Me estaba penetrando cada vez más profundamente, deteniéndose a cada centímetro para que pudiera recibirlo, mientras nuestras respiraciones se mezclaban. Después empezó a moverse sobre mí, primero con lentitud y en seguida más rápido, rítmicamente, con deliciosa suavidad. No pude reprimir un gemido de placer. Sus brazos estaban debajo de mí y me empujaban hacia él para poder penetrarme todavía más. Me resultaba difícil creer lo mojada que estaba. Entrelacé las piernas alrededor de sus caderas, mientras los músculos de sus brazos se tensaban y vibraban.
—Cassie, esto es increíble —dijo, antes de empujarme para que me diera la vuelta y me pusiera encima de él, cosa que hice.
Sus manos encontraron mi cintura y no la soltaron, y me levantó hasta que volvimos a encontrar nuestro ritmo. Después, empezó a masajearme el clítoris con el pulgar, haciendo que una nueva parte de mí cobrara vida.
—Podría pasarme la vida haciéndote esto —dijo.
Pensaba que iba a morirme de placer. Eché la cabeza hacia atrás, con mis manos sobre su pecho. Lo tenía tan dentro que era casi como si formara parte de mí, y a medida que entraba y salía, algo en mi interior se incendió en el preciso instante en que él tocaba un punto, el más dulce de todos.
El placer subió a la superficie y desplazó mi conciencia para adueñarse de todo.
—Cariño, me estás llevando al orgasmo.
Las palabras se derramaron de mi boca sin que yo lo notara.
Él siguió penetrándome y tocando ese punto en mi interior, hasta que no tuve más remedio que dejarme ir. Fue como una ola, por dentro y por fuera. Me moví con fuerza, cabalgándolo, y entonces sentí que él se tensaba y dejaba escapar un gemido grave y profundo. Ya no me preocupaba caer, ni pensaba en el peligro, ni en el lugar donde estaba, ni en el huracán. Sólo me importaba lo que pasaba allí dentro, en la cama, a bordo de ese barco, con ese dios griego que me había rescatado del mar embravecido y al que yo ahora estaba cabalgando en la litera de un camarote.
Unos instantes después, me desplomé sobre su pecho. Sentí que su sexo retrocedía en mi interior, hasta que lo retiró con suavidad. Entonces se quedó allí, acariciándome perezosamente la espalda, desordenándome el pelo y susurrando una y otra vez:
—Increíble, increíble…
Esa noche, sentada en la cama con mi diario sobre el regazo y
Dixie
a mi lado en la almohada, aún tenía un poco de vértigo. El hotel de las solteronas parecía balancearse suavemente de lado a lado.
Intenté expresar con palabras por qué me había parecido tan transformadora aquella experiencia en el mar. ¿Había sido el emocionante vuelo hasta el yate, el hecho de haber sobrevivido después de caer por la borda, el sexo en la embarcación de rescate con un hombre que había convertido aquel momento en algo maravilloso? ¿O la paz que sentí cuando subí con él a la cubierta para beber chocolate caliente y contemplar el maravilloso crepúsculo después de la tormenta? ¿O el momento en que me puso en la mano mi amuleto del paso cinco, con la palabra
audacia
grabada? Sí, había sido todo eso y mucho más. Recordé que Matilda me había dicho que el miedo no se marcha sin nuestro permiso. Como somos nosotros quienes lo creamos, sólo nosotros podemos dejar que se vaya. Y eso fue exactamente lo que hice. Tenía miedo. Lo sentí. Y lo dejé marchar.
Unas semanas después de mi chapuzón en aguas del golfo y de aquella increíble aventura en el remolcador, volví a sentirme audaz y empecé a resistirme al sutil acoso de Tracina en el trabajo. No fui desagradable ni mezquina, pero cada vez que llegaba tarde, me iba a mi hora, en lugar de esperar servicialmente a que apareciera. Decidí que sus retrasos eran problema de Will, no míos, y que no me correspondía a mí regañarla, sino a él. También comencé a peinarme con una coleta baja, que hacía resaltar mis nuevos reflejos rubios. Eché mano del dinero del seguro que había recibido tras la muerte de Scott y me compré algo de ropa, un lujo que hasta ese momento no me había permitido. Me compré un par de pantalones negros ceñidos y varios jerséis de cuello vuelto y de colores vivos, y finalmente reuní valor para entrar en Trashy Diva, una tienda de lencería y ropa retro del French Quarter de la que Tracina era clienta. Compré varios bonitos conjuntos de tanga y sujetador, y un camisón más sexy para ponerme por la noche, nada demasiado atrevido, pero un gran paso en comparación con mi habitual ropa interior de algodón. No se trataba de derrochar el dinero, sino de conseguir que mi exterior reflejara la vitalidad que empezaba a sentir dentro de mí. También empecé a correr con más frecuencia después del trabajo. Solía hacer el circuito de cinco kilómetros en torno al French Quarter. Conocí partes de la ciudad que hasta ese momento no había visto por estar atrapada en mi rutina. Incluso me ofrecí voluntaria, en nombre del café, para atender la caseta de donativos durante el baile benéfico de la Sociedad de Revitalización de Nueva Orleans, aunque al principio Will se opuso.
—¿No tenemos ya suficiente con las reformas?
Era cierto. El lento renacer del café consumía la mayor parte de su tiempo libre, para exasperación de Tracina. Lo primero que había hecho había sido pintar las paredes y comprar nuevos aparatos de acero inoxidable. Su gran proyecto era habilitar la segunda planta para abrir un restaurante de más categoría en el que se ofrecieran actuaciones musicales; sin embargo, tras la instalación de un pequeño aseo cerca del descansillo, el ayuntamiento había frenado la tramitación de los permisos. Will había puesto un colchón en el suelo, y allí solía encontrarlo yo por la mañana, planeando, rumiando o simplemente despotricando, cuando no se quedaba a dormir en casa de Tracina. Pero, a falta de otra cosa, tenía que conformarse con sacar poco a poco de la segunda planta los trastos viejos de la época en que el local había sido una franquicia de la cadena PJ’s Coffee y llevarlos al vertedero.
—El altruismo es buena publicidad, Will —le dije—. Dar es bueno para el alma.
En ese momento recordé fugazmente la cocina de la Mansión, meses atrás, donde había aprendido los beneficios inherentes de la generosidad. ¡Cuántas cosas habían cambiado en tan poco tiempo!
Al presentarme voluntaria para la caseta benéfica, lo que hice fue entregarme por primera vez en mi vida a uno de los pasatiempos más populares y tradicionales de Nueva Orleans: participar en actividades colectivas. Nunca había pertenecido a ningún grupo, club u organización benéfica, ni a ninguna otra cosa. Y aunque la lectura de las páginas de sociedad del periódico no me hacía anhelar más dinero ni más fama, me había dado a conocer la existencia de otro mundo, un mundo donde lo importante era la comunidad y donde reinaban la camaradería. Llevaba casi seis años viviendo en la ciudad, y uno de los habituales del café me había dicho una vez que Nueva Orleans «te reclama a los siete años». Estaba empezando a entender lo que había querido decirme. Finalmente me estaba sintiendo en casa. Se lo conté a Matilda cuando nos encontramos en Tracey’s, en una de las conversaciones que solíamos tener después de cada paso.
—Se necesitan siete años para que una casa sea un hogar —me dijo.
Ella también había llegado de fuera, varias décadas antes, aunque procedente del sur. En esa misma ocasión me pidió disculpas por el accidente en el yate y la aterradora experiencia que había vivido.
—No formaba parte del plan. Pensábamos fingir una avería del motor, para que Jake fuera a rescatarte, pero jamás imaginamos que se iba a averiar de verdad, ¡y menos aún en medio de una tormenta tropical!
—¿Tormenta tropical? ¡Fue un huracán, Matilda! —repliqué, arqueando las cejas.
—En efecto. Lo siento. Pero sin duda te ganaste el amuleto del paso cinco —dijo, señalando con un dedo mi pulsera hermosamente cargada de dijes.
Levanté el oro pálido y me quedé admirando un momento los amuletos resplandecientes. Aunque me encantaba coleccionarlos, empezaba a anhelar cierta constancia en mi vida. Había comenzado a imaginar cómo sería tener un solo hombre dedicado enteramente a mí. Las fantasías estaban cambiando mi vida y la manera de verme a mí misma, pero no impedían que sintiera un vacío. No quise decírselo a Matilda. Todavía me faltaban cuatro fantasías, y sabía que ella insistiría en que primero las viviera antes de precipitarme a iniciar una relación sin estar lista, si es que alguna vez llegaba a estarlo. Pero pronto terminaría mi aventura con S.E.C.R.E.T. ¿Qué haría entonces? ¿Querría formar parte de la sociedad o preferiría guardarme mis experiencias para mí y encontrar a una persona especial con quien construir una vida en común? ¿Estaba lista para eso? ¿Y quién iba a quererme? ¡Tenía tantas preguntas que hacerle a Matilda!
—Ahora estás explorando —me dijo una vez en Tracey’s, mientras bebíamos una copa—. Lo primero es saber quién eres tú como persona y conocer lo que te gusta y lo que no te gusta. Después podrás pensar en una pareja. ¿Lo entiendes?
—Pero ¿qué pasará si al próximo hombre con quien quiera tener una relación seria le cuento mi experiencia con S.E.C.R.E.T. y él se asusta?
—Si se asusta, es que no te conviene —me respondió, encogiéndose de hombros—. Cualquier hombre que rechace la idea de que una mujer sana y sin compromisos mantenga relaciones íntimas mutuamente consentidas con otros adultos, en un marco de alegría, seguridad y respeto, no merece que le prestes atención, Cassie. Además, no es necesario que a cada nuevo amante le hagas un inventario de toda tu vida sexual pasada, sobre todo si a él no le afecta. ¡Y más todavía si le beneficia!
Volví a mirar mi pulsera. No me la ponía todos los días, pero cuando la llevaba puesta me sentía imbuida de algo especial. Quizá fueran las palabras grabadas en los amuletos:
aceptación
,
coraje
,
confianza
,
generosidad
y, ahora,
audacia
. Hasta ese momento, con la única excepción de Will cuando fuimos a la subasta, nadie del café me había preguntado por ella, ni siquiera Tracina, que se volvía como una urraca cuando veía cosas brillantes.
—Estas palabras significan mucho para mí —le confesé a Matilda. Me sorprendió haberlo dicho en voz alta.
—Bueno, ahí está la paradoja, Cassie, y espero que estés aprendiendo a aceptarla. En cierto sentido, un momento de éxtasis no significa nada. Pero si aprendes a disfrutarlo y a dejar que pase y no vuelva, entonces puede significar mucho.
Yo conocía hombres que ni siquiera imaginaban la vida con una sola mujer y que habrían dado cualquier cosa por hacer realidad sus fantasías sexuales con las mujeres soñadas, sobre todo si alguien las hubiera reclutado específicamente para satisfacerlos, sin ningún compromiso por su parte. De hecho, yo me sentía agradecida con Matilda y con S.E.C.R.E.T., pero la necesidad de crear lazos y de tener en mi vida a alguien muy cercano se estaba volviendo cada vez más difícil de resistir. ¿Por qué habría rechazado a Will años atrás? Siempre me había parecido atractivo. Increíblemente atractivo. Pero, en aquel momento, había pensado que, si lo dejaba acercarse a mí, habría acabado por descubrir que yo era una persona aburrida, timorata y poco digna de amor. En los últimos tiempos, por primera vez en mi vida, estaba empezando a creer que no era ninguna de esas cosas. Estaba ganando confianza en mí misma y comenzaba a creer que me merecía a un hombre como Will. Por desgracia, mi transformación se estaba produciendo cuando él ya había emprendido una relación más seria y profunda con Tracina.
Pero todavía esperaba ansiosa el momento de encontrarme con Will en el trabajo. Me asomaba a la ventana cuando oía su furgoneta y sentía un estremecimiento cada vez que nos quedábamos solos en su despacho. Y ahora, con los planes para que el café Rose atendiera la caseta de donativos del baile de la Sociedad de Revitalización de Nueva Orleans, pasábamos juntos más tiempo que nunca, más tiempo del que él pasaba con Tracina.
La víspera del baile, Tracina me pidió que la ayudara a prepararle a Will el disfraz. No sabía coser, pero sí sabía darme órdenes mientras yo cosía. Aquel año, el tema del baile eran los personajes de fantasía. Los invitados tenían que disfrazarse de sus personajes favoritos del cine, la literatura o los cuentos de hadas.
Después de la cena, subastarían a los solteros y las solteras más apetecibles de la ciudad, y los ganadores tendrían derecho a bailar con ellos. Tracina se había ofrecido para que la subastaran y también había apuntado a Will. Aunque no pertenecía a la alta sociedad, Tracina era espectacular y probablemente alcanzaría un buen precio. Will, por su parte, era el propietario de un café sin importancia, pero su familia era una de las más antiguas del estado de Luisiana. Aun así, no le hacía mucha gracia participar.
—¡Vamos, Will! ¡Anímate! Será divertido —le dijo Tracina—. Recuerda que es con fines benéficos.
Yo tenía la boca llena de alfileres para marcarle el dobladillo de los pantalones. Pensaba ir disfrazado de Huckleberry Finn: con pantalones cortos, tirantes, sombrero de paja y una caña de pescar. Tracina iba a ir vestida de Campanilla, con tutú de ballet, alas de hada y varita mágica. Disfrazarse de una duende diminuta e irritante parecía la elección perfecta para ella, o al menos eso pensé mientras la veía mariposear por la cocina con la varita en la mano, golpeando con ella a todo el mundo en la cabeza.
—Dell, te concedo un deseo —dijo, dándole en la cabeza con la varita.
—Si vuelves a pincharme con ese palo, te lo partiré por la mitad y te lo meteré por el culo.
Tracina le respondió con una mueca burlona y después me apuntó con la varita, como si fuera una pistola imaginaria.
—¡Pum! Oye, Cassie, yo no podré estar contigo en la caseta. ¡Estaré bailando! Y tú también deberías bailar.
—No voy por diversión, sino para ayudar.
—¡Por favor! ¡Es un baile! ¡Y tú nunca sales! Y, a propósito, ¿de qué vas a disfrazarte?
—De nada —dije—. Me he comprometido a trabajar hasta que se sirva la cena y, si tú no piensas relevarme, tendré que encontrar a otra persona que lo haga.
—Yo puedo ayudar —se ofreció Will.
—¡Pero tú eres mi pareja! —gimió Tracina—. Se lo pediremos a Dell. Y tú, Cassie, tienes que disfrazarte. ¡Y yo sé cuál puede ser el disfraz perfecto para ti! ¡De Cenicienta!
Le contesté que la idea de ir vestida de princesa me parecía ridícula. Tracina se rió.
—¡No! Me refería a Cenicienta
antes
del baile, cuando está en la cocina cosiendo, limpiando y haciendo todo el trabajo mientras sus malvadas hermanastras se divierten. ¡Es el personaje perfecto para ti!