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Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

Una bandera tachonada de estrellas (26 page)

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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Se enderezó hasta quedar de pie y se irguió mientras recordaba, borrosamente, el semblante del Jimmy Kirk de catorce años. Kirk no había vacilado aquel horroroso día, y debido a eso Kevin estaba vivo en ese preciso momento.

¿Qué haría Jim Kirk ahora?

Ya no estaba preocupado respecto a su futuro como jefe de personal de Kirk; y, en cualquier caso, el error que acababa de cometer, un error que había puesto vidas en peligro, era excesivamente grave como para que él tuviese algún futuro en la Flota Estelar.

A Riley ya no le importaba. Su carrera lo tenía sin cuidado… pero eran importantes las vidas que había puesto en peligro, y rompería todas las reglas que fuera necesario para salvarlas.

Para realizar lo que sabía que sería su último acto como oficial de la Flota Estelar, Riley salió de su oficina a toda velocidad, en dirección a la plataforma del transportador del Almirantazgo, mientras un plan se estaba formando ya en su cabeza.

Desde el interior del campo energético azul que lo envolvía a él y a su captor, G’dath, acongojado, observó a los enfermeros que llegaban y sacaban a Carlos Siegel del aula. Carlos parecía al menos respirar todavía. Carlos, un estudiante inocente, un chico brillante, con tan buenas perspectivas…

G’dath apretó el puño de su brazo sano —no podía mover el derecho pero ya no sentía la herida que le penetraba profundamente en la parte superior—, y cerró los ojos para que su captor no viese el odio que había en ellos. Durante un momento, la boca se le llenó de palabras violentas, pero guardó silencio. Los dos atacantes habían permitido al menos que entraran los enfermeros. Por supuesto, tenían pocas alternativas, puesto que estaban tan atrapados dentro de los campos energéticos como protegidos por ellos. Podían hacer poco más que amenazar a los que estaban dentro con ellos.

Al menos, advirtió G’dath con alivio, el último de los estudiantes había escapado… excepto en el caso de los dos rehenes, además de Ira Stoller que, para asombro de su profesor, permaneció junto a Carlos. Se levantó y siguió a los enfermeros mientras conducían la camilla al exterior.

Ricia Greene lo llamó.

—Ira.

G’dath la miró a través del escudo con preocupación, pero el klingon llamado Klor había aflojado el brazo y ya no la tenía agarrada, sino que estaba de pie detrás de sus tres rehenes con el arma preparada. Por el rostro de Klor pasó algo muy parecido a la preocupación, y eso le dio esperanzas a G’dath. Tal vez más tarde, si conseguía hablar con el klingon en privado, convencerlo de lo desesperado de la situación…

Al oír su nombre, Stoller se detuvo en la puerta y se volvió.

Ricia tenía la voz temblorosa. Dejó de llorar y recobró la compostura, pero sus mejillas de color marrón pálido aún brillaban con la humedad de las lágrimas.

—El padre de Joey… alguien tiene que decirle…

—La cara de Stoller estaba pálida y ojerosa, pero tenía una expresión resuelta.

—No te preocupes. Yo me encargaré de eso.

Los enfermeros se marcharon con su carga y Stoller los siguió.

—Granjero —dijo de pronto el comandante de Klor en klingon. G’dath giró la cabeza y lo estudió. Los ojos del comandante eran asombrosamente vehementes… no del todo cuerdos, decidió G’dath, sin duda a causa de la tensión producida por esperar a que la policía hiciese el primer movimiento. Le resultaba raro sentir que le hablaran en su propio idioma después de tantos años, y raro que un extraño conociese sus orígenes humildes—. La energía motriz de su aparato… —Señaló con un movimiento de cabeza el globo que descansaba sobre el escritorio, cerca de ellos, contenido en el campo energético que los rodeaba a ambos—. Un cuidadoso examen de las especificaciones de su diseño sugiere que puede utilizarse para impulsar una nave. ¿Cómo podemos hacerlo? Respóndame rápido y con la verdad, o el chico morirá.

Klor, recogiendo la amenaza de su superior, rodeó el cuello de Joey Brickner con un poderoso brazo y apoyó la punta del cuchillo sobre la pecosa y pálida piel de su garganta. Joey abrió los ojos de par en par, pero se quedó completamente inmóvil y no emitió sonido alguno.

G’dath miró fijamente al comandante a los ojos, y por una de las pocas veces en su vida, consideró emplear la violencia. Era una temeridad, por supuesto. Eso sólo conseguiría perjudicar a Joey —otra persona herida en su cuenta—, y no se atrevió a arriesgarse a algo semejante. Pero la idea de aplastarle la tráquea con la mano desnuda a su captor le resultaba tentadora.

—Háganle daño al chico y no les diré una sola palabra —le dijo G’dath—. Déjenlo en libertad y les diré todo lo que quieran saber.

Sin apartar los ojos de G’dath el comandante asintió breve y bruscamente con la cabeza, y Klor soltó a Joey.

G’dath suspiró. Ya estaba claro qué deseaban sus agresores —negociar una nave de huida—, y el globo le proporcionaría un transporte rápido e inmediato al imperio klingon. Para tortura y muerte de G’dath.

Para la guerra.

Sin embargo, si ahora lo pillaban en una mentira, Joey podía morir. El comandante parecía bastante inteligente, y G’dath no tenía forma de saber cuánto había llegado a deducir sobre el globo. Era mejor decir una pequeña parte de la verdad y salvar la vida de Joey… y abrigar la esperanza de que se presentara un medio para escapar antes de que llegaran todos al imperio klingon.

—El mecanismo de dentro del globo genera un campo envolvente —dijo G’dath—. El fijar el globo al chasis de una nave será suficiente para que el campo se extienda alrededor del vehículo, si dicha nave no está posada en el suelo. De todas formas, la nave tiene que hallarse fuera de la atmósfera y en un entorno no superior al microgravitacional para que el plan funcione.

—¿Está diciéndome la verdad? Júrelo por la vida de los rehenes.

Lo cual significaba que si descubrían que estaba mintiendo o reteniendo información, éstos morirían.

—Juro sobre la vida de los rehenes que estoy dicien… —comenzó G’dath.

Y se interrumpió ante el zumbido agudo creciente que llenó el aula de clase. Lo invadió una ola de esperanza mezclada con temor cuando un enjambre de rielantes chispas doradas se materializaron en la silueta de un hombre. «La policía —supuso—, que viene a negociar…», pero cuando el hombre acabó de solidificarse, G’dath vio que llevaba el uniforme de la Flota Estelar.

El humano de piel pálida y con barba dio un paso al frente, con las manos alzadas en un gesto pacífico. Los klingon se tensaron, con los cuchillos a punto, pero resultaba evidente que no estaban dispuestos a trasponer sus campos energéticos. La Flota Estelar acababa de transportar a alguien al interior, y con la misma facilidad podía transportarlos a ellos fuera de allí.

—¡Kevin! —gritó Jenny Hogan.

El joven hizo caso omiso de ella; «prudente actitud», pensó G’dath, porque el demostrar interés por el bienestar de ella era darles a los agresores otra arma.

—¿Quién está al mando?

—Yo lo estoy —respondió el captor de G’dath.

El oficial se volvió a mirarlo y dirigió sus palabras al comandante.

—Como puede ver, voy desarmado. Supongo que tienen necesidad de un medio de transporte. —Vaciló, mientras miraba al comandante en busca de confirmación, y éste se la suministró con un gesto de cabeza—. He negociado con la policía en nombre de la Flota Estelar. Una lanzadera aterrizará en el tejado de este edificio dentro de dos minutos. Una vez que el piloto haya salido, quedará vacía. No hay rastreadores a bordo, nada de trucos. Tienen mi palabra de oficial de la Flota Estelar a este respecto. Dejen que se marchen estos otros, y podrán quedarse conmigo. Los llevaré a donde me digan, o podrán marcharse por su cuenta… o matarme.

El comandante sonrió.

—Una oferta tentadora… comandante, ¿verdad? Reconozco la insignia.

—Segundo oficial Kevin Riley.

—Segundo oficial Riley, tal vez podamos llegar a un acuerdo… si accede usted a escoltarnos hasta la lanzadera y garantizar nuestra seguridad.

G’dath le echó una mirada penetrante al comandante. Percibía que el klingon estaba mintiendo, y aparentemente Riley también lo había captado, porque vaciló y la duda destelló en sus ojos.

—Por completo —contestó, aparentemente dispuesto a seguirle el juego—. Deje marchar a los rehenes ahora.

—Sería una tremenda imprudencia el bajar nuestros escudos antes de hallarnos a salvo dentro de la lanzadera. Hablaremos de poner en libertad a los prisioneros cuando estemos allí.

—De acuerdo. Pero antes de despegar.

—La liberación tendrá lugar antes del despegue. Tiene sobre eso mi palabra como oficial de la flota imperial.

El segundo oficial Riley los condujo hasta la azotea, donde aguardaba la prometida lanzadera. G’dath permitió que lo llevaran al interior de la nave, el cual parecía claustrofóbicamente pequeño con siete seres a bordo; a pesar de ir equipada para el vuelo espacial, la nave estaba diseñada para alojar a no más de cinco personas. El comandante fue con G’dath hasta la consola de la nave y le ordenó que instalara el globo, cosa que él comenzó a hacer con renuencia. Afortunadamente, la herida del brazo lo obligaba a utilizar sólo la mano izquierda, cosa que le permitía trabajar con torpeza y tomarse más tiempo del realmente necesario.

—Muy bien —dijo Riley—. Los he traído hasta aquí y mantendré mi parte del trato. Me quedaré con ustedes, pero tienen que dejar que se marchen los demás rehenes.

—Yo consentí en una liberación —le respondió el comandante—, pero no acordé dejarlos a todos en libertad. No nos marcharemos sin el traidor y su aparato.

—Yo no soy ningún traidor —gruñó G’dath.

El comandante apoyó la fría punta metálica de su cuchillo contra la nuez de Adán del profesor.

—Por derecho, este invento pertenece al imperio.

—Usted me ha dado su palabra… —comenzó a decir Riley con vehemencia.

—¿Va a obligarnos a matar a otro? —Los ojos del comandante se encendieron repentinamente, con un fuego que le heló la sangre a G’dath e hizo que Riley guardara silencio.

—No necesitan a los niños y la mujer —dijo Riley al fin.

—Muy bien —concedió el comandante—. Puesto que usted ha actuado con honorable osadía al acudir aquí desarmado, yo mantendré mi palabra. —Apartó el cuchillo de la garganta de G’dath (el profesor inhaló aire, agradecido), y le hizo un gesto de asentimiento a su subordinado—. Klor, rápido, ponga en libertad a la chica y a la mujer.

Se oyó un agudo restallar cuando el campo energético de Klor se disolvió. El klingon empujó a Jenny Hogan y Ricia hacia la escotilla sin soltar a Joey y, antes de que el oficial de la Flota Estelar tuviese ocasión de avanzar hacia la mujer, Klor aferró a Riley por un brazo y luego pulsó el control de su cinturón. Al cabo de tres segundos, no más, el campo energético de Klor volvía a estar activado, y Riley era ahora su prisionero.

—Pero el chico… —protestó Riley, furioso—. No hay honor ninguno en llevarse a un niño.

El comandante permaneció impasible.

—Usted es un oficial de la Flota Estelar, y podría ser considerado como prescindible por aquellos que desean capturarnos. No, segundo oficial, necesito al chico, para controlarlos tanto a usted… como a su profesor.

G’dath estudió el rostro de Joey. Tenía los labios grises y sus ojos continuaban abiertos de par en par por el terror. «No es justo —sintió deseos de gritarle al comandante—. Ya ha derramado usted la sangre de un anciano y un chico inocentes. ¿Tiene que llevarse a Joey, también?»

—Márchate —instó Riley a la mujer que se demoraba, sin saber qué hacer, junto a la escotilla.

Jenny Hogan apoyó una mano sobre la escotilla para equilibrarse, pero antes de trasponerla se detuvo y miró a Riley con una renuencia tal que G’dath comprendió que eran algo más que meros conocidos. Detrás de ella, Ricia Greene le dio un codazo, y finalmente las dos salieron hacia el exterior, hacia la seguridad.

G’dath sintió que su carga de culpabilidad disminuía ligeramente.

El comandante había sido astuto al conservar a Joey, y cuanto más protestara G’dath, más sería utilizada contra él su preocupación por el chico. G’dath guardó silencio y, durante un momento, apoyó la mano sobre el vibrante globo para recobrar el equilibrio. El interior del prototipo brillaba y chispeaba; el aparato era en verdad muy hermoso. Una hermosura pavorosa que ya les había causado grandes perjuicios a aquellos a quienes él quería.

¿Cuánta destrucción más iba a provocar antes de que acabase ese día?

Con amargura, G’dath volvió a su trabajo.

12

El equilibrar la unidad dos de impulso a bordo de la lanzadera
Enterprise
estaba resultando ser una tarea delicada. Entre una demora y otra, la lanzadera no se había elevado ni un centímetro por encima del suelo del hangar. Kirk aguardaba con expectación en uno de los asientos para pasajeros. Junto a él, Nan parecía ponerse cada vez más nerviosa —sin duda preocupada por si llegaría a tiempo a Nueva York—, mientras que detrás de ellos, el técnico llamado Eddie se había quedado dormido.

—Creo que con eso ya está solucionado —comentó Alice Friedman con expresión concentrada mientras miraba el panel de controles que tenía delante—. Control, ¿qué piensan?

—Parece estar bien —le respondió la voz del director de pruebas—. Intente elevarla un poco, capitán.

El rugido de los motores de impulso apenas contenidos se filtró a través del aislamiento de la carlinga, y Kirk percibió la sensación de movimiento.

—¡Sí! —gritó Friedman—. ¡Perfecto! Control, tengo unas lecturas de equilibrio de noventa y nueve.

—Confirmado —informó control—. Muy bien, Alice, acelérela un poco.

—Lo haré. —Friedman accionó una hilera de interruptores del antiguo panel—. Casi diez metros… hemos llegado. Todo está con luz verde. Demonios, podemos volar con esta preciosidad hasta cualquier altura y cualquier lugar, por lo que a mí respecta.

Control parecía más dubitativo.

—Puede que sí, Alice, pero ¿qué le parece un control de impulsores, antes?

Ella suspiró con impaciencia.

—De acuerdo, de acuerdo.

El comunicador de Kirk silbó. Él frunció el entrecejo ante aquella interrupción.

—Aquí Kirk.

Esperaba oír la voz de Riley, y en cambio oyó la de la teniente Lisa Nguyen de la central de seguridad de la Flota Estelar de San Francisco.

—Almirante, aquí la teniente Nguyen. Tenemos una emergencia, aquí…

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