James Kirk, nombrado jefe de operaciones de la Flota Estelar, ha dirigido una drástica modernización de la
Enterprise
. Pero, paralelamente, un científico klingon residente de la Tierra ha inventado un ingenio que dejará anticuada a la remozada
Enterprise
incluso antes de su vuelo inaugural: una nave aparentemente sin energía motriz que alcanza velocidades translumínicas y que dejará atrás conceptos como los de hiperespacio, materia y antimateria e incluso la ley de la conservación de la energía. Pero el mayor problema no es científico, es que puede romper el equilibrio de la Federación con el imperio klingon…
Brad Ferguson
Una bandera tachonada de estrellas
Star Trek - 11
ePUB v.1.0
Huygens24.04.12
1
El almirante James T. Kirk se detuvo en medio de un paso, con las manos cogidas a la espalda, y miró a través de la transparente pared norte de su despacho de la Flota Estelar, hacia el Golden Gate y el magnífico puente antiguo que se extendía ante él. De no haberse sentido tan impaciente en aquel momento concreto, habría apreciado el tener una visión sin obstáculos de aquel enorme puente, con sus ángulos suavizados por un chaparrón programado apresuradamente. Velada por la lluvia, la vista había adquirido la sutileza de una pintura al óleo, y Kirk sentía una cierta debilidad por ese tipo de cosas. La espartana belleza del puente volvía a estar limpia, como él lo prefería. El fin de semana del 4 de Julio había terminado, y las banderas festivas ya no se veían en sus torres, a pesar de que esos decorados estarían de vuelta para las venideras celebraciones del día del
Apolo
. El despliegue de la antigua bandera de Estados Unidos había provocado las habituales protestas contra el nacionalismo de mente estrecha, pero Kirk veía el simbolismo de aquel estandarte como una profecía: aquellas estrellas estaban destinadas a representar los diferentes estados, pero Kirk pensaba en ellas como estrellas de verdad, como si los diseñadores de la misma hubieran previsto la futura existencia de la Federación de Planetas Unidos y su propia bandera tachonada de estrellas.
Se sintió tentado de maldecir el mal tiempo, pero se contuvo; la lluvia de emergencia era necesaria, y de hecho había sido programada, precipitadamente, en el último minuto, justo a tiempo para retrasar la cuenta atrás del lanzamiento de la
Enterprise
.
Kirk se volvió bruscamente de espaldas al paisaje, avanzó a zancadas hasta su escritorio y pulsó con un dedo pulgar la conexión directa que tenía en su panel de comunicaciones. La imagen del jefe del astillero de la Armada, un gigante escocés de barbas rojas, apareció en pantalla. El gigante estaba vestido con uno de los nuevos uniformes de la Flota Estelar: los «grises pingüino» con peto blanco, como muy pronto habían dado en llamarse.
—Buenos días otra vez, jefe.
—Buenos días, almirante, continúa siendo un día pasado por agua —le respondió Alce MacPherson con un tono tan sombrío como el tiempo atmosférico—. No estamos haciendo otra cosa que mirar la lluvia y ponernos cada vez más nerviosos. El retraso es ya de una hora y cincuenta y tres minutos.
El enorme escocés profirió un resoplido de asco. —¿Situación?
—Preparados y a la espera. Todo está a punto. Tampoco hay problema ninguno con este tiempo horrible; he levantado unos escudos medioambientales, y en cualquier caso el platillo está tan seguro como el monedero de mi abuela. Pero no me importaría fijar la nueva hora de lanzamiento para el instante mismo en que resulte practicable, señor. Todo esto está acabando con mi paciencia.
Kirk le sonrió débilmente al jefe del astillero, que había puesto su alma en la modernización de la
Enterprise
, tanto como él mismo. En aquel momento, MacPherson parecía estar tan nervioso y lleno de orgullo como un futuro padre.
—Pues ya somos dos. Llevemos a cabo lo que hablamos antes. Calculemos poco menos de catorce minutos, momento en que está programado que cese la lluvia. Enviemos esa sección allá arriba cinco minutos más tarde; el cielo de la ciudad estará lo bastante limpio para entonces. No olvide que hay varios equipos de tracción-presión ahí arriba, que también tienen muchas posibilidades de ponerse nerviosos.
—Me resulta muy fácil creerlo. Les enviaré una señal horaria exactamente dentro de dieciocho minutos. —La voz del hombre se hizo de pronto más cálida—. Almirante, ¿está seguro de que no cambiará de opinión respecto a no venir hasta aquí para asistir al lanzamiento? Todavía hay tiempo más que suficiente para que usted se transporte desde ese extremo a éste de la ciudad, y se reúna con nosotros.
Kirk vaciló. Por mucho que deseara aceptar la oferta de MacPherson —ver en persona cómo la
Enterprise
partía, junto a aquellos que trabajaron con él durante todos los meses que había durado la modernización—, ahora era la nave de Will Decker, y ya era hora de que la dejara marchar. Hacía mucho que había tomado la decisión de observar el lanzamiento desde su despacho, para tenerlo muy en cuenta. La respuesta que le dio al escocés sonó engañosamente indiferente.
—Gracias, Mac, pero ustedes no necesitan que yo ande metiéndome en sus cosas. Me quedaré aquí.
MacPherson asintió con gravedad, como si lo comprendiera.
—Como usted quiera, señor. Bueno, esperemos que los dioses nos sonrían.
—Coincido en eso. Kirk fuera.
—Adiós, señor.
La imagen de MacPherson desapareció cuando Kirk pulsó otro botón.
Las oscuras y elegantes facciones de Uhura ocuparon la pantalla.
—Comunicaciones de la
Enterprise
. —El tono de la voz de la mujer, sereno y estable, desmentía la expectación que Kirk sabía que ella tenía que estar sintiendo. Al ver a su antiguo capitán, Uhura le dedicó una ancha sonrisa—. Almirante, hola. Parece que finalmente la nave va a ponerse en camino, señor. Si esta lluvia para alguna vez.
Kirk reprimió una punzada de envidia y le devolvió la sonrisa.
—Parará, comandante, está en nuestras manos.
—Este puente nuevo es fantástico. Ojalá estuviera usted aquí para verlo, señor —dijo atropelladamente Uhura, y luego vaciló, como si le preocupara haber dicho algo desconsiderado.
Pero la risueña expresión de Kirk no cambió en ningún momento.
—Sí, sé que lo es. Ya lo he visto —le respondió éste con afabilidad—. Déjeme hablar con el capitán Decker, por favor.
—Sí, señor. De inmediato.
—¿Capitán? —dijo Uhura.
Moviéndose con deliberada calma para ocultar la inquietud que sentía, Willard Decker hizo girar su asiento para encararse con la oficial de comunicaciones. Se sentía afortunado por tener en el puente a una veterana como Uhura. La conducta segura de aquella mujer tenía un efecto equilibrador sobre los miembros de la tripulación con menos experiencia… incluido su nuevo capitán. Cuando se había iniciado la cuenta atrás, Decker se alegró de su capacidad para permanecer internamente relajado. Eso había sido antes de la lluvia y la demora.
—Lo llama el almirante Kirk, señor. En la seis.
—Gracias. —Agradecido por aquella distracción, Decker pulsó un botón del panel del brazo del asiento. El semblante de Kirk apareció instantáneamente en la pantalla principal—.¿Alguna noticia, almirante?
Antes de que Kirk respondiera, Decker estudió rápidamente el rostro del almirante, buscando algún indicio de envidia… cosa que sentiría Decker si sus situaciones fueran inversas. Evocó el momento en que, nueve meses antes, se había enterado de que Kirk acababa de recomendarle para que supervisara las modificaciones de la
Enterprise
como nuevo capitán de la nave. Decker había llamado al almirante al cuartel general para darle las gracias pero, en aquel momento, la respuesta de Kirk lo había desconcertado: «Con toda franqueza, Will, lo envidio. Si yo todavía fuera un capitán, haría todo lo necesario para recobrar el mando de mi nave».
Ahora, sentado en el puesto de mando del puente de la
Enterprise
, Decker entendía perfectamente las palabras de Jim Kirk. Por la forma en que se sentía en aquel momento, sólo una explosión de antimateria podría haberlo apartado de aquella nave, aquel puente, aquella tripulación…
La expresión del almirante era de buen humor, y el tono de su voz tenía un deje que no era de celos, sino de la expectación que el propio Decker sentía.
—Prepárese para recibir la señal horaria de MacPherson, Will. La lluvia deberá cesar dentro de unos catorce minutos. Despegarán ustedes cinco minutos después.
—Comprendido, almirante —respondió Decker, aliviado por el hecho de que la demora no fuese más larga—. Estoy deseando partir, señor.
—Bueno, pues asegúrese de que todas las pequeñas piezas estén en su sitio. Resultaría embarazoso que le sobrara algo cuando haya terminado —dijo Kirk sonriendo.
—Scotty dice que sabe dónde va cada pieza —le respondió Decker, devolviéndole la sonrisa—. Pero gracias por el consejo, almirante.
Durante un momento, ambos hombres fijaron su mirada en la del otro. Los ojos de Kirk reflejaban la misma emoción que Will sabía que brillaba en los suyos: el orgullo y la admiración profundos que sólo un capitán puede sentir por su primer puesto de mando; y entonces, Kirk le dijo de pronto:
—Buen viento, capitán. Kirk fuera.
La pantalla se apagó.
Decker cerró la línea de comunicación y dirigió su atención hacia la parte delantera, hacia el puesto del piloto. En el timón se hallaba el segundo oficial Sulu, que estaba a cargo del perfeccionamiento de los sistemas de dirección.
El antiguo navegante, Pavel Chekov, había abandonado la nave para asistir a la escuela de seguridad de la Flota Estelar, en Annapolis. Decker anhelaba tener a Chekov pronto de vuelta en la nave como jefe de seguridad cuando hubiera acabado el curso.
Puesto que aún no había sido designado el sustituto permanente de Chekov como navegante, la jefe Suzanne DiFalco —la segunda de Montgomery Scott en los sistemas de navegación— le sustituiría durante aquel corto vuelo.
—Jefe —comentó Decker—, confío en que esté preparada para recibir la señal horaria.
—Sí, capitán —respondió DiFalco con voz serena, aunque sus ojos tenían un brillo poco habitual. Hizo una pausa momentánea y luego agregó—: Ya la tengo, señor. El reloj ya está funcionando. Nuestra hora prevista de entrada en el muelle espacial Cuatro ha sido corregida de acuerdo con la nueva hora de partida.
—Trazado el nuevo curso, señor —agregó Sulu.
—Muy bien.
En el puente reinaba ahora la quietud; todo lo que podía hacerse ya estaba hecho, y comprobado y vuelto a comprobar. Decker miró a su alrededor. La mayoría de los que estaban en el puente eran nuevos en la
Enterprise
, asignados a su tripulación durante los seis meses que el platillo había permanecido en el astillero de la Armada. Sin embargo, la nueva tripulación había hallado rápidamente su identidad a bordo de la nave, formando alrededor de los pocos veteranos que aún continuaban en ella, que era exactamente lo que el almirante Kirk y Decker habían esperado que ocurriese. Más o menos lo mismo había sucedido en la sección de ingeniería, donde Scott había distribuido a unos cuantos veteranos entre el nuevo personal entrenado en los últimos métodos de diseño, construcción y mantenimiento de naves espaciales.