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Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

Una bandera tachonada de estrellas (9 page)

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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G’dath se puso en pie. El gatito se le aproximó trotando y se puso a pasearse de un lado a otro delante de él como un centinela, frotándosele contra las piernas a cada pasada.

«Sin embargo, los reglamentos de la reserva dicen que no puedo tener un animal en el apartamento. No está permitido tener mascotas. Yo soy una persona respetuosa de las leyes. Supongo que podría entregarles el gato a las autoridades.»

G’dath volvió a bajar los ojos hasta el gato. El animal estaba sentado en el suelo, con la cabeza ligeramente inclinada a un lado, y lo miraba con los ojos abiertos de par en par.

Confiaba completamente en él.

El klingon encogió sus anchos hombros. «Ya es hora de comenzar a romper las reglas», decidió. Miró detrás de sí, hacia el sendero peatonal, y no vio a nadie. Extendió su campo auditivo y no oyó a nadie al alcance del mismo. «Eso está bien —pensó—. Cuantas menos complicaciones haya, mejor para los dos.»

—Ahora nos vamos a casa, pequeño —le dijo G’dath al gatito. Se inclinó para recogerlo. El animalito continuaba tranquilo. El klingon se lo escondió dentro de la chaqueta y reemprendió con aire indiferente el camino hacia el edificio. Pensó que el portero podría detectar al gatito si él lo llevaba simplemente en brazos… y probablemente era más prudente esconder a la pequeña criatura en cualquier caso. A pesar de su convicción de que estaba haciendo algo correcto, se sentía nervioso por romper las reglas.

Pero los centinelas de la puerta automatizada y del ascensor no descubrieron la presencia del gato, y G’dath llegó al piso cincuenta y uno y a la puerta de su apartamento sin problemas. Le habló a la puerta utilizando una frase específica, y ésta decidió que G’dath era el verdadero inquilino de aquella vivienda. Un relé desactivó el escudo de seguridad que evitaba que otras personas entrasen en el apartamento.

—Hola —dijo una voz suave detrás de él.

El klingon se volvió, sobresaltado, pero no era más que el señor Olesky, el anciano que se había mudado al apartamento del otro lado del corredor hacía aproximadamente una semana. G’dath se había cruzado una o dos veces con él en el pasillo, y en cada ocasión el señor Olesky lo había saludado con simpatía. Aquello había sorprendido a G’dath; la simple cortesía no era algo con lo que se encontrara a diario.

—¿Le sucede algo malo? —le preguntó el señor Olesky, sinceramente preocupado—. No me diga que no me ha oído llegar… con ese oído que tiene usted.

G’dath negó con la cabeza.

—No, no lo he oído. Estaba… pensando. —Se cerró aún más la chaqueta y abrigó la esperanza de que el gatito no hiciera un bulto evidente.

—Ah —prosiguió el señor Olesky—. Pensando. Yo tuve un tío que una vez pensó. En mal lugar y en el momento equivocado. Una nave le cayó directamente encima mientras lo estaba haciendo. Nadie de la familia ha vuelto a pensar desde entonces.

—¿De veras?

Los finos labios de Olesky se curvaron en forma de luna creciente.

—Es una broma. Dígame, ¿tiene frío? —¿Frío? Pues, no.

—Lleva usted la chaqueta muy cerrada.

—Ah. No, no tengo frío. Es… un gesto nervioso mío. Es algo parecido a los, eh… tics de los humanos.

—¿No me está tomando el pelo? ¿Lo dice en serio? Bueno, cada día se aprende algo nuevo. En fin, la razón por la que estoy aquí es que esta mañana llegó un paquete para usted. Yo me he hecho cargo de él.

—¿Un paquete?

—Sí. Necesitaban una huella digital de dedo pulgar en el recibo, y el portero anda escaso de pulgares. ¿Estaba esperando algo de una empresa llamada Custom Electronics, de la Tercera?

—Pues, sí —respondió G’dath, entusiasmándose. ¡La unidad de circuitos integrados, por fin! Y a tiempo—. Sí, estaba esperándolo.

—Aquí lo tiene —declaró el señor Olesky, mientras le tendía a G’dath una caja pequeña.

El klingon la cogió, olvidándose momentáneamente del gatito que ocultaba bajo la chaqueta.

El señor Olesky lo miró con fascinación.

—Eh, ¿ha sido eso un chillido?

—Yo no oigo nada —replicó G’dath mientras se metía el paquete en el bolsillo—. Quizás ha sido un crujido de asentamiento del edificio.

El señor Olesky asintió lentamente con la cabeza. —Puede que sí. Bueno, tómeselo con calma.

—Adiós, señor Olesky. Gracias por hacerse cargo de mi paquete.

—No, humm…

—¿Eh?

—No tiene por qué darlas. Nos vemos.

—Desde luego. Gracias otra vez.

G’dath entró en el apartamento, cerró y echó la cerradura tras de sí con otra orden, y dejó las grabaciones sobre la mesa que estaba inmediatamente junto a la entrada. El gatito asomó la cabeza desde la chaqueta de G’dath y parpadeó.

G’dath sacó al gatito y lo depositó cuidadosamente en el suelo.

—Ya hemos llegado, pequeño.

El gato permaneció inmóvil durante un momento, recorriendo la habitación con los ojos. Luego comenzó a caminar de aquí para allá sobre sus delgadas patas, olfateando en todas las direcciones.

El apartamento de G’dath era pequeño, pero tenía una gran ventana que le confería un aspecto amplio. El gusto del klingon en materia de mobiliario procedía directamente de su crianza. Prefería los muebles de diseño ligero hechos en madera de nogal, y las telas estampadas de colores brillantes para la tapicería. También tenía una alfombra de muchos colores vivos, con predominancia del rojo.

Puesto que G’dath era una persona devota, en un rincón de la sala había un
vav gho
, con el icono central orientado hacia el norte con el fin de indicar la dirección de la tierra natal… o, más bien, el lugar en que estaría la tierra natal si aquello hubiese sido el único planeta de origen de G’dath, en lugar de la Tierra. El
vav gho
era exactamente el mismo que, por tradición, había sido colocado junto a su cama durante la noche, antes de su cuarto cumpleaños. Así, el altar sería lo primero que vería un niño varón al despertar. El
vav gho
había sido uno de los pocos objetos que G’dath había podido llevarse consigo al abandonar el imperio.

G’dath se encaminó hacia la consola del ordenador y se sentó. El gatito encontró un lugar junto a la bota derecha de su nuevo amigo, se sentó sobre las ancas y observó con gran interés cada uno de los movimientos del klingon.

—Ordenador —dijo G’dath; e hizo una pausa. Por muy ansioso que estuviera por probar el circuito integrado, acababa de asumir una nueva responsabilidad que no podía pasar por alto. Rápidamente accedió a los archivos de la biblioteca pública que explicaban las bases del cuidado de los gatitos.

G’dath recorrió los archivos y tomó nota de las necesidades más inmediatas. «¿Una caja de arena?» ¿Para qué podrá servir una caja llena de arena…? Ah, ya veo. Ah, y también hombre supersticioso, también pensó que estaba más allá de toda coincidencia que la unidad de circuitos integrados hubiese llegado en ese momento, un día antes de que la reportera de Mundo Noticias fuera a su apartamento a entrevistarlo acerca de su vida y su trabajo.

Conectó un pequeño conductor del ordenador en una entrada de la unidad de circuitos integrados.

—Active rutina de integridad —ordenó.

El ordenador tenía los esquemas del circuito integrado almacenados en una memoria no volátil, y detectaría cualquier posible defecto de fabricación que éste tuviese. Dada la complejidad del circuito, la revisión tardaría varias horas en acabar.

G’dath no tenía nada que hacer excepto esperar, y considerar con especial cuidado su fortuna. Porque si aquel circuito integrado funcionaba como G’dath sabía que lo haría, su descubrimiento iba a revolucionar para siempre los viajes interestelares.

4

Klor se detuvo ante el alojamiento de Keth y pulsó el botón de llamada, y luego aguardó mientras la puerta se deslizaba hasta abrirse completamente. Keth se hallaba sentado en la penumbra de la habitación, cuyas luces no estaban encendidas, y contemplaba un holograma que tenía sobre el escritorio, en el que se veía a una hermosa mujer klingon flanqueada por dos chicos fuertes. Al entrar Klor, Keth pulsó un control y el holograma desapareció.

La desgracia, reflexionó Klor, era algo duro para un guerrero; contemplar los efectos de esa desgracia sobre la familia de uno era aún más duro. Permaneció firme y cambió el peso de uno a otro pie, incómodo al ver reducido a aquel estado al que una vez había sido un guerrero honrado por los demás.

—Superior —se apresuró a decir—, usted deseaba que pusiera en su conocimiento el momento en el que el sujeto G’dath recibiera la unidad de circuitos integrados.

Los ojos de Keth tenían un aire distante, como si estudiaran algo que se hallaba muy lejos, pero ante las palabras de Klor, adquirieron repentina e instantáneamente una mirada penetrante. Se inclinó hacia delante, con los brazos tendidos sobre el escritorio.

—¿Y qué ha hecho con ella?

—La ha programado para que realice una revisión de sí mismo, la cual tardará varias horas en acabar, superior, y ha salido del apartamento.

Keth profirió una imprecación. Sólo tenían posibilidad de controlarlo cuando estaba en su lugar de trabajo o en su alojamiento.

—De todas formas —agregó Klor, ansioso por demostrar su iniciativa—, he mantenido un control constante sobre sus transacciones financieras. En el momento presente parece haber ido de compras. Hace tan sólo unos instantes, adquirió varios productos apropiados para el cuidado y la alimentación de un gato. He advertido que llevó un espécimen a su apartamento a primeras horas de esta tarde.

Keth se echó hacia atrás con sorpresa y frunció el entrecejo.

—¿Una panthera leo? ¿En un apartamento?

—No, superior, me refiero al felis catus.

Keth profirió un sonido sordo de asco.

—Es mejor tener en casa diez tribbles que uno de esos animales. Según tengo entendido, no hacen otra cosa que comer, dormir y dejar pelos por todas partes. Pero… —Keth hizo una pausa, y la luz que Klor había visto antes en los ojos de su comandante, volvió a brillar—. Tengo entendido que los gatos pueden ser utilizados con finalidades experimentales. Experimentos que podrían estar relacionados con esa misteriosa unidad de circuitos integrados. Esto se vuelve cada vez más peculiar. ¿Ha acabado ya la transferencia de los datos de ese diseño?

—Acaban de entrar —le respondió Klor—. Superior, aparentemente, el sujeto G’dath diseñó él mismo esa unidad de circuitos integrados. Su nombre aparece en las especificaciones.

—Interesante —reflexionó Keth en voz alta, y sus ojos volvieron a enfocar un punto distante que parecía estar por encima del hombro de Klor—. Así que nuestro teórico es capaz de hacer algo más que soñar… tiene alguna facilidad para llevar a la práctica ciertas cosas. Muy sorprendente. —Volvió a mirar a Klor—. ¿Hay algún indicio en sus notas referente al propósito de esa unidad de circuitos integrados?

—Ninguno, superior. Las notas de diseño del archivo no hacen referencia a ese punto, y nuestra computadora no puede inferir las funciones de la unidad completa. Además, parece que falta una porción importante del diseño… tal vez a causa de un error en el almacenamiento de los datos.

Keth se encogió de hombros y se repantigó en el asiento.

—No importa. Tal vez podremos averiguar algo más cuando concluya esa revisión. Llámeme si construye algo con la unidad de circuitos integrados.

Entonces hizo algo que Klor no le había visto hacer en todos los monótonos meses de servicio que llevaban juntos: sonrió, brillantemente, pasmosamente.

Y Klor le devolvió la sonrisa, al comprender que su comandante estaba en plena inspiración estratégica, una inspiración que era buena señal para ellos dos, pero mala para el sujeto G’dath.

Quince segundos antes de las catorce horas de San Francisco, Kirk entró en el área de recepción del almirante Nogura y fue recibido por uno de los ordenanzas, un joven varón vulcaniano.

—Buenas tardes, almirante —le dijo el alférez mientras se ponía rápidamente en pie—. Por aquí, por favor. El almirante lo recibirá de inmediato.

El ordenanza lo escoltó hasta el otro lado del área de espera donde había una pesada puerta de roble en la que se veía la palabra PRIVADO en pulcras letras doradas, y llamó suavemente con los nudillos justo por debajo de las letras, poniendo atención en producir un sonido agradable.

—Adelante —dijo Nogura en voz alta. La puerta se abrió y Kirk la transpuso.

El jefe de la Flota Estelar se hallaba de pie junto al mueble bar de su despacho, el cual habitualmente quedaba oculto detrás de una copia de un mapa del mundo del siglo XVI, trazado por un cartógrafo que contaba con más imaginación que datos precisos. A pesar de que había un dispensador, el almirante estaba sirviendo las bebidas a mano, de unas botellas que a Kirk le parecieron tan antiguas como el propio Nogura. Levantó los ojos y sonrió al acercarse Kirk.

—Ya sé que es temprano, pero he pensado que no le molestaría celebrar el éxito del lanzamiento. —Nogura le tendió una generosa copa llena de un líquido ambarino—. Después de la frustración que sentimos esta mañana con la lluvia, creo que nos merecemos una copa. Es su bebida favorita, si no me equivoco.

Kirk inclinó la cabeza sobre el balón de cristal de la copa, y sonrió ante la familiar fragancia embriagadora.

—Brandi Saurio. Señor, esto no es precisamente barato… ni fácil de conseguir.

—Ya lo sé. —La sonrisa de Nogura adquirió un aire de misterio bien humorado, mientras se servía él mismo una copa—. Por eso voy a servirme yo una. Tome asiento, Jim. Allí. —Hizo un gesto con la cabeza en dirección al área de charla informal que se hallaba en el rincón más cercano a la ventana, la cual tenía la misma vista del Golden Gate de la que disfrutaba Kirk, debido a que el despacho del almirante supremo se encontraba emplazado justo encima del suyo.

Por insistencia de Nogura, Kirk ocupó el asiento que quedaba directamente de cara a la vista. A pesar de que apreciaba sinceramente el brandi, Kirk estaba en guardia; el instinto —y alguna sutil insinuación captada en el tono de Nogura cuando había solicitado aquella entrevista—, le decían que el anciano almirante no lo había citado allí para tomar una copa de felicitación.

Nogura se sentó junto a él.

—Ese puente es verdaderamente hermoso —comentó con afecto—. Siempre me ha encantado… no hay nada parecido a él en ninguna parte. ¿Sabía usted que mi familia proviene en parte de Estados Unidos, Jim? —Se llevó la copa a los labios y bebió un sorbo.

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