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Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

Una bandera tachonada de estrellas (20 page)

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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—No. El grupo ha sido detenido por las autoridades locales, pero sus historias de tapadera se mantendrán sólidas ante los interrogatorios policiales rutinarios. —Keth sonrió, una vez más con un brillo asombroso—. Entre tanto… —hizo una pausa para dirigirle a Klor una mirada de profundo significado—, tenemos que trazar nuestros propios planes.

Klor sonrió a su vez. Porque en aquel momento supo, sin el más mínimo lugar a dudas, que estaban a punto de volver a casa.

9

Después de que Nan Davis y el almirante Kirk se hubieron marchado, G’dath dejó salir a
Saltarín
de su prisión temporal en el dormitorio, tras lo cual se sentó en el salón y se preguntó si no habría hecho mal al no hablarles del globo. En aquel momento, la discreción había parecido la política más prudente. No había querido dar a conocer la información hasta haber comprendido su poder —y sus peligros— por completo.

Sentía una pequeña punzada de culpabilidad por no habérselo contado a la señorita Davis. Ella había sido tan amable con él, tan atenta para con lo que él tenía que decir… Y había accedido alegremente a mantener en secreto la presencia de
Saltarín
. Era una persona de lo más notable: generosa, inteligente y bastante hermosa, para ser una humana. No se permitía con mucha frecuencia ese tipo de pensamientos. Debido a que él era klingon, sin duda la señorita Davis lo encontraba singularmente carente de atractivo. No importaba; hacía mucho que se había resignado a la soledad. Pero tenía la sensación de que podía confiar en ella, y quería que ella fuese quien diera la noticia. La ayudaría en su carrera, de la misma forma que la entrevista de ese día lo ayudaría a él en la suya propia.

Habían salido ilesos del ataque, pero G’dath aún se sentía agitado. No en lo físico, sino emocionalmente. La violencia le resultaba hondamente perturbadora… y el incidente de ese día lo era por doble partida. No porque fuese una más de las dificultades con las que él se encontraba en la Tierra… no, había algo más profundo, alguna semilla de preocupación que había arraigado en su subconsciente, que estaba creciendo poco a poco.

Sin tener conciencia de haberlo decidido así, se puso de pronto en pie y sacó el globo del armario. La brillante superficie estaba intacta y podía sentir la vibración de energía en las yemas de los dedos. Abrió el panel de acceso y accionó el interruptor. Las luces interiores se encendieron. El globo funcionaba aún a la perfección, después de los repetidos viajes de la noche anterior.

Tras el quinto viaje, G’dath se había visto obligado a creer en los sondeos estelares realizados por el globo. Los datos estaban de acuerdo con la dirección inicial de viaje del prototipo. Era la distancia recorrida la revolución.

Aparentemente, el globo extraía la energía de la nada, y eso, sin duda, era revolucionario. Pero el depósito energético del que el globo se alimentaba tenía unas determinadas características que podían ser estudiadas, medidas y utilizadas. Eso era lo que convertía el asunto en ciencia y no en magia.

Cuando había comenzado a estudiar el tema por primera vez, hacía muchos años, G’dath pensó que podría haber llegado al hiperespacio sin necesidad alguna de la complicada tecnología y enormes cantidades de energía habitualmente requeridas. No obstante, pronto se convenció de que, fuera cual fuese el depósito energético que había alcanzado, no era el hiperespacio sino algo que estaba más allá de éste. Independientemente de lo que fuera, se trataba de algo en lo que el hiperespacio —y en consecuencia, el espacio normal mismo— estaba contenido. Tampoco había razón alguna para creer que se acabase allí. Ruedas dentro de ruedas…

Los descubrimientos de G’dath estaban conduciéndolo rápidamente a una teoría cosmológica que dejaría obsoleto todo lo que en la época se sabía acerca del universo. Él haría con la física de su presente lo que el pionero del hiperespacio, Zefrem Cochrane, había hecho con la física de Einstein: es decir, aniquilarla.

Un logro meritorio para un profesor de instituto.

Él había tenido la intención de que el globo, en su primer vuelo, viajara hasta la Luna, describiera un círculo alrededor de ella, tomara algunas lecturas de las estrellas para confirmar su posición, y regresara. En lugar de eso, el prototipo había dejado atrás la Luna y continuado hasta un punto del espacio que estaba a apenas menos de un millar de años luz de distancia. Luego había regresado directamente a la ventana. El globo había realizado el viaje de ida y vuelta en poco menos de seis coma siete segundos.

G’dath había calculado el porcentaje de error relacionado con el hecho de que el globo hubiera partido de un punto determinado del espacio, viajado a un millar de años luz de distancia, y regresado luego al mismo punto de partida, a la vez que tenía en cuenta los varios movimientos que había realizado la propia Tierra a través del espacio en ese lapso. Las cifras preliminares demostraban una exactitud de navegación de hasta uno en sesenta trillones… pero él no había diseñado el prototipo para eso, ciertamente. Como tampoco lo había diseñado para que viajara a casi trescientos años luz por segundo… pero lo había hecho.

También había calculado el gasto de energía requerido para enviar un objeto a un millar de años luz de distancia y hacerlo regresar, en no más del tiempo que se tarda en parpadear varias veces. Expresada en calor, esa energía habría bastado para vaporizar al sistema Tierra-Luna… pero esa energía no era calor. Toda ella se había traducido en movimíento. Si tan sólo una fracción insignificante de esa pasmosa energía se hubiera transformado en calor, un mínimo habría bastado para hacer estallar al globo con la fuerza de un gigantesco reactor de materia-antimateria, con todas las consecuencias que eso implicaba para Nueva York. G’dath se estremeció. Si hubiese conocido el riesgo potencial para los demás, nunca habría realizado la prueba. Por el contrario, le hubiese entregado el globo directamente a las autoridades de la Federación para que lo probaran lejos, muy lejos de cualquier zona habitada.

Quedaban muchas preguntas sin responder respecto a lo sucedido, la menor de las cuales no era precisamente cómo había causado el globo sólo un insignificante restallar de trueno al partir y regresar. La velocidad con que había recorrido el aire tenía que ser varias veces superior a la de la luz para haber podido llegar al punto X y regresar tan rápidamente. El globo apenas podría haberse tomado el tiempo de demorarse durante el recorrido por la atmósfera.

El klingon sabía que aún le quedaba muchísimo trabajo por delante antes de hacer cualquier clase de anuncio. Se sentía decepcionado por no poder darlo a conocer públicamente de inmediato, pero había aguardado mucho tiempo para obtener un reconocimiento… y esto era demasiado importante como para que no le dedicase sus máximos esfuerzos. Sabía que sería mejor para él esperar un poco más. Se encargaría de elaborar el trabajo teórico y luego le entregaría el prototipo a la Federación para que realizara otras pruebas más seguras.

Además, había otras consecuencias en una tecnología tan potente como aquélla.

Pensó en las preguntas del almirante Kirk y de la señorita Davis: «¿Ha luchado alguna vez con una nave de la Federación?». Se había sentido aliviado por poder responder negativamente; no por temor a lo que Davis o Kirk pudieran pensar de él en caso contrario, sino porque deploraba la pérdida innecesaria de vidas. El almirante le había caído sinceramente bien, y el conocer a Kirk le recordó el hecho de que había guerreros honorables en ambos bandos de una batalla. Era un desperdicio el derramar una sangre tan noble.

Pero había comenzado a ocurrírsele que su invento podría conducir a un conflicto. Podría facilitar un conflicto. Un enemigo que tuviese el globo podría atacar rápidamente y desaparecer sin sufrir bajas.

G’dath advirtió que
Saltarín
estaba junto a él. El pequeño gato lo miraba con brillantes ojos inquisitivos. El klingon se inclinó para acariciarlo.


Saltarín
—dijo—, ¿entiendes tú lo que quiere decir el término «equilibrio de poder»?

Saltarín
profirió un maullido.

—¿No? En ese caso, permíteme que te lo explique. Tomemos como ejemplo dos entidades políticas rivales. Cada una de ellas es grande y poderosa. Cada una tiene su propia esfera de influencia. La fricción entre estas dos entidades tiene como resultado abiertas hostilidades; pero, hablando en términos generales, se evitan los enfrentamientos a gran escala porque cada entidad disfruta de unas condiciones aproximadamente equivalentes a la de la otra. Puesto que ninguna tiene una ventaja clara, ninguna de las dos está dispuesta a poner en peligro la paz existente entre ellas. ¿Me explico con claridad?

El gatito comenzó a ronronear.

—Excelente —declaró G’dath—. Pues bien. El equilibrio de poder se mantiene con facilidad cuando ambos bandos poseen una riqueza, unos recursos y una tecnología equivalentes. Ahora bien, si existe algún desequilibrio serio entre las dos entidades en cualquiera de esas tres áreas, las fricciones aumentan y la posibilidad de enfrentamiento se hace más grande. ¿Lo comprendes?

Saltarín
parpadeó.

G’dath guardó silencio. Su intención había sido que el globo fuese una fuente portátil de una energía disponible en abundancia. En lugar de eso, había creado algo que tenía el potencial de ser el aparato más terrible inventado hasta la fecha… un aparato de poder desconocido que no sólo podía construirse con un presupuesto muy bajo, sino que también era capaz de viajar a una velocidad casi incalculable y ser absolutamente preciso.

Cogió el globo y lo dejó delicadamente en el armario. No lo cerró, sino que permaneció de pie, mirando fijamente su invento.

El ataque de ese día continuaba inquietándolo. De alguna forma, había una advertencia contenida en él, algo que su subconsciente estaba intentando decirle.

Una sensación de frío pavor se apoderó de él. Sin la más mínima duda, supo que lo estaban observando. Lo habían estado observando. Ese día era como si su vigilante le hubiese leído la mente. Cuando caminaba con Nan Davis y el almirante por el parque, había estado debatiendo en silencio si debía o no hablarle a ella de su descubrimiento. En un momento dado tuvo las palabras en los labios.

Y entonces se produjo el ataque.

No. No, los agresores eran todos humanos. Sencillamente había estado permitiendo que su mente de guerrero creara fantasías paranoicas. No lo estaban observando. Y sin embargo…

En el imperio, él había dado por sentado que los agentes imperiales lo vigilaban.

¿Quién podía decir que no estaban vigilándolo ahora? ¿Que habían tomado nota de su aparato —sin comprender del todo las consecuencias de los datos—, y que el ataque de los Barclayites estaba destinado a silenciarlo?

Pero el ataque había salido mal. Lo que significaba, por tanto, que tenía muy poco tiempo antes del siguiente.

G’dath permaneció durante un rato de pie, indeciso, ante el armario. La razón contendió contra su miedo, y al final ganó el último. Era mucho más seguro entregarse a la paranoia cuando no le hacía daño a nadie, que arriesgarse a la alternativa. Recogió al gatito, que había estado llorando lastimeramente a sus pies, y le dijo, con una alegría que a sus oídos sonó forzada:

—¿Por qué estás llorando, pequeño? ¿Estás aburrido por tener que quedarte dentro durante todo el día? Tal vez debería sacarte para que tomes un poco el aire fresco y te toque el sol… pero sólo un momento, y debes prometerme que no te escaparás.

Al sentir la agitación interior de G’dath, el gatito se removió entre sus manos.

G’dath vaciló antes de cerrar la puerta del armario. Si realmente estaba siendo vigilado, el llevarse el globo en aquel momento sería lo peor que podía hacer. Alertaría a los observadores de sus sospechas, y con toda probabilidad lo apresarían antes de que saliera del edificio. Pero si pensaban que salía durante un momento, tendría más oportunidad de escapar.

No sin recelos, dejó el globo. Tenía un plan para recuperarlo que no implicaba perjuicios para nadie. Con un poco de suerte, volvería a estar en su poder al cabo de una hora… es decir, si Nan Davis y el almirante Kirk estaban dispuestos a ayudarle. Sólo él sabía cómo hacerlo funcionar, y sólo él sabía cómo construir uno. Como medida de precaución, había almacenado información parcial sobre el diseño en su ordenador. La que faltaba la tenía guardada en la memoria.

Y tenía intención de ponerse fuera del alcance de cualquier parte interesada. Mientras emitía sonidos tranquilizadores destinados al gatito, G’dath avanzó con calma y resolución hacia la puerta del apartamento.

En el salón comedor del Saint Francis, Kevin Riley se removió con agrado en la afelpada y cómoda silla, y bostezó. La tenue luz y la suave música de violines le hizo sentir ganas de apoyar la mejilla sobre la mesa y quedarse dormido llevado por aquel éxtasis. Hasta ese momento, el ímpetu del pánico sentido horas antes lo había mantenido despierto… eso y la energía que había absorbido de Jenny Hogan. Ella la irradiaba, y a él le había sorprendido poder mantenerse a su ritmo durante el paseo hasta el hotel.

Una parte del resplandor de ella se había atenuado, y una vez más estudiaba a Kevin con preocupación. Él se dio cuenta de que no había dicho ni una palabra desde que se sentaron. Jenny había llevado todo el peso de la charla. El camarero acababa de traer la comida momentos antes, pero Riley aún no había reunido la fuerza suficiente como para probar sus huevos a la Florentina.

El silencio fue en aumento hasta que Kevin se puso nervioso y decidió decir algo… pero Jenny le ganó de mano.

—Kevin, ¿dónde estuviste la noche pasada? Pareces el último tipo salido de Irán antes de que Khan Noonian Singh lo hiciera volar por los aires.

Tocó uno de los huevos con el tenedor y lo observó temblar sobre un lecho de algo verde, cosa que le hizo perder el poco apetito que tenía. La pregunta de ella era entrometida, de eso no cabía duda, pero tenía una forma tan ingenua de preguntar que él no se lo tomó a mal. Sin embargo, se sentía inseguro: ¿se lo había preguntado por mera curiosidad… o estaba intentando averiguar si él estaba comprometido en alguna relación amorosa? Decidió ser con ella tan honrado como pudiera, aunque eso significara hablar de Anab. A pesar de que acababa de conocer a Jenny, ella lo había ayudado, y tenía un algo que lo hacía confiar en ella por instinto.

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