Read Una bandera tachonada de estrellas Online

Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

Una bandera tachonada de estrellas (4 page)

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
4.03Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿De verdad? ¿Más de lo que G’dath podría pagar?

Klor negó con la cabeza.

—No, pero la suma dejó casi agotados sus ahorros. Fue el equivalente del sueldo de varios meses.

Durante un momento, no más, los ojos de Keth se iluminaron con la luz de la mente de un brillante estratega en pleno trabajo.

—En cuanto lo reciba, asegúrese de notificármelo de inmediato. Nuestras órdenes son muy claras; si construye con él cualquier cosa de valor, debemos apoderarnos de ella al instante.

—¿Y también de G’dath? —preguntó Klor un poco a la ligera, mientras sus ojos se apartaban brevemente del oscuro rostro de Keth para mirar la pantalla.

Estaba hablando una almirante de la Flota Estelar, una mujer cuyo tono era tan monótono como el tiempo que hacía fuera de aquel claustrofóbico apartamento. Los dos klingon la escucharon durante varios segundos, y luego Klor cambió la imagen de vuelta a la sala de clase y aumentó el volumen.

Por fin, Keth apartó su atención de la pantalla.

—Por supuesto. —La luz de sus ojos se apagó bruscamente al darse cuenta de que cualquier esperanza íntima que hubiese abrigado era inasequible y, cosa tremendamente insólita en él, profirió un pequeño suspiro cansado. Luego, sin decir ni una palabra más, Keth se volvió en redondo y regresó a la otra habitación que le servía de alojamiento.

Klor interpretó aquel suspiro como nostalgia, cosa con la que estaba muy familiarizado: Keth había dejado a una esposa y unos hijos, y la misión de aquel momento no le permitía establecer comunicación directa con su familia. Pero ambos eran guerreros; Klor no podía permitirse el lujo de compadecerse a sí mismo. Ya llegaría el momento en que pudiera demostrar su valía ante el imperio, y ganar por fin reconocimiento por sus propios esfuerzos más que por la herencia que le habían dejado sus ancestros.

Devolvió su atención a la clase de G’dath y, sin oír lo que allí se decía, profirió también él un suave suspiro.

2

La vicealmirante Lori Ciana se encontraba sentada en su despacho del almirantazgo, mirando el vuelo a través del circuito cerrado de vídeo de la Flota Estelar. No había conseguido convencerse a sí misma para mirar la cobertura que estaba haciendo Mundo Noticias; mientras que Bob April le caía verdaderamente bien y ella lo consideraba un amigo, no podía soportar el escuchar a Timothea Rogers. Ya era bastante malo que, como parte del personal interno de Nogura, tuviese que tratar con Timothea. Malditas las ganas que tenía de verla también en una pantalla tridimensional. Estaba perpleja respecto al porqué de que Nogura, el estratega más diestro que ella había conocido, permitía que Rogers representara a la Flota Estelar en trivisión. Especialmente en una ocasión tan importante como aquélla.

Ciana cerró el volumen de la pantalla y acarició dubitativamente con los dedos los controles de su panel de comunicaciones durante unos segundos. La indecisión era algo nuevo para ella, algo que había aprendido durante los últimos ocho meses.

Meses antes, Jim Kirk y Ciana habían estado trabajando juntos como diplomáticos oficiosos. Era una situación ideal: Jim estaba lo bastante activo como para negar cualquier acusación de haberse convertido en burócrata… y Lori le había prometido que, al cabo de uno o dos años, si él la ayudaba a conseguir lo que quería, ella recomendaría que él recobrara el mando de la
Enterprise
. En el entretanto, ella aprendía de él. Aprendía cuándo confiar en sus instintos y cuándo no hacerlo. Aprendía diplomacia. La suficiente diplomacia, pensaba ella, como para obtener la recomendación de Nogura para el puesto que anhelaba: aquel vínculo entre la Flota Estelar y la Federación.

Pero Nogura no estaba de acuerdo. Después de ocho meses, ascendió a Kirk a jefe de Operaciones y le encargó la modernización de la
Enterprise
. Fue un movimiento brillante: la oportunidad de volver a trabajar cerca de su amada nave estelar había absorbido completamente a Jim. Pero ¿se le había ocurrido que después de todos aquellos meses de duro trabajo tendría que entregarle la
Enterprise
a otro?

Lo que sin duda era el motivo por el cual Nogura había puesto ahora a Operaciones a cargo de la modernización de todas las naves. Si Kirk tenía que perder una vez más a la
Enterprise
… bueno, sería mejor darle una sustituta. Digamos, la
Endeavor
. Después de todo, Lori no era una sustituta muy buena en aquellos días…

Detuvo el pensamiento. Era verdad, abrigaba sentimientos profundamente amargos hacia Nogura. A Kirk le había entregado la
Enterprise
, pero a ella no le había dado nada… ni una recomendación para un cargo diplomático, cosa que significaba pocas probabilidades de alcanzar algún día su máximo sueño: una nave embajadora. El puesto de diplomática se evaporó, y a pesar de que Nogura nunca le había dado una explicación, ella conocía el porqué: sencillamente no confiaba en la capacidad de juicio de ella. Sin la ayuda de Kirk, no. A lo largo de los meses, llegó a darse cuenta de que ya había obtenido todo lo que podría conseguir en su vida, que durante el resto de su existencia estaría trabajando para el jefe del alto mando de la Flota Estelar. Jim apenas había advertido la creciente decepción de Ciana; estaba demasiado absorto en su preciosa nave.

Ella estaba habituada a conseguir lo que deseaba de la vida. No sabía cómo manejar aquella situación.

Apartó la mano del panel de comunicaciones. Como esposa devota, habría tenido que llamar a Jim para darle apoyo moral… pero ella nunca había sido particularmente devota. Se había retirado y Jim ni siquiera se había dado cuenta. Si lo llamaba ahora sólo conseguiría sobresaltarle, y la conversación resultante sería incómoda.

Aquella vacilación en llamar a su propio esposo era una mala señal, y Lori lo sabía. Jim Kirk ya no la necesitaba. En un sentido, ambos se habían decepcionado: él no tenía nave, y ella no tenía un puesto diplomático. Ahora miraba a Kirk y veía su propio fracaso.

La forma en que él la miraba también había cambiado; su expresión era un poco más ceñuda, un poco más distante, más preocupada. Más vieja. ¿Vería Kirk en ella el fracaso de su propio deseo de recuperar el antiguo mando?

Tal vez ella podría aprender a manejar su propia decepción, pero no podía sentarse ociosamente y observar cómo esa decepción se apoderaba también de Jim.

«Ni un día más. Tú solías ser capaz de tomar decisiones, ¿nó? Ya es hora de que tomes una. Al diablo con la oportunidad.»

Pulsó un botón del panel de comunicaciones y llamó, no a Kirk, sino al despacho de Heihachiro Nogura. El ayudante debía estar fuera del despacho, pensó Lori, porque le respondió el propio Nogura a la primera llamada.

—Lori —le dijo con simpatía, casi paternalmente, como el bisabuelo de cabellos blancos que era en realidad.

«Como si todos fuéramos aquí una gran familia feliz —pensó irónicamente Ciana—. Bueno, Heihachiro, eso está a punto de cambiar.»

Con toda certeza, por la expresión de ella, Nogura tuvo que haber percibido la agitación que la invadía. Era inútil intentar ocultarle los sentimientos a aquel hombre. Él siempre había leído su rostro con gran facilidad, con una facilidad excesiva. Leía los rostros de todos, y sabía lo que sentían antes de que lo supieran ellos mismos.

No obstante, si percibió la angustia de ella, no lo dejó entrever. Su rostro redondo y de huesos delicados permaneció compuesto, con una benigna expresión de buena voluntad.

Nogura leía el rostro de los demás, pero nadie podía leer el de Nogura.

—Lori, ¿cómo van las cosas? ¿Ha hablado últimamente con Jim?

El hombre hablaba de una forma tranquila y cordial, pero Lori podía percibir un reproche que acechaba en aquella voz.

Ella no le sonrió a modo de saludo.

—No. No he hablado con él en toda la mañana. Pero necesito hablar con usted, almirante.

Las finas cejas plateadas de él se elevaron un milímetro, no de sorpresa —Ciana no podía recordar haber visto jamás al almirante de la Flota con expresión de asombro—, sino interrogativamente.

Ciana respondió antes de que él formulara la pregunta.

—¿Recuerda la conversación que mantuvimos hace algunas semanas… respecto a que yo debería tomar en consideración el hacer una visita a los nuevos asentamientos humanos más alejados…? Bueno, pues ya lo he pensado. Quiero realizar el recorrido completo, independientemente del tiempo que se requiera para ello.

Meses, por lo menos. Ambos lo sabían.

Se produjo una larga pausa mientras Nogura estudiaba la cara de ella e interpretaba lo que estaba oculto detrás de la expresión compuesta y ligeramente desafiante.

—Ya veo —le respondió con suavidad. Ciana no dudada de que fuese cierto—. ¿Está enterado Jim de esto?

—Todavía no. Se lo diré esta noche. —No: «Estaba pensando en decírselo esta noche». No, nada de echarse atrás. Miró fijamente a los oscuros y ancianos ojos de Nogura, y aguardó a que él intentara convencerla de que no tomara aquella decisión.

—¿Y cuándo tiene intención de marcharse?

—Lo antes posible —respondió Ciana—. Esta misma noche, si puedo arreglarlo todo. En cualquier caso, abandono el departamento a partir de esta noche.

Nogura apartó la vista, asintió pensativamente con la cabeza una sola vez, y miró a Ciana a los ojos.

—Lori, creo que debería usted saber que voy a darle a Jim un nuevo destino… lo pondré a cargo de las relaciones públicas con la prensa. Tenía pensado decírselo esta tarde, después del almuerzo. Reemplazará a Timmie Rogers.

—¿Por qué está contándome eso ahora?

—¿Podría esperar, Lori? ¿El que usted… le diga a Jim lo de su decisión? —El tono de la voz de Nogura era dulce, casi implorante.

Ciana enrojeció; sintió un calor colérico en la garganta y las mejillas. «¿Asustado, Heihachiro? ¿Le preocupa que yo pueda complicarle las cosas? ¿Que Jim recobre la lucidez y se dé cuenta de cómo ha estado manipulándole desde el principio?» En un destello, lo vio claro: Nogura la había utilizado a ella como un señuelo inconsciente para atraer a Kirk al almirantazgo, para sacarlo de la
Enterprise
.

—Nos ha utilizado a los dos —susurró, sin apenas darse cuenta de que estaba expresando sus pensamientos en voz alta—. Nos arrojó a los dos en el mismo sitio, contando con que caeríamos el uno en brazos del otro.

Y lo peor de todo, ella era tan culpable como Nogura —también ella había utilizado a Jim para intentar conseguir aquel puesto diplomático—, pero había sido franca al respecto. Miró con ardiente ferocidad a Nogura.

Un destello de triste emoción cruzó el rostro del anciano y desapareció. Imposible: Ciana se convenció de que lo había imaginado hasta que oyó el débil rastro de dolor en el tono calmo y regular del almirante.

La miró a los ojos sin parpadear.

—Yo la conozco desde que era una niña, Lori. Conocía muy bien a sus padres. Pensaba que comprendía usted el grado de cariño y respeto que siento por usted. Y había esperado que a estas alturas me hubiese perdonado por no darle ese destino diplomático que quería. —La voz aumentó de volumen, muy ligeramente; aún era regular, pero ahora el dolor era inconfundible—. ¿Le resulta tan difícil de creer que siempre he tenido en el corazón los mejores deseos en interés de usted y Jim? Yo pensaba que ustedes dos eran felices…

La garganta se le tensó peligrosamente al oír aquellas palabras. Lo interrumpió antes de perder la resolución.

—No lo somos. No puedo esperar para comunicarle la noticia a Jim, almirante. Me marcho. Creo que los dos sabemos que será mejor que yo me marche de este despacho durante algún tiempo. —«Y que también me aleje de usted.»

—Ya veo —volvió a decir Nogura. Vaciló, y durante un breve instante, Ciana tuvo la sensación de que no sabía qué decir. Se miró las manos que tenía cruzadas, y cuando levantó la mirada, agregó—: Muy bien, Lori. Tome las disposiciones que sean necesarias.

—Gracias, señor —le contestó ella secamente, sin siquiera tomarse la molestia de intentar darle a la frase un tono sincero. Estaba a punto de cortar la comunicación cuando Nogura volvió a hablar de pronto, sorprendentemente.

—Lori… lo siento mucho. De verdad.

Ella no supo si estaba compadeciéndola por su relación con Jim, o disculpándose por la forma en que los había utilizado. Tal vez ambas cosas; en cualquier caso, la pesadumbre que reflejaba su rostro era tan genuina que Ciana le creyó. —También yo —le respondió con un susurro, y cerró el canal.

Kirk miraba por la ventana mientras el chaparrón iba cesando lenta y suavemente. El puente se veía ahora con total nitidez, y los peatones y ciclistas comenzaban a atravesarlo otra vez.

Se oyó un golpe de llamada en la puerta.

—Adelante —respondió él.

La puerta se deslizó silenciosamente a un lado y el segundo oficial Riley asomó la cabeza al interior. A los veintinueve años, Kevin Riley parecía mucho mayor que el joven que Kirk había contratado como jefe de personal, en parte a causa de la barba marrón dorada muy corta que ocultaba un rostro de bebé. Pero el cambio que se había operado en él era más profundo que la mera apariencia. A lo largo del año anterior, Riley había madurado hasta transformarse en un oficial competente, y Kirk se alegraba de haberlo escogido.

Sin embargo, durante la última semana, Riley se había mostrado cada vez más preocupado, distraído, insólitamente propenso a olvidar los detalles. Kirk sospechaba la existencia de algún problema personal, quizás incluso la recurrencia de aquel que había llevado a Riley hasta el punto de casi renunciar durante la primera semana en el puesto. Riley no ofrecía ninguna información relativa a su vida privada, y Kirk no fisgoneaba; simplemente se resignaba a ser paciente.

Tampoco él mencionaba sus propios problemas con Lori, aunque sin duda Riley habría advertido que la vicealmirante Ciana ya no pasaba por el despacho de Kirk y raras veces lo llamaba. A Kirk, Riley le caía bien y lo respetaba, pero no eran amigos. Las únicas dos personas en las que Kirk confiaba lo bastante como para comentar ese tipo de cosas estaban a varios mundos de distancia.

«Aunque confío en Lori, por supuesto», pensó Kirk, sintiendo una punzada de culpa. Ciertamente, estaba lo bastante unido a ella como para tenerle confianza. O al menos lo había estado.

—¿Almirante? —preguntó Riley en un tono inusualmente manso. Bajo sus ojos se veía el suave comienzo de dos medias lunas oscuras—. Con su permiso, voy a ir al área de recreo para ver el lanzamiento en directo. He pensado que quizá le gustaría acompañarme. La vista no puede ser mejor.

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
4.03Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Desire Wears Diamonds by Renee Bernard
A Sliver of Stardust by Marissa Burt
All I Need Is You by Johanna Lindsey
Girl Meets Ghost by Lauren Barnholdt
Gold From Crete by C.S. Forester