Retrato de un asesino (43 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

BOOK: Retrato de un asesino
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Es posible que un hombre llamado William Buchanan escribiera aquella carta al director. Quizá mataran a un niño de siete años y metieran su cadáver en un pesebre de Dieppe. No puedo negarlo ni afirmarlo. Pero es una inquietante coincidencia que diez semanas después de que se publicara la carta asesinaran a dos niños, y que el cadáver mutilado de uno de ellos apareciera en unas cuadras.

«Voy acometer 3 [asesinatos] más, esta vez 2 niñas y un niño de unos 7 años. Me gusta mucho destripar, sobre todo a mujeres, porque no hacen mucho ruido», escribió el Destripador en una carta con fecha del 4 de noviembre de 1888.

El 26 de noviembre, Percy Knight Searle, un «niño tranquilo, listo e inofensivo» de ocho años, fue asesinado en Havant, cerca de Portsmouth, en la costa sur de Inglaterra. Esa tarde había salido «entre las seis y las siete» con un amigo llamado Robert Husband, quien más tarde declaró que Percy se había separado de él para bajar solo por una calle. Al cabo de unos minutos, Robert lo oyó gritar y vio a un «hombre alto» que se alejaba corriendo. Encontró a Percy en el suelo, agonizando junto a una valla, con cuatro cortes en el cuello. Murió delante de los ojos de Robert.

Cerca de allí encontraron una navaja con la hoja abierta y manchada de sangre. Los vecinos estaban convencidos de que aquello era obra de Jack el Destripador. The
Times
se hizo eco de que en el proceso había declarado un tal doctor Bond, pero no facilitó su nombre de pila. Si fue el doctor Thomas Bond, de Westminster, Scotland Yard debió de enviarlo para comprobar si se trataba de otro crimen del Destripador.

Durante el proceso, el doctor Bond declaró que las lesiones del cuello de Percy Searle eran semejantes a «cortes de bayoneta», y que asesinaron al niño cuando éste estaba de pie. Un mozo de la estación de Havant afirmó que un hombre había subido al tren de las seis cincuenta y cinco con destino a Brighton sin comprar billete. El mozo no lo siguió, pues ignoraba que acababa de cometerse un asesinato. Las sospechas se centraron en Robert Husband cuando se descubrió que la navaja «ensangrentada» pertenecía a su hermano. Otro médico informó que los cuatro cortes del cuello de Percy eran torpes y podrían ser obra de un niño, de manera que se acusó a Robert de asesinato, a pesar de sus alegaciones de inocencia.

Casi un mes después, el jueves 20 de diciembre, se produjo otro homicidio, esta vez en Londres. Rose Mylett vivía en Whitechapel, tenía unos treinta años, era «guapa» y estaba «bien alimentada».

Era una «desdichada», y el miércoles había estado en la calle a altas horas de la noche, presumiblemente practicando su oficio. A las cuatro y cuarto de la madrugada, un policía encontró su cadáver en Clarke's Yard, en la calle Poplar del East End. Dedujo que había muerto hacía unos minutos. Su ropa estaba intacta, pero tenía el cabello suelto y enmarañado, y alguien —al parecer, el asesino— le había atado un pañuelo alrededor de! cuello. La autopsia reveló que la habían estrangulado con una cuerda de embalar bastante gruesa.

Según informó
The Times
el
27
de diciembre, no había «nada parecido a una pista», y tanto los médicos como la policía creían que «el hecho era obra de una mano experta». Lo que desconcertó al médico de la policía fue que Rose tenía la boca cerrada y la lengua dentro cuando la encontraron. En aquel entonces se ignoraba que en la mayoría de las estrangulaciones a lazo la ligadura —en este caso una cuerda— se tensa alrededor del cuello y comprime las arterias carótidas o las venas yugulares, impidiendo el paso de la sangre al cerebro. En cuestión de segundos se pierde la conciencia y sobreviene la muerte. A menos que se comprima la laringe, como ocurre en la estrangulación manual, la lengua no asoma entre los labios.

La estrangulación a lazo es una forma rápida y sencilla de controlar a una víctima, ya que la persona pierde el conocimiento con rapidez. En la estrangulación manual, por el contrario, la muerte se produce por asfixia, y la víctima opondrá resistencia durante varios minutos, mientras lucha por respirar. La estrangulación a lazo se parece al degollamiento. En ambos casos la víctima es incapaz de emitir sonidos y queda impedida casi en el acto.

Una semana después del asesinato de Rose Mylett, un niño desapareció en Bradford, Yorkshire, una ciudad que figuraba en el itinerario de giras de la compañía teatral de Irving y quedaba a entre cuatro horas y media y seis horas de viaje desde Londres, según el número de paradas que hiciera el tren. A las seis y cuarenta de la mañana del jueves 27 de diciembre, la señora Gill constató que su hijo John, de siete años, subía al carro del lechero para dar un pequeño paseo. Más tarde, a las ocho y media, John estuvo jugando con otros niños, y alguien lo vio conversar con un hombre. El pequeño no volvió a casa. Al día siguiente, su desesperada familia fijó un cartel que decía:

John Gill, de ocho años, desapareció el jueves por la mañana. Se lo vio por última vez a las ocho y media, patinando en las inmediaciones de Walmer-Village. Vestía abrigo azul marino (con botones de bronce), gorra marinera, traje con pantalón bombacho, botines, calcetines rojos y blancos; tez clara. Domicilio: 41, Thorncliffe Road.

La nota indicaba que John tenía ocho años porque sólo faltaba un mes para su cumpleaños. Ese viernes a las nueve de la noche, un aprendiz de carnicero, Joseph Buckle, estuvo en los alrededores de unas cuadras y unas cocheras cercanas a la casa de los Gill. No notó nada extraño. Al día siguiente, el sábado, se levantó temprano para uncir el caballo de su patrón. Se puso a limpiar las cuadras, como de costumbre, y mientras arrojaba estiércol a una zanja vio «un bulto en un rincón, entre la pared y la puerta de la cochera».

Fue a buscar una lámpara y descubrió que el bulto era un cadáver con una oreja cortada. Corrió a la panadería para pedir ayuda.

El cuerpo estaba envuelto en el abrigo del niño y atado con sus tirantes. Varios hombres destaparon el hatillo y vieron lo que quedaba de John tendido del lado derecho, las piernas amputadas y amarradas con cuerda a ambos lados del trance. Le habían cortado las dos orejas. Tenía un trozo de camisa enrollado alrededor del cuello, y otro en torno al muñón de la pierna izquierda. Presentaba varias puñaladas en el pecho y una incisión en el abdomen, y los órganos internos estaban en el suelo. Le habían «arrancado» el corazón y se lo habían colocado debajo de la barbilla.

«Mataré a otro jovencito, como los niños que trabajan en las prensas de la City. Le escribí antes, pero parece que no me entendió. Les haré más daño que a las mujeres, les sacaré el corazón—escribió el Destripador el 26 de noviembre— y los abriré en canal del mismo modo […] Los atacaré cuando vuelvan a casa […] Mataré a cualquier niño que vea, pero nunca me atrapará. Ponga eso en su pipa y fúmela…»

Según un periódico, a John Gill le habían quitado las botas y se las habían metido en la cavidad abdominal. Había otras mutilaciones «demasiado repugnantes para describirlas». Uno de los envoltorios hallados junto al cadáver, informó
The Times,
llevaba «el nombre de W. Masón, Derby Road, Liverpool». Lo que debería haber sido una magnífica pista quedó en agua de borrajas. Liverpool estaba a menos de cuatro horas de Londres, y cinco semanas antes el Destripador había escrito una nota en la que afirmaba que estaba allí. El 19 de diciembre, o poco más de una semana después del asesinato de John Gill, el Destripador envió una carta a
The Times..,
supuestamente desde Liverpool.

«Estoy en Liverpool y pronto tendrán noticias mías.»

La policía sospechó enseguida de William Barrett, el lechero que había dado un paseo a John dos días antes, pero no había nada que lo incriminase, aparte del hecho de que guardaba su caballo y su coche en las cuadras y la cochera donde habían encontrado el cadáver. Barrett había dado otros paseos a John y tenía muy buena reputación entre los vecinos. La policía no encontró manchas de sangre en el cuerpo ni en el abrigo de John Gill. Tampoco había sangre en las cuadras ni en la cochera. El asesinato se había cometido en otra parte. Un policía que patrullaba la zona declaró que a las cuatro y media de la madrugada del sábado había empujado las puertas de la cochera, para asegurarse de que estaban seguras, y que había estado en el «sitio exacto» donde el asesino dejó los restos de John Gill menos de tres horas después.

Con posterioridad, en una carta incompleta y s i n fecha, el Destripador escribió a la policía metropolitana: «He destripado un cuerpecillo en Bradford.» En una carta del 16 de enero de 1889, se refirió a «mi viaje a Bradford».

No parece haber cartas del Destripador entre el 23 de diciembre y el 8 de enero. No sé dónde pasaba Sickert las fiestas navideñas, pero sospecho que quizá quisiera estar en Londres el último sábado del año, el 29 de diciembre, cuando el Lyceum estrenaba un
Hamlet
protagonizado por Henry Irving y Ellen Terry. Es posible que Ellen se encontrase con su familia en West Sussex, aunque las cartas de ese período no aclaran dónde se encontraba ninguno de los dos.

Pero el mes de diciembre no debió de ser feliz para Ellen. Dudo que viera mucho a Walter, y me pregunto si sabía dónde estaba o lo que hacía. Sin duda estaría muy afligida por la enfermedad de un querido amigo de la familia, el orador y político reformista John Bright.
The Times
informaba a diario sobre su estado de salud, y esas notas podrían haber evocado recuerdos agridulces del padre de Ellen, que había sido uno de los mejores amigos de Bright.

Al final, el lechero arrestado en el caso de John Gill quedó en libertad y el asesinato nunca se esclareció. Tampoco el de Rose Mylett. La idea de que Jack el Destripador hubiera cometido cualquiera de estos dos crímenes no convenció, y las autoridades la olvidaron pronto. El asesino no había mutilado a Rose ni la había degollado, y el Destripador no descuartizaba niños, con independencia de lo que dijera en unas canas que, de todos modos, la policía no tomaba en serio.

Es difícil reconstruir el caso de John Gill con los insuficientes datos que revelaron los periódicos y los que surgieron del proceso. Uno de los enigmas más importantes es la identidad del hombre al que vieron hablar con John, suponiendo que esa información sea fiable. Si este hombre era un desconocido, las autoridades deberían haber hecho un esfuerzo para descubrir quién era y qué hacía en Bradford. Es evidente que el niño se marchó en compañía de una persona, y que ésta lo asesinó y lo mutiló.

El «trozo de camisa» que se halló en el cuello de John es una curiosa firma del Destripador. Que yo sepa, todas sus víctimas llevaban una bufanda, un pañuelo o alguna tira de tela alrededor del cuello. Cuando el Destripador degollaba a una víctima, nunca cortaba este tejido, y el cadáver de Rose Mylett tenía un pañuelo de mano doblado y enrollado alrededor del cuello. Es obvio que las bufandas o pañuelos de cuello significaban algo para el asesino. La artista Marjorie Lilly, amiga de Sickert, recordaba que éste tenía mucho apego a cierto pañuelo rojo. Mientras trabajaba en la serie de cuadros sobre el asesinato de Camden Town y «recreaba la escena, adoptaba el papel de villano, atándose un pañuelo al cuello, encajándose una gorra hasta los ojos y encendiendo su lámpara». Según decían, cuando un asesino llevaba un pañuelo rojo al cuello en el momento de su ejecución, era señal de que había ocultado la verdad a todos y que se llevaba sus secretos más terribles a la tumba. El pañuelo rojo de Sickert era un talismán, y nadie podía tocarlo, ni siquiera el ama de llaves, que sabía que más le valía dejarlo donde estaba cuando lo veía «colgando» del pilar de la cama del estudio, o atado al pomo de la puerta o a un clavo.

El pañuelo rojo de Sickert «desempeñaba un papel fundamental en la creación de los dibujos; lo estimulaba en los momentos cruciales, y él lo asociaba tanto con la gestación de sus ideas que lo mantenía siempre a la vista», escribió Lilly. Sickert comenzó con lo que yo llamo su «período del crimen de Camden Town» mucho antes de 1907, cuando mataron a una prostituta en ese barrio. Según Lilly, durante esa etapa de su vida Sickert «tenía dos fervorosas manías: el crimen y los príncipes de la Iglesia». El crimen estaba «personificado por Jack el Destripador; la Iglesia, por Anthony Trollope».

«¡Detesto a la cristiandad!», gritó Sickert una vez a una banda del Ejército de Salvación.

No era un hombre religioso, a menos que estuviera interpretando un importante papel bíblico. Dos de sus últimas obras son
Lázaro rompe su ayuno: autorretrato
y
El siervo de Abraham: autorretrato.
Cuanto tenía casi setenta años pintó la célebre
La
resurrección de Lázaro,
para lo cual pidió a un enterrador local que amortajase una escultura de tamaño natural que había pertenecido a William Hogarth, el pintor del siglo XVIII. Sickert se puso una poblada barba y subió a una escalera para adoptar el papel de Cristo en el momento de resucitar a Lázaro, mientras Ciceley Hey posaba como la hermana de Lázaro. Sickert copió el enorme cuadro de una fotografía, y en él, Cristo es otro autorretrato.

Es posible que en el ocaso de su vida dejase de tener estas fantasías de poder sobre la vida y la muerte. Estaba envejeciendo. Se encontraba mal a menudo. Si sólo hubiera tenido la capacidad de engendrar vida… Sabía que era capaz de quitarla. En el proceso por el asesinato de John Gill, los testimonios confirmaron que no se había cortado el corazón, sino que se había «arrancado». El asesino introdujo la mano entre las costillas cortadas y extirpó el corazón con la mano.

Trata a tu prójimo como tu prójimo te ha tratado a ti. Si Walter Sickert asesinó a John Gill fue porque podía. Sickert sólo tenía poder sexual cuando conseguía dominar y causar la muerte. Quizá no sintiese remordimientos, pero debía de sentir odio por lo que no podía poseer y lo que no podía ser. No podía poseer a una mujer. No había sido un niño normal, y nunca sería un hombre normal. No conozco un solo episodio en que demostrase valor físico. Atormentaba a la gente sólo cuando tenía ventaja.

Traicionó a Whistler en 1896, el mismo año en que murió la esposa de éste, Beatrice. Esta pérdida destrozó a Whistler, quien jamás se recuperó. En su último autorretrato, una figura negra se pierde entre las sombras hasta que es difícil distinguir al hombre.

Estaba en medio de un juicio económicamente ruinoso, quizás en el peor momento de su vida, cuando Sickert lo atacó como un cobarde desde el
Saturday Review.
El mismo año en que Sickert perdió un pleito, en 1897, Oscar Wilde salió de la cárcel con su gloriosa carrera y su cuerpo destrozados. Sickert le hizo el vacío.

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