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Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

Una bandera tachonada de estrellas (19 page)

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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—Maravilloso —declaró Davis—. Creo que ya tengo bastante. G’dath, hay algo más que me gustaría hacer. Necesito algunas tomas de usted paseando por el vecindario. G’dath inclinó la cabeza afirmativamente. —Por supuesto.

Kirk se puso en pie y se desperezó.

—Interesante entrevista, señorita Davis —dijo—. G’dath, me gustaría hablar con usted acerca de esos piratas de los límites del imperio. Puede que tengamos algunas cosas en común. Yo realicé un servicio similar al principio de mi carrera.

—Desde luego, almirante —contestó G’dath—. Esperaré con gusto esa charla. A cambio, usted podría obsequiarme con una conversación acerca de la misión de cinco años que llevó a cabo. Su nombre era bien conocido en el imperio, pero me temo que la versión de los acontecimientos que yo recibí no era ecuánime.

—Estaré encantado de hacerlo —dijo Kirk, sonriendo.

Klor se despertó al sentir que una mano de hierro le aferraba un hombro. Instintivamente, buscó la pistola fásica en el cinturón…

Y recordó que ya no la tenía. Ya no servía en un puesto adecuado para un guerrero. Abrió los ojos y vio que tenía debajo la consola del monitor, tras lo cual se volvió a mirar por encima del hombro.

Keth lo miró con el entrecejo fruncido.

—Superior —jadeó, levantándose, vacilante. En su celo por descubrir más sobre el misterioso invento de G’dath, había pasado la noche controlando sin descanso el apartamento del sujeto (G’dath había acabado por irse a dormir algunas horas antes del alba), estudiando larga y detenidamente los archivos del ordenador de G’dath, y volviendo a mirar la grabación del globo que desaparecía. Klor sabía que Keth estaba tramando un plan para restaurar su honor, y era de buen sentido político el cultivar la buena voluntad de su superior.

Pero debía haberse quedado dormido después del alba; la intensa luz que entraba por la ventana indicaba media mañana. Miró a Keth con aire de disculpa. No se le exigía que permaneciese despierto durante toda la noche, pero el que lo sorprendieran dormido en su puesto era algo imperdonable.

Sin embargo, en su emoción, Keth no pareció darse cuenta.

—He tenido noticias de nuestros superiores —dijo. El que le hablaba era un Keth transformado, no ya el pobre oprimido de dos días antes, sino Keth, el comandante. Mantenía el cuerpo y la cabeza erguidos. Sus movimientos eran seguros, decididos, y la chispa de sus ojos se había avivado hasta transformarse en llamarada—. Están profundamente intrigados con la información fragmentaria del diseño. Solicitan tanto al sujeto G’dath como los planos completos o el artefacto propiamente dicho, lo antes posible. Los finos labios se estiraron en una sonrisa—. Se nos ordena someter este asunto a la atención de ellos.

Klor sonrió; «se nos ordena, a nosotros».

—¿Debo comunicar con nuestros superiores? —Era el procedimiento establecido.

—Todavía no. Todavía no. Veamos en qué anda nuestro sujeto.

Klor miró la pantalla de G’dath y sintió estremecimiento de pánico. El sujeto no estaba en el dormitorio, aunque Klor podía ver al cachorro de gato protestando ante la puerta cerrada. La boca de la pequeña criatura se abría y cerraba, dejando ver un destello de lengua rosada y unos dientes diminutos y afilados.

Keth clavó los dedos en el hombro de Klor.

—Si el traidor ha huido durante la noche…

Klor luchó contra el miedo y conservó el dominio de sí. Recorrió el apartamento y, con vertiginoso alivio, encontró a G’dath sentado en el salón hablando con una mujer humana… una mujer que a Klor le resultó extrañamente familiar.

—¡Superior! ¡Ésa es la reportera de Mundo Noticias! Si está hablándole de su invento…

Keth, con los ojos fijos en la pantalla, se inclinó por detrás del hombro de Klor.

—Contacte de inmediato con nuestros superiores y dígales… —Se interrumpió y maldijo explosivamente—. ¡Z’breth!

Klor siguió la mirada de su comandante sobre la pantalla… y vio que la reportera y G’dath se habían levantado de sus asientos, y que con ellos acababa de reunirse un tercero: un almirante de la Flota Estelar, uno de los pocos que Klor reconocía.

James T. Kirk. Klor se hundió en la silla.

Los entrecerrados ojos de Keth se habían abierto de par en par y dejado a la vista una esclerótica amarillenta. —¡Kirk! ¡La Flota Estelar está implicada! ¿Sabe lo que significa eso?

Klor observó mientras la esperanza de redención política, de Keth se encaminaba hacia la puerta del apartamento de G’dath.

—¿Debo pedir apoyo ahora, superior?

Keth se pasó una mano por el mentón al responder con una renuencia que confundió a Klor.

—Supongo que debemos hacerlo. Pero infórmeles… —Hizo una pausa para pensar—. Infórmeles: nada de pistolas fásicas. Sólo armas disuasorias y lucha cuerpo a cuerpo.

—Pero, superior…

—No deben utilizarse armas energéticas de ninguna clase, ni siquiera para dejarlo inconsciente. Las autoridades detectarían de inmediato el empleo de esas armas. Y no quiero testigos. Ordénele al equipo que detenga de inmediato a G’dath. Lo quiero vivo —dijo Keth, mirándolo fijamente.

—¿Y los humanos?

—Que capturen al almirante con vida, si es posible. Que maten a la mujer.

Kirk, Nan Davis y G’dath salieron del edificio de apartamentos a un sendero que conducía a un herboso parque flanqueado por árboles. El sol de julio brillaba y calentaba, pero la humedad era baja y desde el río soplaba una brisa fresca. Kirk agradecía el tener una distracción, y sin duda Nan y G’dath se la estaban proporcionando. No había esperado encontrarse paseando por Nueva York en compañía de un klingon, pero G’dath era un personaje fascinante. Kirk lo admiraba por su persistencia… y admiraba a Davis por el deseo de llamar la atención pública sobre aquel asunto. La preocupación de su rostro mientras escuchaba la historia de G’dath había carecido por completo de fingimientos; no había nada insincero en ella.

Cuando salieron del sendero a la mullida hierba, Davis dejó el maletín en el suelo, lo abrió y le entregó a Kirk uno de los monitores.

—Tenga, lo pondré a trabajar. Simplemente apunte a G’dath con el extremo móvil de esto y deje que el cubo haga el resto. Yo me encargaré del otro. —Le hizo un gesto para que se desplazara a unos dos metros por delante del klingon. Kirk así lo hizo, y sintió que el cubo zumbaba en sus manos.

Indiferente a la presencia de los monitores, G’dath inclinó su ancho rostro hacia el sol y cerró los ojos durante un instante.

—Ciertamente, es muy agradable pasear. Me alegra salir al exterior. —Abrió los ojos y suspiró—. A veces temo perderme en mi trabajo, particularmente los fines de semana.

Davis enfocó su cubo sobre el klingon, grabándolo desde la derecha, mientras Jim lo hacía desde la izquierda.

—¿Trabajo? ¿De qué trabajo se trata, G’dath?

A Kirk le pareció que por la cara de G’dath pasaba una sombra, una brizna de un conflicto que no pudo interpretar. Podría haber sido miedo, o reticencia, o indecisión… o las tres cosas.

—Me refiero a mis estudios —se apresuró a responder G’dath—. Intento mantenerme al día con los últimos avances de la física, y cada día hay más y más que aprender.

—Espere —dijo Davis desde detrás del monitor—. Ahora, de pronto, comienza a parecer malhumorado. ¿Podría sonreír, o algo así?

El klingon estiró los labios y dejó a la vista dos filas parejas y atemorizadoras de grandes dientes amarillentos.

—No de esa forma —lo corrigió Davis, y a pesar de que consiguió reprimir su propia sonrisa, Kirk la captó en la voz—. Sonría como si realmente quisiera hacerlo.

G’dath rió entre dientes.

—No soy muy bueno para sonreír a petición. El holograma de mis papeles de ciudadanía lo demuestra.

—Lo he visto —comentó Davis—, y tiene usted razón. Simplemente piense en algo agradable. Eso es, así está mejor. Hace que parezca usted más…

—¿Humano?

—Amigable.

La expresión de G’dath se había animado de manera considerable.

—Me resultaría tremendamente difícil parecer humano. Me dedicaré a parecer amigable.

Continuaron caminando hasta que llegaron a un claro aislado entre altos árboles.

—Bueno —comentó Davis—, no creo que necesite ninguna toma de la naturaleza…

G’dath levantó una mano e inclinó la cabeza.

—Espere un momento. Estoy oyendo algo. Suena muy parecido a cuatro personas corriendo hacia nosotros.

Kirk se agachó instintivamente al oír pasos a la carrera detrás de sí. Al volverse, un puño que aferraba una cachiporra cortó el aire por encima de su cabeza. Kirk le arrojó el monitor a su atacante y retrocedió dando traspiés, al tiempo que G’dath ponía a otro fuera de combate con un fuerte golpe en el cuello.

El que había atacado a Kirk, un varón humano joven y musculoso con el rostro completamente afeitado y unas letras góticas tatuadas de través en ambas mejillas, tropezó hacia atrás al chocar el monitor contra sus espinillas y hacerle perder el equilibrio. Mientras luchaba para recobrarlo, otra forma borrosa salió disparada desde detrás de un árbol… en dirección a Davis.

—¡Nan! —gritó Kirk—. ¡Detrás de usted!

Davis se volvió justo en el momento en que un tercer hombre aparecía a sus espaldas, e hizo oscilar el monitor que tenía en las manos, dándole al atacante de lleno en el estómago. Desprevenido por aquel golpe, el atacante —éste con barba y la nariz rota— cayó de rodillas, sin apenas poder respirar.

—¡Volvamos las espaldas los unos contra los otros! —ordenó Kirk.

—¿Qué demonios está sucediendo? —exigió saber Davis, mientras los tres se volvían y adoptaban una postura defensiva.

El que había arremetido contra G’dath todavía yacía inconsciente, pero los otros dos habían conseguido levantarse y con ellos se había reunido un cuarto atacante. Todos eran jóvenes, iban mal vestidos y sucios, y lucían tatuajes de brillantes colores. Y todos, según advirtió Kirk con vergüenza, eran humanos. Los tres comenzaron a formar un cauteloso círculo alrededor de sus víctimas.

—Ocasionalmente, se producen incidentes de gamberrismo en esta zona —comentó apresuradamente G’dath, mientras los hombres se les acercaban—. A veces son los de fuera que atacan a los residentes de la reserva.

—Ese de ahí, el particularmente feo, lleva el botón Barclayite —comentó Davis, señalando a su barbudo atacante.

—Ah —replicó Kirk con acritud—. Ésos. —Sólo en aquel momento pudo darse cuenta de que el tatuaje del pecho del atacante calvo decía: ALIENÍGENAS, VOLVED A CASA.

—¿Barclayites? —preguntó G’dath.

—No les gustan los que no son humanos —le explicó Davis—. Ni siquiera les gustan la mayoría de los humanos. El movimiento comenzó en Centaurus. No sabía que se hubiese extendido hasta aquí. —Se aclaró la garganta cuando los agresores comenzaron a caminar lentamente en círculos y sacar cachiporras y cuchillos—. Eh…, almirante, no lo digo por estropearle la diversión, pero ¿no podría simplemente llamar a su amigo Harry para que nos transporte fuera de aquí a toda mecha? Después de todo, esto sí que es una emergencia.

—Oh —contestó Kirk, con una nota de decepción en la voz—. Bueno, supongo que podríamos hacer eso, en efecto. —Comenzó a alzar la mano para meterla debajo de la solapa de su chaqueta, que fue el preciso instante en que los tres asesinos que quedaban en pie se les echaron encima.

G’dath rugió y, con un golpe de su poderoso brazo, dos de los agresores cayeron. Kirk se echó encima del tercero. Davis recogió el monitor que había utilizado contra el primer agresor y se irguió por encima de los hombres que peleaban con la intención de golpear al enemigo de Kirk en la cabeza, pero había demasiado movimiento de un lado a otro mientras los hombres luchaban.

Se oyó un repentino «gulp» amortiguado detrás de ella. Davis dio media vuelta y vio a G’dath que tenía cogido al reanimado primer agresor por el cuello de la ropa. Los pies le colgaban a varios centímetros por encima del suelo. El hombre se retorcía en la poderosa mano del klingon.

—¡Suéltame, bastardo alienígena! —gritó el hombre.

—Eres un alborotador repugnante —le contestó G’dath—. Señorita Davis, siempre tiene que vigilar sus espaldas con el mayor cuidado en este tipo de situaciones. En cuanto a ti, escandaloso, vete a dormir.

—¿Huh? —fue el comentario del hombre.

—Basta —contestó G’dath, dándole un golpe en la cabeza y dejándolo caer al suelo—. Almirante, ¿ha acabado?

—Un momento —le dijo Kirk, que se hallaba sentado sobre el pecho de su propio contrincante—. ¿Vas a portarte bien, ahora? —le preguntó.

—¡Vete al infierno, amante de alienígenas! —le escupió el hombre, que consiguió dejar libre una mano y sacar con ella un cuchillo.

Pero antes de que pudiera dirigir el cuchillo, Kirk le asestó un puñetazo en la mandíbula. El hombre quedó inconsciente.

—Eficaz —comentó G’dath con aprobación.

—Tampoco usted lo ha hecho muy mal —comentó Kirk mientras se levantaba. Sintió sabor a sangre y se limpió una tenue mancha de la misma del labio—. Me alegro de que usted no sea en absoluto la peor de las compañías en estos casos, señorita Davis.

—Bueno, gracias, almirante. Pero tiene el uniforme un poco sucio.

—Se irá con un cepillado —replicó Kirk con una sonrisa—. Estas nuevas telas a prueba de desgarrones son divinas. Hubo épocas en las que acababa con al menos un uniforme por mes. ¿Cómo están sus monitores?

Davis se inclinó para inspeccionarlos.

—El que llevaba usted está bien —informó pasado un momento—. La cubierta del mío está mellada… no consigo imaginar cómo ha sucedido… pero la memoria está intacta. Y continúan grabando. No sólo no hemos perdido nada de la entrevista ni del paseo, sino que creo que tal vez tendremos algunas tomas excelentes de la pelea. Después de esta noche, los dos serán héroes.

—Asombroso —reflexionó Keth mientras contemplaba la pantalla, con un dedo apoyado pensativamente sobre los labios—. Ése era un grupo de asalto altamente entrenado. Nuestro granjero es algo más de lo que yo había pensado. —Bajó la mirada hasta Klor, y éste vio satisfacción, no sorpresa, en los ojos de su superior. Klor se dio cuenta de que las cosas habían salido exactamente como Keth había deseado. Como lo había planeado.

—Superior —preguntó—, ¿hay alguna orden para el jefe de operaciones secretas?

Ésa era la pregunta que Keth esperaba; por lo tanto, él se la formuló. Pero ya había adivinado que Keth no le respondería afirmativamente.

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