S.E.C.R.E.T (18 page)

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Authors: L. Marie Adeline

Tags: #Erótico

BOOK: S.E.C.R.E.T
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Los ojos de buey estaban empañados por la lluvia. Pero yo necesitaba encontrar a alguien de la tripulación para hacerle saber que estaba ahí y preguntarle qué plan tenía, si es que tenía alguno. Volví a abrir la escotilla de un empujón y salí a la intemperie. La lluvia caía de lado y se precipitaba sobre mi piel como un millar de agujas. Estaba a punto de dirigirme corriendo al puente de mando cuando oí una voz. Pensé que vendría de un altavoz del yate, pero en realidad procedía de un remolcador del servicio de guardacostas que se había arrimado a nuestra embarcación. En la cubierta del remolcador, un hombre alto en camiseta blanca y vaqueros gritaba mi nombre por un megáfono.

—¡Cassie! ¡Me llamo Jake! ¡Tienes que desembarcar cuanto antes! Debes salir de ese barco en seguida, antes de que la tormenta empeore. ¡Ven aquí, cógete de mi mano! He venido a rescatarte.

¿A rescatarme? De no haber sido por la tormenta, que era real y me estaba asustando de verdad, habría supuesto que aquello tenía que ver simplemente con mi fantasía de que me rescatasen. Pero la expresión del hombre del remolcador me convenció de que el mal tiempo no formaba parte de mi fantasía. El peligro era auténtico. Me agarré de la barandilla, con la túnica empapada. ¿Realmente estaría más segura en la pequeña embarcación de los guardacostas que en el yate enorme y sólido donde me encontraba? Nada parecía tener sentido.

—¡Cassie! ¡Acércate más y te cogeré de la mano!

Salí a la cubierta y vi el mar embravecido a mi alrededor. Una ola tras otra embestía el barco y me golpeaba las piernas, derramando torrentes de agua sobre la cubierta lustrosa y la piscina azul. Una ola particularmente violenta me derribó e hizo que me golpeara la cadera contra el suelo. Me quedé allí sentada, con las piernas abiertas y completamente paralizada, presa del pánico más terrible. Ya no podía oír la voz de Jake, sofocada por el estruendo del mar oscuro y colérico. Me agarré a una de las barras inferiores de la barandilla porque me daba miedo ponerme en pie. Tenía la sensación de que, si me soltaba, las olas me barrerían de la cubierta y me lanzarían por la borda. Antes de que pudiera darme cuenta, un brazo grueso y firme como el tronco de un árbol me agarró por la cintura y me levantó del suelo.

—¡Tenemos que salir de este barco ahora mismo! —gritó Jake.

—¡De acuerdo!

No sé qué pasó después. Sólo recuerdo que yo me debatía como un gato mojado y asustado bajo un aguacero y que intenté agarrarme a él, pero mis manos resbalaron de su camiseta mojada. De pronto, sentí que caía por la borda y en seguida noté el frío aguijonazo del agua. Durante un segundo estuve sumergida, viendo la agitada superficie del mar sobre mi cabeza. Lancé un grito silencioso bajo el agua y sentí mi cuerpo zarandeado por la corriente, hasta que por fin mi cabeza volvió a emerger y mi propio grito me taladró los oídos. Inspiré y me bastó un segundo para comprender que, si las dos embarcaciones se seguían arrimando, me aplastarían. Antes de poder decidir qué hacer, vi a Jake luchando contra las olas para llegar hasta mí.

—¡Cassie! ¡Cálmate! —gritó Jake, braceando en mi dirección—. ¡Todo saldrá bien! ¡Tienes que relajarte!

Intenté escuchar y me recordé a mí misma que yo sabía nadar. Empecé a bracear y colaboré para que los dos pudiéramos acercarnos al barco de rescate. Una vez allí, Jake ayudó a agarrarme con las dos manos de uno de los peldaños inferiores de la escalerilla, mientras él subía. Finalmente, se agachó, me tendió un brazo y me subió a bordo, levantándome como si fuera una muñeca de trapo mojada. Caí sin aliento sobre la cubierta. Él se sacudió el pelo y se golpeó las sienes con las manos para sacarse el agua de los oídos. Después me cogió la cara entre sus manos y dijo:

—Bien hecho, Cassie.

—¿Qué quieres decir? —pregunté—. ¡Me he quedado paralizada por el pánico! ¡Por mi culpa casi morimos los dos!

—Pero después te has calmado, has empezado a nadar y con tu ayuda los dos hemos podido llegar al remolcador. Y ahora estamos a salvo y todo saldrá bien. —Me apartó de la cara varios mechones de pelo mojado—. Ahora ve abajo.

Cuando se puso en pie, pude mirar detenidamente al hombre que me había salvado. Era enorme. Medía por lo menos un metro noventa y tenía una densa cabellera negra y ondulada, y los ojos también negros. Su perfil era el de una estatua griega. Me sorprendió cuando le estaba mirando el torso y entonces me di cuenta. «¡Sabe mi nombre!»

—¿Eres uno de los hombres de…?

—Así es —dijo, mientras me ayudaba a ponerme en pie. Me echó sobre los hombros una gruesa manta de lana y añadió—: Ahora que estás aquí, sana y salva, quizá deberíamos volver al plan inicial. ¿Qué te parece? ¿Aceptas el paso?

—Eh…, sí, supongo que sí. Lo acepto.

—Bueno, sea como sea, todavía tenemos que salir de aquí. Por si te interesa saberlo, soy submarinista y salvavidas diplomado.

Apoyó sus firmes manos sobre mis hombros temblorosos y me condujo por una escalerilla hasta un camarote mucho más pequeño que el del yate, pero más acogedor y mucho menos estable. Las olas azotaban los ojos de buey. Fui directamente hacia una estufa eléctrica encendida en un rincón y abrí la manta para atrapar el aire caliente alrededor de mi cuerpo. Miré a mi alrededor, intentando mantener el equilibrio, mientras la tormenta zarandeaba la embarcación. El ambiente estaba tenuemente iluminado con apliques en las paredes. Las superficies estaban revestidas con paneles de roble y había cojines guateados esparcidos sobre una litera. Me fijé en la pintoresca cocina, con quemadores antiguos y fregadero de cerámica. Parecía ser el camarote del capitán.

—Lamento haberme dejado llevar por el pánico. Pensaba que nos estábamos alejando de la tormenta y, en cuanto quise reaccionar, estaba metida en plena tempestad.

Empecé a sollozar, finalmente abrumada por todo lo que había pasado en las últimas horas.

—Cálmate. Ahora todo se ha arreglado —dijo Jake, atravesando presuroso la habitación para rodearme con sus brazos—. Estás a salvo. Pero tengo que dejarte un momento para poder sacar el barco de la ruta del huracán.

—¡¿Huracán?!

—Bueno, empezó siendo una tormenta tropical, pero se ha transformado con mucha rapidez en huracán. Espérame aquí. Y quítate esa ropa. Dentro de muy poco estaremos lejos de aquí, sanos y salvos —dijo mientras yo entreveía su musculoso torso bajo la camiseta blanca mojada.

Era el modelo perfecto para la portada de una novela romántica. Y aunque yo no quería volver a quedarme sola, su voz tenía una autoridad muy difícil de ignorar.

—Métete bajo las mantas para entrar en calor. Me reuniré contigo dentro de un rato.

Dio unos pasos para marcharse, pero en seguida se volvió y regresó hasta donde me había dejado, de pie delante de la estufa. Cuando se inclinó para besarme, casi me reí de nuestra imagen: yo, una mujer menuda y calada hasta los huesos, envuelta en una manta, recibiendo el beso de un gigante, un semidiós descamisado de rizos mojados, con las pestañas más espesas que hubiese visto nunca en un hombre. Apoyó sus labios sobre los míos y los separó con facilidad para dejar paso a su lengua tibia, que empezó a explorar mi boca, tímidamente al principio y después con más ardor. Entre sus manos enormes, mi cabeza no parecía mucho más grande que un melocotón. Cuando se apartó de mí, lo hizo a su pesar. Pude notarlo.

—No tardaré mucho —dijo.

—Apresúrate.

¿Había dicho «apresúrate»? Estaba empezando a hablar como la heroína sureña de una novela de amor. Corríamos auténtico peligro y yo me estaba derritiendo por un hombre como una adolescente.

Dejé caer al suelo la manta mojada y contemplé el camarote. Abrí un pequeño armario y encontré colgadas unas cuantas camisas azules de trabajo. Me quité la ropa mojada, tendí las prendas con cuidado sobre una silla, delante de la estufa, y me puse una de las camisas de franela. Como él era tan grande, la camisa me llegaba a las rodillas. Me subí a la cama, notando la fuerza de las olas. Con cada minuto que pasaba, las aguas del golfo parecían calmarse progresivamente. Me acordé del guapo piloto y deseé que hubiera llegado a tierra sano y salvo. Me dije que debía pedirle a Jake que lo averiguara. Tenía que haber algún número, algún centro de atención donde los miembros y los participantes pudieran ponerse en contacto con S.E.C.R.E.T.

El ruido del motor al apagarse me despertó del sueño. No sabía cuánto tiempo llevaba dormida, pero el mar estaba mucho más calmado. Oí los pesados pasos de Jake sobre la cubierta, moviéndose en dirección a la escalera que bajaba al camarote donde yo lo esperaba, en la cama. No se me daba bien esperar. La calma en medio del caos no era mi estilo. Pero aquello era, después de todo, mi fantasía de rescate. Y aunque el rescate en sí no me había gustado en absoluto, estaba más que dispuesta a participar en lo que viniera después.

—Hola —dijo él, sonriendo de oreja a oreja al verme en la cama.

—Hola.

—Todo en orden allá arriba. Estamos a salvo, lejos de la tormenta. ¿Te importa si me quito el resto de la ropa? Está mojada…

—Para nada —contesté, apoyándome en las almohadas. Si él se empeñaba en rescatarme, yo estaba dispuesta a jugar—. ¿De modo que estoy a salvo?

—Nunca has corrido ningún peligro —dijo, mientras se quitaba los vaqueros húmedos. Su observación pinchó la burbuja de mi fantasía y me devolvió a la realidad.

—¿Estás de broma? ¡Me caí por la borda de un barco, en aguas del golfo, durante un huracán!

Era tan alto que tenía que agachar la cabeza dentro del camarote para acercarse a la cama.

—Es cierto, Cassie. Pero yo estoy entrenado para salvar vidas y la tuya nunca ha corrido verdadero peligro. Te lo aseguro.

Su piel era tan suave y tersa que parecía de mármol.

—Pero, pero… ¿y si me hubiera pasado algo?

—Fue una tormenta tropical que se transformó en huracán con una rapidez asombrosa. Nadie lo había previsto, ni siquiera el servicio meteorológico.

Debo reconocer que sobrevivir a un accidente tiene algo de excitante. Te sientes viva de la manera más visceral: percibes el correr de la sangre por tus venas y parece como si toda tu piel respirara. Notaba una marea de calor en mi interior. Me sentía frágil y humana, pero a la vez casi inmortal. Jake se aproximó a la cama. Yo podía percibir el olor del agua salada en su piel y, por debajo, otra fragancia, un aroma aterciopelado y oscuro.

—¿Sigues aceptando el paso? —preguntó, con sus ojos negros clavados en los míos, mientras se echaba hacia atrás el oscuro pelo, de una manera que me recordó mucho a Will.

—Supongo que sí —contesté, asomando la barbilla por el borde de la manta como una niña descarada—. Pero no sé si seré capaz de sentirme sexy y aterrorizada al mismo tiempo.

—Deja que yo te ayude —replicó, mientras me levantaba de la cama envuelta en la manta.

La retiró de mis hombros y la dejó enrollada en mi cintura. Después, se quedó un buen rato mirándome y me atrajo hacia él. Hizo que inclinara hacia atrás la cabeza y apoyó sus labios salados sobre los míos. Se cernía sobre mí como un gigante, haciéndome sentir una vez más segura y protegida. Me dijo una y mil veces que estaba bien, que no me pasaría nada, y lentamente me quitó la manta de la cintura, la dejó caer en el suelo y me llevó otra vez a la cama. Sentí mi pelo húmedo derramándose a mi alrededor y su piel, deliciosamente suave, confundiéndose con cada centímetro de la mía. Cerré los ojos, dejé que se evaporara la última resistencia e inhalé su olor: el olor del océano.

—Voy a cuidar muy bien de ti. Lo sabes, ¿verdad?

Asentí, porque estaba demasiado aturdida para hablar. Nunca había visto un hombre como aquél, nunca había vivido nada similar. Me hacía sentir pequeña y delicada. La vida me había enseñado a ser autosuficiente, y yo había olvidado que era posible que un hombre me protegiera y fuera para mí como un ancla en la tormenta. Juro por Dios que me puse a temblar cuando se situó a los pies de la cama y con sus manos enormes me cogió suavemente por los tobillos, se llevó un pie a la cara y se puso a recorrerme la planta con la lengua y a besarme cada uno de los dedos, que después se metió en la boca. Las cosquillas me hicieron reír, pero volví a relajarme, apoyada sobre los codos, mientras él me deslizaba las manos a lo largo de las pantorrillas y los muslos, y se detenía para mirarme a la cara, devorándome con los ojos. Se arrodilló en la cama, con mis piernas a ambos lados de sus rodillas, y me las separó todavía más con su preciosa cara. Me recorrió con las manos los muslos temblorosos (¡realmente estaban temblando!) y pasó los pulgares sobre mi sexo, sin tocarme del todo, para luego continuar por mi vientre y mis pechos. Arqueé la espalda hacia adelante, muriéndome por recibirlo. Me curvé de una manera que decía: «¡Por favor, ahora!» Pero él siguió tocándome con la lengua, logrando en mí una excitación rápida y completa. «¿Lo ves? ¿Te das cuenta de lo que me estás haciendo?», habría querido decirle. Pero me había quedado sin palabras. ¡Dios! Nunca había estado con un hombre tan fuerte y seguro de sí mismo. Todo en él era una obra de arte.

—¿Quieres sentirme dentro de ti, Cassie? —me preguntó, apoyado en un codo, mientras me acariciaba los pechos con la mano libre.

¡Claro que quería!

—Hum…, sí.

—Dilo. Di que me deseas.

—Te… te deseo —contesté, con una urgencia que me estaba llevando al borde de las lágrimas.

Al oírlo, apartó la mano de mi pecho, la bajó por mi vientre y me metió un dedo dentro.

—Es cierto que me deseas —dijo, mientras una oscura sonrisa le atravesaba los labios.

Estuve a punto de bromear diciendo que me había tirado por la borda sólo para estar con él, pero la idea pronto desapareció de mi cabeza. Su cara se acercó a la mía y me regaló un beso lleno de fuego y vigor. Yo se lo devolví con la misma fuerza. Sus besos eran diferentes de los de Jesse o de los de cualquier hombre que hubiera conocido. Eran devoradores. Lo besé como si de ello dependiera mi vida. Después metió una mano bajo la almohada, sacó un condón y apartó sus labios de los míos justo el tiempo suficiente para desgarrar el envoltorio con los dientes. Se lo puso con habilidad y, con la misma mano, guió su sexo hacia mí.

—Nunca volverás a tener miedo, Cassie —dijo.

Levanté la cadera para él, y después, con los ojos cerrados, saboreé la sensación de tenerlo dentro. ¿Cuánto tiempo hacía que un hombre no me penetraba? ¿Me habían tomado alguna vez con tanto ardor y tan completamente? Nunca. Mi deseo era tan intenso que casi sentí como si fuera mi primera vez.

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