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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

Retrato de un asesino (45 page)

BOOK: Retrato de un asesino
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«¿Dónde vas, bonita doncella», escribió alguien en el libro de huéspedes del Lizard.

Tanto si Emily se encontró con el asesino camino de casa como si éste era el hombre que la citó en el Eagle, puede que le dijera que no le molestaban en absoluto los rulos. «¿Me dejarás entrar en tu habitación?» Tal vez Sickert se hubiera fijado en Emily muchas veces en el pasado, en las estaciones de ferrocarril o, simplemente, mientras andaba por la calle. El Rising Sun estaba a un paso de sus estudios, no muy lejos de Maple Street, que con el tiempo dibujaría como una calle desierta por la noche, con dos mujeres entre las sombras en una esquina. También es probable que Emily se fijara en Sickert, que era una figura familiar en Fitzroy Street, por donde transportaba sus lienzos de un estudio al otro.

Era un artista conocido, y en aquella época pintaba desnudos. Tenía que sacar sus modelos de alguna parte, y sentía predilección por las prostitutas. Quizás hubiera estado observando a Emily durante sus transacciones sexuales. Ella era lo peor de lo peor: una repugnante zorra enferma. Marjorie Lilly escribió que una vez oyó que alguien defendía a los ladrones diciendo a Sickert: «Al fin y al cabo, todo el mundo tiene derecho a existir.» El respondió: «En absoluto. ¡Hay gente que no tiene derecho a existir!»

«Como ven, le he hecho otro favor a Whitechapel», escribió el Destripador el 12 de noviembre de 1888.

La posición de la cabeza del cadáver de Emily se describió como «natural». El médico que acudió al escenario del crimen indicó que seguramente estaría dormida cuando la mataron. Se hallaba boca abajo, con el brazo izquierdo flexionado sobre la espalda y la mano cubierta de sangre. El derecho estaba delante, extendido sobre la almohada. De hecho, no parece una posición natural ni cómoda. La gente no suele dormir —ni siquiera tumbarse-— con un brazo doblado en ángulo recto sobre la espalda. No había sitio suficiente entre el cabezal y la pared para que el asesino la atacase por la espalda. Tenía que estar boca abajo, y su extraña posición se explicaría si el asesino se montó a horcajadas sobre ella, le echó la cabeza atrás con la mano izquierda y le cortó la garganta con la derecha.

La sangre en la mano izquierda sugiere que Emily se llevó la mano a la herida del lado izquierdo del cuello, y entonces el asesino podría habérselo doblado a la espalda, quizá sujetándolo con la rodilla para impedir que se resistiese. Le había cortado el cuello hasta las vértebras, de manera que ella era incapaz de gritar. La incisión, que iba de izquierda a derecha, era característica de un agresor diestro. Tenía tan poco espacio para trabajar que con el violento movimiento del cuchillo cortó la tela del colchón e hirió el codo derecho de Emily. Ella estaba boca abajo, de manera que la sangre sifilítica de su carótida izquierda cayó sobre la cama y no sobre el asesino.

La policía no encontró ningún camisón ensangrentado en el escenario del crimen. En consecuencia, podemos suponer que Emily estaba desnuda cuando la mataron, o que el asesino se llevó la prenda como trofeo. Un cliente que había dormido tres veces con Emily refirió que ella siempre usaba camisón y que no llevaba rulos en el pelo. Si la noche del 11 de septiembre mantuvo relaciones sexuales, sobre todo si estaba borracha, es posible que se quedase dormida desnuda. O puede que estuviera con otro «cliente» —el asesino—, que le pidió que se desnudase y se diera la vuelta, como si quisiera penetrarla por detrás o practicar sexo anal. Después de hacerle un corte de doce centímetros en el cuello, el asesino la cubrió con las mantas. Todo esto parece apartarse del violento modus operandi de Sickert, salvo porque no había indicios de «conexión». Al cabo de veinte años, las costumbres, fantasías, necesidades y fuerzas de Sickert podrían haber cambiado. Se sabe muy poco de sus actividades en la década de 1890, cuando empezó a pasar mucho tiempo en Francia e Italia. De momento no ha aparecido documentación sobre crímenes irresueltos semejantes a los de Sickert en otros países. Yo sólo encontré referencias a dos casos en Francia, y no en los archivos de la policía, sino en los periódicos. La información sobre estos crímenes es vaga y está sin verificar, de manera que no sé si vale la pena mencionarlos: a principios de 1889, en Pont-a-Mousson, una viuda llamada Madame Francois apareció degollada, casi decapitada, y, más o menos en la misma época y en la misma región, encontraron a otra mujer asesinada y con la cabeza prácticamente cercenada. El médico que practicó las dos autopsias concluyó que el asesino era muy hábil con el cuchillo.

Hacia 1906, Sickert regresó a Inglaterra y fijó su residencia en Camden Town. Volvió a pintar teatros de variedades, como el Mogul Tavern (que pasó a llamarse Oíd Middlesex Music Hall), situado en Drury Lañe, a menos de tres kilómetros de la casa de Sickert. Este salía cada noche y estaba en su palco a las ocho en punto, según contó en una carta a Jacques-Emile Blanche. A buen seguro se quedaba hasta las doce y media de la noche, cuando terminaba el espectáculo.

Es muy probable que cuando regresaba a casa a esas horas viera a Emily Dimmock, quizá camino de la pensión con un cliente. Si Sickert recabó información sobre ella, no le costaría enterarse de sus hábitos y saber que era una conocida prostituta y una fuente de contagio ambulante. Emily acudía con regularidad al hospital Lock, en Harrow Road, y poco tiempo antes la habían tratado en el University College. En los últimos estadios de la sífilis aparecen pústulas en la cara, y Emily tenía algunas en el momento de su muerte. Esto debería haber bastado para que un hombre avispado se diera cuenta de que esa mujer era un peligro para la salud.

Sickert no habría sido tan idiota como para tener contacto con los fluidos corporales de Emily, ya que en 1907 se había evolucionado bastante en el conocimiento de las enfermedades infecciosas. El contacto con la sangre podía ser tan peligroso como las relaciones sexuales, y si Sickert la hubiera destripado o se hubiera llevado órganos, habría corrido serios riesgos. Creo que era lo bastante inteligente para abstenerse de sembrar el pánico, como había hecho hacía veinte años con los crímenes del Destripador, sobre todo cuando estaba a punto de iniciar su período artístico más violento y producir obras que no se habría atrevido a dibujar, pintar ni exponer en 1888 o 1889. El asesino de Emily Dimmock trató de hacer creer que su móvil era el robo.

La mañana del 12 de septiembre, Bertram Shaw llegó a casa desde la estación y descubrió que su madre ya estaba allí. Esperaba en el rellano, ya que Emily no le había abierto la puerta. Shaw se sorprendió de que estuviera cerrada con llave. Se preguntó si Emily habría ido a buscar a su madre a la estación, pero las dos mujeres no se habían visto. Preocupado, pidió una llave a la señora Stocks, la casera. Abrió la puerta de la entrada y descubrió que las que conducían al dormitorio también estaban cerradas con llave. Echó la puerta abajo y levantó las mantas que cubrían el cuerpo de Emily en la cama empapada de sangre.

Los cajones de la cómoda estaban abiertos y su contenido, esparcido por el suelo. El álbum de Emily estaba abierto sobre una silla, y faltaban algunas postales. Las ventanas y los postigos del dormitorio estaban cerrados, aunque en el salón la ventana estaba cerrada y los postigos ligeramente abiertos. Shaw corrió a buscar a la policía. Unos veinte minutos después, el agente Thomas Killion acudió al lugar de los hechos, tocó el frío hombro de Emily y dedujo que llevaba varias horas muerta. De inmediato mandó llamar al médico de su división, el doctor John Thompson, que llegó a eso de la una del mediodía y, basándose en la frialdad del cadáver y el avanzado grado de rigor mortis, concluyó que Emily había fallecido hacía siete u ocho horas.

Esto situaría la hora de la muerte entre las seis y las siete de la mañana, lo cual es bastante improbable. Esa mañana hubo mucha niebla, pero el sol salió a las cinco y media. La audacia del asesino habría rayado en la estupidez si hubiera abandonado la casa de Emily después del amanecer, por muy gris y encapotado que estuviera el día; además, entre las seis y las ocho de la mañana había bastante gente en la calle, sobre todo personas que se dirigían al trabajo.

En circunstancias normales se requieren entre seis y doce horas para que el cadáver alcance el grado máximo de rigidez, y el frío puede retrasar el proceso. El cuerpo de Emily se encontraba debajo de las mantas con que lo había cubierto el asesino, y tanto las puertas como la ventana del dormitorio estaban cerradas. La habitación no debía de estar helada, aunque la mañana de su muerte la temperatura mínima fue de 8 °C. Lo que no podemos saber es hasta qué punto estaba rígido el cadáver a la hora en que lo examinó el doctor Thompson, que debió de ser después de la una de la tarde. El rigor mortis podría haber llegado a su grado máximo, lo que indicaría que llevaba diez o doce horas muerta. En tal caso, la habrían asesinado hacia las cuatro de la madrugada.

En el escenario del crimen, el doctor Thompson dijo que a Emily le habían cortado la garganta con un instrumento muy afilado. La policía no encontró ninguno, salvo una navaja de afeitar de Shaw que estaba a la vista sobre la cómoda, pero sería difícil usar una navaja de afeitar para cortar el músculo y el cartílago sin que la hoja se doblase hacia atrás y, quizás, hiriera gravemente al agresor. En la pila se encontró una enagua manchada de sangre y empapada en agua, lo que sugiere que el asesino se lavó antes de salir. Por otra parte, tomó la precaución de no tocar nada con las manos ensangrentadas, como señaló la policía en la encuesta.

El asesinato de Emily no resucitó el pánico al Destripador, y el nombre de Sickert nunca se asoció con el caso. No hubo cartas del estilo de las que el Destripador había enviado a la prensa o la policía, pero, curiosamente, poco después del asesinato un reportero del
Morning Leader,
Harold Ashton, fue a ver a la policía para enseñarle las fotografías de cuatro postales dirigidas al director. El informe policial no aclara quién envió dichas postales, pero insinúa que estaban firmadas con las iniciales «A.C.C.». Ashton preguntó a la policía si eran conscientes de que el autor de las postales podía ser «un aficionado a las carreras». Luego añadió lo siguiente:

El matasellos de una postal indicaba que la habían enviado desde Londres el 2 de enero de 1907, el primer día de carreras después de «una racha de tiempo invernal», y la carrera de ese día había tenido lugar en Gatwick.

La segunda postal era del 9 de agosto de 1907 y procedía de Brighton, donde se habían celebrado carreras el 6, el 7 y el 8. Las del 9 y el 10 habían tenido lugar en Lewes, y el reportero explicó que muchos asistentes a las carreras de Lewes pasaban el fin de semana en Brighton.

La tercera postal tenía fecha del 19 de agosto de 1907 y la habían enviado desde Windsor, donde había habido carreras el 16 y el 17 del mismo mes.

La cuarta postal era del 9 de septiembre, dos días antes del asesinato de Emily y uno antes de la carrera que se celebraba todos los otoños en Doncaster, Yorkshire. Pero lo más extraño de esta tarjeta, señaló Ashton, era que parecía comprada en Chantilly, Francia, donde había tenido lugar una carrera una semana antes de la de Doncaster. Según el confuso informe policial, Ashton dijo que creía «que habían comprado la postal en Chantilly, la habían traído a Inglaterra y la habían enviado desde Doncaster» (aparentemente durante las carreras). Si el remitente asistió a las carreras de Doncaster, no pudo estar en Camden Town el 11 de septiembre, el día del asesinato de Emily. Estas carreras se celebraron los días 10, 11. 12 y 13 de septiembre.

La policía pidió a Ashton que no publicara esta información en el periódico, y no lo hizo. El 30 de septiembre, el inspector A. Hailstone añadió en el informe que Ashton estaba en lo cierto en lo referente a las fechas de las carreras, pero «del todo equivocado» en cuanto al matasellos de la cuarta postal. «Se ve claramente que la enviaron desde el noroeste de Londres.» Por lo visto, no le pareció extraño que una postal francesa, al parecer escrita dos días antes del asesinato de Emily Dimmock, se enviase desde Londres a un periódico de Londres. No sé si «A.C.C.» eran las iniciales de un corresponsal anónimo, o si significaban algo más, pero creo que la policía debería haberse preguntado por qué el «aficionado a las carreras» había enviado las postales al periódico.

El inspector Hailstone podría haber caído en la cuenta de que lo que ese hombre había conseguido, voluntariamente o no, era dejar claro que tenía la costumbre de asistir a las carreras de caballos, y que estaba en Doncaster el día del sonado asesinato de Emily Dimmock. Sería perfectamente lógico que ahora Sickert estuviera construyéndose coartadas en lugar de provocar a la policía con sus cartas de «atrápenme si pueden». En esa etapa de su vida sus impulsos psicopáticos se habrían atemperado. Habría sido insólito que continuase con sus matanzas de maníaco, que exigían una tremenda energía y una concentración obsesiva. Si cometía un asesinato, no querría que lo pillaran. La edad y su profesión habían atenuado —aunque no erradicado—su violencia.

Cuando Sickert comenzó con sus infames pinturas y dibujos de mujeres desnudas despatarradas en camastros de hierro —el
Asesinato de Camden Town, L'Affair de Camden Town, Jack en tierra,
o el hombre de
Desesperación,
sentado en una cama con la cabeza apoyada en las manos— todo el mundo pensó que no era sino un artista respetable que había escogido el asesinato de Camden Town como tema de trabajo. Pasaron muchos años antes de que un detalle lo vinculara con dicho asesinato. El 29 de noviembre de 1937, el
Evemng Standard
publicó un artículo breve sobre estos cuadros y señaló: «Sickert, que a la sazón vivía en Camden Town, obtuvo autorización para entrar en la casa donde se había cometido el asesinato e hizo varios bocetos del cadáver.»

Suponiendo que esto sea cierto, ¿no es una coincidencia que Sickert pasara por St. Paul Road, viera el despliegue de policías y pidiera permiso para ver a qué se debía tanto revuelo? El cadáver de Emily se descubrió a las once y media de la mañana, y lo trasladaron al depósito de St. Paneras en cuanto el doctor Thompson la hubo examinado, poco después de la una. Sería una casualidad demasiado grande que Sickert pasase por allí durante ese rato relativamente corto, de dos o tres horas, en que el cadáver de Emily permaneció en la casa. Si no sabía cuándo descubrirían el cuerpo, debió de rondar la zona durante horas —arriesgándose a que lo vieran— para no perderse el espectáculo.

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