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Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

Una bandera tachonada de estrellas (29 page)

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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Riley se aferró al asiento de su silla y se puso en pie, tras lo cual ayudó al chico a levantarse. El jovencito continuaba con los ojos abiertos de par en par por el miedo, pero consiguió ofrecerle una temblorosa sonrisa de agradecimiento.

Desde el momento en que se transportó al interior del aula, Riley no se había permitido pensar en nada que no fuese la situación; no se había permitido el experimentar miedo. Eso lo había ayudado a concentrarse en los otros dos rehenes antes que en sí mismo —y también le había servido para fingir que no era él en absoluto, sino el almirante Kirk—, y en aquel momento, Kirk intentaría sorprender a sus captores con la guardia baja.

Riley recorrió con los ojos el interior de la nave. El comandante, el que había dicho por radio que se llamaba Keth, acababa de recuperarse y encontrar su cuchillo. Riley sabía que el lanzarse contra él probablemente tendría un resultado fatal. Keth se balanceó, un poco inestable, y luego se volvió bruscamente hacia el asiento del piloto y golpeó a Klor de lleno en la cara.

Riley lo observó, pasmado de impresión, mientras Keth escupía una sarta de imprecaciones y Klor caía al piso cuan largo era.

Riley no hablaba ni una palabra de klingon, pero supo que Klor no agradecía lo que estaba diciendo su comandante. Sospechaba que tenía que ver directamente con la renuencia de Klor a obedecer de inmediato la orden directa de matar al rehén.

Klor se levantó y permaneció de pie, en silencio, con aspecto peligroso, mirando fijamente a Keth con unos ojos en los que destellaba el odio no disimulado. Riley vio que los enormes músculos de Klor temblaban con fuerza reprimida, en una postura pronta a atacar.

Keth no era un contrincante digno de él. Era esbelto, una buena cabeza más bajo, y quedaba completamente eclipsado por la corpulencia de Klor. Riley aguardó lo que sabía que iba a ser un violento enfrentamiento.

Y entonces, Klor se deslizó una vez más en el asiento del piloto, pero Riley vio el odio que ardía lentamente en sus ojos.

Keth dio media vuelta y miró fija y duramente a Riley y el chico, aparentemente intentando decidir si proseguiría con la ejecución.

Keth dio un paso hacia adelante, pero se detuvo cuando una voz imperiosa manó de un lado de la consola.

Demasiado débil como para ponerse en pie, al parecer, G’dath continuaba sentado junto al globo que estaba adherido a un flanco de la consola, y se mantenía en equilibrio con la mano del brazo sano. Su voz era potente y firme, pero Riley captó el esfuerzo que se reflejaba en ella.

—No hay necesidad de matar, Keth. Ya no nos retiene el rayo tractor. Descubrirá que la potencia de la moderna lanzadera se ha agotado.

—Es cierto, superior —comentó Klor desde la consola, con tono hosco—. El rayo tractor ha desaparecido. No obstante, la lanzadera está recargando, y la energía quedará recargada dentro de unos minutos.

Los músculos de los hombros de Keth se relajaron.

—En ese caso, no perdamos más tiempo. Soñador… —Bajó la mirada hasta G’dath—, llévanos a casa.

Klor se volvió bruscamente en la silla, con una expresión muy próxima a la alarma. Durante un momento, Riley creyó que estaba a punto de decirle algo a su superior, pero Klor se limitó a mirar a G’dath con firmeza y pareció llegar a una decisión. El klingon bajó nuevamente la mirada hacia su panel de controles y no dijo nada.

—No puedo, por el momento. El globo tiene que recargarse —replicó G’dath. Keth levantó el brazo para asestar el golpe mortal pero el científico no se acobardó, sino que meneó la cabeza con cansancio—. Puede matarme si lo desea, pero eso no cambiará la realidad. Tardará menos de un minuto y luego podremos dejar atrás a nuestros perseguidores.

Klor habló con una nota de alarma en la voz.

—Superior, los escudos de nuestra lanzadera han fallado de pronto. —Sus enormes manos corrieron apresuradamente por los controles que tenía delante.

—¿Un agotamiento de la energía, provocado por el habernos soltado del rayo tractor?

—No, superior. Simplemente ha sido un fallo repentino. No puedo hallar ninguna causa…

Se interrumpió y giró para mirar a Riley. Keth volvió la cabeza y siguió la dirección de los ojos de su subordinado.

Riley sintió que la sangre le afluía a las mejillas. Había abrigado la esperanza de que, para el momento en que los escudos fallaran según el programa, los rehenes ya hubieran sido rescatados… o como mínimo, que los hubiese seguido una nave con capacidad de transporte.

No había contado con que los rescatase una lanzadera de trescientos años de antigüedad.

Klor miró la pantalla y profirió una exclamación tronante de sorpresa.

—Una tercera nave está entrando en nuestro radio de alcance, superior. Es una nave estelar.

Riley sonrió, pero el alivio duró poco tiempo.

—¡Mentiroso! —le escupió Keth. Sujetó el cuchillo justo por debajo del nivel del pecho, y avanzó hacia Riley con él—.¡Cobarde sin honor! ¡Hijo de terrícolas! ¡Ha saboteado los escudos!

Riley y el chico se pusieron en pie, y habrían retrocedido, pero la hilera de asientos se lo impedía. Riley intentó colocar al jovencito detrás de sí.

Los ojos de Keth eran brillantes, de maníaco, cercados de sombras y muy hundidos en su rostro broncíneo. Estaba a un paso de distancia, dispuesto a lanzarse hacia delante y clavar el cuchillo en la zona media del cuerpo de Riley.

Riley cerró los ojos y oyó, no el sonido apagado y carnoso de la daga al clavársele, sino el suave zumbido creciente de un rayo transportador.

13

Joey cerró los ojos con fuerza ante el vértigo y tendió una mano para intentar estabilizarse contra el respaldo de un asiento, pero su mano no encontró nada. El vértigo pasó rápidamente, y él volvió a abrir los ojos. Un segundo antes había estado a bordo de la lanzadera de pie junto a Riley, y seguro una vez más de que había llegado el fin: el klingon demente los mataría a todos sin remedio.

Y ahora se encontraba de pie en una gran sala blanca, observando a Kevin Riley que descendía y avanzaba hasta otro oficial de la Flota Estelar que se encontraba ante una enorme consola. Joey bajó los ojos hasta sus pies, los cuales descansaban en un disco metálico ligeramente elevado, sobre una especie de plataforma. Una lenta ola de sorpresa y admiración lo invadió al darse cuenta: una plataforma de transportador.

—Bienvenido a bordo, segundo oficial Riley. —El oficial de la Flota Estelar, un hombre maduro, con bigote, le dedicó una amplia sonrisa—. Me alegro de volver a verlo, aunque no puedo decir lo mismo de las circunstancias.

«Bienvenido a bordo.» Entonces, eso era una nave estelar. Lo había rescatado una nave estelar, y estaba a salvo. Joey dio un paso hacia delante, pero se le aflojaron las piernas y cayó de rodillas.

—Me alegro de verle, Scott —comenzó a decir Riley, y luego se volvió justo a tiempo de ver que Joey caía. Subió de un salto, quitó a Joey de la plataforma del transportador y lo sentó en una silla cercana, hablando durante todo el tiempo con Scott—. Hay otro rehén a bordo de la lanzadera. Ya sé que no puede diferenciar a los klingon, Scotty, pero él es el que se encuentra más cerca de la fuente energética.

El hombre maduro meneó la cabeza, pero sus ojos y manos ya estaban sobre los controles.

—¿Un klingon? En qué se está convirtiendo el universo, Riley, cuando comenzamos a rescatar klingon.

—¡Es mi profesor! —gritó Joey, furioso por el tono del hombre. Finalmente había recobrado el sentido lo bastante como para darse cuenta de que el doctor G’dath no había sido rescatado junto con ellos. De pronto se sintió embarazosamente al borde de las lágrimas. El doctor G’dath ya estaba herido, y ahora que Riley había escapado, aquel klingon probablemente estaba lo bastante loco como para matarle—.Está herido, y necesita nuestra ayuda, ahora.

—Tranquilo, muchacho —le dijo Scott con tono paciente, mientras ajustaba los controles de la consola—. Lo ayudaremos, no te preocupes. Sólo estaba haciendo una broma.

—Bueno, pues no tiene ninguna gracia —replicó Joey.

Los ojos de Riley estaban fijos en la consola del transportador. Por su rostro, Joey pudo ver que lo que tenía delante no era bueno.

—¿Problemas? —preguntó con tacto.

La expresión de Scott se hizo torva. Habló en voz baja, como si no quisiera que lo oyese Joey, cosa que, por supuesto, hizo que Joey afinara más el oído.

—Esa fuente energética está organizando una de mil demonios con el rayo del transportador. Las hemos pasado moradas para traerlos a bordo a ustedes dos. Y la interferencia empeora a cada segundo que pasa. Lo centraré sobre él, pero no estoy seguro de poder traerle a bordo.

Impresionado, Joey observó mientras una silueta dorada indistinta se formaba en uno de los círculos del transportador y comenzaba a rielar.

A bordo de la lanzadera
Enterprise
, la voz de Decker se filtró por la rejilla del panel de comunicaciones de Friedman.

—¿Almirante Kirk? Aquí la
Enterprise
. Hemos rescatado a dos de los tres rehenes de la lanzadera.

Kirk se levantó a medias y se inclinó sobre la consola.

—¿Y el tercero, Will? —Egoístamente deseó que no se tratara de Riley, pero no sintió ningún alivio ante la respuesta de Decker.

—El doctor G’dath continúa como rehén. Estamos intentando transportarlo a la
Enterprise
, pero tenemos una enorme cantidad de interferencias electrónicas, de fuente y tipo desconocidos.

Kirk asintió con la cabeza.

—La capitán Friedman dice que está produciéndose otro aumento energético a bordo de su lanzadera. Will, tenemos que detener esa nave a toda costa. ¿Puede hacerlo con un rayo tractor?

—Negativo —respondió Decker con voz sombría—. Según Scotty, algo está agotando nuestras baterías principales. Hemos desviado toda la energía al transportador y el soporte vital.

Kirk guardó silencio y miró a Nan y Eddie. Los escudos de colisión podían proporcionarles un poco de protección, pero estaba enfadado con Nan por insistir en acompañarles, y más que nada estaba enfadado consigo mismo por no haber insistido en que saliera de la nave. Por supuesto, no habían tenido tiempo para sacar a los dos civiles de la lanzadera, pero eso no disminuía su preocupación. Se volvió a mirar a Friedman.

—Capitán, me temo que no nos queda ninguna otra alternativa. Vamos a tener que embestirles.

—Maldición —se contestó ella, claramente más molesta por la perspectiva de causarle daños a su preciosa nave, que por el peligro que entrañara para sí misma—. Me temía que iba a decir eso, almirante.

Kirk volvió bruscamente la cabeza al sentir el toque de una mano cálida sobre un hombro. Nan se hallaba detrás de él. A pesar de tener el semblante pálido, su expresión era absolutamente serena.

—Imaginaba que podía suceder algo así cuando insistí en quedarme, Jim. —Intentó dibujar una débil sonrisa. Kirk no se la devolvió.

—En ese caso, siéntese y prepárese. Utilicen los escudos de colisión y el soporte vital portátil que hay debajo de los asientos.

Nan movió la cabeza afirmativamente y regresó a su sillón.

—Eh, espere un momento —dijo Eddie—. ¿Quiere decir que vamos a chocar contra ellos intencionadamente?

—Pues sí —repuso Friedman con tono seco—. Almirante, ¿estamos preparados?

Kirk hizo una señal de asentimiento mientras ocupaba su lugar.

—Entonces, vamos allá. Vuelvo a tener los motores de impulso al máximo. Todavía está cargándose el rayo tractor… y ese aumento de energía a bordo de la lanzadera de los klingon está ascendiendo rápidamente. A la espera.

—A mi señal. —Kirk aguardó hasta que tanto Nan como Eddie hubieron activado los escudos de colisión—. Uno… dos… tres… ¡ya!

La lanzadera
Enterprise
saltó hacia delante… y se detuvo con un choque a muy poca distancia de su objetivo, como si hubiera dado contra una pared de ladrillos levantada en el espacio. En el interior de la lanzadera todo se oscureció.

—Capitán —dijo Sulu—, la lanzadera espacial tiene problemas. Su energía impulsora se ha interrumpido, y va a la deriva. Los daños sufridos por los sistemas de la lanzadera parecen graves.

—¿Estado de los de a bordo?

—Vivos, señor. Conservan la integridad del casco. Aparentemente, los delicados escudos de la lanzadera la han protegido un poco… pero ha quedado fuera de combate.


Enterprise
, aquí Kirk —dijo una voz.

—Adelante, almirante —contestó Decker.

—Will, me temo que hemos quedado fuera de esto. Nos hemos estrellado con lo que tiene que haber sido un campo protector generado por el globo. Ni siquiera les hemos tocado. ¿Puede continuar usted?

—Negativo, almirante. Scotty está haciendo todo lo posible, pero continuaremos a la deriva hasta que podamos arreglar las cosas. Todavía estamos intentando rescatar al tercer rehén… al menos mientras permanezcan dentro del radio de alcance de nuestro transportador.

—Su lanzadera está a treinta y una millas de distancia, distancia aumentando rápidamente —informó Flores—. Veo otra nave que está intentando darles caza, pero nadie se encuentra en la posición adecuada. Sesenta y dos millas ahora.

—Maldición —jadeó Decker—. Van a escaparse.

G’dath había observado con una gratitud casi insoportable cómo habían desaparecido anteriormente las formas de Riley y Joey. En cuanto a su propia vida, no le preocupaba en absoluto; y a pesar de que lamentaba la necesidad de acabar con la de Klor, tenía la sensación, después de la mirada que él y el joven klingon habían intercambiado, de que Klor comprendía la situación y estaba preparado. Incluso si había malinterpretado el mensaje de los ojos de Klor, el klingon no había informado a su comandante de la capacidad autodestructiva del globo, y para G’dath eso era suficiente.

Si había otros como Klor, G’dath tenía grandes esperanzas con respecto al Imperio.

—Estamos a treinta y cinco unidades estándar de la nave de la Federación, y la distancia aumenta rápidamente —informó Klor desde el timón.

—Activaremos el globo cuando estemos a cincuenta unidades estándar —repuso G’dath—. No quiero que ni siquiera la relativamente ligera masa de las dos naves de la Federación afecte nuestra trayectoria. —O sufra daño alguno a causa de la explosión—. Un error en el comienzo del viaje podría significar el desastre al final.

Mientras hablaba, sintió que alguien lo estaba observando. Levantó la cabeza y vio que Klor, desde el asiento del piloto, tenía la vista clavada en él. Esta vez no cabía duda posible: Klor comprendía cuáles eran las intenciones de G’dath, y le sostenía fijamente la mirada.

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