargo, desde que empezaron los crímenes del East End, pedía a Barnett que le leyese las noticias. Quizá las descripciones fueran demasiado inquietantes para recrearlas sola y en la quietud de su imaginación. Aunque no conociera a las víctimas, debía de haberlas visto alguna vez en la calle o en un pub.

La vida de Mary con Joseph Barnett no era mala, y según declaró él en el proceso, la había abandonado «porque aceptó en la habitación a una mujer que era prostituta y yo estaba en contra; ésa fue la única razón, y no que yo no tuviera trabajo. La dejé el 30 de octubre entre las cinco y las seis de la tarde». Añadió que Mary y él siguieron «llevándose bien», y que la última vez que la había visto con vida había sido el jueves entre las siete y media y las ocho menos cuarto, cuando había pasado por allí y encontrado a María en la habitación. Esta se marchó y Barnett se quedó un rato con Mary. Le dijo que lo sentía, pero que no tenía dinero para darle. «Y no bebimos juntos —declaró—. Estaba sobria; mientras vivió conmigo solía estarlo.» Sólo se emborrachaba de vez en cuando.

Mary Kelly era muy consciente de los terribles asesinatos que se estaban cometiendo a escasas manzanas de su casa, pero continuó haciendo la calle por las noches después de que Barnett se marchara. No tenía otra forma de ganarse la vida. Necesitaba beber, estaba al borde del desahucio y no tenía esperanzas de encontrar otro hombre decente que la ayudara. Empezaba a desesperar. No hacía mucho había sido una prostituta fina que frecuentaba los sitios más elegantes del West End, pero en los últimos tiempos había empezado a hundirse en el pozo sin fondo de la pobreza, el alcoholismo y la desesperación. Pronto perdería su atractivo. Tal vez no se le ocurriera pensar que podía perder la vida.

Se saben pocas cosas de Mary Kelly, pero en aquel entonces circulaban varios rumores sobre ella. Se decía que tenía un hijo de siete años, y que hubiera preferido quitarse la vida a verlo pasar hambre. Si ese hijo existió, no se menciona en los informes de la policía ni en los testimonios del proceso. Al parecer, la última noche de su vida Mary se encontró con una amiga en la esquina de Dorset Street y le comentó que no tenía dinero. «Si no lo conseguía, no volvería a salir y se suicidaría», declaró la amiga a la policía.

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