Rey de las ratas (38 page)

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Authors: James Clavell

BOOK: Rey de las ratas
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Vítores tumultuosos, pitidos, silbidos y gritos de: «¿Dónde está Sean?» «¿A qué guerra se refiere?» «¡Bien, viejo!» «¡Empiecen ya!» y «¡Queremos a Sean!»

Phil hizo una reverencia y comenzó la función. Una vez empezada, Marlowe se relajó algo.

Dino apareció de repente al lado de Rey y susurró algo en su oído.

—¿Dónde? —oyó preguntar a Rey—. Conforme, Dino. Vuélvase al barracón.

Rey se inclinó.

—Debemos irnos Peter. —Su rostro no se alteró, y su voz casi era un susurro—. Cierto tipo quiere vernos.

«¡Shagata! Y ahora, ¿qué?», pensó Marlowe.

—No podemos levantarnos e irnos en este momento —contestó intranquilo.

—¡El infierno no podemos! Los dos sufrimos un ataque de disentería. Vamos.

Rey empezó a caminar por el pasillo.

Marlowe se sintió desnudo ante tantos ojos asombrados, al precipitarse tras él.

Encontraron a Shagata refugiado en las sombras detrás del escenario. Daba muestras de estar nervioso.

—Te ruego perdones mi intemperancia al mandar en tu busca tan de repente, pero hay dificultades. Uno de los juncos de nuestro mutuo amigo fue interceptado y ahora lo interroga, acusado de contrabando, la odiosa Policía.

Shagata, sin su fusil, era como un huérfano, y sabía que, de ser sorprendido en el campo en horas libres de servicio, le encerrarían en la caja sin ventanas.

—Se me ocurrió pensar que si nuestro amigo es interrogado brutalmente, puede mezclarnos.

—¡Demonios! —exclamó Rey.

Nervioso aceptó un «Kooa» y los tres se adentraron más en las sombras.

—Pensé que, siendo tú un hombre de experiencia —continuó precipitadamente Shagata— sabrías organizar un plan que nos permita eludir las consecuencias.

Su mente trabajaba veloz, pero siempre obtenía la misma respuesta: Espera y sudor.

—Peter. Pregúntele si Cheng San estaba en el junco cuando fue detenido.

—Dice que no.

Rey suspiró, aliviado.

—Entonces quizá Cheng San pueda escurrirse. —Volvió a pensar. Luego dijo—: Lo único que podemos hacer es aguardar. Dígale que no se asuste, que mire de ponerse en contacto con Cheng San de algún modo y averiguar si ha dicho algo. Debe avisarnos si hay novedad.

Marlowe tradujo. Shagata respiró a través de sus dientes.

—Me impresiona que vosotros estéis tranquilos cuando yo tiemblo de miedo, pues si me cogen tendré suerte si primero disparan sobre mí. Haré lo que dices. Si tú eres cogido, te ruego que no me líes. Yo intentaré hacer lo mismo. —Su cabeza se movió de un lado a otro cuando oyeron un leve silbido de aviso—. Debo dejaros. Si todo va bien nos atendremos al plan. —Precipitadamente tiró el paquete de «Kooas» a las manos de Marlowe—. No te conozco ni tampoco a tus dioses, pero seguro que hablaré mucho con el mío por el bien de todos nosotros.

Se marchó.

—¿Y si Cheng San se va de la boca? —preguntó Marlowe con el estómago hecho un nudo—. ¿Qué podemos hacer?

—Huir.

Rey tembloroso, encendió otro cigarrillo y se apoyó contra el edificio, abrazando las sombras.

—Es preferible a ir a Outram Road.

Detrás de ellos acabó el primer acto entre aplausos, gritos y risas. Pero ninguno de los dos pareció enterarse.

Rodrick estaba en el escenario dirigiendo a quienes disponían el decorado para el segundo acto.

—¡Comandante! —Mike se precipitó junto a él—. Sean está haciendo un drama. Se le van a secar los ojos de tanto llorar.

—¡Cielos! ¿Qué ha sucedido? Todo iba bien hace un minuto —explotó Rodrick.

—No lo sé.

Rodrick soltó un taco y se marchó veloz. Angustiado golpeó la puerta del camerino.

—Sean, soy yo. ¿Puedo entrar?

Oyó sollozos contenidos a través de la puerta.

—No. Vete. No sigo. No puedo.

—Sean. Todo va bien. Simplemente estás rendido, eso es todo.

—¡Vete y déjame solol —gritó histérico—. ¡No sigo!

Rodrick quiso abrir la puerta pero estaba cerrada con llave. Volvió presuroso al escenario.

—¡Frank!

—¿Qué quiere? —preguntó éste que, cubierto de sudor e irritado, estaba subido en una escalera de mano arreglando una luz que no funcionaba.

—Baje. He de hablarle.

—¡Por amor de Dios! ¿No ve que estoy ocupado? Resuélvalo usted —rugió—. ¿Es que yo he de hacerlo todo? Aún no me he cambiado ni maquillado. —Volvió otra vez a su tarea—. Pruebe los otros interruptores, Duncan. ¡Vamos, hombre, de prisa!

Desde el otro lado de la cortina llegó a Rodrick el creciente coro de pateos impacientes. «¿Ahora qué hago?», se preguntó.

Regresó a los vestuarios.

Entonces vio a Marlowe y a Rey cerca de la puerta lateral. Bajó corriendo los peldaños.

—Marlowe. Tiene usted que ayudarme.

—¿Qué pasa?

—Es Sean, está haciendo una escena —empezó Rodrick sin aliento—. Rehusa seguir. ¿Quiere usted hablarle, por favor? Yo no consigo nada. Háblele, ¿quiere?

—Pero...

—No necesitará ni un segundo —le interrumpió Rodrick—. Es usted mi última oportunidad. Por favor. Me preocupa Sean desde hace unas semanas. Su papel es difícil incluso para una mujer, y aún más para... —Se detuvo, y continuó débilmente—. Por favor, Marlowe. Temo por él. Nos prestaría un gran servicio.

Marlowe vaciló.

—Está bien —dijo.

—Nunca se lo agradeceremos bastante.

Rodrick se enjugó la frente e inició el camino de regreso, con Marlowe siguiéndole de mala gana. Rey continuó allí, como ausente, pensando cómo y por dónde podría huir, de precisarlo. Intranquilo, Marlowe golpeó la puerta. —Soy Peter. ¿Puedo entrar. Sean? Sean le oyó a través de una tormenta de horror. —Soy Peter. ¿Puedo entrar?

Sean abrió la puerta. Las lágrimas estropeaban su maquillaje. Marlowe vaciló antes de entrar en el vestuario. Sean cerró la puerta a sus espaldas.

—Peter, no puedo seguir. He llegado al fin —dijo aniquilado—. No puedo fingir, no puedo. Estoy perdido, ¡perdido! ¡Que Dios me ayude! —Ocultó la cara entre sus manos—. ¿Qué voy a hacer? No puedo enfrentarme más con eso. No soy nada. ¡Nada!

—Lo comprendo, Sean, compañero —contestó Marlowe lleno de piedad—. No te preocupes. Eres muy importante. La persona más importante de todo el campo. —Quisiera estar muerto. —Eso es una tontería. Sean dio media vuelta y se encaró con él. —¡Mírame! ¿Qué soy yo? En nombre de Dios. ¿Qué soy yo? Pese a sí mismo Marlowe sólo vio a una chica patéticamente atormentada. Vestía una falda de color blanco y llevaba zapatos de tacón alto. Sus largas piernas lucían medias y la blusa mostraba la forma de unos senos.

—Eres una mujer, Sean —dijo igualmente abatido— Dios sabe cómo... o por qué pero lo eres.

El terror el sufrimiento y el odio a sí mismo cesaron de atormentar a Sean.

—Gracias, Peter. Gracias de todo corazón. Se oyó un golpe en la puerta.

—En marcha dentro de dos minutos —dijo Frank desde el otro lado—. ¿Puedo entrar? —Un momento.

Sean fue al tocador, borró las huellas de lágrimas, reparó el maquillaje y se observó un instante. —Entra, Frank.

La visión de Sean dejó sin respiración a Frank, como siempre. —¡Estás maravilloso! ¿Te encuentras bien? —Sí. Temo que he sido algo loco. Lo siento.

—Simplemente, exceso de trabajo —contestó Frank ocultando su preocupación. Miró a Peter—. Hola. Celebro verte. —Gracias.

—Mejor que te prepares, Frank —apremió Sean—. Estoy bien ahora. Frank captó la sonrisa afeminada y automáticamente volvió a los modos que él y Rodrick habían comenzado tres años atrás y que lamentaban desde entonces.

—Aparecerás maravillosa, Betty —dijo abrazando a Sean—. Estoy orgulloso de ti.

Pero entonces, a diferencia de otras incontables veces, fueron hombre y mujer. Sean descansó sobre él, necesitándole con cada molécula de su ser. Y Frank lo sabía.

—Nosotros... estaremos dispuestos en un minuto —dijo inseguro por la repentina y arrolladura necesidad que sentía—. Yo... tengo que prepararme.

Salió.

—Será mejor que vuelva a mi asiento —dijo Marlowe profundamente impresionado.

Había intuido más que visto la chispa entre ellos.

—Sí.

Pero Sean apenas reparaba ya en él.

Comprobó por última vez su maquillaje y esperó su turno entre bastidores, donde sufrió el inevitable momento de terror. Luego «se convirtió». Los vítores y la maravillosa lujuria cayeron sobre «ella». Los ojos la seguían cuando «ella» se sentaba, cuando «ella» se cruzaba de piernas y cuando «ella» caminaba o charlaba. Aquellos miles de pares de ojos la alcanzaban, la «tocaban» y la hacían vivir. «Ella» y los ojos se fundieron en un mismo deseo.

—Comandante —preguntó Marlowe que en unión de Rey y Rodrick permanecía entre bastidores—, ¿Qué significa el nombre de Betty?

—¡Oh! Es parte de todo este lío —replicó Rodrick con acento desgraciado—. Ése es el nombre de Sean esta semana. Nosotros, Frank y yo, siempre llamamos a Sean según el papel que desempeña.

—¿Por qué? —interrogó Rey.

—Para ayudarle en su papel —Rodrick miró al escenario, esperando su turno—. Empezó como un juego —dijo amargamente—. Ahora es un condenado enredo. Creamos eso... esa mujer. ¡Que Dios nos perdone! Somos responsables.

—¿Por qué? —preguntó Marlowe.

—Usted recordará lo mal que estuvimos en Java —Rodrick miró a Rey—. Yo era actor antes de la guerra, y me enviaron aquí para que organizara el teatro del campo.

.Rodrick dejó que sus ojos vagaran de nuevo por el escenario y observó a Frank y a Sean. Algo extraño advirtió en ellos en aquel momento. Analizó con ojo crítico la actuación de ambos y la encontró inspirada.

—Frank también es profesional y empezamos a trabajar juntos en algunas exhibiciones. Llegó un momento en que fue preciso que uno hiciera de mujer, pero ni él ni yo queríamos hacerlo. Entonces las autoridades del campo seleccionaron a dos o tres. Uno de ellos fue Sean.

Desesperado, se opuso, pero ya saben ustedes cuan tozudos son los oficíales mayores.

—Alguno ha de hacer de chica, diablo. Usted es lo bastante joven para imitarlas bien, y además, no se afeita más que una vez por semana. Sólo se trata de ponerse vestidos femeninos durante una hora o así. Piense en lo que será para la moral de todos.

Sean rabió, maldijo
y
suplicó, pero fue en vano.

Sean me pidió que no lo aceptase. Yo no veía futuro en trabajar con un talento que no cooperaba, e intenté echarlo de la compañía.

—Miren —dije a las autoridades—. Realmente es un gran esfuerzo psicológico.

—¡Memo! —me dijeron—. ¿Qué daño puede haber en ello?

»—Hacer de chica puede envolverle, por poco inclinado que estuviera...

»—¡Bobadas! —me replicaron—. ¿Trabajar en el teatro pervierte el cerebro? ¿Y al teniente Jennison? ¡Imposible! Nada hay que haga pensar eso de él. Es un piloto estupendo, comandante. Se acabó. ¡A usted se le ha ordenado que lo acepte y a él que lo haga!

»Frank y yo intentamos aplacar a Sean, pero juró ser la peor actriz del mundo, y comportarse desastrosamente en la primera actuación para que lo eliminaran. Le dijimos que a nosotros también nos preocupaba.

Su primera intervención fue terrible. Pero después pareció no odiar tanto al teatro. Incluso para sorpresa suya, le gustó. Así empezamos a trabajar. Era bueno tener algo que hacer para no pensar en el pestilente campo y en la asquerosa comida. Le enseñamos cómo habla, camina y siente una mujer; como fuma, bebe, viste, e, incluso, cómo piensa. Entonces, empezamos a jugar a creerlo. Siempre estábamos en el teatro nos levantábamos cuando él entraba y le ayudábamos a sentarse. Le tratábamos igual que a una mujer. Primero fue algo excitante mantener la ilusión. Nos aseguramos de que Sean nunca fuera observado al vestirse o desnudarse, y que sus hábitos no trascendieran, si bien tenían que ser sugestivos para él. Incluso conseguimos un permiso especial para que tuviera una habitación especial, con ducha.

«Luego, repentinamente, ya no necesitó ayuda. Resultaba ser una mujer tan completa en el escenario como era posible imaginar.

»Poco a poco la mujer empezó a dominar en él fuera del escenario si bien nosotros no lo notamos. Por entonces, Sean se había dejado crecer el pelo, pues las pelucas que teníamos no valían nada. Al fin se puso ropas de mujer. Una noche intentaron forzarle.

«Después de aquello Sean casi perdió la razón. Quiso aplastar a la mujer que había en él, y no pudo. Probó de suicidarse. Afortunadamente lo evitamos. Ahora bien, semejante cúmulo de cosas no ayudó a Sean. Por el contrario, todo fue peor y terminó maldiciéndonos por haberle salvado la vida.

Unos meses después hubo otro intento. Entonces Sean enterró su yo masculino.

—No voy a luchar más contra ello —dijo—. Queríais que fuese mujer, ahora creen que lo soy. Muy bien. Lo seré. Siento que lo "soy", y no es preciso fingir más. "Soy" una mujer y voy a dejar que me traten como a una de ellas.

—Frank y yo intentamos disuadirle, pero estaba totalmente contra nosotros. Finalmente lo aceptamos como una cosa temporal. Sean volvería a ser el de antes.

En realidad era insuperable para mantener la moral del campo y no conseguiríamos otro que fuera ni una décima parte tan bueno como él para hacer el papel de chica. Nos encogimos de hombros y continuó el juego.

Pobre Sean. Es una persona maravillosa. Si no fuera por él, Frank sería una calavera desde hace tiempo.

Una tempestad de aplausos saludó a Sean cuando apareció de nuevo por el otro lado del escenario.

—Ustedes no tienen ni idea de lo que hace el aplauso en uno —dijo Rodrick casi para sí mismo—; el aplauso y la adoración. No, a menos que lo hayan experimentado. Fuera del escenario, no es posible. Es una droga excitante, que asusta y a la vez deslumbra. Y siempre cae a torrentes sobre Sean. Siempre. Eso y la sensualidad de... ustedes mía, de todos nosotros.

Rodrick se limpió el sudor de su rostro y manos.

—Somos responsables, conforme. Que Dios nos perdone.

Llegó su turno y penetró en el escenario.

—¿Quiere que volvamos a nuestros asientos? —preguntó Marlowe a Rey.

—No. Permanezcamos aquí. Nunca había estado entre bastidores. Y es algo que siempre deseé.

«¿Estará ahora Cheng San derrapando sus intestinos?», se preguntó Rey.

Pero era inútil preocuparse. Se hallaban comprometidos y estaba dispuesto a enfrentarse a cuanto viniera. Volvió a mirar al escenario. Observó a Rodrick, a Frank y a Sean. Sus ojos siguieron todos los movimientos y gestos de Sean. Pero eso lo hacían todos. Parecían hipnotizados.

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