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Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

Una bandera tachonada de estrellas (23 page)

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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Keth se volvió a mirarlo, con los ojos relumbrantes en la penumbra y una sonrisa irónica.

—No he informado a nadie de su error, Klor.

La mirada de Klor bajó al suelo y él aguardó para conocer su suerte. No se permitió sentir autocompasión ni pesar. Como guerrero, aceptaría el decreto de Keth sin protesta ni disculpa. Pero no estaba preparado para lo que el comandante dijo a continuación.

—El que lo haga o no depende de usted. ¿Con cuánta fuerza desea regresar a casa?

Klor levantó la mirada, confuso.

—Perdóneme, superior. No le entiendo.

—Es una simple pregunta. —El tono de Keth era sereno, pero estudiaba a Klor con atemorizadora intensidad—. ¿Con cuánta fuerza desea usted regresar a casa?

Klor guardó silencio, intentando condensar sus sentimientos al respecto en una sola frase.

—Regresar a casa con honor —dijo de pronto Keth—. Como un héroe. ¿Con cuánta fuerza desea eso?

El otro no guardó silencio ante aquello, sino que respondió en voz baja.

—Por regresar a casa… con honor… lo arriesgaría todo. Mi vida.

Keth asintió con la cabeza, satisfecho; su sonrisa se ensanchó.

—Bien. Muy bien. Tal vez no necesite informar en absoluto a nuestros superiores. Yo pienso que el error fue de lo más comprensible. Ciertamente, todos hemos errado en algún momento de nuestra carrera. —Hizo una pausa—. Por lo que a mí respecta, nuestro grupo de asalto ya está organizado.

Klor se tensó. Si comprendía a su comandante, Keth estaba sugiriendo que el grupo de asalto fueran ellos dos; era algo osado y bastante cuestionable el interpretar las órdenes de una forma tan libre.

—Tengo un plan bastante… poco convencional. ¿Confía en mí, Klor?

—Sin reservas, superior. —Respondió de inmediato, y no permitió que las vacilaciones que sentía se reflejaran en sus gestos o su voz.

Keth pareció satisfecho.

—Lo que yo propongo es arriesgado. Pero, como guerrero, me aburro de vivir sin riesgo. —El tono de su voz cambió de forma brusca—. ¿Sabe cuántas estaciones han pasado desde que hablé con mi esposa? ¿Desde que la toqué…? — Suspiró y miró el holograma de su familia que relumbraba sobre el escritorio—. Es mejor morir que vivir deshonrado. —Volvió a levantar los ojos hacia Klor—. No podemos llevar ninguna pistola fásica, ningún arma que pueda ser detectada, y nos apoyaremos en la sorpresa y la oportunidad. Si el plan sale mal, ni siquiera podremos depender de la embajada para que nos transporte. —Sonrió fugazmente.

—Atacaremos mañana por la mañana, Klor. ¿Podrá estar preparado?

—Estaré preparado, superior —respondió Klor. Tenía pocas opciones; Keth lo había dejado claro. Unirse a su plan para alcanzar la gloria, o enfrentarse a mayores ignominias.

Pero en la luz sutil, los ojos de Keth no parecían tanto inspirados como dementes… o quizás era sólo un efecto de la penumbra y la sombra. Después de todo, se dijo Klor, la carrera de Keth como comandante estaba marcada por la brillantez… y la verdadera brillantez planea al borde de la locura.

El domingo por la mañana, Nan recibió una llamada de su director de encargos: ella iba a cubrir el programa sobre el día del
Apolo
. Nan estaba encantada, y llamó a Jenny para decirle que el lunes se pusiera en contacto con el jefe de personal de Kirk, aunque Jenny pareció tener extrañas reservas al respecto. Y luego llamó a Jim Kirk. Acordaron encontrarse a primeras horas del lunes para que ella pudiese grabar algo referente al proyecto
Dart
. Aquello la haría correr de un lado a otro entre dos encargos, pero ya había grabado, por si acaso, la introducción al trozo que se transmitiría en directo desde el aula de G’dath. Después de todo, el único fragmento en vivo sería la parte en que G’dath aparecía dando clase, y la sesión de preguntas y respuestas con los estudiantes.

Ella preguntó por G’dath, y aparte de decirle que el klingon estaba bien, Kirk no le dio información alguna sobre su paradero. Nan no insistió. En algunos aspectos, G’dath y Kirk se parecían mucho; ambos eran hombres de los más elevados principios, ambos contaban entre los hombres de más talento dentro de sus respectivas profesiones… a pesar de que el talento de G’dath no había sido reconocido por sus colegas. Todavía. Ella esperaba que su programa cambiaría eso.

Ya había dejado de preocuparse por si G’dath había o no dicho la verdad respecto a las capacidades del globo. Al igual que Kirk, ella confiaba en su instinto y le creía. Desde el momento en que había hablado con G’dath por primera vez, se había sentido profundamente impresionada por lo sincero, auténtico y cordial que era. Si el programa del día de
Apolo
impresionaba lo bastante a las altas esferas de Mundo Noticias como para ascenderla a la oficina de Nueva York, esperaba que ella y G’dath pudieran hacerse buenos amigos.

Después del ataque del viernes, daba la impresión de que no le vendría mal una amistad.

El lunes, temprano por la mañana, Kirk, Nan y el técnico de esta última, Eddie, surgieron sobre el alquitranado, directamente delante del hangar de Dulles Park alquilado por el proyecto
Dart
. Mucho tiempo antes, Dulles Park había sido un aeropuerto. Eso era en la época en que los aparatos aéreos dependían en gran parte de la fricción contra el pavimento y los frenos de las ruedas para poder detenerse. Aquella manera fortuita de hacer las cosas requería no poco espacio. Eventualmente, sin embargo, los aparatos aéreos dejaron de necesitar las pistas para aterrizar, así que Dulles había sido cerrado, ajardinado y vuelto a abrir como uno de los más grandes parques de recreo del este de América del Norte.

Pero aún había un hangar en funcionamiento…

La primera persona que vieron al entrar fue Alice Friedman, la piloto de la lanzadera. Iba vestida con una copia esmeradamente exacta de los trajes de la NASA de finales del siglo XX.

—Hola a todos —les gritó—. Bienvenidos al proyecto
Dart
. —Les dio la mano a todos—. Nos perdonarán por no haberles preparado una recepción, pero andamos bastante cortos de tiempo y todo el mundo está ocupado. Yo sólo soy la piloto, así que tengo un poco de tiempo libre. —Les sonrió.

—Es un placer conocerla —declaró Kirk, atento.

—Sí, de verdad —agregó Nan—. Gracias por recibirnos, capitán Friedman.

—Lo mismo digo —gruñó Eddie.

—¿Quieren ver a nuestro bebé? —les preguntó Alice—. Creo que finalmente está en condiciones de tener compañía. —Condúzcanos —dijo Kirk, y los tres entraron en la fresca penumbra del hangar.

Kirk sabía qué iba a ver, pero el espectáculo de todas formas lo dejó sin aliento.

Era la Orbiter 101, la lanzadera espacial original, con un aspecto tan nuevo y flamante como cuando la sacaron por primera vez de un hangar de la planta de la U.S. Air Force, de California. La habían llamado
Enterprise
porque uno de los directores del proyecto de la Rockwell International, la constructora del vehículo, había perdido un hermano destinado a bordo de un portaaviones del mismo nombre durante la recientemente concluida guerra mundial.

La
Enterprise
era la pionera de una nueva era de la exploración espacial. Luego había sido arrojada a un lado con insensibilidad y entregada al edificio de almacenamiento de un museo, donde la habían dejado deteriorarse durante décadas… hasta que había llegado alguien y la había cuidado como se merecía. En aquel momento se hallaba apoyada sobre su tren de aterrizaje, orgullosamente restaurada, con sus placas aislantes sin arañazos ni manchas debidas al tiempo o agentes externos.

Era gigantesca. La lanzadera espacial
Enterprise
era quizás ocho veces más grande que las que llevaba un crucero estelar. La nave había sido la reina de su era, por corta que hubiese resultado ser esa era. El desarrollo del motor de impulso a finales del siglo XX había condenado el programa lanzadera. La lanzadera no podía siquiera regresar con energía propia; dependía enteramente del frenado que ejerciera sobre ella la atmósfera y de una limitada capacidad de maniobra, para aterrizar. Kirk recordó, nostálgico, que la habían descrito como un ladrillo volador. Decidió, una vez más, que su tripulación había sido, sin lugar a dudas, gente de gran valentía.

Las inscripciones originales habían sido restauradas, hasta en las lisas letras negras de palo seco de las inscripciones que decían: ESTADOS UNIDOS y
ENTERPRISE
. Sólo existía una diferencia: las banderas identificativas de Estados Unidos, que llevaba pintadas en el casco, habían sido actualizadas según la correcta bandera de cincuenta y seis estrellas, y las acompañaban, en igual número, las banderas estándar, rojas y plateadas, de la Federación de Planetas Unidos.

—¿Lo hemos hecho bien? —preguntó Friedman, vanidosamente segura de cuál sería la respuesta.

Kirk no dijo nada, sino que se limitó a asentir lentamente con la cabeza, empapándose en el espectáculo. Finalmente dijo:

—Subamos a bordo.

—Por aquí mismo —replicó Friedman.

Los cuatro treparon por un acceso temporal que conducía hasta la escotilla por la que se entraba a la nave. Si el exterior de la lanzadera representaba la fiel restauración de la obra de los artesanos del siglo XX, en el interior se había suprimido implacablemente esa obra original. Todo lo que había en la parte de dentro de la piel de la lanzadera era de la más avanzada tecnología del siglo XXIII.

Entraron en la carlinga, y Kirk miró los controles recién instalados. Parecían un millar de veces más sencillos que los originales que él había visto en fotografías.

—Eso sí que me resulta familiar —comentó, señalándolos—. Parecen algo que uno vería en cualquier lanzadera estándar.

—Son exactamente eso —dijo Friedman, a la vez que asentía con la cabeza—. El utilizar controles estándar nos ahorra tiempo y dinero. No tenían que cambiarles muchas cosas para hacerlos encajar, así que los utilizamos.

—¿Utilizan también motores de impulso estándar? —le preguntó Nan.

—Así es —informó Friedman—. Hemos instalado un grupo de unidades de impulso de clase dos justo donde estaban los antiguos motores. Los chorros de impulsión son dirigidos a través de las toberas de los antiguos motores.

—¿Pueden resistir ese tipo de calor las antiguas toberas? —preguntó Kirk.

—Oh, sí —respondió Friedman—. Comparados con lo que esas toberas estaban diseñadas para soportar, el calor de los chorros de impulsión no es más que una brisa cálida. Solían llenar a esta preciosidad con gases en estado líquido, y luego encendían una cerilla. Ese tipo de cosas puede ponerse caliente de verdad.

—¿Por qué no han intentado hacer volar a todo el conjunto de lanzamiento? —preguntó Nan—. Ya sabe, los tanques y cohetes, además de la orbitadora en sí… la
Dart
, como la llaman ustedes.

—Supongo que podríamos haberlo hecho —dijo Friedman—, pero los tanques y los SRB,
[3]
los aceleradores del cuerpo principal del cohete, no ayudarían en nada a la configuración de impulso de la
Dart
, así que nos olvidamos de ellos. En cualquier caso, habríamos tenido que fabricar réplicas de ellos porque ya no hay ni tanques ni aceleradores de cohetes, y el hacer eso habría elevado aún más los costes, así que, ¿por qué molestarse? —Luego sonrió—. Además, está más pulcra y limpia de esta manera, ¿no le parece?

—Sí —repuso Nan—. ¿Cuándo tienen planeado hacerla despegar, capitán?

—Estamos preparados para salir dentro de unos minutos —contestó Friedman—. Será su primer vuelo de prueba… un trayecto de comprobación recorriendo la costa a unos cinco mil metros. Si todo va bien, mañana por la tarde la llevaré hasta el espacio exterior. Describiré un ocho alrededor de la Luna. Digamos unas seis horas. Eso nos dará dos días de tiempo para ajustar cualquier problema menor antes de asistir al desfile de naves espaciales.

—¿Espera tener algún problema? —preguntó Nan.

—No. Es un encanto lo que tenemos aquí, puedo asegurárselo. Ha estado esperando mucho tiempo a que llegara su día. De verdad que quiere volar. —Le dio unas palmaditas a la consola.

—Estoy de acuerdo —comentó Kirk, asintiendo con la cabeza—. Está preparada.

—Bueno, pues, vamos. —Friedman les hizo un gesto hacia la escotilla.

Nan dudó.

—No estoy segura de tener el tiempo suficiente para realizar un vuelo. Tengo un trozo de programa que debo transmitir en vivo desde Nueva York esta misma mañana. ¿No podríamos instalar los monitores dentro y hacer algunas tomas?

—No hay problema. Le diré qué haremos: incluso la levantaré y bajaré unos pocos metros por encima del asfaltado para que pueda grabar algunas tomas de cómo se ven las cosas desde dentro durante el despegue. ¿Tiene tiempo para ello?

Nan sonrió.

—Será perfecto. ¡Capitán Friedman, es usted maravillosa!

—Ya lo sé. Me lo oigo decir constantemente. Por otra parte, he supuesto que usted querría verlo con sus propios ojos en lugar de dejar que sea su técnico el único que se divierta. —Friedman le devolvió la sonrisa—. ¡Vamos allá, amigos, a volar!

11

Cuando faltaban unos quince minutos para las nueve de la mañana, Joey Brickner entró en el aula sintiéndose como una víctima que se presenta voluntariamente a su propia ejecución. Había pasado el fin de semana estudiando y reescribiendo el trabajo, y apenas había dormido en dos días. El instituto había enviado a su casa un memorando sobre el programa de trivisión sobre la clase, así la madre de Joey estaba muy emocionada, y se lo contó a su padre y sus abuelos para que se aseguraran de no perdérselo.

Fantástico. De esa forma, todo el mundo estaría mirando cuando él se pusiera en ridículo en la trivisión internacional.

Carlos Siegel lo había llamado el sábado por la tarde para volver a hacerle la oferta de estudiar con él y Ricia. Joey se mostró cortés; Carlos le gustaba, pero Ricia lo había hecho sentir violento por contar el chiste sobre los klingon, y ahora estaba seguro de que a ella no le caía bien. Por otro lado, a últimas horas del sábado, Joey no se sentía muy caritativo para con los klingon después de las horas que había pasado estudiando. La sola mención del nombre de G’dath habría bastado para que se pusiese a vomitar epítetos antiklingon. Estaba más furioso que nunca con el profesor, lo bastante como para preguntarse si Stoller no había tenido razón. «Amante de tortugas.»

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