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Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

Una bandera tachonada de estrellas (18 page)

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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—¿Kevin? —Se excusó ante el grupo y se acercó a él—. ¿Va todo bien? —Llevaba un traje de una pieza de color verde bosque que realzaba sus ojos verde mar y sus cabellos de color cobre brillante.

Él le sonrió inclinando la cabeza, y de momento olvidó toda autocompasión. Aquella mañana había necesitado desesperadamente la amistad de alguien, y Jenny Hogan había demostrado ser una amiga.

—Parece estarlo. —Él dejó escapar un suspiro de profundo agotamiento—. Realmente creo que el almirante me habría despedido si tú no hubieses…

Alguien le formuló a Jenny una pregunta en voz alta, y ella se tomó un momento para responder, tras lo cual volvió a mirar a Riley…

—Lo siento. Estás elogiándome, Kevin. Te ruego que continúes.

Ante la mirada de franco aprecio de los ojos de ella, Riley se sonrojó. Después de todo, era un hombre casado…

Corrección. Desde el día anterior, volvía a ser soltero… sin ningún deseo de volver a comprometerse demasiado pronto. Le gustaba Jenny… como amiga, nada más.

—Eh… claro —tartamudeó él—. Mira, si no me hubieras prestado esa libreta de notas creo que en este preciso momento estaría sin empleo. Te debo una, Jenny. De hecho, te debo varias.

—¿Y qué se suponía que tenía que hacer? —respondió Jenny, encogiéndose de hombros—. ¿Abandonar a un compatriota irlandés? Soy una productora; se supone que tengo que solucionar los problemas de la gente. Te diré lo que haremos; si de verdad quieres halagarme, salgamos a comer como las personas mayores.

—Todavía no es la hora de comer —contestó Riley, un poco nervioso—. Ni siquiera son las nueve treinta… quiero decir, que no son las nueve y media.

—Entonces vayamos a dar un paseo —dijo Jenny—. Un largo paseo. Hace buen día. Luego iremos a comer. ¿El aprecio que me tienes llega hasta un desayuno-almuerzo con champaña en el Saint Francis?

La boca de Riley se abrió; él la cerró rápidamente. No podía ser grosero con ella y rechazarla, después de lo que acababa de hacer por él. Y le gustaba estar en su compañía… ciertamente era mejor que andar alicaído por el apartamento durante el resto del día. Quizá lo único que estaba buscando Jenny era un amigo, y a él sin duda le vendría bien lo mismo en aquel momento.

—Claro —dijo finalmente—. El límite es el cielo.

Pero no conseguía sacudirse de encima una importuna sensación de culpa.

8

La puerta del apartamento se deslizó hasta abrirse, y en ella apareció G’dath, grande y absolutamente amedrentador… hasta que sonrió.

—Buenas tardes, almirante, señorita Davis. Es un placer conocerles a los dos. Por favor, pasen. —Se apartó a un lado para dejarlos entrar.

Cuando trasponían la puerta, una mancha gris salió volando del apartamento, pegada al piso, y se dirigió corredor abajo hacia el ascensor. Aquello sobresaltó a Davis. —¿Qué ha sido eso? —preguntó. —Ha sido
Saltarín
—le dijo G’dath—. Mi gato. Kirk parpadeó.

—¿Su gato?

—Sí. Es un gatito, en realidad. ¿Me disculpan un momento? Señorita Davis, puede dejar esa maleta en cualquier parte.

G’dath avanzó apresuradamente por el corredor hacia la pequeña cosa gris que estaba agazapada a unos diez metros de distancia. Kirk y Davis observaron cómo G’dath se inclinaba, recogía al gatito y le hablaba con dulzura. El gatito se le zafó de las manos y luego se instaló cómodamente sobre un hombro de G’dath.

—¿Qué está diciendo? —susurró Davis. Kirk sonrió débilmente.

—Creo que nunca he oído hablar a un klingon con tanta dulzura.

—Al gato le gusta salir al corredor —les explicó G’dath cuando volvió a entrar en el apartamento y la puerta se hubo cerrado a sus espaldas—. Creo que piensa que es una parte de nuestro apartamento en la que yo no le dejo entrar, cosa que hace que esté todavía más ansioso por explorarlo. Pero la verdad es que preferiría que se quedara dentro, por seguridad.

El gatito estaba mirando a Davis con los ojos abiertos de par en par.

—Es precioso —comentó Davis. Le rascó la cabeza a
Saltarín
justo en el lugar adecuado, entre las orejas, y el pequeño gato cerró los ojos de placer y comenzó a ronronear más sonoramente—. ¿Dónde lo consiguió?

—Lo encontré ayer, y fue él quien me adquirió a mí. —Seguidamente le contó la historia.

—Pues eso es exactamente el tipo de cosas que me gustaría introducir en la entrevista, G’dath —dijo Davis—. Ayudaría a que la gente simpatizara más con usted.

De pronto, el klingon pareció nervioso.

—Espero que no incluya ninguna mención acerca de
Saltarín
en su entrevista. El tener una mascota va en contra de las normativas de aquí.

—Lejos de mí el causarle problemas con su casero —le respondió Nan—. Bien. ¿Dónde puedo instalar mi equipo?

—En el salón, si lo cree adecuado. —G’dath hizo un gesto con una mano enorme y fuerte.

Al cabo de pocos minutos, Davis había instalado los monitores, y estaban listos para comenzar.

—Almirante —dijo ella—, voy a hacerle sentar en aquella otra silla del comedor, fuera del alcance de los monitores.

Kirk se apresuró a sentarse mientras Davis y G’dath ocupaban sus asientos en el salón.

—Gracias. Bien. Voy a indicar a los monitores el lugar de la habitación en que estamos, con el fin de que puedan encontrarnos y seguirnos correctamente. —Davis chasqueó los dedos—. Aquí —dijo en voz alta. Se oyó un levísimo sonido de engranajes en movimiento cuando ambos cubos giraron hacia aquí y hacia allá, y sus lustrosos ojos cuadrados miraban a Nan y G’dath. Davis volvió a chasquear los dedos y llamarlos, pero los cubos permanecieron en reposo—. Ya está. Todo preparado. Y hoy no tendremos que preocuparnos por la posibilidad de cometer errores, ya que contamos con el lujo de la grabación.

G’dath pensó en esa afirmación.

—Qué prefiere usted, ¿la grabación o el trabajo en directo?

Davis no vaciló ni por un segundo.

—La grabación siempre que puedo. Me ahorra desgaste nervioso y tensiones en el tejido estomacal.

—¿Como cuando la sección de mando de la
Enterprise
despegó con retraso respecto a la hora prevista, ayer? —le preguntó G’dath—. Imagino que eso tiene que haberle creado algunos problemas.

Los labios de ella se torcieron en una mueca.

—A veces las cosas pueden ponerse emocionantes.

—Creo que el programa salió muy bien, señorita Davis —le dijo G’dath—. Lo miré en el colegio con mis estudiantes. Resultó muy revelador. Después mantuvimos una espléndida conversación.

—Gracias —contestó Davis—. De hecho, el trabajo de su clase es uno de los temas principales que quiero cubrir. Eso ayudará a que la gente lo comprenda mejor a usted. Lo que necesitamos hacer es darle a la gente una idea de cómo es usted en verdad, como si fueran ellos lo que estuvieran sentados ante usted, conversando. Quiero que entiendan lo que le ha sucedido, cómo se siente usted respecto a su situación, y cómo podría mejorársela.

G’dath asintió con la cabeza.

—Como ya le comenté a su productora, señorita Davis —señaló él—, hace ya algunos años que estoy en la Tierra, y todavía no entiendo del todo cómo se forma aquí la opinión pública. De todas formas, si puedo ayudar a promover una mayor comprensión entre nuestros pueblos, estoy dispuesto a hacer el intento. —Volvió a sonreír—. ¿Lo hacemos?

—Yo era físico en el imperio, señorita Davis —replicó G’dath—. Mi especialidad era el estudio de las partículas oscilatorias translumínicas. Me habían destinado a trabajar en un instituto de uno de los planetas fronterizos, esencial en la disputa existente entre la Federación y el imperio hace seis años.

—¿Un planeta fronterizo? Parece bastante insólito —comentó la joven.

—Creo que mi destino allí fue intencionado. —G’dath sonrió—. Para ser franco, me consideraban un poco chalado en el sentido de que no era dado a la investigación práctica. La investigación dentro del imperio, particularmente la de física, tiene que dar resultados prácticos. Yo siempre he sido más un teórico puro.

—¿Y cómo acabó en la Tierra?

—Cuando los diplomáticos de la Federación propusieron la idea de un intercambio de personal científico a modo de prueba, me enviaron porque me consideraban «seguro». El imperio no creía que yo pudiese proporcionarle a la Federación ninguna información secreta útil aunque quisiera hacerlo.

Davis asintió con la cabeza.

—Ha dicho que su especialidad es la física translumínica. ¿Está trabajando actualmente en ese campo?

—No, señorita Davis. No estoy empleado como físico de ninguna clase. No puedo encontrar un puesto de trabajo en ese campo.

—¿Y por qué no puede?

—Se me dice que no hay plazas vacantes.

—¿Cree usted que eso es verdad?

—Sospecho que no. Tengo la sospecha de que a pesar del espíritu de apertura que ha hecho posible mi visado temporal en la Tierra, la gente de la Federación no se fía de mí porque soy un klingon.

—¿Qué está haciendo en la actualidad?

—Estoy trabajando como lo que coloquialmente se llama un profesor de instituto —replicó G’dath—. Me ha contratado el sistema escolar público de Nueva York para dirigir una clase experimental. Es un trabajo bueno y digno. Me gusta y estoy agradecido por tenerlo.

—Pero no es su verdadero trabajo.

G’dath dudó.

—Sin deseo de ofender ni a quienes me han contratado ni a mis estudiantes —declaró lentamente—, debo decir que la enseñanza en un colegio secundario no es mi verdadero trabajo. Me gustaría mucho volver a mi física.

—¿Qué títulos tiene como físico?

G’dath comenzó a recitar sus títulos, y pasado un momento Davis levantó una mano.

—No estoy siguiéndolo muy bien —se disculpó—. ¿Son ésos los equivalentes de doctorados? Creo haber oído tres hasta el momento.

—Dos son equivalentes de doctorados —le respondió G’dath—. El tercer título está un nivel por encima y no tiene equivalente dentro de la esfera de los patrones educativos de la Federación. Sin embargo, tengo entendido que las instituciones vulcanianas de educación superior confieren un título algo similar en prestigio.

—Ah —dijo Davis—. Yo suponía, si es que suponía algo, que los vulcanianos eran los eruditos de la galaxia conocida…

—… ¿y que los klingon eran los guerreros? —acabó G’dath la frase.

—Sí.

G’dath asintió con la cabeza.

—Mi raza tiene esa reputación. Se trata de un estereotipo y, como todos los estereotipos, es defectuoso en esencia. —La expresión de su rostro se volvió rígida—. Yo no soy un guerrero. La mayoría de los klingon no lo es. Mi familia es… era… una familia de pacíficos campesinos. Mi familia trabajó duro para conseguir que me admitieran en las filas de los estudiantes y mantenerme en ellas.

Es verdad que de joven serví en la flota imperial, porque el servicio militar era obligatorio incluso para aquellos que no pertenecían a la clase guerrera. Era ayudante de ingeniero en motores hiperespaciales de una nave similar en tamaño y capacidades a una exploradora de la Flota Estelar.

—¿Ha luchado usted? —le preguntó Nan.

—Con frecuencia —replicó G’dath—. Luché contra los piratas de la periferia del imperio. Sin embargo, técnicamente no era un combatiente. Sólo a los oficiales de carrera se les permite acceder a la gloria de la batalla… a determinar la estrategia, ajustar las armas y demás.

—¿Era aquello gloria incluso para usted?

—¿Gloria? No hay nada indigno de la gloria en proteger a la propia especie de aquellos que la matarían o esclavizarían. Luchábamos contra los piratas y me siento orgulloso de haber servido en la flota.

—¿Se enfrentó alguna vez su nave con otra de la Federación? —preguntó Davis, y Kirk afinó el oído.

—No —replicó G’dath con la expresión torcida—. Creo que nos habría sorprendido mucho ver a una nave de la Federación en aquel sector, puesto que estábamos tan lejos de la frontera común como puede estarlo una nave sin salir del imperio. —Hizo una pausa momentánea para pensar—. Tambien estábamos tan lejos del centro del imperio como puede estarlo una nave. Era un destino solitario.

—¿Qué sucedió cuando dejó el servicio? —inquirió Davis.

—Regresé a la facultad, como dirían ustedes. Recibí mi tercer grado superior y entré a trabajar como investigador.

—¿Con qué se encontró cuando llegó a la Tierra? —preguntó Davis.

G’dath pareció triste.

—Me encontré con la creencia común de que yo y los de mi raza éramos indignos de confianza y, sin excepción, unos salvajes. Me encontré con que se consideraba que yo mismo podía volverme loco en cualquier momento porque el impulso de hacerlo estaba «en mi sangre», como lo expresó alguien, según creo.

Me llevó algún tiempo consolidar mi actual puesto docente. Las autoridades escolares de Nueva York se encontraron con una virulenta oposición cuando anunciaron por primera vez que me habían contratado. Para mérito suyo, la directiva del colegio se mantuvo de mi parte con firmeza, apoyándose tanto en la letra como en el espíritu de las leyes antidiscriminatorias. Puesto que no me he vuelto loco ni he matado a nadie, la controversia ha disminuido, y creo que los resultados que he obtenido con los estudiantes justifican la fe que depositaron en mí quienes me dieron el empleo.

—Usted me ha dicho que no cree que su empleo actual sea su verdadero trabajo —comentó Davis—. ¿Qué ha estado haciendo respecto a obtener otro puesto?

—Esta misma mañana, señorita Davis —dijo G’dath—, he enviado la solicitud número quinientos sesenta y uno para acceder a un puesto de primer nivel académico en una institución de enseñanza superior. Hace tiempo que renuncié a buscar algo más acorde con mi
curriculum vitae
. Lo he intentado en todas partes, desde Harvard, Oxford y la Sorbona, hasta las universidades públicas del Medio Oeste. Se me ha contestado, sin excepción, que no hay vacantes adecuadas para mí. Señorita Davis, no deseo quejarme y no busco compasión, pero tengo dos doctorados y un título que es superior al doctorado, y sin embargo se me dice constantemente que no estoy cualificado para un puesto de primer nivel que generalmente está cubierto por alguien que aún está estudiando para obtener un
master
.

—¿Qué es lo que quiere? —le preguntó Davis—. ¿Qué desea más que cualquier otra cosa? ¿Quiere decírselo a la gente de la Tierra?

—Quiero contribuir —fue la respuesta de G’dath—. Yo he escogido libremente vivir y trabajar aquí, entre ustedes. Puedo aportar muchísimas cosas a nuestra causa común. ¿Por qué no me dejan hacerlo?

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