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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Tarzán el terrible (33 page)

BOOK: Tarzán el terrible
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Si bien Obergatz les enseñó a no amar mas a su dios, les enseñó a temerle como nunca lo habían hecho antes, de modo que el nombre de Jad-ben-Otho se pronunciaba entre susurros en la ciudad y se hacía obedecer a los niños pequeños simplemente mencionándolo. Lu-don, a través de sus sacerdotes y esclavos, hizo circular el rumor de que Jad-ben-Otho había ordenado a todos sus leales seguidores que se atuvieran a las indicaciones del sumo sacerdote de A-lur y que todos los demás fueran malditos, en especial Ja-don y el impostor que había fingido ser el Dor-ul-Otho. La maldición cobrarla la forma de pronta muerte después de terribles sufrimientos, y Lu-don hizo que se publicara que el nombre de cualquier guerrero que se quejara de dolor debía serle comunicado, pues podría ser considerado sospechoso, ya que los primeros efectos de la maldición darían como resultado ligeros dolores que atacarían a los impíos. Aconsejó a los que sentían dolores que examinaran atentamente su lealtad. El resultado fue notable e inmediato: media nación sin dolor, y voluntarios que acudían en tropel a A-lur a ofrecer sus servicios a Lu-don mientras esperaban en secreto que los leves dolores que habían sentido en un brazo, una pierna o el estómago no se repitieran en forma más grave.

CAPÍTULO XXII

VIAJE EN
GRYF

T
ARZÁN y Jane rodearon la orilla del Jad-bal-lul y cruzaron el río en la cabecera del lago. Se movían con un ojo puesto en la comodidad y la seguridad, pues el hombre-mono, ahora que había encontrado a su compañera, estaba decidido a no correr ningún riesgo que pudiera volver a separarles, retrasarles o impedirles huir de Pal-ul-don. Cómo iban a cruzar de nuevo el pantano, era algo que le preocupaba poco por entonces; tendría tiempo suficiente para pensar en ello cuando se acercara el momento. Sus horas estaban llenas de la felicidad y el contento que le producían la reunión con Jane tras la larga separación; tenían mucho de que hablar, pues los dos habían superado muchas pruebas y vicisitudes y extrañas aventuras, y no podían dejar de explicarse ninguna hora importante ocurrida desde que se habían visto por última vez.

La intención de Tarzán era elegir un camino por encima de A-lur y las aldeas dispersas de los ho-don, pasando a medio camino entre éstas y las montañas, evitando así, en la medida de lo posible, a los ho-don y a los waz-don, pues en esta zona se hallaba el territorio neutral habitado por ambos. Así viajaría al noroeste hasta el otro lado del Kor-ul-ja, donde tenía intención de detenerse a saludar a Om-at, darle al
gund
recuerdos de Pan-at-lee y contarle un plan que Tarzán tenía para asegurar el regreso de ésta sana y salva. Era el tercer día de su viaje y casi habían llegado al río que pasa por A-lur, cuando de pronto Jane agarró el brazo de Tarzán y señaló adelante hacia la linde de un bosque al que se acercaban. Bajo las sombras de los árboles se erguía un gran bulto que el hombre-mono reconoció al instante.

—¿Qué es? —preguntó Jane en susurros.

—Un
gryf
—respondió el hombre-mono—, y lo hemos encontrado en el peor sitio posible. No hay ningún árbol grande en medio kilómetro, aparte de esos entre los que está él. Vamos, tenemos que volver atrás, Jane; no puedo arriesgarme yendo contigo. Lo mejor que podemos hacer es rezar para que no nos descubra.

—¿Y si nos descubre?

—Entonces tendré que arriesgarme. ¿Arriesgarte a qué?

—A la posibilidad de poder subyugarle como hice con uno de los suyos —respondió Tarzán—. Te lo conté, ¿te acuerdas?

—Sí, pero no me imaginaba una criatura tan enorme. John, es grande como un portaaviones. El hombre-mono se rió.

—No tanto, pero admito que cuando embiste parece igual de formidable.

Se alejaban lentamente para no llamar la atención de la bestia.

—Creo que vamos a conseguirlo —susurró la mujer, la voz tensa por la emoción contenida.

Les llegó un rugido bajo como el trueno lejano desde el bosque. Tarzán meneó la cabeza.

—«El gran espectáculo está a punto de empezar en la carpa principal» —citó, sonriendo. De pronto atrajo a la mujer a su pecho y la besó—. Nunca se sabe, Jane —dijo—. Haremos lo que podamos. Dame tu lanza, y… no eches a correr. La única esperanza que tenemos reside más en ese pequeño cerebro que en el nuestro. Si pudiera controlarlo… bueno, veamos.

La bestia había salido del bosque y miraba alrededor con sus ojos débiles, evidentemente buscándoles a ellos. Tarzán alzó la voz en las extrañas notas del grito de los tor-o-don:


¡Whee-oo! Whee-oo!

Por un momento la gran bestia se quedó inmóvil, atraída por la llamada. El hombre-mono avanzó directo hacia él, Jane Clayton a su lado.


¡Whee-oo!
—volvió a gritar. Un rugido bajo les llegó procedente del cavernoso pecho del
gryf
en respuesta a la llamada, y la bestia avanzó lentamente hacia ellos.

—¡Bien! —exclamó Tarzán—. Ahora tenemos la fortuna de cara. ¿Puedes conservar la calma?, bueno, no necesito preguntártelo.

—No conozco el miedo cuando estoy con Tarzán de los Monos —respondió ella con voz tierna, y él sintió la presión de sus suaves dedos en su brazo.

Se acercaron al gigantesco monstruo de una época olvidada hasta que se hallaron a la sombra de un inmenso hombro.


¡Whee-oo!
—gritó Tarzán, y cogiendo a Jane de la mano le hizo dar la vuelta al monstruo por detrás y subirse a la ancha cola hasta el gran lomo con cuernos—. Ahora cabalgaremos de la forma en que nuestros antepasados hacían, ante la que la pompa de los reyes modernos palidece y se convierte en baratija e insignificancia. ¿Te gustaría pasear por
Hyde Park
en una montura como ésta?

—Me temo que los agentes de policía se quedarían perplejos al ver nuestras costumbres, John —dijo ella, riendo.

Tarzán guió al
gryf
en la dirección en la que deseaban ir. Fuertes pendientes y profundos ríos no resultaban el más mínimo obstáculo para la enorme criatura.

—Es un tanque prehistórico —dijo Jane, y riendo y charlando prosiguieron su viaje.

Una vez se toparon inesperadamente con una docena de guerreros ho-don cuando el
gryf
entró en un pequeño claro. Los tipos estaban tumbados a la sombra de un árbol que crecía solitario. Cuando vieron a la bestia se pusieron en pie de un salto con gran consternación, y al oír sus gritos el
gryf
emitió su espantoso bramido y les embistió. Los guerreros huyeron despavoridos en todas direcciones mientras Tarzán trataba de controlar a la bestia pinchándole en el hocico con la lanza.

Finalmente lo logró, justo cuando el
gryf
estaba casi sobre un pobre diablo al que parecía haber elegido como presa especial. Con un rugido de enojo el
gryf
se detuvo y el hombre, echando una única mirada atrás que mostró un rostro blanco de terror, desapareció en la jungla a la que quería llegar.

El hombre-mono rebosaba de alegría. Había dudado de si podría controlar a la bestia si se le metía en la cabeza atacar a una víctima, y había tenido intención de abandonar la idea antes de llegar al kor-ul-ja. Ahora alteró sus planes: cabalgarían hasta la aldea misma de Om-at en el
gryf
, y el kor-ul-ja tendría motivo de conversación durante muchas generaciones venideras. No sólo era el instinto espectacular del hombre-mono lo que le hacía preferir este plan. La seguridad de Jane tenía algo que ver pues sabía que ella se encontraría a salvo de hombre y bestia por igual si se hallaba a lomos de la criatura más formidable de Pal-ul-don.

Mientras avanzaban lentamente en dirección al kor-ul-ja, pues el paso natural del
gryf
está lejos de ser rápido, un puñado de aterrados guerreros llegaron jadeantes a A-lur, difundiendo una extraña historia del Dor-ul-Otho, sólo que ninguno se atrevía a llamarle el Dor-ul-Otho en voz alta. En cambio, se referían a él como Tarzán-jad-guru y contaron que le habían visto montado en un poderoso
gryf
al lado de la hermosa mujer extranjera a quien Ko-tan habría hecho reina de Pal-ul-don. La historia llegó a oídos de Lu-don, quien hizo que los guerreros fueran llevados a su presencia, y entonces les interrogó hasta que por fin se convenció de que decían la verdad. Cuando le informaron de la dirección en la que viajaban, Lu-don supuso que se dirigían a Ja-lur para unirse a Ja-don, contingencia que él creía debía evitar a toda costa. Como solía hacer ante una emergencia, llamó a consulta a Pan-sat y durante largo rato permanecieron reunidos. Cuando acabaron habían trazado un plan. Pan-sat fue de inmediato a sus aposentos, donde se quitó el tocado y las correas de sacerdote y se puso el arnés y las armas de un guerrero. Luego volvió con Lu-don.

—¡Dios mío! —exclamó este último cuando le vio—. Ni siquiera tus compañeros sacerdotes o los esclavos que te sirven a diario te reconocerían. No pierdas el tiempo, Pan-sat, pues todo depende de la velocidad con que tires y… ¡recuerda! Mata al hombre si puedes; pero en cualquier caso, tráeme a la mujer viva. ¿Comprendes?

—Sí, señor —respondió el sacerdote, y así fue que un guerrero solitario partió de A-lur y emprendió camino hacia el noroeste, hacia Ja-lur.

La garganta que se levanta al lado del Kor-ul-ja está deshabitada, y allí el astuto Ja-don había decidido movilizar a su ejército para su descenso sobre A-lur. Dos consideraciones influyeron en él: una era el hecho de que si podía mantener sus planes secretos al enemigo, tendría la ventaja de atacar por sorpresa a las fuerzas de Lu-don desde una dirección de la que no esperarían ser atacados, y entretanto podría mantener a sus hombres lejos de los chismorreos de las ciudades donde ya circulaban extrañas historias relativas a la llegada de Jad-ben-Ohto en persona para ayudar al sumo sacerdote en su guerra contra Ja-don. Se precisaron corazones duros y otros leales para no hacer caso de las implícitas amenazas de venganza divina que estas historias sugerían. Ya se habían producido algunas deserciones y la causa de Ja-don parecía destinada a la destrucción.

Tal era el estado de las cosas cuando un centinela apostado en el montículo de la boca de la garganta envió recado de que había observado en el valle lo que desde lejos parecía nada menos que dos personas montadas a lomos de un
gryf
. Dijo que sólo les había divisado cuando pasaban por los espacios abiertos, y parecían viajar río arriba en la dirección al Kor-ul-ja.

Al principio Ja-don se inclinó por dudar de la veracidad de esta información; pero, como todos los buenos generales, no podía permitir que ni siquiera algo visiblemente falso quedara sin ser investigado. Decidió visitar él mismo el montículo y enterarse con detalle de qué era lo que el centinela había observado a través de las deformadas lentes del miedo. Apenas había ocupado su lugar al lado del hombre cuando el tipo le tocó en el brazo y dijo:

—Ahora están más cerca —susurró—, se les puede ver claramente.

Y ya seguro, a menos de doscientos metros, vio Ja-don lo que en su larga experiencia en Pal-ul-don jamás había visto: dos humanos montados en el ancho lomo de un
gryf
. Al principio apenas podía dar crédito a sus propios ojos, pero pronto comprendió que aquellas criaturas no podían ser más que lo que aparentaban, y entonces reconoció al hombre y se puso en pie lanzando un fuerte grito.

—¡Es él! —anunció a los que le rodeaban—. ¡Es el Dor-ul-Otho en persona!

El
gryf
y los que lo montaban oyeron el grito aunque no entendieron las palabras. El primero lanzó un rugido terrorífico y echó a andar en dirección al montículo, y Ja-don, seguido por unos cuantos de sus más intrépidos guerreros, corrió para reunirse con él. Tarzán, poco dispuesto a enzarzarse en una discusión innecesaria, intentó que el animal diera la vuelta, pero como la bestia no era nada tratable, siempre se precisaban unos minutos para que la voluntad de su amo le doblegara; y los dos grupos se hallaban bastante cerca antes de que el hombre-mono lograra impedir la enloquecida embestida de su furiosa montura.

Ja-don y sus guerreros, sin embargo, habían comprendido que esta atronante criatura se dirigía hacia ellos con malas intenciones, y supusieron que lo mejor era encaramarse a los árboles. Bajo esos árboles detuvo por fin Tarzán al
gryf
. Ja-don le llamó desde arriba.

—Somos amigos —gritó—. Soy Ja-don, jefe de Ja-lur. Yo y mis guerreros nos inclinamos a los pies de Dor-ul-Otho y rogamos que nos ayude en nuestra justa lucha contra Lu-don, el sumo sacerdote.

—¿Todavía no le habéis derrotado? —preguntó Tarzán—. Vaya, creía que serías rey de Pal-ul-don mucho antes.

—No —replicó Ja-don—. La gente teme al sumo sacerdote y, ahora que tiene en el templo a uno que afirma ser Jad-ben-Otho, muchos de mis guerreros tienen miedo. Si supieran que el Dor-ul-Otho ha regresado y que ha bendecido la causa de Ja-don, estoy seguro de que la victoria sería nuestra.

Tarzán pensó durante un largo minuto y luego habló:

—Ja-don fue uno de los pocos que creyeron en mí —dijo, y deseaba darme un tratamiento justo. Estoy en deuda con Ja-don y tengo una cuenta pendiente con Lu-don, no sólo por mi parte, sino principalmente por la de mi compañera. Iré contigo, Ja-don, para castigar a Lu-don como se merece. Dime, jefe, ¿cómo puede el Dor-ul-Otho servir mejor a la gente de su padre?

—Viniendo conmigo a Ja-lur y a las aldeas vecinas —se apresuró a responder Ja-don—, para que la gente vea que en verdad eres el Dor-ul-Otho y que sonríes a la causa de Ja-don.

—¿Crees que creerán más en mí ahora que antes? —preguntó el hombre-mono.

—¿Quién se atrevería a dudar de que quien monta el gran
grYf
es menos que un dios? —replicó el viejo jefe.

—Y si voy contigo a la batalla de A-lur —preguntó Tarzán—, ¿puedes garantizarme la seguridad de mi compañera mientras esté lejos de ella?

—Permanecerá en Ja-lur con la princesa O-lo-a y mis propias mujeres —respondió Ja-don—. Allí estará a salvo, pues dejaré a guerreros de confianza para protegerlas. Di que vendrás, oh Dor-ul-Otho, y mi copa de felicidad estará llena, pues ahora mismo Ta-den, mi hijo, marcha hacia A-lur con una fuerza procedente del noroeste y, si podemos atacar con el Dor-ul-Otho a la cabeza desde el nordeste, nuestras armas saldrán victoriosas.

—Será como tú lo deseas, Ja-don —respondió el hombre-mono—, pero primero debes hacer que traigan carne para mi
gryf
.

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