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Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

Una bandera tachonada de estrellas (12 page)

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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—No es que seamos realmente amigos —le respondió. Le estaba resultando más fácil hablar—. Simplemente me siento delante de él, eso es todo. —Cosa que era verdad; y después de lo que había sucedido ese día, estaba bastante seguro de que Stoller no le gustaba demasiado.

—Bueno, me alegro, porque ese chico es un problema —Ricia hizo una pausa—. Has dicho antes que el doctor G’dath iba a ponerte en período de prueba si no mejorabas… pero a mí me parece que tú tienes que ser muy inteligente si te dejaron entrar en la clase a la edad que tienes.

—Haces que el tener trece años parezca una enfermedad —comentó Carlos, sin apartar los ojos de la tarea que tenía entre manos.

Ricia alzó una ceja de color carbón y le echó una mirada de disgusto moderado por el afecto.

—Ya sabes a qué me refiero. Yo me sentiría muy impresionada conmigo misma si me dejaran entrar en la clase dos años antes de lo normal. —Bajó los ojos hacia Joey—. El material de estudio no es demasiado difícil para ti, ¿verdad?

Joey sintió que el calor le inundaba todo el rostro, como si Carlos se lo hubiera recorrido con el estimulador, y supo que Ricia podía verlo ruborizarse. La pregunta que acababa de formularle le enfadaba y ponía a la defensiva, y al principio iba a decirle que se metiera en sus propios asuntos, pero los modales de ella eran tan francos y manifestaban tanto interés, que respondió:

—No.

Joey bajó la mirada y Carlos le dijo:

—Eh, mantén la cabeza en alto, ¿vale?

Joey levantó cabeza y mirada, y luego dijo, sin posar los ojos en Ricia:

—No es el material. Es sólo que… no tengo ganas de hacer nada de nada. —Alzó los ojos hacia ella, poniendo buen cuidado en no mover la cabeza—. Es verano, ¿sabes? Acabo de salir del colegio. Tendría que estar de vacaciones.

—Humm. —Ricia cruzó los brazos a la altura del pecho y se recostó contra la pared—. Supongo que ésa es una razón. —Pero los ojos de la jovencita estaban entrecerrándose, y Joey supo que no lo creía ni por un minuto.

—Y, en cualquier caso, no le caigo bien al doctor G’dath —agregó Joey, acaloradamente.

—¿Qué te hace pensar eso? —Ricia inclinó la cabeza a un lado y frunció el ceño, curiosa.

—Porque es un klingon. ¿No es suficiente? Además, la forma en que nos trata… me pone nervioso, la forma en que nos hace poner en pie y hablar en clase. La mitad de las veces olvido lo que quería decir. Intenta asustarnos… y ya viste cómo actuó cuando le pedí que repitiera una pregunta.

—Quédate quieto, Joey —le ordenó Carlos—. Ya casi hemos acabado.

Joey se quedó quieto.

Ricia levantó los ojos al techo y suspiró.

—Brickner, tú tienes un cerebro. ¿Por qué no lo utilizas? Ésa es la forma de actuar de G’dath. Lo educaron como a un klingon. Cuando me enteré de que me había aceptado en la clase, leí acerca de su cultura. Es cierto que G’dath está viviendo aquí desde hace un año, pero todavía está influenciado por su crianza klingon. La forma de pensar de todo el mundo, tanto si le gusta como si no, está influida por su cultura. Todos tenemos algunas creencias culturales tácitas de las que ni siquiera somos conscientes durante la mayor parte del tiempo… y G’dath no es en nada diferente. Aunque él es más consciente de las suyas que la mayoría.

—Embajadora Ricia —comentó Carlos en voz baja, pero Ricia hizo caso omiso de él.

—¿No te das cuenta —continuó— de que está intentando no atemorizarnos? Está tratando de enseñarnos, no de asustarnos.

—Bueno, pues te aseguro que tiene una extraña forma de hacerlo —le contestó Joey.

—Rara, no. Simplemente, klingon. Una gran parte de su educación está basada en el honor, el orgullo personal… no nos pondrá las cosas fáciles, con el fin de que podamos aprender más de la experiencia. El mimar a una persona es el máximo insulto. El desafiarla, el más grande de los cumplidos.

—¿Cree él que nos está haciendo un favor al ser tan duro con nosotros?

—No hables con tanto escepticismo. Pero, sí, lo cree. Ahora que sé que ayer le notificó a tu madre que está a punto de ponerte en período de prueba, comprendo por qué te hizo hoy la primera pregunta. Un estudiante klingon, en la misma situación, habría estado preparado y esperando esa primera pregunta. Estaba dándote la oportunidad de redimir tu honor. Y probablemente le sorprendió que tú no lo esperases.

—Ya hemos acabado —anunció Carlos.

Joey se dio cuenta de que el zumbido había cesado. Se volvió y estudió su imagen en el espejo. El labio había vuelto a su tamaño normal. Se pasó la lengua por el interior; sólo tenía una diminuta hinchazón en el lugar en que había estado el corte. No le dolía en absoluto. Sonrió a Carlos.

—¡Eh, fantástico! ¡Gracias!

—No hay de qué. —Carlos sonrió tímidamente—. Después de todo, tú acudiste en nuestra ayuda. Oh, eh… —Se miró a sí mismo—. Será mejor que meta esto en el reciclador antes de que mi padre vuelva a casa. —Se quitó la camisa, luego aguardó hasta que Joey, que se sentía un poco desazonado por desvestirse delante de Ricia, le entregara la suya—. Esto sólo tardará un minuto.

—Muy bien —le gritó Ricia mientras él salía apresuradamente del cuarto de baño—, pero luego yo me encargaré de arreglarte la nariz.

—¿Su madre también está trabajando? —preguntó Joey. Se puso en pie, sacó una toalla caliente y húmeda del dispensador, y comenzó a limpiarse la suciedad de la cara.

—No. —Ricia continuaba apoyada contra la pared, con el rostro vuelto en la dirección por la que se había marchado Carlos—. Ella murió hace un par de años.

—Ah —dijo Joey. Por primera vez en meses, sintió de pronto deseos de hablarle a alguien de Jase. —Te comprendo.

Ricia volvió la cabeza para mirarlo.

—¿Has perdido a uno de tus padres?

Joey negó con la cabeza.

—A mi hermano menor. Hace unos seis meses.

—Lo siento. —Por primera vez, el tono de Ricia era suave—. Supongo que yo he tenido suerte.

Joey volvió a ruborizarse. No quería compasión, simplemente deseaba —por alguna razón que era incapaz de comprender— que alguien supiera lo de Jase. Ambos permanecieron sumidos en un silencio incómodo durante un momento. La mención de su madre hizo que Joey recordara cómo estaba la noche anterior, cuando le había transmitido el mensaje de G’dath: al borde de las lágrimas, y esa vez era Joey quien la hacía llorar.

Y aquel maldito cabeza de tortuga.

Luego pensó en el chiste de ira Stoller. Tal vez ayudaría a alegrar los ánimos.

Respiró profundamente.

—Eh, ¿has oído el chiste de Tarzán y Jane?

Ricia parpadeó.

—¿Qué?

—Si Tarzán y Jane fueran klingon —no dijo cabezas de tortuga porque ella le había gritado a Stoller por decirlo—, ¿qué sería
Chita
?

La expresión de ella se endureció.

—No quiero oírlo, Brickner.

Ya era demasiado tarde como para detenerse… y Joey pensaba honradamente que ella reiría al oírlo.

—Una niña prodigio —dijo, y profirió una risilla.

Pero Ricia no se echó a reír, ni sonrió; se limitó a mirarlo fijamente, y luego dijo, con mucha lentitud:

—Si Tarzán y Jane fuesen klingon, ¿qué sería
Chita
? —Acabo de decírtelo.

—Este es mi chiste, y la respuesta es diferente. Vamos, Brickner, si Tarzán y Jane fuesen klingon, ¿qué sería
Chita
? —Me doy por vencido.

Ricia continuaba mirándolo atentamente, sin sonreír. —Un Brickner.

—Eh —protestó Joey—, eso no es gracioso.

—Tienes razón. Y tampoco lo es tu versión del chiste. —Ricia suspiró y la postura de su cuerpo se relajó—. Joey, ¿no lo entiendes? La única razón por la que alguien intenta insultar a toda una raza es porque tiene miedo, o porque se siente tan inseguro que necesita degradar a otros para sentirse mejor, sentir que vale algo. Stoller llama a G’dath cabeza de tortuga porque está enfadado y porque tiene problemas emocionales, y el criticar a otra persona aparta la atención de sus propios problemas. Pero tú pareces demasiado inteligente como para hacer eso.

—No era más que un chiste malo. —Joey arrojó la toalla sobre la repisa—. Si quiero oír una conferencia, asisto a clase. —Se sentía violento, casi tan violento como lo había hecho sentir G’dath ese mismo día, en clase, y lamentaba haber confiado en Ricia respecto a Jase—. Mira, no te enfades…

Salió pisando fuerte al pasillo y casi se estrelló contra Carlos, que se había puesto su camisa y le tendió a Joey la suya, tibia y limpia. Joey se la arrebató de la mano y se la puso a tirones por encima de la cabeza.

—Eh, Joey, ¿te marchas ya?

—Sí —le respondió Joey con brusquedad—. Gracias por todo.

Ricia lo había seguido. Carlos la miró con el entrecejo fruncido; sus espesas cejas negras casi se tocaban por encima de la hinchada nariz.

—¿Ricia? ¿Qué has dicho?

—Realmente tengo que marcharme —declaró Joey, brusco—. Mi madre regresará a casa dentro de una hora, más o menos.

—Mira, Joey —le dijo Ricia—, antes de que te vayas, creo que deberías saber que G’dath va a darte una sola oportunidad más de redimirte. Si yo estuviera en tu lugar, me prepararía para eso.

—Lo haré. —Joey se encaminó hacia la salida mientras Ricia y Carlos lo seguían.

—Muy bien. —Ella se colocó delante de la puerta, impidiéndole el paso—. Porque el segundo desafío será obligatoriamente más difícil que el primero. Conociendo a G’dath, calculo que lo hará durante la transmisión en directo que se realizará por trivisión. Será mejor que superes esos nervios.

—Si quieres estudiar conmigo y con Ricia, no tienes más que llamar. Estoy en el listado central —le ofreció Carlos.

—Eh… gracias. Lo pensaré. —Joey pasó por el lado de Ricia y salió a la calle.

El viaje en cinta deslizante hasta su casa fue una pura agonía.

Se había obligado a no reaccionar ante la afirmación de Ricia respecto al programa en directo por trivisión. Él había imaginado que la gente de Mundo Noticias iba a mostrar a G’dath dando una clase o algo así… pero no se le había ocurrido que mostrarían a G’dath haciéndoles preguntas a los estudiantes. Y si era cierto lo que acababa de decirle Ricia, G’dath lo interrogaría primero a él.

Responder a una pregunta delante de la clase ya era motivo suficiente para estar nervioso.

Responder a una pregunta del doctor G’dath delante de la clase era motivo para estar doblemente nervioso.

Responder a una pregunta del doctor G’dath delante de la clase para un programa en directo era razón suficiente para morirse.

«¡Arriba ese ánimo, Brickner! Tienes todo un fin de semana para escribir esa redacción… y aprender del derecho y del revés el material indicado. Y supera esos nervios. Simplemente piensa: con toda probabilidad, tu madre estará mirándote…»

Para cuando llegó a casa, Joey estaba deseando que Ira Stoller se hubiese matado.

Kirk llegó a su casa y se sorprendió al oír el sonido de los pasos de Lori en el dormitorio. Era inaudito que su esposa regresase del trabajo antes de hora… casi tan inaudito como lo era en su propio caso. Dejó el maletín sobre la mesa del salón y se encaminó hacia el dormitorio.

En el pasillo, vaciló. No era supersticioso, pero de alguna forma había sentido en los huesos la seguridad de que aquél no iba a ser un buen día. Y hasta aquel momento había tenido razón. Primero, la lluvia; luego había perdido a la
Enterprise
(por supuesto que sabía que eso iba a suceder, así que la premonición no contaba en ese caso), y luego Nogura insistió en que aceptara ese puesto de relaciones públicas. Y ahora se encontraba con que no quería entrar en el dormitorio. Escuchó el sonido de los movimientos de Lori, intentando calcular el estado del humor de su esposa: pasos cortos y rápidos, luego una pausa, más pasos veloces.

No era buena señal.

Hacía meses que ella no era feliz. Él tenía conciencia de ello y no sabía qué hacer. Sospechaba que estaba relacionado con la imposibilidad de conseguir el puesto diplomático que con tanta fuerza había deseado. Al igual que él, Lori era enormemente ambiciosa, y Kirk sabía que la decisión de Nogura la había anonadado. Tampoco ignoraba que ella había contado con que él la ayudaría a conseguir ese puesto, y se sentía vagamente responsable por la decepción de ella.

Debido a que Lori era como él, Kirk le daba lo que él habría deseado si las posiciones de ambos hubiesen sido las inversas: espacio para lamerse las heridas. No le hacía preguntas al respecto y le concedía toda la intimidad que ella quería.

En aquellos días parecía querer mucha intimidad.

No obstante, él había aguardado pacientemente a que Lori se recuperase. Después de todo, era como él, y eso era lo que él habría hecho: estar furioso con Nogura durante un par de meses, más o menos, y luego centrar sus miras en algo nuevo.

Pero Lori no lo había superado. La silenciosa infelicidad de ella había crecido hasta tal punto que él llegó a renunciar. Habría acogido de buen grado un despliegue de enojo, de su antiguo temperamento, cualquier cosa menos esa distante y educada frialdad. Aquello tuvo que continuar durante bastante tiempo para que él se diera cuenta de que tenía que ver con algo más que con Nogura. Tenía que ver también con él.

Kirk traspuso la puerta del dormitorio. Lori levantó los ojos, sobresaltada, con sus cabellos de plata y oro balanceándose, y los labios levemente separados. Sobre la cama había dos maletas abiertas y llenas con la mayor parte del contenido del armario de ella.

Por un lado, Kirk se sorprendió; por otro, no le asombró en lo más mínimo.

—Llegas temprano a casa —comentó ella con los ojos abiertos de par en par.

Durante un segundo, Kirk pensó que si se le acercaba un solo paso más, ella saltaría como un animal salvaje y asustado. Luego Lori se rehízo, e irguió los hombros como acorazándose para la pelea.

—Las grandes mentes piensan de forma similar —contestó Jim. Parecía algo estúpido de decir, pero es que la situación era absurda. Permaneció de pie y la observó mientras ella hacía las maletas—. Lori…

—Me marcho. —Sus ojos se centraron sobre la prenda que estaba metiendo a la fuerza en la maleta demasiado llena—. Creo que eso es bastante obvio. Tengo necesidad de hacer un poco de relaciones públicas por mi cuenta, viajar por los nuevos asentamientos. Hacía algún tiempo que lo estaba pensando.

—Nogura te ha hablado del asunto.

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