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Authors: James Clavell

Rey de las ratas (32 page)

BOOK: Rey de las ratas
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XVI

El día de la victoria en Europa llegó, y los hombres de Changi sintiéronse exaltados. No obstante, para ellos fue una jornada como otra cualquiera. La comida, el cielo que los cubría, el calor insoportable, la enfermedad, las moscas y el desgaste, fueron idénticos. Grey mantenía su vigilancia y esperaba. Su espía le dijo que el diamante pronto cambiaría de manos. Muy pronto. Marlowe y Rey aguardaban con la misma ansiedad. Sólo faltaban cuatro días.

También llegó el día de
Eva
, que dio a luz doce pequeños roedores, Los actos conmemorativos dispuestos para tan fausto acontecimiento divirtieron enormemente a Rey y sus asociados.

Grey tuvo noticia de que estaba sucediendo algo anormal, rodeó el barracón y registró a todos los hombres con la excusa de buscar relojes o cualquier otra cosa digna del mercado negro. A Rey no le preocupaba tener un espía en el barracón. El tercer alumbramiento se produjo con toda felicidad.

Contaban ya con setenta jaulas debajo del barracón. Catorce estaban ocupadas. Pronto se llenarían doce más.

El problema de los nombres lo resolvieron del modo más sencillo posible. Los machos fueron señalados con números pares y las hembras con impares.

—Muchachos —dijo Rey—. Debemos preparar más jaulas.

Se hallaban reunidos en el barracón. La noche era fría y agradable.

—Estamos en un apuro —indicó Tex—. Ya no queda tela metálica por parte alguna. Lo único que podemos hacer es pedir ayuda a los australianos.

—Si hacemos eso —contestó Max, lentamente—, es lo mismo que dejar que los bastardos se enteren.

Todo el esfuerzo guerrero del barracón norteamericano se había centrado alrededor del oro viviente que se desarrollaba vertiginosamente debajo de ellos. Un equipo de cuatro hombres había prolongado la trinchera y hecho una serie de pasillos. Contaban con suficiente espacio para las jaulas, pero carecían de tela metálica con que hacerlas. La tela era desesperadamente necesaria; volvía a vislumbrarse otro alumbramiento, y, muy pronto, después de aquél, llegarían otro y otro.

—Si contáramos con una docena de hombres en quienes confiar, podríamos darles el par de cría y que construyeran sus propias granjas —dijo Peter Marlowe pensativo—. Así nos limitaríamos a ser los criadores centrales.

—No es bueno, Peter. No podríamos guardar el secreto.

Rey enrolló un cigarrillo y recordó que el negocio había remitido últimamente, y que llevaba una semana sin fumar cigarrillos hechos.

—Lo único factible —dijo después de un momento de reflexión— es que Timsen entre en el negocio.

—Ese piojoso australiano ya es mala competencia —reprobó Max.

—No tenemos alternativa —contestó Rey—. Necesitamos jaulas, y él es el único que sabrá cómo resolverlo, y el único en quien confío tenga la boca cerrada. Si la granja va según el plan previsto, hay bastante pasta para todos —miró a Tex—. Busque a Timsen.

Tex se encogió de hombros, y salió.

—Vamos, Peter —dijo Rey—. Será mejor que comprobemos cómo están las cosas abajo.

Se dirigió hacia la puerta de la trampa.

—¡Vaca sagrada! —exclamó al ver la extensión de las excavaciones—. Si perforamos más todo el maldito barracón se viene abajo, y, entonces, ¿dónde diablos estaremos?

—No se preocupe, jefe —dijo orgulloso Miller, que era el encargado del equipo de excavación—. Lo he planeado de modo que podemos seguir por las columnas de cemento. Tenemos espacio suficiente para mil quinientas jaulas, siempre que podamos conseguir la tela metálica. Incluso podríamos doblar el espacio si contáramos con la madera necesaria para asegurar los túneles. Sería fácil.

Rey caminó por la trinchera principal e inspeccionó los animales.
Adán
le vio llegar y, rabioso, atacó el alambre como si quisiera destruirle.

—¿Amistoso, eh?

Miller rió.

—El bastardo le conoce.

—Sería preferible interrumpir la cría —indicó Marlowe—, hasta que estén las jaulas a punto.

—Timsen es la respuesta —contestó Rey—. Si alguien puede servirnos los suministros es su equipo de ladrones.

Una vez en el barracón se sacudieron la suciedad. Después de una ducha se sintieron mejor.,

—Hola, amigo.

Timsen entró en el barracón y se sentó.

—¿Temen sus yanquis que les quemen las tripas o algo parecido?

Era alto y rudo, con ojos hundidos.

—¿De qué habla?

—El modo que tienen sus bastardos de excavar trincheras hace pensar que toda la maldita fuerza aérea ha de caer sobre Changi.

—No hay daño en ser precavido —Rey se preguntó si sería conveniente arriesgarse a que Timsen tuviera parte en el negocio—. No tardarán mucho en volar sobre Singapur. Y, cuando lo hagan, nosotros estaremos bajo tierra.

—Nunca será contra Changi. Saben que estamos aquí. Por lo menos, los nuestros. Naturalmente, cuando los yanquis están en el cielo no se puede predecir dónde infiernos caerán las bombas.

Le acompañaron a través de las galerías subterráneas, e, inmediatamente, comprendió la magnitud de la organización y el ambicioso proyecto.

—¡Mi madre, compañero! —exclamó Timsen sin aliento, cuando regresaron al barracón—. Tengo que admitirlo. ¡Mi madre! ¡Y pensar que nosotros les teníamos por cobardes! ¡Mi madre! Deben tener espacio para quinientas o seiscientas...

—Mil quinientas —interrumpió Rey impasible—. Ahora tenemos noventa. Pronto serán trescientas.

Las cejas de Timsen casi tocaron la línea de su pelo.

—Voy a contarle nuestro propósito. —Rey se detuvo revisando la oferta—. Usted nos suministrará material para mil jaulas más. Mantendremos nuestra existencia completa a mil, sólo los mejores. Usted pone en venta la producción e iremos a partes iguales. Un negocio de ese tamaño dará suficiente para todos.

—¿Cuándo empezamos a vender? —preguntó Timsen, manifiestamente interesado.

—Dentro de tres semanas le daremos diez piernas traseras. Usaremos primero los machos y mantendremos las hembras. Venderemos las patas traseras.

—¿Por qué sólo diez para empezar?

—Si ponemos más en el mercado desde un principo, los hombres sospecharán. Hemos de tomarlo con calma.

Timsen pensó un momento.

—¿Seguro que..., que la carne será conforme?

Una vez comprometido el primer suministro, Rey experimentó ciertos escrúpulos. Pero, ¡diablos! la carne era carne, y el negocio era negocio.

—Simplemente ofrecemos carne
rusa tikus.

Timsen sacudió su cabeza y sus labios hicieron bolsa.

—No me gusta la idea de venderla a mis australianos. Palabra. Eso no me parece bien. Palabra que no. No, no me parece bien; en absoluto.

Marlowe sufrió el mismo remordimiento anticipado.

—Ni a nuestros compañeros tampoco.

Los tres se miraron. «Sí —se dijo Rey—. No parecía correcto. Pero "necesitamos" subsistir.»

De repente su mente se abrió. Se volvió impasible y dijo muy serio. —Llamen a los demás. Acabo de tener una idea luminosa. Los norteamericanos fueron rápidamente reunidos. Tensos, contemplaron a Rey, que aparecía tranquilo. De momento, siguió callado, mientras fumaba un cigarrillo, al parecer, absorto. Marlowe y Timsen se miraron perturbados.

Rey se puso de pie y la electricidad del ambiente pareció aumentar. Aplastó el cigarrillo.

—Amigos —su voz era extrañamente débil y cansada—. Han transcurrido cuatro días desde el último alumbramiento. —Se volvió al cuadro de multiplicación de existencias que había en la pared—. Esperamos que nuestro rebaño aumente por encima de las cien cabezas. He llegado a un acuerdo con nuestro amigo Timsen. Él suministrará material para mil jaulas, así cuando llegue el momento, el problema albergue estará resuelto. Él y su grupo se encargarán de vender la producción. Nosotros nos limitaremos a concentrarnos en la cría de los mejores. —Se detuvo y miró fijamente a cada uno—. De hoy en ocho días empieza la venta.

Una vez conocida la fecha fatídica, los rostros parecieron mustios.

—Realmente, ¿cree que debemos hacerlo? —preguntó Max aprensivo.

—¿Quiere esperar un momento, Max?

—Yo no entiendo de ventas —dijo Byron Jones III, asegurándose el parche de su ojo—. La idea me produce...

—¿Quieren esperar, diablos? —gritó Rey, impaciente.

Todos callaron, vencidos, mientras Rey continuó casi en susurro.

—¡Solamente venderemos a los oficiales! ¡De comandantes para arriba!

—¡Mi madre! —resopló Timsen.

—¡Señor! —exclamó Max.

—¿Qué? —dijo Marlowe aturdido.

Rey guardó el silencio de los dioses.

—Sí, sólo a oficiales. Son los únicos bastardos que pueden comprar. En lugar de un negocio masivo, será un negocio de lujo.

¿Y los sodomitas que pueden permitirse el lujo de comprar son a los que quiere alimentar con carne? —preguntó Marlowe.

—¡Estupendo! —exclamó Timsen—. ¡Genial! Daría mi brazo derecho por ver a tres bastardos que conozco, comer carne de rata y luego decirles...

—Yo conozo a dos —interrumpió Marlowe—, a quienes también les daría la carne, al menos, vendérsela. Pero si llega a los jefazos..., son tan brutos que se lo olerán.

Max gritó por encima de las risas.

—Escuchen, camaradas. Escuchen. Escuchen un momento. —Se volvió a Rey—. Sabe... yo... bueno... yo —sentíase tan conmovido que le resultaba imposible hablar—. Yo siempre... yo no siempre he estado de su parte. No hay daño en eso. Vivimos en un país libre. Pero esto... esto es tan enorme... tan... eso... bueno... —Extendió la mano solemnemente—. Quiero estrechar la mano del hombre que tuvo semejante idea. Creo que todos deberíamos estrechar la mano del verdadero genio. En nombre de todos los prisioneros del mundo... me siento orgulloso de usted. ¡El Rey!

Max y Rey se estrecharon las manos.

Tex saltaba nervioso de uno a otro lado.

—Sellars, Prouty, Grey... están en la lista.

—Grey no tiene dinero —indicó Rey.

—Bueno le daremos un poco —dijo Max.

—No podemos hacer eso. Grey no es tonto. Sospecharía —intervino Marlowe.

—¿Y qué les parece Thorsen... aquel bastardo...?

—Los oficiales yanquis no. Bueno —rectificó Rey delicadamente—. Quizás uno o dos.

Los vítores cesaron rápidamente.

—¿Y los australianos?

—Eso queda de mi cuenta, compañero —repuso Timsen—. Ya tengo en perspectiva tres docenas de clientes.

—¿Y los demás? —preguntó Max.

—Todos podemos pensar en algunos de ellos —Rey se sentía poderoso y extático.

—Es una suerte que los bastardos que tienen la pasta, o el medio de conseguirla, sean los que usted quiere alimentar y luego decirles lo que han comido —dijo Tex.

Poco antes de apagar las luces, Max se precipitó dentro del barracón y susurró a Rey.

—Un guardián se encamina hacia aquí.

—¿Quién?

—Shagata.

—Conforme —dijo Rey procurando que su voz fuera normal—. Compruebe que todos nuestros vigías estén en su puesto.

—Ahora mismo.

Max se precipitó fuera.

Rey se inclinó hacia Marlowe.

—Quizás haya habido un chivatazo —dijo nervioso—. Será mejor que estemos preparados.

Se deslizó fuera por la ventana y se aseguró de que el toldo estaba en posición; luego, se sentó con Marlowe a su protección y esperaron.

Shagata asomó su cabeza por debajo del toldo y cuando reconoció a Rey se deslizó rápidamente y se sentó. Apoyó su rifle contra la pared y ofreció un paquete de «Kooas».


Tabe
—dijo.


Tabe
—replicó Marlowe.

—Hola —dijo Rey.

Su mano temblaba al coger el cigarrillo.

—¿Tienes algo que venderme esta noche? —preguntó Shagata con voz sibilante.

—Pregunta si tiene algo que venderle esta noche.

—Dígale que no.

—Mi amigo está abatido porque no tiene nada con que tentar a un hombre de gusto esta noche.

—¿Tendría su amigo semejante artículo dentro de tres días?

Rey suspiró aliviado cuando Marlowe tradujo.

—Dígale que sí. Y que es de sabios el comprobar.

—Mi amigo dice que, probablemente, ese día tenga algo para tentar a un hombre de gusto. Y añade que hacer negocios con un hombre tan cuidadoso, es bueno para la conclusión satisfactoria de dicha transacción.

—Es siempre sabio acordar los asuntos en la negrura de la noche —Shagata respiró profundamente—. Si no vengo pasadas tres noches espéreme en las sucesivas. Un mutuo amigo teme no poder cumplir su parte con la premura acordada. Pero sí podrá dentro de tres noches desde la de hoy.

Shagata se incorporó y dio a Rey el paquete de cigarrillos. Una ligera inclinación y la oscuridad se lo volvió a tragar.

Marlowe tradujo lo que había dicho Shagata.

—Formidable. Simplemente formidable. ¿Quiere venir mañana por la mañana? Discutiremos planes.

—Voy con el equipo del aeropuerto.

—¿Quiere que le busque un sustituto?

Marlowe negó con un movimiento de cabeza.

—Sería mejor que se quedara-dijo Rey—, por si Cheng San quiere establecer algún contacto.

—¿Cree usted que algo va mal?

—No. Shagata demuestra inteligencia al comprobar. Yo también lo hubiera hecho. Todo sigue según lo previsto. Otra semana y el negocio habrá terminado.

—Así lo espero.

Marlowe recordó el poblado. Esto le hizo desear que el negocio se concertara. Todo su ser ansiaba volver allá, y, de lograrlo, Sulina sería suya o perdería el juicio.

—¿Qué pasa? —Rey percibió el estremecimiento de Marlowe. —Simplemente, que me gustaría tener a Sulina en los brazos en este momento. —¿Sí?

La respuesta de Marlowe hizo aflorar una sombra de temor en los ojos de Rey. Aquél sonrió desmayamente.

—No se preocupe, viejo camarada. No haré ninguna locura, si es eso lo que está pensando.

—Desde luego —Rey sonrió—. Pero debemos esperar a... y mañana es la representación. ¿Sabe de qué se trata?

—Sólo que se titula «Triángulo». Y que Sean es el protagonista.

La voz de Marlowe se hizo repentinamente clara.

—¿Por qué estuvo a punto de matar a Sean?

Rey no lo había preguntado antes, pues, con un hombre como Marlowe, siempre resultaba peligroso inmiscuirse en sus asuntos privados. Pero entonces intuyó que el momento era oportuno.

—No hay mucho que decir —contestó satisfecho de que Rey abordara aquel asunto—. Sean y yo estuvimos en el mismo escuadrón en Java. El día antes de que la guerra acabara allí, Sean no regresó de una misión. Supuse que había muerto.

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