Tarzán el terrible (11 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

BOOK: Tarzán el terrible
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La cosa que Tarzán vio que le atacaba cuando el rugido de advertencia atrajo sus sorprendidos ojos se erguía terroríficamente monstruosa ante él: monstruosa y sobrecogedora; pero no aterrorizó a Tarzán, sólo le enfureció, pues vio que combatir con ella se hallaba fuera de sus posibilidades y que eso significaba que tal vez le hiciera perder su caza; y Tarzán tenía hambre. Si no quería ser aniquilado no tenía más alternativa que huir, veloz e inmediatamente. Y Tarzán huyó, pero se llevó consigo el cadáver de Bara, el ciervo. No llevaba más que unos doce pasos de ventaja, pero el árbol más cercano estaba a esa distancia. Su mayor peligro radicaba, imaginó él, en la gran altura de la criatura que le perseguía, pues aunque él llegara al árbol tendría que trepar hasta muy arriba en un plazo de tiempo increíblemente corto, a menos que las apariencias le engañaran, pues la cosa podía llegar a cualquier rama situada a menos de seis metros del suelo, y posiblemente hasta a quince metros si se erguía sobre las patas traseras.

Pero Tarzán no era ningún haragán y aunque el
gryf
era increíblemente rápido pese a su gran tamaño, no igualaba a Tarzán, y cuando se trata de trepar, los pequeños monos contemplan con envidia las proezas del hombre-mono. Y así fue que el rugiente
gryf
se detuvo, desconcertado, al pie del árbol, y aunque se encabritó e intentó agarrar a su presa entre las ramas, como Tarzán había supuesto que haría, tampoco lo consiguió. Fuera de su alcance, Tarzán se paró y, justo por encima de él, vio a Pan-at-lee sentada, con los ojos abiertos de par en par y temblando.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó él.

Ella se lo contó.

—¿Has venido para avisarme? —dijo él—. Has sido muy valiente y generosa. Me apena haberme dejado sorprender así. Esa criatura estaba a favor del viento y no he percibido su presencia hasta que ha arremetido contra mí. No lo entiendo.

—No es extraño —dijo Pan-at-lee—. Ésa es una de las peculiaridades del
gryf
. Se dice que el hombre nunca advierte su presencia hasta que lo tiene encima, tan silencioso es, a pesar de su gran tamaño.

—Pero yo debería haberlo olido —protestó Tarzán con disgusto.

—¡Olido! —exclamó Pan-at-lee—. ¿Olido?

—Claro. ¿Cómo supones que he encontrado este ciervo tan pronto? Y he percibido el
gryf
también, pero débilmente, como si se hallara a gran distancia. —De pronto Tarzán dejó de hablar y bajó la mirada hacia la rugiente criatura; las ventanas de la nariz le temblaban como si buscaran un olor—. ¡Ah! —exclamó—. ¡Ya lo tengo!

—¿Qué? —preguntó Pan-at-lee.

—Me ha engañado porque esa criatura prácticamente no despide ningún olor —explicó el hombre-mono—. Lo que yo olía era el débil aroma que sin duda impregna toda la jungla debido a la larga presencia de muchas de esas criaturas; es el tipo de olor que permanecería mucho tiempo, aunque débil. Pan-at-lee, ¿alguna vez has oído hablar de un triceratops? ¿No? Bueno, esta cosa a la que llamáis
gryf
es un triceratops y se extinguió hace cientos de miles de años. He visto su esqueleto en un museo de Londres y la figura de uno restaurado. Siempre pensé que los científicos que hicieron ese trabajo dependían principalmente de la imaginación, pero veo que estaba equivocado. Esta cosa viva no es una copia exacta de la restauración que vi; pero es tan similar que no resulta difícil reconocerlo, y también sabemos que en las eras transcurridas desde que vivió el ejemplar del paleontólogo se han producido muchos cambios por evolución en la línea viva, que es evidente persistieron en Pal-ul-don.

—Triceratops, Londres, paleo… No sé de qué hablas —replicó Pan-at-lee.

Tarzán sonrió y arrojó un trozo de madera muerta a la cara de la enojada criatura. Al instante la gran caperuza huesosa sobre el cuello se irguió y un enloquecido rugido rodó hacia arriba procedente de aquel gigantesco cuerpo. La cosa medía unos buenos seis metros hasta el hombro, era de un color azul pizarra sucio salvo por su rostro amarillo con unas franjas azules que le rodeaban los ojos, la caperuza era roja con el forro amarillo y el vientre también amarillo. Las tres líneas paralelas de protuberancias óseas de la espalda proporcionaban otra nota de color al cuerpo, ya que las que seguían la línea de la columna vertebral eran rojas, mientras que las situadas a ambos lados eran amarillas. Las pezuñas de cinco y tres dedos de los antiguos dinosaurios cornudos se habían convertido en garras en el
gryf
, pero los tres cuernos, dos grandes sobre los ojos y uno mediano sobre la nariz, habían persistido en el transcurso del tiempo. Aunque su aspecto era extraño y terrible, Tarzán no pudo por menos que admirar a la imponente criatura que les amenazaba desde abajo, cuyos casi veintitrés metros de longitud tipificaban las cosas que el hombre-mono había admirado toda su vida: valor y fuerza. Solamente en aquella enorme cola había la fuerza de un elefante.

Los extraños ojitos miraron hacia él y el cornudo hocico se abrió para dejar al descubierto una completa serie de potentes dientes.

—¡Herbívoro! —murmuró el hombre-mono—. Tus antepasados quizá lo fueron, pero tú no —y añadió, dirigiéndose a Pan-at-lee—. Vámonos ahora. En la cueva comeremos la carne del ciervo y después… volveremos al kor-ul-ja con Om-at.

La muchacha se estremeció.

—¿Irnos? —preguntó—. Jamás saldremos de aquí.

—¿Por qué no? —preguntó a su vez Tarzán.

Por respuesta ella señaló al
gryf
.

—¡Tonterías! —exclamó el hombre—. No puede trepar. Nosotros podemos llegar al risco a través de los árboles y estar de nuevo en la cueva antes de que sepa qué ha sido de nosotros.

—No conoces al
gryf
—replicó Pan-at-lee con aire triste—. Vayamos a donde vayamos nos seguirá y siempre estará a punto al pie de cada árbol cuando queramos bajar. Nunca se rendirá.

—Podemos vivir en los árboles mucho tiempo si es necesario —respondió Tarzán—, y algún día se marchará.

La muchacha meneó la cabeza.

—Nunca —dijo—. Y después están los tor-o-don. Vendrán y nos matarán, y después de comer un poco arrojarán los restos al
gryf
; el
gryf
y los tor-o-don son amigos, porque ellos comparten su comida con el
gryf
.

—Tal vez tengas razón —accedió Tarzán—, pero aun así no tengo intención de esperar aquí a que venga alguien, se me coma y eche el resto a esa bestia de ahí abajo. Si no salgo de este lugar entero no será por culpa mía. Vámonos ahora y lo intentaremos —y diciendo esto empezó a moverse entre las ramas superiores de los árboles seguido de cerca por Pan-at-lee. Abajo, en el suelo, el cornudo dinosaurio se movió y cuando ellos llegaron al borde del bosque, donde había unos cincuenta metros de terreno abierto que se tenían que cruzar para llegar al pie del risco, allí estaba, al pie del árbol, esperando.

Tarzán miró abajo y se rascó la cabeza.

Cuando vio a los dos rodar agarró al hombre-mono por el tobillo.

CAPÍTULO VII

EL ARTE DE LA JUNGLA

E
NTONCES miró hacia arriba y a Pan-at-lee.

—¿Eres capaz de cruzar la garganta a través de los árboles muy deprisa? —preguntó.

—¿Sola? preguntó ella a su vez.

—No —respondió Tarzán.

—Puedo seguirte adonde me lleves —dijo ella entonces.

—¿Ir y volver de nuevo?

—Sí.

—Entonces ven, y haz exactamente lo mismo que hago yo.

Retrocedió de nuevo a través de los árboles, veloz, colgándose como un mono de rama en rama, siguiendo un camino en zigzag que intentaba elegir teniendo en cuenta las dificultades del camino de abajo. En los lugares donde la maleza era más densa, donde los árboles caídos bloqueaban el paso, guiaba los pasos de la criatura que iba por abajo; pero no sirvió de nada. Cuando llegaron al otro lado de la garganta el
gryf
estaba con ellos.

—Volvamos otra vez —dijo Tarzán; dio la vuelta y los dos rehicieron el camino a través de las terrazas superiores de la antigua jungla del Kor-ul-gryf. Pero el resultado fue el mismo; no, no exactamente: fue peor, pues otro
gryf
se había unido al primero y ahora eran dos los que esperaban bajo el árbol en el que ellos se detuvieron.

El risco que se elevaba por encima de ellos con sus innumerables bocas de cuevas parecía hacerles señas y mofarse de ellos. Estaba tan cerca, y sin embargo entre ellos se extendía la eternidad. El cuerpo del tor-o-don yacía al pie del risco donde había caído. Lo veían perfectamente desde el árbol. Uno de los
gryfs
se acercó y lo oliscó, pero no hizo ademán de devorarlo. Tarzán lo había examinado someramente cuando pasó por allí aquella mañana. Adivinó que representaba o un orden muy elevado de simios o un orden muy bajo de hombre, algo parecido al hombre de Java, quizá; un ejemplo más auténtico de los pitecántropos que cualquiera de los ho-don o los waz-don, posiblemente el precursor de ambos. Mientras sus ojos se paseaban ociosos por el panorama de abajo su activo cerebro trabajaba en los detalles del plan que había urdido para permitir que Pan-at-lee escapara de la garganta. Sus pensamientos fueron interrumpidos por un extraño grito que sonó por encima de ellos en la garganta.


¡Whee-oo!
¡Whee-oo!
—sonó, acercándose.

Los
gryfs
de abajo levantaron la cabeza y miraron en la dirección de donde provenía la interrupción. Uno de ellos emitió un sonido bajo. No fue un rugido y no indicaba ira. Inmediatamente el «¡Whee-oo!». Hizo efecto. Los
gryfs
repitieron el ruido sordo y con intervalos se repitió el '
Whee-oo!
, cada vez más cerca.

Tarzán miró a Pan-at-lee.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—No lo sé —respondió ella—. Quizás un ave extraña, u otra horrible bestia que vive en este espantoso lugar.

—¡Ah! —exclamó Tarzán—, allí está. ¡Mira!

Pan-at-lee emitió un grito de desesperación.

—¡Un tor-o-don!

La criatura, que caminaba erecta y llevaba un palo en una mano, avanzaba con paso lento y pesado. Caminaba directamente hacia los
gryfs
, quienes se apartaron, como si tuvieran miedo. Tarzán observó con atención. El tor-o-don se hallaba ahora bastante cerca de uno de los triceratops. Balanceó su cabeza y trató de morder a uno. Al instante el tor-o-don dio un salto y empezó a golpear a la enorme bestia en la cara con su palo. Para asombro del hombre-mono, que podía haber aniquilado al tor-o-don, comparativamente más débil, en un instante de cualquiera de una docena de maneras, se arrugó como un canalla.

>—
¡Whee-oo!
¡Whee-oo!
—gritaba el tor-o-don, y el
gryf
se le acercó lentamente. Un golpe en el cuerno de en medio le hizo pararse. Entonces el tor-o-don le dio la vuelta, se subió a su cola y se sentó a horcajadas en el enorme lomo—.
¡Whee-oo!
—gritó, y azuzó a la bestia con la afilada punta de su palo. El
gryf
se puso en marcha.

Tan hechizado estaba Tarzán con la escena que se desarrollaba abajo que no pensó en escapar, pues se daba cuenta de que para él y Pan-at-lee en aquellos breves instantes el tiempo se remontó incontables siglos, para desarrollar ante sus ojos una página del oscuro y distante pasado. Los dos habían contemplado al primer hombre y a sus primitivas bestias de carga.

Y ahora el
gryf
cargado se detuvo y miró hacia donde ellos se encontraban, rugiendo. Fue suficiente. La criatura advertía a su amo de la presencia de ellos. Al instante el tor-o-don instó a la bestia a que se acercara al árbol que les cobijaba, poniéndose al mismo tiempo de pie sobre el lomo cornudo. Tarzán vio el bestial rostro, los grandes colmillos, los fuertes músculos. De la lucha de un ser semejante había surgido la raza humana; y sólo de esto podía haber surgido, pues sólo un ser así podía sobrevivir a los horribles peligros de su época.

El tor-o-don se golpeó el pecho y lanzó un rugido espantoso: horrible, grosero, bestial. Tarzán se irguió en toda su altura sobre una rama oscilante, erguido y hermoso como un semidiós, no estropeado por el tinte de la civilización; un espécimen perfecto de lo que la raza humana habría podido ser si las leyes del hombre no hubieran interferido en las leyes de la naturaleza.

El Presente colocó una flecha en su arco y tiró de ella hacia atrás. El Pasado, que basaba sus reclamaciones en la fuerza bruta, intentó alcanzar al otro y hacerle caer; pero cuando se soltó la flecha se hundió en el salvaje corazón, y el Pasado se hundió de nuevo en el olvido que había reclamado su especie.

—¡Tarzán-jad-guru! —murmuró Pan-at-lee, dándole sin saberlo, tanta era su admiración, el mismo título que los guerreros de su tribu le habían otorgado.

El hombre-mono se volvió a ella.

—Pan-at-lee —dijo—, estas bestias quizá nos tengan aquí arriba indefinidamente. Dudo que podamos escapar juntos, pero tengo un plan. Tú quédate aquí, escondida entre el follaje, mientras yo vuelvo atrás ante sus ojos y gritando para llamar su atención. A menos que tengan más cerebro del que sospecho que tienen, me seguirán. Cuando se hayan ido te vas hacia el risco. Espérame en la cueva no más tiempo que hoy. Si cuando sale el sol mañana no he llegado, tendrás que emprender tú sola el regreso a kor-ul-ja. Toma una poco de carne del ciervo.

Había cortado una de las patas traseras del ciervo y se la entregó.

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