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Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

Una bandera tachonada de estrellas (16 page)

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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De pronto el hombre profirió un alarido y atacó a los dos agentes que tenía más cerca. Otros corrieron hacia el lugar del alboroto. En medio de la confusión, la mujer se soltó y corrió hacia el interior del callejón. El niño que llevaba en los brazos se removió pero continuó durmiendo.

—¡Hijo! —exclamó ella, corriendo directamente hacia Jimmy—, ¡hijo, por el amor de Dios, tienes que ayudarnos!

De pronto les llegaron unos gritos desde la calle. Uno de los agentes había descubierto a la mujer que escapaba.

Los ojos de Jimmy se abrieron desmesuradamente.

—La policía. Detrás de usted. Vienen hacia aquí.

—Ya lo sé —le respondió ella sin tomarse la molestia de mirar—. Llévate a mi niño. Por favor, hijo. Llévatelo de aquí. Se llama Kevin. Kevin Riley. Tiene cuatro años. —La voz se le estranguló—. Sólo tiene cuatro años, por el amor de Dios. ¡Sálvalo, por favor!

Jimmy no tenía ni idea de qué estaba sucediendo, pero vio algo brillante y desesperado en los ojos de la mujer, algo que no era mero hambre y que lo hizo actuar por instinto. Jimmy tendió los brazos y tomó al niño de manos de ella. Apenas parecía pesar lo bastante.

—¡Vete! —exclamó ella, señalando callejón abajo, en dirección opuesta a la calle—. Por ahí. ¡Márchate, rápido, y que Dios te ayude!

La mujer se apartó de él y se inclinó a recoger dos trozos de chatarra metálica que había en el pavimento resquebrajado del callejón.

Jimmy dio media vuelta y echó a correr con el hijo de la mujer en los brazos.

—¡¡Asesinos!! —oyó que gritaba la mujer, y supo que ella tenía que haberles arrojado los objetos metálicos a los agentes, porque le llegó el sonido de un golpe y un alarido de dolor.

Luego Jimmy oyó el silbido de una pistola fásica y un chillido penetrante proferido por la mujer… un grito que se cortó en seco. Un destello de luz verdosa relumbró momentáneamente en las toscas paredes que tenía a ambos lados.

Aceleró la carrera.

Ahora los agentes de policía iban tras él. Le estaban gritando, ordenándole que se detuviera. Jimmy sabía qué tenía que hacer. Al coger un giro del callejón, encontró un portal abierto y se agachó en su interior.

Los agentes pasaron de largo, corriendo.

Jimmy sabía que estarían de vuelta antes de que pasara mucho rato, que perderían un poco de tiempo buscándolo. Pensando a toda velocidad, Jimmy decidió abandonar del todo el callejón y, en cambio, investigar el edificio en que se hallaba. Puede que encontrara en él un buen lugar para ocultarse.

La construcción tenía sólo tres pisos de altura. Jimmy subió por la escalera tan rápida y silenciosamente como pudo, jadeando ligeramente. Era un edificio de viviendas, con apartamentos agrupados en torno a la escalera, pero Jimmy no oyó sonido alguno de actividad. Probó varias puertas al pasar ante ellas. Todas estaban cerradas.

Al llegar al piso más alto, oyó que sus perseguidores penetraban en el edificio por la puerta del callejón. Contuvo la respiración y se quedó inmóvil.

Oyó una retahíla de imprecaciones proferidas por los hombres, pero no corrieron escaleras arriba para buscarlo. Volvieron a salir y, al alejarse sus coléricas voces por el callejón, Jimmy volvió a respirar.

Una anticuada puerta sujeta con bisagras se abría sobre el tejado. Jimmy asomó la cabeza por ella y vio que la azotea estaba rodeada por un muro de ladrillos de aproximadamente un metro de alto; lo suficiente como para ocultarlo a la vista de los edificios vecinos. La única forma en que podrían descubrirlos sería si alguien pasaba volando por encima, pero Jimmy decidió que volvería a esconderse dentro si oía que algo se acercaba por el aire.

Con los brazos cansados y doloridos, Jimmy dejó al niño en el suelo de forma que quedase con la espalda apoyada contra la alta pared. A lo largo de toda la carrera, la criatura, Kevin, apenas si se había movido. «Al menos ha estado callado», pensó Jimmy, agradecido.

Jimmy tenía la seguridad de que el edificio estaba vacío, pero de todas formas atravesó el tejado en silencio. Con cautela, se asomó por encima del muro de ladrillos.

Y se encontró con que estaba mirando la plaza central de la ciudad, pero en lugar del agradable parque que los Kirk habían visto al llegar a Tarsus IV, el lugar había sido transformado en un campo de detención. Ahora, unos altos bucles de alambre de espino vallaban la plaza separándola del resto de la ciudad. Jimmy vio que dentro del vallado había miles de personas y oyó el apagado rumor de sus conversaciones. Ocasionalmente, oía a uno de los agentes que ladraba una orden.

—Hola —dijo una voz detrás de Jimmy, y él se volvió velozmente, pero no era más que el niño. Se había levantado y se le estaba acercando, mientras se frotaba los ojos—. ¿Dónde está mi mamá? —le preguntó.

—Ella me pidió que cuidara de ti. Me llamo Jimmy… eh, Jim.

—Yo soy Kevin. Tengo cuatro años. ¿Dónde están mi mamá y mi papá? ¿Qué estás mirando? ¿Puedo ver?

—Es peligroso.

—Déjame ver.

—Oh, de acuerdo. —Jimmy cogió a Kevin en brazos para que pudiese mirar por encima del muro, justo a tiempo de ver que se abría una puerta que daba al largo balcón que dominaba la fachada del edificio más grande de la plaza. Por ella salió un hombre alto, con barba, que estudió unos momentos la multitud que había abajo. Pensó que la barba hacía que el hombre pareciese uno de los tres mosqueteros.

Jimmy y Kevin lo observaron mientras el hombre comenzaba a leer lo que tenía escrito en un papel.

—La revolución tiene éxito, pero la supervivencia depende de medidas drásticas —declaró con voz clara y teatral—. La continuación de la existencia de ustedes representa una amenaza para el bienestar de la sociedad. Sus vidas significan una muerte lenta para otros miembros más valiosos de la colonia. —Hizo una pausa momentánea, y luego continuó con un tono más bajo—. Por lo tanto, no tengo otra alternativa que condenarlos a muerte. Por la presente se ordena su ejecución. Firmado, Kodos, gobernador de Tarsus IV.

Fue entonces cuando comenzaron los gritos y alaridos. El hombre de la barba plegó tranquilamente la hoja de papel, se la guardó, y volvió a entrar en el edificio. La puerta se cerró tras él cuando los agentes de policía desenfundaban sus pistolas fásicas y apuntaban con ellas a la multitud.

Miles de personas. Miles.

Jimmy dejó a Kevin en el suelo.

—Quiero ver —protestó el niño.

—No —respondió Jimmy. Se sentó junto al niño; tenía la boca seca—. No quieres ver eso… y tampoco yo quiero verlo.

Entonces se produjo. Jimmy se cubrió los oídos para protegérselos del fuerte, penetrante silbido del masivo fuego fásico. Levantó la mirada y vio un feo fulgor verde que iluminaba la parte inferior de las nubes que flotaban en lo alto.

—¡Haz que pare! —gritó el niño mientras se tapaba los oídos con las manos.

—No puedo —le dijo Jimmy—. Shhhh.

Cerró los ojos hasta que todo quedó en calma.

Cuando por fin cayó la noche y el último de los agentes de policía abandonó la zona, Jimmy cogió a Kevin en brazos, abandonó el tejado y recorrió cautelosamente el camino de vuelta al hotel, donde su madre y hermano estaban fuera de sí de preocupación. Jimmy le relató a la familia la historia vivida aquel día. Los Kirk ocultaron a Kevin en su habitación y compartieron con él sus exiguas raciones alimentarias.

Fue sólo tres días después cuando el equipo de salvamento de la Federación fue transportado a la superficie, esparció por la atmósfera de Tarsus IV un agente que contrarrestó la plaga, agente confeccionado mediante ingeniería genética, y, para su horror, descubrió pruebas irrefutables de la masacre de la plaza. Los agentes de policía que habían participado en la matanza fueron arrestados y juzgados. Al propio Kodos no consiguieron encontrarlo… al menos durante muchos años.

Kevin Riley fue llevado a casa de unos familiares que lo criaron en Irlanda, en la Tierra. Jim Kirk no volvió a verlo ni tener noticias suyas hasta muchos años después y a muchos años luz de distancia, cuando el capitán Kirk se encontró con Kevin Riley entre los integrantes de su tripulación. Riley no tenía más que un vaguísimo recuerdo de los acontecimientos de aquel terrible día y, de hecho, creía que lo había salvado un adulto.

Kirk nunca lo sacó de su error.

7

—Buenos días a todos —dijo Nan Davis cuando las luces del estudio se encendieron y los monitores de trivisión comenzaron a zumbar—. Soy Nan Davis, y esto es Mundo Noticias Sábado, transmitido en directo para ustedes desde San Francisco, California. Nuestro primer invitado de hoy es el almirante James T. Kirk, del alto mando de la Flota Estelar, y hoy hablaremos del tricentenario del
Apolo
, y del papel de la Flota Estelar en las celebraciones.

Kirk asintió con la cabeza en dirección al monitor más cercano. Ya lo habían entrevistado otros reporteros anteriormente, pero nunca dentro de un estudio de trivisión, y sentía curiosidad por cómo iba a reaccionar. El efecto era notablemente poco intimidador. Aparte de un solo técnico que controlaba los equipos para asegurarse de que nada saliera mal, sólo él y Nan Davis estaban allí. A excepción de la presencia de los monitores, no había nada que indicase que estaba hablando ante miles de millones de espectadores en lugar de ante uno solo.

Davis hizo girar la silla y se encaró con él. Los modales de ella eran cordiales y agradables, y a Kirk le gustó de inmediato, no sólo porque la hubiera visto antes en trivisión, sino también, al menos en parte, porque los modales de Nan le recordaban a alguien, aunque no acertaba a recordar de quién se trataba.

—Almirante, explíquenos por qué la Flota Estelar celebrará el día del
Apolo
el próximo martes, dentro de siete días.

—Bueno —comenzó a decir Kirk—, no creo que nadie pueda disentir con que el primer alunizaje tripulado fue importante para nuestra historia… de hecho, tan importante como el primer viaje de Colón. Fue la primera vez que el ser humano pisó el suelo de otro planeta, y ésa es una razón más que suficiente para que la Flota Estelar participe en la celebración.

—Pero ¿qué les diría usted a esas personas que piensan que no tiene sentido el poner atención a los logros de tipo nacionalista en estos días en los que el nacionalismo ya no significa demasiado? No puede negar que el alunizaje fue el producto de una carrera nacionalista, ¿verdad?

Kirk sonrió. Davis era aguda. No iba a permitir que la entrevista se transformara en un anuncio publicitario de la Flota Estelar; iba a formularle algunas preguntas duras, y él admiró la profesionalidad de Nan. Afortunadamente, aquella pregunta en particular era una de las que Kirk había previsto.

—No puedo —respondió él—. Tampoco puedo negar que los viajes de Colón tenían un propósito nacionalista. No obstante, continúa celebrándose el día de Colón. Es una festividad por los logros de él, no por sus motivos.

De forma similar, el tricentenario del
Apolo
no celebra un nacionalismo, sino el coraje y la osadía de unos valientes exploradores. Por la misma razón, hace doce años también observamos el tricentésimo aniversario del lanzamiento del Sputnik por parte de la antigua Unión Soviética.

El receptor que Davis tenía en un oído zumbó brevemente, y ella se volvió a mirar hacia el monitor más cercano.

—Ahora vamos a mostrarles el vídeo de archivo de ese primer alunizaje realizado hace tanto tiempo.

Los monitores mostraron entonces las descoloridas y borrosas imágenes de dos hombres con abultados trajes presurizados que caminaban por la superficie lunar. Al fondo se veía la nave espacial con finas patas como las de una araña.

—Esta grabación de vídeo no ha sido reprocesada para trivisión —continuó Davis—. La están ustedes viendo exactamente como la contemplaron las personas del mundo hace trescientos años… con la diferencia de que ellos la vieron en directo.

Kirk observó a los dos astronautas que daban saltos de aquí para allá entre la cápsula espacial y la cámara, sin ir demasiado lejos en aquella primera y cautelosa exploración.

—Recuerden qué año era por entonces —comentó Davis en voz más baja mientras el mundo miraba aquella antigua grabación de vídeo—. Mil novecientos sesenta y nueve. Excepto esos dos hombres que ven allí, y un tercero que esperaba en órbita a que volvieran a reunirse con la nave nodriza, no había más seres humanos que los que estaban en el planeta Tierra. Ni uno. Los hombres del
Apolo
XI estaban absoluta y completamente solos. Si esos dos hombres se encuentran con algún problema en la superficie lunar, no existe posibilidad de rescatarlos. No cuentan con ningún refugio bien aprovisionado que les aguarde al otro lado de la siguiente elevación. No hay equipos de rescate que estén constantemente a la espera en Luna City.

Las únicas provisiones que tienen esos hombres son lo que han traído en el pequeño y frágil vehículo con que han alunizado. Si la pequeña nave que ven detrás de ellos no consigue despegar… si sus primitivos motores alimentados químicamente no se encendieran por cualquier razón… los astronautas podrían hacer poco o nada para repararlos. Sencillamente se quedarían sin aire y morirían, en una soledad absoluta.

A veces hablamos de valentía sin saber de verdad qué queremos decir con esa palabra. Miren a esos hombres, y sepan que todo lo que están viendo está más allá de los límites de la valentía.

Davis guardó silencio y dejó que su audiencia escuchara las voces de los primeros seres humanos que se habían aventurado a pisar un suelo ajeno a la Tierra.

Kirk se sintió conmovido por lo que Davis acababa de decir. No sólo los tres hombres del
Apolo
XI habían vuelto a la Tierra sanos y salvos, sino que les habían seguido seis vuelos más y todos habían regresado sanos y salvos también de esas misiones… incluida la que había sido abortada en pleno vuelo. Ese perfecto historial, reflexionó Kirk, bien podría representar un logro mayor que los alunizajes tripulados en sí. Él sabía qué era traer a una nave con su tripulación sanos y salvos de vuelta a casa.

La grabación de archivo se desvaneció; Davis y Kirk volvían a estar en el aire.

—Almirante —dijo ella—, ¿qué está haciendo la Flota Estelar para contribuir a la celebración del tricentenario?

—Bueno, poco después de que concluyera el programa
Apolo
, vino la llamada lanzadera espacial, que era el nombre popular con que se denominaba a la primera nave espacial reutilizable que podía realizar vuelos entre la superficie y la órbita. Algunas lanzaderas se perdieron en accidentes, otras acabaron como chatarra, y a la mayoría de las otras se las dejó deteriorar hasta el punto de ser inservibles. Sólo queda una. Es, de hecho, la nave espacial auténtica y más antigua que existe en el mundo, y vamos a hacerla volar para el tricentenario.

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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