S.E.C.R.E.T (24 page)

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Authors: L. Marie Adeline

Tags: #Erótico

BOOK: S.E.C.R.E.T
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—Bebe un poco, Cassie.

Inclinó la copa y yo bebí de buen grado. No era ninguna experta, pero percibí un sabor generoso y complejo. No habría sabido decir si distinguía notas de roble, cereza o chocolate, pero supe que aquél debía de ser el vino más caro que había probado en toda mi vida. Oí que el hombre volvía a apoyar suavemente la copa en la mesa. Unos segundos después se situó delante de mí, apoyó su boca sobre la mía y empezó a explorarla con la lengua. Él también sabía a vino y a chocolate. Su sabor, su tacto y su olor hicieron que cada célula de mi cuerpo cobrara vida. Pero, de pronto, se detuvo.

—¿Tienes hambre, Cassie?

Asentí.

—¿De qué tienes hambre?

—De ti.

—Eso será después. Ahora abre esa boca deliciosa.

Obedecí y empezó a pasarme trozos de fruta por los labios, concediéndome apenas el tiempo suficiente para olerlos y buscar con la lengua su delicado sabor. Sentí la jugosa pulpa de un mango, y cuando mi lengua se curvó en torno a un trocito que me metió en la boca con los dedos, lo lamí también a él. Después me dio fresas, una tras otra, algunas cubiertas de chocolate, y otras, de nata. Pero con las trufas casi me vuelve loca, porque sólo me dejaba lamer y mordisquear los bordes, sin permitirme nunca que les diera un bocado. Después de cada trocito apretaba su boca contra la mía y me besaba. Yo no podía ver su cara, pero la sensación era enloquecedora, sobre todo por el modo en que me abría la boca con la lengua.

Entonces se me acercó y se acaballó sobre mis piernas, de pie delante de mí, sentada sobre mi cojín de seda. Sentí el interior de sus muslos desnudos contra el exterior de los míos. Tragué saliva mientras él agarraba los apoyabrazos de la silla para acercársela un poco más.

—Pon las manos por delante —dijo, y, cuando lo hice, encontré su sexo, firme, cálido y suave.

Lo envolví con una mano y me lo llevé con gusto a la boca. Luego lo cogí con las dos manos y me lo metí más profundamente, experimentando una vez más el deleite de dar placer. Imaginé el aspecto que debía de tener yo en aquella silla, con los ojos vendados y calzada con zapatos de tacón, mientras el hermoso cuerpo de aquel hombre estaba delante de mí. Me estremecí con sólo pensarlo.

—Para, Cassie —dijo él, retirándose de mi boca—. Esto es fabuloso, pero tienes que parar.

Me hizo levantarme del asiento y ponerme de pie. Las piernas me temblaban de deseo. Se puso detrás de mí, y me hizo avanzar unos pasos y colocar las manos sobre lo que me pareció el apoyabrazos de un diván con tapizado de seda. El aire olía a naranjas, a vino y a velas aromáticas de sándalo. Oía crepitar el fuego delante de nosotros y sentí que se me aceleraba el corazón. Arqueé la espalda cuando sentí que sus manos me agarraban con firmeza por ambos lados de las caderas y me atraían hacia él. Lo sentí endurecerse aún más por el deseo que le inspiraba.

—Ahora voy a penetrarte, Cassie. ¿Es lo que quieres?

Levanté las caderas hacia él, para demostrarle que sí, que lo deseaba y mucho.

—Dímelo, Cassie. Dímelo.

—Te deseo —susurré, con la voz sofocada por el apremio.

—Dilo, Cassie. Dime lo que quieres.

—Te quiero a ti.

—¡Di lo que quieres!

—Quiero sentirte dentro de mí. ¡Hazlo ya! —le ordené.

Oí que desgarraba un envoltorio y, segundos más tarde, sentí que su sexo se deslizaba profundamente en mi interior y empezaba a moverse con rapidez. Sentí que me buscaba por debajo con una mano y que sus dedos empezaban a tocarme con un ritmo enloquecedor. Mientras tanto, con la otra mano me sujetó con tanta fuerza por la cadera que casi me levantó del suelo. Después me agarró suavemente del pelo y tiró de mi cabeza hacia atrás, para luego recorrerme la espalda con las manos hasta llegar a las nalgas, que se puso a masajear con una intensidad que me volvió loca. Por sus graves gemidos, me daba cuenta de que él estaba delirando de placer.

—No te imaginas cuánto me excita verte así, Cassie, enseñándome todo el culo. Me encanta. ¿Y a ti?

—A mí también.

—Dilo. Dilo más fuerte.

—A mí también me encanta…, me encanta follar así contigo —dije, con palabras que a mí misma me asombraron.

Lo estábamos haciendo como animales, pero la sensación era celestial.

Me separó un poco más las piernas y empezó a moverse con más fuerza y rapidez.

—¡Dios! —exclamé. Todo estaba sucediendo a la vez y a un ritmo increíble. El deseo estaba desencadenando una tormenta en mi interior.

—Córrete ahora, Cassie. Quiero que te corras —me urgió.

Hice lo que me pedía, con todo mi cuerpo y todo mi corazón. Él me siguió poco después. Y cuando acabó se separó de mí. Yo me desplomé de bruces sobre el diván, tan exhausta que me deslicé suavemente hasta la alfombra de piel de oso y me quedé allí, acostada de espaldas. Me llevé una mano a la venda, para quitármela.

—No —dijo él, cogiéndome de la mano, para que la venda se quedara en su sitio.

—¡Pero yo quiero verte! Quiero ver la cara de la persona capaz de hacerle esto a mi cuerpo.

—Prefiero el anonimato.

Al notar mi frustración, se inclinó hacia mí y llevó una de mis manos hacia su cara.

—Aquí tienes. Siéntela —me ofreció—. Pero no te quites la venda.

Me hizo apoyar la mano sobre una mejilla en la que apenas comenzaba a asomar la barba. Sentí su mandíbula, cuadrada y angulosa, los ojos separados y el pelo suave y más bien largo, con patillas en las sienes. Mis dedos acariciaron su boca, ancha, y él me los mordió con dulzura. Después, mi mano volvió a recorrer su pectoral musculoso y su estómago firme.

—Tienes un cuerpo impresionante —dije.

—Tú también… Pero ahora tengo que irme, Cassie. Antes de despedirnos, abre la mano.

Así lo hice y sentí que dejaba sobre mi palma húmeda una moneda pequeña. Era mi amuleto del paso siete:
curiosidad
. Así, sin poder verlo, me pareció más delicado y frágil que nunca, como si la más leve presión pudiera destrozarlo.

—Gracias —dije, sintiendo que mi cuerpo aún vibraba. Oí que se alejaba hacia la salida.

Unos segundos después susurró unas palabras de despedida.

—Adiós —dije yo.

Después de que la puerta se cerró silenciosamente tras él, me quité la venda y miré a mi alrededor. La habitación era impresionante, con un gran escritorio de roble en el centro y librerías rebosantes de libros sobre tres de las cuatro paredes. Las gruesas velas con aroma de sándalo ardían sobre la mesa, junto a un frutero grande lleno de naranjas. Yo estaba desnuda, con los dedos enredados en el pelo de la mullida alfombra de piel de oso donde yacía. El fuego de la chimenea se estaba apagando poco a poco.

Mientras enganchaba el amuleto del paso siete a la pulsera, me pregunté qué aspecto tendría mi nuevo hombre misterioso, el hombre que acababa de marcharse y que me había dejado saciada, curiosa y plenamente consciente de estar viva.

11

Después de mi fantasía con los ojos vendados, la vida empezó a parecerme más intensa. Me di cuenta de que prestaba más atención a las cosas y a las personas. En mis paseos, tocaba las rejas del Garden District y observaba las mazorcas o los pajarillos esculpidos en el hierro forjado, imaginando al artista que los habría creado. Antes me irritaba cuando los clientes habituales del café sacaban una mesa afuera, pedían algo de beber y pasaban la mañana entera charlando con todo el que pasaba, y obstruyendo la estrecha acera con sus perros y sus bicicletas. Ahora me maravillaba el ambiente que reinaba en Frenchmen Street por la mañana y el modo en que personas de diferentes razas y edades se congregaban en torno a una misma mesa del café. Me sentía afortunada de formar parte de esa comunidad. De hecho, empecé a sentirme como en casa.

En lugar de dejar simplemente el café en la mesa del viejo parlanchín que andaba con bastón de empuñadura labrada, me paraba un momento a hablar con él y a hacerle algunas preguntas sobre su vida. Me contó que su mujer se había marchado con su abogado y que tenía tres hijas a las que no veía casi nunca. Empecé a comprender que las excentricidades de aquel hombre eran quizá un medio para atraer la atención de la gente, para poder hablar con todo el mundo y no sentirse tan solo. Tampoco hizo falta mucha insistencia para que Tim, el del taller de bicicletas de Mike, me contara varias historias espeluznantes sobre los huracanes, de cómo había sobrevivido y de cómo algunos de sus amigos no lo habían conseguido.

—Muchos sobrevivieron al
Katrina
sólo para morir de pena poco después —me dijo.

Y yo le creí, porque sabía que la tristeza de la pérdida y de la decepción puede tener consecuencias terribles.

Después de la primera oleada de frío glacial, Nueva Orleans estaba viviendo uno de los inviernos más cálidos que se recordaban; por eso, cuando me llamaron para anunciarme que había ganado el sorteo del baile de la Sociedad de Revitalización, cuyo premio era un fin de semana para dos en la estación de esquí de Whistler Mountain, en la Columbia Británica, me alegré mucho. Me apetecía volver a esquiar, pero sobre todo necesitaba sentir un auténtico invierno en la piel. Aunque era feliz en el sur y estaba empezando a sentirme parte de la ciudad, en el fondo seguía siendo una chica del norte.

Antes de partir de viaje, le pregunté a Anna si podía dejarle a
Dixie
en su apartamento del piso de abajo. No quería que entrara en el mío para no darle la oportunidad de curiosear ni de encontrar por accidente el diario de mis fantasías o cualquier otra prueba relacionada con mis misteriosos paseos en limusina. Cuando le conté a Matilda que había ganado el premio y que estaría fuera unos días, no me dijo nada, excepto que lo pasara bien y que la llamara para contarle cómo me estaba yendo. A Will no le hizo mucha gracia darme unos días libres, pero siempre había un breve período de tranquilidad después de las fiestas navideñas y antes del carnaval. Le recordé que era el momento perfecto para coger unos días de vacaciones.

—Supongo que sí —respondió. Cuando terminamos de servir los desayunos, se sentó conmigo a una mesa del patio para tomar un café rápido—. ¿Vas a ir sola?

—No tengo con quién ir.

—¿Y Pierre Castille?

Prácticamente escupió las palabras.

—¡Oh, por favor! —dije, esperando haber disimulado bien el estremecimiento que me recorrió el cuerpo al oír el nombre de Pierre—. Eso no fue nada. Nada en absoluto.

—Estaba fascinado contigo, Cassie. ¿Te ha llamado?

Will no hizo el menor intento por ocultar sus celos, que para entonces planeaban sobre la mesa metálica como nubes de tormenta.

—No, Will, no me ha llamado, ni tampoco espero que me llame —respondí, con total sinceridad.

Mientras pasaba los dedos por el borde del delantal, no podía quitarme de la cabeza la enorme curiosidad que me producía la conexión entre Will y Pierre. Finalmente, reuní coraje para preguntárselo.

—A propósito, ¿de qué lo conoces? ¿Y por qué nunca me lo habías mencionado?

—Del Santa Cruz —dijo, refiriéndose a un colegio privado para chicos—. Yo estaba becado. Su padre tuvo que mover algunos contactos para que me admitieran.

—Entonces, ¿de pequeños erais amigos?

—Amigos íntimos. Lo fuimos durante años. Pero el tiempo y nuestros temperamentos nos fueron separando. Y ese edificio fue el tiro de gracia —dijo, señalando el bloque de viviendas de la acera de enfrente—. Su padre fundó Construcciones Castille y su familia levantó esa monstruosidad. Luché para que no la edificaran y perdí. No sé por qué tenían que levantar un inmueble de nueve plantas. Cuatro o tal vez cinco habrían estado bien. Pero no. Tenían que construir un maldito rascacielos en Frenchmen Street. ¿Cómo puede ser que el ayuntamiento permita eso y a mí no me deje dar de cenar a un par de docenas de personas en la planta de arriba del café Rose?

—Bueno, está el problema de las vigas antiguas. Y el de la instalación eléctrica, que tiene más de sesenta años.

—Todo eso se podría arreglar, Cassie. Yo lo arreglaría —dijo, y bebió un sorbo de café.

—¿Con el dinero que ibas a pagar por mí en la subasta? —pregunté.

Hizo una mueca de disgusto al recordarlo y yo lamenté haber sacado a colación lo que había pasado aquella noche.

—Me dejé llevar momentáneamente por las circunstancias. —Después, dándose prisa para cambiar de tema, añadió—: Podría pedir un crédito para hacer las reformas. Incluso es probable que tenga derecho a uno de esos fondos de rehabilitación, o a las subvenciones para damnificados del huracán. Tengo que encontrar la manera de sacar más dinero de este maldito local.

Eché un vistazo al edificio de nueve pisos y fachada de ladrillo de la acera de enfrente y pensé que probablemente Will pensaría en Pierre cada vez que lo miraba.

—Te echaré de menos, Cassie.

No podía creer lo que acababa de oír.

—Serán sólo cuatro días.

—No sabía que te gustaba esquiar.

—Hace mucho que no voy a la montaña. Diez años, quizá —respondí, recordando de pronto que mi viejo equipo de esquiadora debía de estar terriblemente anticuado—. ¿Y tú? ¿Has ido a esquiar alguna vez?

—No. ¿No me ves? Nacido y criado en el sur. Todavía me sorprende las pocas veces que veo nevar. Haz fotos, ¿de acuerdo? —me pidió. Después, con el acento sureño más marcado que pudo, añadió—: ¡Porque nunca en toda mi vida he visto montañas, señorita!

Cuando tres semanas después enfoqué con mi cámara fotográfica el monte Whistler, tuve que reconocer que tampoco yo había visto nunca una montaña tan alta. En Michigan esquiábamos sobre colinas. Eran altas y de laderas abruptas, pero no dejaban de ser colinas. Las llamábamos montañas, como el pico Brighton o el pico Holly, pero no eran montañas de verdad, o al menos no eran como el Whistler. Aunque hacía un día despejado, ni siquiera se veía la cima. Y sin embargo, a pesar de que estábamos en enero, no hacía tanto frío en la Columbia Británica como en los inviernos de Michigan. Empecé a maldecir mi flamante mono de esquiadora azul celeste, porque para no asarme de calor tenía que abrirme la cremallera y dejar que la parte de arriba se desplomara sobre la de abajo alrededor de la cintura. Debía de parecer algo así como un tulipán de color incongruente con los pétalos marchitos. El gorro y los guantes blancos se me acabaron manchando de café y de chocolate caliente, porque estuve un día y medio yendo y viniendo del pie de la montaña al hotel, sin reunir el coraje necesario para subir a la cima.

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