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Authors: Arthur Hailey

Tags: #Intriga

Traficantes de dinero (45 page)

BOOK: Traficantes de dinero
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Con cada estallido publicitario la campaña de ahorros se renovaba y los negocios subían a las nubes en las tiendas de dinero.

Sin prisa, desde su elevada eminencia, el «New York Times» meditó y tomó nota. Después, a mediados de agosto, la sección dominical de Negocios y Finanzas, proclamó:
Una política radical bancaria de la que se volverá a hablar
.

La entrevista de Alex con el «Times» consistió en preguntas y respuestas. Empezó con la automatización, y continuó en un terreno más amplio.

Pregunta
: ¿Qué es lo que principalmente anda mal en los bancos hoy en día?

Vandervoort
: Nosotros, los banqueros, hace demasiado tiempo que hacemos las cosas como nos da la gana. Estamos tan preocupados con nuestro propio bienestar que pensamos muy poco en los intereses de nuestros clientes.

P.
: ¿Puede darnos algún ejemplo?

V
.: Sí. Los clientes bancarios… especialmente los individuos… deberían recibir mucho más dinero en interés del que reciben.

P.
: ¿De qué manera?

V.
: De varias maneras… en sus cuentas de ahorros; también con los certificados de depósitos; y deberíamos pagar intereses en los depósitos de demanda… es decir, en las cuentas de cheques.

P.
: Hablemos primero de los ahorros. Hay una ley federal que pone límite a los intereses de ahorros en los bancos comerciales.

V.
: Sí, y el propósito es proteger los ahorros y los préstamos bancarios. Casualmente hay otra ley que impide que los bancos de ahorro y préstamo permitan usar cheques a sus clientes. Esto se hace para proteger a los bancos comerciales. Lo que debería hacerse es que las leyes dejaran de proteger a los bancos y protegieran a la gente.

P.
: Por «proteger a la gente», ¿quiere usted decir que aquellos que tienen ahorros deberían disfrutar del máximo de interés y de otros servicios que puede proporcionar cualquier banco?

V.
: Sí, eso quiero decir.

P.
: Usted ha mencionado los certificados de depósitos.

V.
: La
Federal Reserve
de los Estados Unidos ha prohibido a los grandes bancos, como el que yo trabajo, hacer propaganda de certificados de depósito a largo plazo y a altas primas de interés. Esta clase de certificados son especialmente buenos para cualquiera que piense retirarse en el futuro, y que quiera diferir los impuestos hasta más adelante, con renta baja, por años. Los de la
Federal Reserve
han dado excusas curiosas para esta prohibición. Pero el verdadero motivo es proteger a los bancos pequeños contra los grandes, porque los grandes son más eficientes y capaces de mejores acuerdos. Como de costumbre en quien menos se piensa es en el público, y en los individuos que salen perdiendo.

P.
: Seamos claros en esto. ¿Usted sugiere que nuestro banco central, el
Federal Reserve
… se preocupa más de los pequeños bancos que de la población en general?

V.
: Muy justo.

P.
: Vayamos a las demandas de depósitos… a las cuentas de cheques. Algunos banqueros han manifestado que están dispuestos a pagar interés para las cuentas de cheques, pero las leyes federales lo prohíben.

V.
: La próxima vez que algún banquero le diga eso, pregúntele si nuestro poderoso cuerpo bancario en Washington ha hecho algo últimamente para cambiar la ley. Si alguna vez ha habido algún esfuerzo en esa dirección, yo no estoy enterado.

P.
: ¿Sugiere usted por lo tanto que la mayoría de los banqueros no quiere que cambie la ley?

V.
: No lo estoy sugiriendo. Lo sé. La ley que impide el pago de intereses en las cuentas corrientes es muy conveniente si uno es propietario de un banco. Fue introducida en 1933, poco después de la Depresión. Tenía el objeto de fortalecer a los bancos, porque muchos habían quebrado en los años anteriores.

P.
: ¿Y eso fue hace más de cuarenta años?

V.
: Exactamente. La necesidad de esa ley ha caducado hace tiempo. Permita que le diga algo. En este mismo momento, si todas las cuentas corrientes de este país fueran sumadas, totalizarían más de 200 mil millones de dólares. Puede usted jurar que los bancos ganan intereses con este dinero, pero los depositantes… los clientes del banco… no reciben un centavo.

P.
: Ya que usted es un banquero, y su propio banco se beneficia con la ley de la que hablamos, ¿por qué propicia usted un cambio?

V.
: Por un motivo: creo en la justicia. Y, además, los bancos no necesitan las muletas de todas esas leyes protectoras. En mi opinión podemos hacer algo mejor… con esto me refiero a mejorar el servicio público… y otorgar más beneficios.

P.
: ¿Ha habido recomendaciones en Washington acerca de algunos de los cambios de los que usted habla?

V.
: Sí. El informe de la comisión Hunt de 1971, y la legislación propuesta a la que dio resultado, que beneficiaría a los consumidores. Pero todo el asunto está estancado en el Congreso, por intereses especiales… incluidos los de nuestro cuerpo bancario… que detienen el progreso.

P.
: ¿Prevé usted antagonismo por parte de otros banqueros por la franqueza con la que se ha expresado?

V.
: De verdad no he pensado en la cosa.

P.
: Además de los intereses bancarios, ¿tiene usted alguna visión general del escenario económico corriente?

V.: Sí, y una visión general no debe limitarse a la economía.

P.
: Por favor, hable de su visión general… y no se limite.

V.
: Nuestro mayor problema y nuestro mayor fallo como nación, es que casi todo, hoy en día, está dirigido contra el individuo y a favor de las grandes instituciones, los grandes sindicatos, los grandes bancos, el gran gobierno. De manera que un individuo no sólo tiene dificultades para salir adelante y conservar su puesto, sino que con frecuencia tiene dificultad hasta para meramente sobrevivir. Y cuando pasan cosas malas… inflación, devaluación, depresión, déficits, impuestos más altos, incluso guerras… no son las grandes instituciones las que sufren, por lo menos no tanto; es el individuo, todo el tiempo.

P.
: ¿Ve usted algún paralelo histórico con esto?

V.
: Los veo, en verdad. Parecerá raro que diga esto, pero creo que el más parecido es el de Francia antes de la Revolución. En aquella época, pese a la inquietud y la mala economía, todos supusieron que los negocios iban a producirse como de costumbre. En lugar de esto la muchedumbre, compuesta por individuos que se habían rebelado, derrocó a los tiranos que les oprimían. No sugiero que nuestras condiciones actuales sean precisamente las mismas, pero, en muchos sentidos, estamos terriblemente cerca de la tiranía, que está, una vez más, en contra del individuo. Y decir a la gente que no puede alimentar a su familia a causa de la inflación que «Nunca lo han pasado mejor», es tan malo como decirles «Que coman bizcochos». Por eso digo que, si queremos preservar lo que llamamos nuestra forma de vida, y la libertad individual que afirmamos valorar, es mejor que empecemos a pensar y a actuar otra vez en favor de los intereses del individuo.

P.
: Y en su propio caso, usted ha empezado por hacer que los bancos sirvan más al individuo.

V.
: Sí.

—¡Querido, es magnífico! ¡Estoy orgullosa de ti, y te quiero más que nunca! —Aseguró Margot a Alex, cuando leyó un ejemplar adelantado, un día antes de que se publicara la entrevista.— Es lo más honrado que he leído en mi vida. Pero los otros banqueros van a detestarte. Querrán comerse tus testículos como desayuno.

—Algunos lo harán —dijo Alex—. Otros no.

Pero ahora que había visto las preguntas y las respuestas impresas, y pese a la oleada de éxito que lo arrastraba, se sintió levemente preocupado.

Capítulo
3

—Lo que te ha salvado de que te crucificaran, Alex —declamó Lewis D'Orsey— es que se trataba del «New York Times». Si hubieras dicho lo que has dicho para otro diario del país, tus compañeros directores te hubieran negado y te habrían arrojado como a un paria. El «Times» te ha salvado. Te ha envuelto en su respetabilidad, pero no me preguntes por qué.

—Lewis, querido —dijo Edwina D'Orsey—, ¿quieres dejar de discursear y servir más vino?

—No estoy discurseando —Lewis se levantó de la mesa donde cenaban y trajo una segunda botella de
Clos de Vougeot 62
. Aquella noche Lewis parecía tan diminuto y poco alimentado como de costumbre. Prosiguió—: Estoy hablando con lucidez y calma del «New York Times» que, en mi opinión, es un harapo inefectivo, y su prestigio no merecido un monumento a la imbecilidad norteamericana.

—Tiene más circulación que tu periódico —dijo Margot Bracken—. ¿Es por eso por lo que no te gusta?

Ella y Alex Vandervoort estaban invitados a comer en el elegante
pent-house
de Cayman Manor, de Lewis y Edwina D'Orsey. Sobre la mesa, con suave luz de velas, el mantel, el cristal y la pulida plata brillaban. A lo largo de uno de los amplios ventanales del comedor se enmarcaban las temblorosas luces de la ciudad, allá abajo. En medio de la luz una sinuosa oscuridad señalaba el curso del río.

Había pasado una semana desde la publicación de la controvertida entrevista de Alex.

Lewis se sirvió un medallón de carne y contestó a Margot con desdén:

—Mi periódico quincenal representa la alta calidad y el elevado intelecto. La mayoría de los diarios, incluido el «Times», son una vulgaridad.

—¡Dejad de pelear! —exclamó Edwina, volviéndose hacia Alex—. Por lo menos una docena de personas de las que vinieron esta semana a la sucursal central me dijeron que habían leído el artículo y que admiraban tu franqueza. ¿Qué reacción hubo en la Torre?

—Mezclada.

—Apostaría a que sé quién no la aprobó.

—Tienes razón —dijo Alex, riendo—. Roscoe no dirigió el grupo de los aplausos.

La actitud de Heyward, recientemente, se había vuelto más ácida que de costumbre. Alex sospechaba que Heyward estaba envidioso, no sólo por la atención que se prestaba a Alex, sino también a causa del éxito de la campaña de ahorros y de las tiendas de dinero, cosas a las que se había opuesto Roscoe.

Otra predicción derrotada de Heyward y sus sostenedores en la Dirección se refería a los 18 millones de dólares de depósitos de las instituciones de ahorro y préstamo. Aunque las gerencias de las instituciones habían resoplado y rezongado, no habían retirado sus depósitos del First Mercantile American. Y tampoco, según era ahora evidente, pensaban hacerla.

—Aparte de Roscoe y algunos otros —dijo Edwina— he oído decir que tienes mucha popularidad estos días entre el personal.

—Tal vez sea yo estrella de un día. Como el desnudarse en público.

—Es un vicio —dijo Margot—. Me parece que te estás acostumbrando demasiado.

Él sonrió. Había sido alentador en la última semana recibir felicitaciones de la gente que Alex respetaba, como Tom Straughan, Orville Young, Dick French y Edwina, y de parte de otros, incluidos ejecutivos jóvenes que antes no conocía de nombre. Varios directores habían telefoneado con palabras de elogio.

—Está convirtiendo la imagen del banco en una institución benéfica —dijo por teléfono Leonard L. Kingswood. Y la marcha de Alex por la Torre del FMA había sido, a veces, casi triunfal, con empleados y secretarias que le saludaban y sonreían afectuosamente.

—Hablando de tu personal, Alex —dijo Lewis D'Orsey—, esto me recuerda que falta algo en esa Torre de ustedes… Edwina. Ya es hora de que suba más alto. Mientras no sea así, son ustedes quienes pierden.

—Vamos, Lewis,
¿cómo puedes decir eso?
—Incluso a la luz de las velas fue visible que Edwina se había ruborizado. Protestó:— Ésta es una reunión entre amigos. Aunque no lo fuera, esa clase de comentarios están fuera de lugar. Alex, te pido perdón.

Lewis, sin inmutarse, miró a su mujer por encima de sus lentes de media luna.

—Tú puedes disculparte, querida. Pero yo no lo haré. Conozco tu capacidad y lo que vales. ¿Quién puede conocerla mejor? Además, tengo la costumbre de llamar la atención sobre cualquier cosa notable cuando la veo.

—¡Bueno, tres bravos para ti, Lewis! —dijo Margot—. Alex, ¿qué te parece la cosa? ¿Cuándo se trasladará a la Torre mi estimada prima?

Edwina se había enojado.

—¡Basta, por favor! ¡Me estáis avergonzando!

—Nadie tiene por qué avergonzarse —Alex sorbió el vino apreciativamente—. ¡Hum! El 62 fue un buen año para el Borgoña. Es casi tan bueno como el de la cosecha del 61, ¿no os parece?

—Sí —reconoció el anfitrión—. Por suerte he guardado bastante de las dos cosechas.

—Los cuatro somos amigos —dijo Alex—, de manera que podemos hablar francamente, sabiendo que lo hacemos en confianza. Quiero deciros que ya he estado pensando en ascender a Edwina, y que tengo para ella una tarea especial. Cuándo podré hacer esto, y algunos otros cambios, dependerá de lo que pase en los próximos meses, y eso Edwina lo sabe muy bien.

—Sí —dijo ella— lo sé… —Edwina sabía también que su amistad personal con Alex era conocida en el banco. Desde la muerte de Ben Rosselli, e incluso antes, había comprendido que la promoción de Alex a la presidencia sin duda significaría un avance en su carrera. Pero, si el que triunfaba era Roscoe Heyward, era poco probable que ella pudiera progresar en el First Mercantile American.

—Hay algo más que yo desearía —siguió Alex—, y es ver a Edwina formando parte de la Dirección.

Margot se entusiasmó.

—¡Ahora has hablado! ¡Será un paso adelante en el movimiento de liberación femenina!

—No —contestó Edwina con brusquedad—. ¡No me metas jamás en el movimiento de liberación femenina! Todo lo que he conseguido lo he conseguido sola, compitiendo honradamente con los hombres. El movimiento de liberación femenina… son palabras, una manera de pedir favoritismos y preferencias
porque se es
mujer… eso es hacer retroceder al sexo, no hacerlo avanzar.

—¡Tonterías! —Margot pareció chocada—. Puedes decir eso porque eres un caso raro y has tenido suerte.

—No hubo suerte —dijo Edwina—. He trabajado.

—¿Que
no has
tenido suerte?

—Bueno, no mucha.

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