Taiko (136 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Una vez despejado el camino, Nagato cruzó el portal, y cuando los dos mercaderes se aseguraron de que estaba dentro, encaminaron sus pasos en la misma dirección.

Naturalmente, los guardianes que estaban en el portal principal se mostraron excepcionalmente severos. La gente que entraba y salía no estaba acostumbrada a ver los destellos de las lanzas, alabardas e incluso los ojos de los guerreros estacionados allí. Todos los guardianes vestían armadura, y si alguna persona parecía sospechosa la detenían a gritos.

—¡Esperad un momento! ¿Adonde vais? —preguntó un guardián a los dos mercaderes.

—Soy Soshitsu de Hakata —dijo cortésmente el hombre de más edad.

Cuando inclinó la cabeza, el hombre más joven le imitó.

—Yo soy Sotan, también de Hakata.

Estas presentaciones no parecían decir nada a los guardianes, pero su capitán, que estaba delante de la caseta de guardia al otro lado del portal, sonrió y les hizo una seña.

—Pasad, por favor.

***

El pabellón Omotemido era el edificio principal del recinto del templo, pero el verdadero centro eran los aposentos de Nobunaga. En el exterior de la habitación desde la que se oía la voz de Nobunaga, murmuraba un arroyuelo alimentado por una fuente en el jardín, y desde los edificios algo más alejados se oía en ocasiones la risa de las mujeres transportada por la brisa.

Nobunaga estaba hablando con un mensajero de su tercer hijo, Nobutaka, y Niwa Nagahide.

—Eso ayudará un poco a mi viejo ayudante, Nagahide. Infórmale de que todo está asegurado. Dentro de unos días yo mismo iré a las provincias occidentales, por lo que pronto nos reuniremos allí.

El ejército de Nobutaka y Niwa zarparía hacia Awa a la mañana siguiente. El mensajero había llegado para informar de ello, así como de que Tokugawa Ieyasu había viajado de Osaka a Sakai.

Nobunaga contempló el color del cielo como si acabara de reparar en él, y se dirigió a un paje:

—Está oscuro. Sube los postigos en el lado occidental. —Entonces le preguntó a Nobutada—: ¿También hace calor en el lugar donde te hospedas?

Nobutada había acudido a la capital poco antes que su padre y se había alojado en el cercano templo Myokaku. Estaba allí desde la tarde anterior, cuando su padre entró en la capital, y parecía un poco fatigado. Había pensado anunciar que se marchaba, pero su padre le dijo:

—¿Por qué no te quedas esta noche a tomar el té en privado? Las dos últimas noches he tenido invitados, y me entristece no tener suficiente tiempo libre. Invitaré a algunas personas interesantes para ti.

Nobunaga quería distraer a su hijo y no aceptaría un no por respuesta.

Si le hubiera dejado expresar lo que pensaba realmente, Nobutada podría haber dicho que sólo tenía veinticinco años de edad y no entendía la ceremonia del té como lo hacía su padre. Sentía una aversión especialmente intensa hacia los maestros del té que desperdiciaban sus horas de asueto en tiempo de guerra. Si iba a disfrutar de la compañía de su madre, la presencia de un maestro de la ceremonia del té sería inconveniente. A fuer de sincero, deseaba partir cuanto antes a la campaña y no quedarse rezagado con respecto a su hermano menor, Nobutaka, ni siquiera una hora.

Al parecer, Nobunaga había invitado también a Murai Nagato no en su rango oficial de gobernador de Kyoto sino como amigo, pero Nagato era incapaz de olvidar la rígida formalidad que era habitual entre señor y vasallo, y la conversación resultaba incómoda. La incomodidad era una de las cosas que Nobunaga detestaba. Con los acontecimientos diarios, las presiones de la administración del gobierno, los invitados que entraban y salían y la falta de sueño, cuando tenía un momento para alejarse de los deberes públicos no soportaba tener que enfrentarse a esa formalidad. Estas situaciones siempre le hacían pensar afectuosamente en Hideyoshi.

—Nagato —dijo Nobunaga.

—¿Mi señor?

—¿No está tu hijo aquí?

—Ha venido conmigo, pero es un tanto ignorante y le he hecho esperar afuera.

—Esa clase de reserva es realmente aburrida —murmuró Nobunaga.

Cuando pidió al hombre que acudiera con su hijo, sin duda lo había hecho para charlar alegremente, no para celebrar una entrevista formal entre señor y vasallo. Sin embargo, no ordenó a Nagato que llamara a su hijo.

—No sé qué les habrá ocurrido a nuestros invitados de Hakata —dijo Nobunaga.

Se levantó y fue al templo, dejando a Nobutada y Nagato donde estaban.

En la sala de los pajes se oía la voz de Bomaru. Su hermano mayor, Ranmaru, parecía reñirle por una u otra cosa. Todos los hijos de Mori Yoshinari eran ya adultos. Recientemente se había rumoreado que Ranmaru confiaba en recibir Sakamoto, que era un castillo de los Akechi y que había estado bajo el dominio de su padre. La noticia circulaba por todas partes y escandalizaba incluso a Nobunaga. Así pues, a fin de disipar el rumor público, reconsideró su política más bien indecorosa de hacer que Ranmaru vistiera como un paje y tenerle constantemente a su lado. Corregir esto también sería beneficioso para él.

—¿Saldréis al jardín? —le preguntó Ranmaru.

Nobunaga estaba en la terraza y Ranmaru se apresuró a salir de la sala de pajes para depositar unas sandalias en la piedra pasadera. Nobunaga pensó que era agradable tener a su servicio a un joven tan gentil y perspicaz. Se había acostumbrado a esa clase de cuidados en los últimos diez años más o menos.

—No, no voy a salir al jardín. Qué calor ha hecho hoy, ¿verdad?

—Sí, nos hemos achicharrado.

—¿Están sanos todos los caballos del establo?

—Parecen un poco desanimados.

Nobunaga alzó la vista y miró el lucero de la tarde, tal vez pensando de repente en las lejanas provincias occidentales. Ranmaru se quedó mirando sin comprender el perfil de su señor. Nobutada también había salido a la terraza y estaba detrás de los dos hombres, pero la mirada de Ranmaru mostraba que se había olvidado por completo de la existencia del hombre más joven. Era casi como si estuviera mirando a su señor por última vez. De no haber estado tan absorto quizá habría sido más consciente de la extraña intuición que tenía en aquel momento y de que se le había puesto la piel de gallina. Más o menos por entonces Akechi Mitsuhide estaba llegando a Oinosaka.

El humo de los fogones en la enorme cocina empezó a expandirse dentro del templo. Habían encendido la leña no sólo en los fogones sino también en los baños, y no sólo en el templo Honno, pues poco antes de que anocheciera el humo de los fuegos encendidos para cocinar se desvanecía poco a poco en el cielo tanto dentro como fuera de la capital.

Nobunaga se metió en el baño. A través de la celosía de bambú en una ventana alta se veía una sola flor blanca en una enredadera. Después de que le arreglaran el cabello y de ponerse ropa nueva, Nobunaga regresó caminando por el corredor en forma de puente.

Llegó Ranmaru y anunció que Sotan y Soshitsu de Hakata le estaban aguardando en la sala de té.

—Están aquí desde antes de que oscureciera, y los dos han barrido el sendero entre la sala de té y la entrada y han pulimentado la terraza. Entonces el maestro Soshitsu regó el sendero e hizo un arreglo floral, mientras el maestro Sotan iba a la cocina y daba instrucciones sobre los platos que van a presentaros.

—¿Por qué no he sido informado antes?

—Veréis, mi señor, han dicho que, como son los anfitriones, debemos esperar hasta que todo esté dispuesto.

—Parece ser que tienen alguna clase de plan. ¿Están enterados de esto Nobutada y Nagato?

—Los invitaré ahora mismo.

Cuando salió Ranmaru, Nobunaga fue a sus aposentos pero desvió en seguida sus pasos hacia la sala de té.

El edificio no tenía el aspecto de una sala de té, sino que había sido diseñado como un salón, creando un espacio más pequeño para realizar la ceremonia del té por medio de biombos.

Los invitados eran Nobunaga, Nobutada, Nagato y su hijo. Los farolillos aumentaban la calidez de la atmósfera en la estancia. Después de que concluyera la ceremonia del té, los anfitriones y sus invitados pasaron a una sala más amplia, donde charlaron hasta bien entrada la noche.

Nobunaga aún tenía mucho apetito. Devoró los platos colocados ante él, tomó vino, que parecía hecho de rubíes fundidos, y de vez en cuando comía un pastelillo europeo de la fuente bien provista, todo ello sin que la conversación cesara.

—Me gustaría hacer una gira por las tierras meridionales, contigo y Sotan como guías. Seguramente habéis viajado por esos lugares numerosas veces.

—Pienso en ello continuamente, pero no he podido ir —respondió Soshitsu.

—Eres joven y fuerte, Sotan. ¿Has estado allí?

—Todavía no, mi señor.

—¿Ninguno de vosotros ha estado allí?

—No, aunque nuestros empleados van y vienen constantemente.

—Pues yo diría que es una desventaja en vuestro oficio. Aunque alguien como yo tuviera tales esperanzas, nunca encontraría un buen momento para abandonar Japón, por lo que no hay nada que hacer. Pero vosotros poseéis barcos y sucursales y siempre tenéis libertad para viajar. ¿Por qué no habéis ido todavía?

—El trabajo que os dan los asuntos del país es de una naturaleza distinta al nuestro, pero nuestras tareas domésticas nos han impedido partir de un modo u otro y no podremos hacerlo hasta dentro de un año más o menos. Sin embargo, el día en que Su Señoría haya resuelto los muchos asuntos a los que debe atender, quisiera acompañaros, a vos y a Sotan, en una gran gira.

—¡Hagámoslo así! Ése ha sido uno de mis deseos desde hace largo tiempo. Pero dime, Soshitsu, ¿vas a vivir tanto?

Mientras el paje servía vino, Nobunaga bromeó con el anciano, pero Soshitsu no iba a dejarse aventajar.

—Decidme, señor, antes de preocuparos por eso, ¿podéis asegurarme que vais a ponerlo todo en orden antes de que me muera? Si sois vos el demasiado lento, puede que no sea capaz de esperar.

—Será pronto —replicó Nobunaga, encantado por la zumba del anciano.

Soshitsu podía decir lo que pensaba de una manera que les estaba vedada a los generales de Nobunaga. De vez en cuando, durante la conversación, Nobutada y Nagato se sentían inquietos por ello y se preguntaban si realmente estaba bien que aquellos mercaderes hablaran con tanta franqueza como lo estaban haciendo. Al mismo tiempo se preguntaban por qué unos plebeyos gozaban del favor de Nobunaga. Era muy improbable que éste los tolerase como amigos sólo porque eran maestros de la ceremonia del té.

La conversación aburría a Nobutada. Sólo cuando la charla entre su padre y los dos mercaderes abordó el tema de las tierras meridionales Nobutada se sintió interesado. Aquellas cosas eran nuevas para sus oídos y le inspiraban sueños y ambiciones juveniles.

Al margen de que su comprensión de las tierras meridionales fuese profunda o no, lo cierto era que los intelectuales de la época se interesaban por ellas. La misma esencia de la cultura japonesa estaba siendo agitada por una oleada de innovaciones procedentes del extranjero, y las principales eran las armas de fuego.

Mucho de lo que se sabía sobre el sur había sido aportado por misioneros de España y Portugal, pero los hombres como Soshitsu y Sotan habían iniciado su comercio sin aguardar a los misioneros. Sus barcos navegaban a Corea y comerciaban con China, Amoy y Camboya. Los hombres que les habían informado sobre las riquezas que existían al otro lado del mar no eran los misioneros, sino piratas japoneses que tenían su guarida cerca de Hakata, en Kyushu.

Sotan había heredado el negocio de su padre y había establecido sucursales en Luzón, Siam y Camboya. Se decía de él que era quien había importado los frutos del árbol de la cera del sur de China y había desarrollado un método para fabricar cera, produciendo así el combustible para las lámparas que habían iluminado con mucha más brillantez las noches de Japón. También tenía en su haber la mejoría de las técnicas metalúrgicas traídas de ultramar para llevar a cabo el refinamiento del hierro fundido.

Soshitsu también se dedicaba al comercio con ultramar y estaba emparentado con Sotan. No había un solo señor en la isla de Kyushu que no le hubiera pedido préstamos. Poseía diez o más grandes buques que navegaban por el océano y un centenar de barcos más pequeños.

No sería exagerado decir que Nobunaga había adquirido casi todo el conocimiento que poseía sobre el mundo que se extendía más allá de Japón mientras tomaba el té con aquellos dos hombres. Ahora Nobunaga estaba absorto en la conversación y cogía un pastelillo europeo tras otro. Soshitsu reparó en que estaba comiendo demasiados y observó:

—Estos pasteles están hechos con una sustancia que se llama azúcar, por lo que deberíais procurar no comer demasiados antes de acostaros.

—¿Es que el azúcar es venenoso? —inquirió Nobunaga.

—Si no es un veneno, desde luego tampoco es saludable —respondió Soshitsu—. Los alimentos de las tierras bárbaras son espesos y suculentos, mientras que nuestros alimentos japoneses tienen un sabor más suave. Estos pastelillos son mucho más dulces que nuestros caquis secos o nuestros pastelillos de arroz. Si os acostumbráis a tomar azúcar, ya nunca estaréis satisfecho con nuestros dulces.

—¿Se ha importado ya en Kyushu grandes cantidades de este azúcar?

—No tanto, porque con una tasa de intercambio de una medida de azúcar por una medida de oro, no tenemos mucho porcentaje. Estoy pensando en importar plantas de azúcar y tratar de trasplantarlas en una región cálida, pero, como sucede con el tabaco, me pregunto si sería bueno popularizar el azúcar en Japón.

Nobunaga se echó a reír.

—Eso es impropio de ti. No seas tan estrecho de miras. Que esas sustancias sean buenas o malas es lo de menos. Reúnelas, tráelas aquí y aportarán una cualidad especial a la cultura. En estos momentos se está trayendo toda clase de cosas desde los mares del oeste y el sur. Su penetración en el este es imparable.

—Aplaudo vuestra tolerancia, mi señor, y adoptar esa manera de pensar sería ciertamente una gran ayuda en nuestro negocio, pero me pregunto si debemos permitir esa invasión de cosas foráneas.

—Debemos, sin duda alguna. Trae todo lo nuevo tan rápido como puedas.

—Como deseéis, mi señor.

—O si eso no es posible, máscalo todo y luego escúpelo —añadió Nobunaga.

—¿Que lo escupa?

—Máscalo bien, mete lo que sea de buena calidad en tu estómago y escupe las heces. Si los guerreros, campesinos, artesanos y mercaderes de Japón comprenden este principio, entonces no habrá problemas para importar nada.

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